miércoles, 31 de diciembre de 2014

"El ocaso de los ídolos o Cómo se filosofa a martillazos".- Friedrich Nietzsche (1844-1900)


 

"Sobre cómo terminó convirtiéndose en fábula el "mundo verdadero".
 
 Historia de un error.
 
 1.-El mundo verdadero es asequible al sabio, al virtuoso; él es quien vive en ese mundo, quien es ese mundo.
 (Esta es la forma más antigua de la Idea, relativamente, simple y convincente. Se trata de una transcripción de la tesis: "yo, Platón soy la verdad".)
 
 2.-El mundo verdadero no es asequible por ahora, pero ha sido prometido al sabio, al piadoso, al virtuoso ("al pecador que hace penitencia").
 (La Idea ha progresado, se ha hecho más sutil, más capciosa, más difícil de entender, y se ha afeminado, se ha hecho cristiana...).
 
 3.-El mundo verdadero no es asequible ni demostrable ni puede ser prometido pero, por el hecho de que se pueda pensar, constituye un consuelo, una obligación, un imperativo.
 (El antiguo sol sigue alumbrando al fondo aunque se le ve a través de la neblina y del escepticismo; la Idea ha sido sublimada, se ha vuelto pálida, nórdica, koenigsburguense).
 
 4.-¿Es inasequible el mundo verdadero? En cualquier caso, no lo hemos alcanzado y por ello nos es también desconocido. En consecuencia no puede servirnos de consuelo ni de redención ni de obligación. ¿A qué nos podría obligar algo desconocido?
 (Mañana gris. Primer bostezo de la razón. Canto del gallo del positivismo).
 
 5.-El "mundo verdadero" es una Idea que ya no sirve para nada, que ya ni siquiera obliga, una Idea que se ha vuelto inútil, superflua; en consecuencia es una Idea que ha sido refutada: eliminémosla.
 (Día claro; desayuno, vuelta del sentido común y de la serenidad alegre; Platón se pone rojo de vergüenza y todos los espíritus libres arman un ruido de mil demonios).
 
 6.-Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado? ¿el aparente ...? ¡no!, al eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el aparente.
 (Mediodía; instante de la más breve sombra; fin del más largo error; punto culminante de la humanidad; comienza Zaratustra.)"

martes, 30 de diciembre de 2014

"El difunto Matías Pascal". Luigi Pirandello (1867-1936)


 

"Era dueño de mí; podía y debí erigirme en artífice de mi nuevo destino, en la medida que la Fortuna habíase dignado concederme. "Y, ante todo -decíame  a mí mismo-, seré celosísimo de mi libertad: la sacaré a paseo por caminos llanos y siempre nuevos, y jamás la cargaré con vestiduras gravosas. Cerraré los ojos y pasaré de largo en cuanto el espectáculo de la vida me resulte desagradable. Procuraré habérmelas más bien con las cosas que se suelen llamar inanimadas y me echaré a la búsqueda de hermosos panoramas y de parajes plácidos y amenos. Poco a poco me iré dando a mí mismo una educación nueva; me transformaré con amoroso y paciente estudio, de forma que a lo último pueda decir, con razón, no sólo que he vivido dos vidas sino que he sido dos hombres". 
[...]
-¡La conciencia! Pero si la conciencia no sirve para maldita la cosa, amigo mío. La conciencia como guía no puede ser bastante. Lo sería quizá si fuere castillo en lugar de ser plaza, por decirlo así; esto es, si pudiésemos llegar a concebirnos aisladamente y no estuviera ella, como lo está, abierta al prójimo. Según yo, en la conciencia existe una relación esencial...; sí señor, esencial, entre mí que pienso y los demás seres que yo pienso. De donde resulta que no hay ningún absoluto que se baste a sí mismo. ¿Me explico bien?  Cuando los sentimientos, las inclinaciones, los gustos de aquellos otros seres que yo pienso no se reflejan en mí o en ella, no podemos sentirnos ufanos ni tranquilos ni alegres; tan cierto es que todos nosotros luchamos para que nuestros sentimientos, nuestras ideas, nuestras inclinaciones y nuestros gustos se reflejen en la conciencia de los demás. Y si no sucede tal cosa, porque... digámoslo así, el ambiente del momento no se presta a transportar y hacer florecer, amigo mío, los gérmenes..., los gérmenes de su idea de usted en la mente del prójimo, usted no puede decir que le basta con su conciencia. ¿Para qué le basta? ¿Para vivir usted solo? ¿Para consumirse en la sombra? ¡Ca!, amigo mío, ¡ca! Oígame: yo odio la Retórica, esa tía vieja, embustera y fanfarrona, lechuza con antiparras. Seguramente ha sido ella la autora de esta hermosa frasecita tan echada hacia delante: Con mi conciencia me basta. ¡Sí! Ya Cicerón dijo: Mea mihi conscientia pluris est quam hominum sermo. Pero Cicerón, digámoslo francamente, está muy bien en punto a elocuencia; mas... ¡Dios nos libre, amigo mío! Resulta tan pesado como un estudiante de violín.
  Me lo hubiera comido a besos. Sólo que mi simpático hombrecito no quiso seguir adelante en sus ingeniosos y conceptuosos razonamientos de que acabo de daros una muestra".

lunes, 29 de diciembre de 2014

"Crimen y castigo". Fedor Dostoievski (1821-1881)


 

"-No sé si sabe usted... Sí, se lo conté yo mismo -empezó Svidrigáilov- que estuve encarcelado aquí por deudas, por una cantidad enorme, y no contaba con recursos para poder pagar lo que debía. No es necesario entrar en detalles sobre cómo me rescató Marfa Petrovna. ¿Tiene usted idea de la ofuscación con que se puede llegar a amar una mujer? Marfa Petrovna era una mujer honrada, nada tonta aunque sin instrucción alguna. Ahora imagine que esa misma celosa y honradísima mujer, después de muchas explosiones de furor y muchos reproches, se avino a establecer conmigo una especie de contrato que observó durante el tiempo de nuestro matrimonio. El caso es que era bastante más vieja que yo y, además, llevaba siempre alguna especia en la boca. Yo fui lo bastante cerdo y, al mismo tiempo honrado, a mi modo, para declararle abiertamente que no podría serle del todo fiel. Esta confesión la puso furiosa aunque, al parecer, mi burda sinceridad le gustó hasta cierto punto: "Si me lo declara de antemano, quiere decir que no tiene la intención de engañar" y para una mujer celosa esto es lo primero. Después de muchas lágrimas establecimos entre los dos una especie de contrato verbal que consistía en lo siguiente: primero, yo nunca abandonaré a Marfa Petrovna y siempre seguiré siendo su marido; segundo, sin su permiso no me iré nunca; tercero, nunca tendré una amante fija; cuarto, Marfa Petrovna, a su vez, me permitirá a veces fijarme en alguna muchacha del servicio pero siempre con su secreto consentimiento; quinto, Dios me libre de querer a una mujer de nuestra clase; sexto, si se apodera de mí, que Dios no lo quiera, alguna pasión grande y seria, he de confesarlo a Marfa Petrovna. Por lo que respecta a este último punto, Marfa Petrovna estuvo siempre bastante tranquila; era una mujer inteligente y, por tanto, no podía considerarme sino como un libertino incapaz de amar en serio. Pero mujer inteligente y mujer celosa son dos cosas distintas, y en ello está el mal. De todos modos, para juzgar sin pasión a ciertas personas, es necesario renunciar de antemano a ciertas ideas preconcebidas y a la manera habitual de ver a los demás y a los objetos que nos rodean.
 [...] puse en juego un recurso grandioso e infalible para cautivar el corazón de una mujer, un recurso que no falla nunca, que influye de manera decisiva en todas las mujeres sin excepción. Se trata de un recurso conocido: la lisonja. Nada hay en el mundo tan difícil como decir francamente lo que se siente; nada tan fácil como la lisonja. Si en la sinceridad entra aunque sólo sea la centésima parte de una nota falsa se produce enseguida una disonancia y a ella sigue el escándalo. En cambio, la lisonja resulta agradable y se escucha con complacencia aunque sea falsa hasta la última nota; se escuchará, si quiere usted, con burda complacencia pero, al fin y al cabo, con complacencia. Por burda que sea la lisonja, por lo menos la mitad parece legítima. Y ello es así para las personas de todas las capas sociales, independientemente de su desarrollo. Incluso a una vestal cabe seducir por la lisonja. Nada digamos de las personas ordinarias. No puedo recordar sin reírme cómo seduje una vez a una mujer fiel a su marido, a sus hijos y a sus virtudes. ¡Qué divertido era y qué poco trabajo me costó! Y la señora era realmente virtuosa, por lo menos a su modo. Mi táctica consistía en mostrarme constantemente abrumado por su castidad y declararme vencido por ella. La halagaba de manera escandalosa y, no bien obtenía un apretón de manos o una mirada, comenzaba a hacerme reproches diciendo que se lo había arrancado a la fuerza, que ella se resistía, y de tal modo, que con toda seguridad nunca habría obtenido yo nada de no ser tan depravado; [...] En una palabra, lo logré todo y mi señora se quedó en alto grado convencida de que era inocente y casta, de que cumplía sus deberes y obligaciones y de que había caído por pura casualidad".
 

viernes, 26 de diciembre de 2014

"Tratado teológico-político". Baruch Spinoza (1632-1677)


 

"No; el Estado no tiene por fin transformar a los hombres de seres racionales en animales o autómatas, sino hacer de modo que los ciudadanos desarrollen en seguridad su cuerpo y espíritu, hagan libremente uso de su razón, no se profesen odio, furor y astucia y no se miren injustamente con ojos celosos. El fin del Estado es, pues, verdaderamente la libertad.
 Ahora bien, hemos visto que la formación de un Estado no es posible sino con esta condición y que el poder de dar decretos resida en el pueblo entero, o de varios hombres, o de uno solo. El libre pensamiento de los hombres, ¿no es infinitamente vario? ¿No cree cada cual saberlo todo? ¿No es imposible que todos los hombres tengan las mismas opiniones acerca de las mismas cosas y hablen de ellas en perfecta conformidad?
 ¿Cómo podrían vivir en paz si cada uno no hiciese libre y voluntariamente renuncia del derecho que tiene de obrar como le parece? El individuo resigna, pues, libre y voluntariamente, el derecho de obrar pero no el de raciocinar. Así, el que quiera respetar los derechos del soberano no debe obrar en contraposición a sus decretos, pero puede pensar, juzgar y, por consiguiente, hablar con libertad completa, siempre que ejecute todo esto llamando en su auxilio a la razón, no se deje dominar de la astucia, la cólera, el odio ni procure introducir alteración alguna en el Estado.
 Por ejemplo: un ciudadano demuestra que una ley determinada repugna a la razón y piensa que debe ser, por este motivo, derogada; si somete su opinión al juicio del soberano (al cual sólo pertenece establecer y abolir las leyes), y si durante este tiempo no obra contra la ley, merece bien del Estado como el mejor ciudadano; pero si, por el contrario, se lanza a acusar al magistrado de iniquidad, si procura hacerle odioso a la multitud, o bien si, con ánimo sedicioso, se esfuerza en derogar la ley en contra de la opinión del magistrado, es sólo un perturbador del orden público y un ciudadano rebelde.
 Vemos, pues, de qué modo cada ciudadano, sin lesionar los derechos ni la autoridad del poder, es decir, sin turbar el reposo del Estado, puede decir y enseñar las cosas que piensa; esto es, abandonando al soberano el derecho de ordenar por decreto las cosas que deben ser ejecutadas y no haciendo cosa alguna contra sus decretos, aunque se vea así obligado a obrar en oposición a su conciencia; lo que puede hacer, por otra parte, sin ultrajar a la justicia ni a la piedad y, es más, lo que debe hacerse si se quiere ser ciudadano justo y piadoso.
 [...] No es esto sólo; un ciudadano no puede obrar contra las inspiraciones de su propia razón haciéndolo conforme a las órdenes de su soberano, porque en virtud de las inspiraciones de su razón resolvió transferir al soberano el derecho que tenía de vivir a su antojo.
 [...] Del examen de los fundamentos del Estado se deduce que cada cual puede usar racionalmente de su libre entendimiento sin lesionar los derechos del soberano. Ahora bien, este mismo examen nos permite determinar fácilmente qué clases de opiniones son sediciosas; son aquellas que, enunciándose, destruyen el pacto por el cual cada ciudadano ha abandonado el derecho de obrar según su voluntad.
 Por ejemplo, si uno piensa que el poder del soberano no se funda en el derecho o que nadie está obligado a cumplir sus promesas, o que cada uno debe vivir según su voluntad; y otras del mismo género que están en contradicción flagrante con el pacto de que venimos hablando, es un ciudadano sedicioso, no tanto a causa de su opinión como a causa del acto desarrollado en tales juicios".
 

jueves, 25 de diciembre de 2014

"La riqueza de las naciones". Adam Smith (1723-1790)


  

"El primer deber del soberano, el de proteger a la sociedad de la violencia y agresión de otras sociedades independientes, sólo puede cumplirse mediante una fuerza militar. Pero el gasto que comporta la preparación de dicha fuerza militar en tiempos de paz y el empleo de la misma en tiempo de guerra es muy diferente en los diversos estadios de la sociedad y en los diferentes momentos de su desarrollo. [...]
 El segundo deber del soberano, el de proteger en cuanto le sea posible a cada miembro de la sociedad contra la injusticia y opresión de cualquier otro miembro de la misma, o el deber de establecer una administración exacta de la justicia, también requiere un gasto muy distinto en los diversos estadios de la sociedad. [...] El rico, en particular, está interesado en mantener ese estado de cosas que continúa asegurándole sus privilegios. Los hombres que no son tan ricos se asocian para defenderse de los privilegios de aquellos de riqueza superior, de modo que estos últimos se asocian para defender sus posesiones. [...] El gobierno civil, instaurado para la seguridad de la propiedad, se establece en realidad para defender a los ricos frente a los pobres, o sea, a aquellos que tienen alguna propiedad frente a los que no tienen ninguna. [...]
  Cuando el poder judicial está unido al poder ejecutivo es casi imposible que la justicia no resulte sistemáticamente sacrificada en aras de lo que vulgarmente se denomina la política. Las personas a quienes se confían los más altos intereses del Estado, incluso aunque no tengan una mentalidad corrupta, podrán en ocasiones imaginar que los derechos de un ciudadano privado deben ser sacrificados ante esos intereses. La libertad de cada individuo, la sensación que tiene de su propia seguridad, depende de una administración imparcial de la justicia. Para que cada persona se sienta plenamente segura de la posesión de cualquier derecho que le corresponda no sólo es necesario que el poder judicial esté separado del ejecutivo sino que además debe tener con respecto a este poder la máxima independencia. El juez no debería estar expuesto a ser destituido según el capricho del poder ejecutivo y el pago regular de su salario no debería depender de la buena voluntad y ni siquiera de la buena gestión económica de ese poder.
  El tercer y último deber del soberano o Estado es el de construir y mantener esas instituciones y obras públicas que, aunque resulten muy beneficiosas para una gran sociedad son, sin embargo, de tal naturaleza que el beneficio nunca reembolsaría el coste de la inversión y que no puede esperarse que ningún individuo o grupo reducido de individuos vaya a construir o mantener. El cumplimiento de este deber también requiere un gasto muy diferente en las diversas etapas de la sociedad.
 Después de las obras e instituciones públicas necesarias para la defensa de la sociedad y la administración de la justicia ya mencionadas, las demás obras e instituciones de esta clase son fundamentalmente las que facilitan el comercio de la sociedad y las que promueven la instrucción del pueblo. [...] Sin necesidad de prueba, es evidente que la realización y conservación de las obras públicas que facilitan el comercio de cualquier país -como caminos, puentes, canales navegables, puertos, etc.- requieren un gasto muy diverso en las diferentes clases de sociedad. [...] No parece necesario que el coste de esas obras públicas sea sufragado por los denominados ingresos públicos cuya recaudación y asignación corresponden en la mayor parte de los países al poder ejecutivo. El grueso de esas obras públicas puede fácilmente gestionarse para que suministren un ingreso específico suficiente a fin de hacer frente a su propio coste, sin hace recaer carga alguna sobre el ingreso general de la sociedad. [...] Las instituciones para la educación de los jóvenes pueden, de la misma forma, proporcionar un ingreso suficiente para sufragar sus gastos. Las tasas u honorarios que el estudiante paga al maestro constituyen un ingreso de este tipo. [...] El Estado puede facilitar esa adquisición estableciendo en todas las parroquias o distritos una pequeña escuela donde los niños puedan estudiar pagando una tasa tan moderada que incluso un trabajador común sea capaz de asumir; y en la que el maestro sería pagado sólo en parte por el Estado, ya que si fuese pagado sólo por el Estado pronto se acostumbraría a desatender su trabajo".

miércoles, 24 de diciembre de 2014

"El gen egoísta". Richard Dawkins (1941)


      

"Podemos establecer que los diferentes tipos de sistemas de procreación que encontramos entre los animales -monogamia, promiscuidad, harenes, etc.- pueden ser comprendidos en términos de conflicto de intereses entre los machos y las hembras. Los individuos de ambos sexos "desean" aumentar al máximo su producción reproductora total durante sus vidas. Debido a las diferencias fundamentales entre el tamaño y número de los espermatozoides y los óvulos, los machos, en general, tienden a ser propensos a la promiscuidad y a la carencia de solicitud paternal. Las hembras cuentan con dos posibilidades principales de contramaniobra que yo he denominado estrategias del macho viril y de la felicidad doméstica. Las circunstancias ecológicas de una especie determinarán que las hembras se inclinen a adoptar una u otra de dichas contramaniobras, y también determinará la forma en que responderán los machos. En la práctica, todos los tipos de situaciones intermedias entre las estrategias del macho viril y de la felicidad doméstica se dan en la naturaleza y, según hemos visto, existen casos en que el padre dedica más atención y cuidados a los hijos que a la madre. [...]
 Primeramente, tienden a ser los machos quienes se interesan por el atractivo sexual y los colores llamativos mientras que las hembras tienden a los colores más opacos. Individualmente ambos sexos intentan evitar ser comidos por los predadores y existirá alguna presión evolutiva sobre ambos sexos para los colores opacos. Los colores brillantes atraen a los predadores en igual medida que atraen a las parejas sexuales. En términos genéticos significa que los genes para los colores brillantes tienen más posibilidades de terminar en los estómagos de los predadores que los genes para los colores opacos. Por otra parte, los genes para los colores opacos pueden tener menos posibilidades que aquellos para los colores vivos de encontrarse en la siguiente generación ya que los individuos de colores parduscos tienen dificultades para atraer a sus compañeros. Existen, por lo tanto, dos presiones selectivas en conflicto: los predadores tienden a eliminar a los genes para los colores vistosos del acervo génico, y los compañeros sexuales tienden a eliminar a los genes para los colores opacos. Al igual que en tantos otros casos, las eficientes máquinas de supervivencia pueden ser consideradas como un acuerdo entre presiones selectivas en conflicto. Lo que a nosotros nos interesa, por el momento, es que el acuerdo óptimo para un macho parece ser diferente del acuerdo óptimo para una hembra. Es, por supuesto, totalmente compatible con nuestra apreciación de los machos como jugadores de alto riesgo, grandes ganancias. [...]
 Otra diferencia sexual bastante común es que las hembras son más exigentes que los machos en lo que se refiere a la elección de compañero. Una de las razones para esta exigencia por un individuo de cualquiera de los dos sexos es la necesidad de evitar unirse a un miembro de otra especie. Tales casos de hibridación son negativos por varias razones. [...] Cuanto más estrechamente relacionadas se encuentren las especies, como en el caso del cruce de los caballos y los burros, el costo, por lo menos para la hembra, puede ser considerable. [...] Un macho, por otra parte, tiene menos que perder si se une a un miembro de otra especie y, aun cuando nada gane, podemos esperar que los machos sean menos exigentes en su elección de pareja sexual. Siempre que se ha analizado este hecho ha resultado cierto.
  Aun dentro de una especie, puede haber razones para ser exigentes. El acoplamiento incestuoso, al igual que la hibridación, puede tener consecuencias genéticas dañinas, en este caso porque los genes recesivos letales y semiletales surgen a la superficie. [...]
 En general, los machos tienden a ser más promiscuos que las hembras. Desde el momento en que las hembras producen un número limitado de óvulos a un ritmo relativamente lento, poco provecho sacará de un gran número de copulaciones con diferentes machos. Un macho, por otra parte, que puede producir millones de espermatozoides cada día, sacará buen provecho de cuantos acoplamientos pueda conseguir. [...]
  Un rasgo de nuestra sociedad que parece decididamente anómalo es el relativo a la cuestión de la propaganda sexual. [...] Es cierto, por supuesto, que algunos hombres se visten ostentosamente y ciertas mujeres lo hacen con colores apagados, pero normalmente no hay duda de que en nuestra sociedad el equivalente de la cola del pavo real es exhibido por las mujeres, no por los hombres".
 

martes, 23 de diciembre de 2014

"La risa". Henri Bergson (1859-1941)


 

"He aquí el primer punto sobre el cual he de llamar la atención. Fuera de lo que es propiamente humano no hay nada cómico. Un paisaje podrá ser bello, sublime, insignificante o feo, pero nunca ridículo. Si reímos a la vista de un animal, será por haber sorprendido en él una actitud o una expresión humana. Nos reímos de un sombrero, no porque el fieltro o la paja de que se compone motiven por sí mismos nuestra risa, sino por la forma que los hombres le dieron, por el capricho humano en que se moldeó. No me explico que un hecho tan importante, dentro de su sencillez, no haya fijado más la atención de los filósofos. Muchos han definido al hombre como "un animal que ríe".
  Habrían podido definirle también como un animal que hace reír, porque si algún otro animal o cualquier cosa inanimada produce la risa, es siempre por su semejanza con el hombre, por la marca impresa por el hombre o por el uso hecho por el hombre.
  He de indicar ahora, como síntoma no menos notable, la insensibilidad que de ordinario acompaña a la risa. Dijérase que lo cómico sólo puede producirse cuando recae en una superficie espiritual y tranquila. Su medio natural es la diferencia. No hay mayor enemigo de la risa que la emoción. No quiero decir que no podamos reírnos de una persona que, por ejemplo, nos inspire piedad y hasta afecto; pero en este caso será preciso que por unos instantes olvidemos ese afecto y acallemos esa piedad. En una sociedad de inteligencias puras quizá no se llorase, pero probablemente se reiría, al paso que entre almas siempre sensibles, concertadas al unísono, en las que todo acontecimiento produjese una resonancia sentimental, no se conocería ni comprendería la risa. Probad por un momento a interesaros por cuanto se dice y cuanto se hace; obrad mentalmente con los que practican la acción; sentid con lo que sienten; dad, en fin, a vuestra simpatía su más amplia expansión y, como al conjuro de una varita mágica, veréis que las cosas más frívolas se convierten en graves y que todo se reviste de matices severos. Desimpresionaos ahora, asistid a la vida como espectador indiferente y tendréis muchos dramas trocados en comedia. Basta que cerremos nuestros oídos a los acordes de la música en un salón de baile para que, al punto, nos parezcan ridículos los danzarines. ¿Cuántos hechos humanos resistirían a esta prueba? ¿Cuántas cosas no veríamos pasar de lo grave a lo cómico, si las aislásemos de la música del sentimiento que las acompaña? Lo cómico, para producir todo su efecto, exige como una anestesia momentánea del corazón. Se dirige a la inteligencia pura.
  Pero esta inteligencia ha de estar en contacto con las inteligencias. Y he aquí el tercer hecho sobre el cual deseaba llamar la atención. No saborearíamos lo cómico si nos sintiésemos aislados. Diríase que la risa necesita de un eco. Escuchadlo bien: no es un sonido articulado, neto, definitivo; es algo que querría prolongarse y repercutir progresivamente; algo que rompe en un estallido y va retumbando como el trueno en la montaña. Y, sin embargo, esta repercusión no puede llegar a lo infinito. Camina dentro de un círculo, todo lo amplio que se quiera, pero no por ello menos cerrado. Nuestra risa es siempre la risa de un grupo. Quizá os haya ocurrido en el coche de un tren o en una mesa de fonda oír a los viajeros referir historias que debían tener para ellos un gran sabor cómico puesto que reían con toda su alma. Si hubieseis estado en su compañía, seguramente también habríais reído. Pero como no lo estabais, no sentíais la menor gana de reír. Un hombre al que le preguntaron por que no lloraba al oír un sermón que a todo el auditorio movía a llanto, respondió: "No soy de esta parroquia". Lo que este hombre pensaba de las lágrimas podría explicarse más exactamente de la risa. Por muy espontánea que se la crea siempre oculta un prejuicio de asociación y hasta de complicidad con otros rientes efectivos o imaginarios. ¿No se ha dicho muchas veces que en un teatro es más frecuente la risa del espectador cuanto más llena está la sala?"

lunes, 22 de diciembre de 2014

"¿Qué es filosofía?". José Ortega y Gasset (1883-1955)


  

"Pero esto supone que hay en el pensamiento una dualidad o duplicidad: el pensamiento reflejado y el pensamiento reflejante. Es conveniente que analicemos, siquiera sea al galope, los elementos mínimos que integran todo pensar a fin de obtener claridad sobre ciertos conceptos muy usados en la filosofía moderna, tales como sujeto, yo, contenidos de conciencia, etc. Nos conviene tenerlos bien limpios, desinfectados, prestos porque ciertamente el pensamiento se da también cuenta de otras cosas que no son él. Así, ahora estamos viendo este teatro y mientras no hacemos más que ver, en ese nuestro ver nos parece que el teatro existe fuera y aparte de nosotros. Pero ya notamos que esto era una creencia problemática adscrita a todo acto de pensar inconsciente, es decir, a todo acto de pensar que se ignora a sí mismo. El teatro-alucinación no parece al alucinado existir menos realmente que el que ahora tenemos delante. Esto nos hace caer en la cuenta de que ver no es salir el sujeto de sí mismo y ponerse mágicamente en contacto con la realidad misma. El teatro de alucinación y el auténtico existen ambos, por lo pronto, sólo en mí, son estados de mi mente, son cogitationes o pensamientos. Son -como comenzó a decirse desde fines del siglo XVIII hasta nuestros días- contenidos de la conciencia, del yo, del sujeto pensante. Toda otra realidad de las cosas más allá de la que tienen como ideas nuestras es problemática y, en el mejor caso, derivada de esta primaria que poseen como contenidos de la conciencia. El mundo exterior está en nosotros, en nuestro idear. El mundo es mi representación -como diría toscamente el tosco Schopenhauer. La realidad es idealidad. En rigor y en pura verdad existe sólo el ideante, el pensante, el consciente: yo -yo mismo, me ipsum.
  En mí, es cierto, aparecen los más variados paisajes; todo eso que ingenuamente creía haber en mi derredor y en que creía estar y apoyarme, renace ahora como flora y fauna interior. Son estados de mi subjetividad. Ver no es salir de sí, sino encontrar en sí la imagen de este teatro, trozo de la imagen Universo. La conciencia está siempre consigo, es inquilino y casa a la vez, es intimidad -la intimidad superlativa y radical de mí mismo conmigo mismo. Esta intimidad en que consisto y que hace de mí un ser cerrado, sin poros, sin ventanas. Si en mí hubiere ventanas y poros entraría el aire de fuera, me invadiría la supuesta realidad exterior -y entonces habría en mí efectivamente cosas ajenas a mí, habría en mí gente- y no sería yo pura, exclusiva intimidad. Pero este descubrimiento de mi ser como intimidad, que me proporciona la delicia de tomar contacto conmigo mismo en lugar de verme como una cosa exterior entre las demás cosas, tiene en cambio el inconveniente de que me recluye dentro de mí, hace de mí cárcel y, a la vez, prisionero. Estoy perpetuamente arrestado dentro de mí. Soy Universo pero, por lo mismo, soy uno... solo. El elemento de que estoy hecho, el hilo de que estoy tejido es soledad.
  Así concluimos el otro día. La tesis idealista, dueña de la cultura durante toda la Edad Moderna, es, sin duda, firmísima pero, a la vez, es frenética si se la mira desde el punto de vista del buen burgués y de la vida corriente. No cabe paradoja mayor: vuelca del revés la manera de pensar el Universo que la vida no filosófica ejercita. Por lo mismo, es un excelente ejemplo de ese heroísmo intelectual que yo anunciaba días pasados como característico del filosofar. Es llegar sin conmiseración a las últimas consecuencias que exige nuestro razonamiento, es ir hasta donde la pura teoría nos lleve. Inclusive si nos lleva a lo que el buen burgués llamaría absurdo -a lo que llamará absurdo y se negará a aceptar el buen burgués que habita siempre en uno de los pisos de nuestra propia persona".