jueves, 31 de diciembre de 2015

"El médico".- Noah Gordon (1926)


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42.- La diversión del sha

 "Sólo pasó doce semanas en la admisión de nuevos pacientes, y luego le asignaron un destino que detestaba: los aprendices de médico se turnaban prestando servicios en el tribunal islámico los días en que el kelonter ejecutaba las sentencias.
 La primera vez que volvió a la cárcel y pasó cerca de los carcans se le revolvió el estómago.
 Un guardia lo condujo hasta una mazmorra donde un hombre se revolcaba y gemía. En el sitio donde tendría que haber estado la mano derecha del preso, una cuerda de cáñamo ataba un áspero trapo azul a un muñón, por encima del cual el antebrazo aparecía terriblemente hinchado.
 -¿Me oyes? Soy Jesse.
 -Sí, señor -musitó el hombre.
 -¿Cómo te llamas?
 -Soy Djahel.
 -Djahel, ¿cuánto hace que te cortaron la mano?
 El hombre movió la cabeza, desconcertado.
 -Dos semanas -dijo el guardia.
 Al quitar el trapo, Rob encontró un relleno de boñiga de caballo. En sus tiempos de cirujano barbero había visto a menudo usar para ese fin la boñiga, y sabía que no sólo rara vez resultaba beneficiosa, sino que, con toda probabilidad, era dañina. Así pues, la arrancó.
 El extremo del antebrazo cercano a la amputación estaba ligado con otro trozo de cáñamo. Debido a la inflamación, las cuerdas se habían hundido en el tejido, y el brazo empezaba a ponerse negro. Rob cortó la venda y lavó con sumo cuidado y lentamente el muñón. Lo untó con una mezcla de sándalo y agua de rosas, y lo llenó de alcanfor en lugar de la boñiga. Dejó a Djahel refunfuñando, pero aliviado.
 Ésa fue la mejor parte del día, porque de los calabozos lo llevaron al patio de la cárcel para asistir al inicio de los castigos.
 Era prácticamente lo mismo que había presenciado durante su propio confinamiento, salvo que, estando en el carcan, tenía la posibilidad de replegarse en la inconsciencia. Ahora permanecía petrificado entre los mullahs que entonaban sus preces mientras un guardia musculoso levantaba un alfanje de gran tamaño. El prisionero, un hombre de cara gris condenado por fomentar la traición y la sedición, fue obligado a arrodillarse y apoyar la mejilla contra el bloque.
 -¡Amo al sha! ¡Beso sus sagrados pies! -gritó el arrodillado en un vano intento por eludir la condena, pero nadie le respondió, y el alfanje ya silbaba en el aire.
 El golpe fue limpio, la cabeza rodó y quedó apoyada contra un carcan, con los ojos todavía desorbitados de angustiado terror. Se llevaron los restos y, a continuación, le abrieron la barriga a un joven al que habían encontrado con la esposa de otro. Esta vez el mismo verdugo blandió una daga larga y delgada, y con un tajo de izquierda a derecha destripó eficazmente al adúltero.
 Afortunadamente, ese día no había asesinos, a los que también habrían destripado y luego descuartizado para que fueran pasto de perros y aves carroñeras.
 Después de los castigos menores, fueron requeridos los servicios de Rob.
 Un ladrón que todavía no era hombre se ensució de miedo en los pantalones cuando le cortaron la mano. Había un cazo con resina caliente, pero Rob no la necesitó porque la fuerza de la amputación cerró a cal y canto el muñón, y sólo tuvo que lavarlo y vendarlo. Lo pasó peor con una mujer gorda y plañidera a la que por segunda vez condenaron por mofarse del Corán: la privaron de la lengua. La sangre roja manaba a través de sus gritos roncos y mudos, hasta que Rob logró cerrar un vaso.
 En el interior de Rob comenzó a abrirse paso el odio por la justicia musulmana y el tribunal de Qandrasseh".

miércoles, 30 de diciembre de 2015

"El clan del oso cavernario".- Jean M. Auel (1936)


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  VII

 "Y había gran diversidad de comestibles entre los cuales escoger.
 Truchas plateadas relampagueaban entre las salpicaduras blancas del torrente; se las podía atrapar con la mano y con una paciencia infinita mientras los imprudentes peces reposaban bajo raíces y rocas medio sumergidas en el agua. Esturiones y salmones gigantescos, llenos a veces de caviar negro o huevas de color rosa claro, acechaban cerca de la desembocadura de la corriente, mientras enormes peces-gato y bacalaos negros barrían el fondo del mar interior. Redes de arrastre, hechas con los pelos largos de animales, trenzados a mano para formar cuerdas, extraían del agua los enormes pescados que huían velozmente de los vadeadores que los perseguían empujándolos hacia la barrera de mallas anudadas. A menudo caminaban los más de diez kilómetros que los separaban de la costa del mar, y no tardaban en disponer de una reserva de pescado salado, que habían secado sobre sus hogueras humeantes. Recogían moluscos y crustáceos, útiles para hacer cucharones, cuencos y tazas, y también por constituir un bocado suculento. Los miembros del clan trepaban por riscos escarpados para recoger huevos en los incontables nidos de aves marinas que anidaban en los promontorios rocosos frente al agua, y de vez en cuando una piedra bien lanzada proporcionaba el deleite adicional de un alcatraz, una gaviota o un alca grande.
 Recolectaban raíces, hojas y tallos carnosos, calabazas, verduras, bayas, frutas, nueces y granos, cuando era la temporada de cada uno de ellos, a medida que avanzaba el verano. Ponían a secar hojas, flores y hierbas para hacer infusiones y aromatizar, y llevaban a la cueva terrones de sal arenosa, que habían quedado al descubierto cuando el gran glaciar septentrional absorbía la humedad y hacía retroceder las costas, para sazonar las comidas invernales.
 Los cazadores salían con frecuencia. Las estepas próximas, ricas en hierbas y forrajes y totalmente descubiertas, con excepción de algunos bosques de árboles atrofiados, abundaban en rebaños de animales herbívoros. Gigantescos venados recorrían las llanuras herbosas, con sus enormes cornamentas alzándose hasta tres metros en los ejemplares más grandes, junto a bisontes descomunales, con astas de dimensiones similares. Pocas veces llegaban tan al sur los caballos esteparios, pero asnos y onagros -la raza de burros intermedia entre caballos y asnos- recorrían las llanuras abiertas de la península mientras su robusto y macizo primo, el caballo selvático, vivía aislado o en grupos familiares poco numerosos, cerca de la cueva. Las estepas alojaban también grupos más pequeños y poco frecuentes de ese pariente de la cabra, que habita las tierras bajas: el antílope saiga.
 El terreno llano entre la pradera y los contrafuertes montañosos era el hogar del uro, un animal salvaje, de color oscuro o negro, antepasado de razas domésticas más apacibles. El rinoceronte selvático -emparentado con ulteriores especies tropicales de ramoneadores, pero adaptado a las selvas templadas frías- sólo se adentraba un poco en el territorio de otra variedad de rinocerontes que preferían la hierba del llano. Ambos, con sus cuernos de implantación nasal y más cortos y su cabeza horizontal, diferían del rinoceronte lanudo en que, junto con los mamuts lanudos, eran unos visitantes estacionales. [...]
 Una corta primavera mezclaba la escasa nieve con la capa superior del permafrost lo suficiente para que brotaran hierbas y pastos de fácil arraigo. Crecían rápidamente convirtiéndose en heno vivo, miles y miles de hectáreas de forraje para los millones de animales que se habían adaptado al frío helado del continente. [...]
 Además de los caballos y rinocerontes selváticos, encontraban su hogar en el paisaje arbolado cerdos salvajes y diversas variedades de venados". 

martes, 29 de diciembre de 2015

"Mito y realidad".- Mircea Eliade (1907-1986)


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Capítulo IX: Pervivencias del mito y mitos enmascarados
Mitos y "mass-media"

 "Pero lo que nos interesa aquí es que las élites encuentran en la extravagancia y en la ininteligibilidad de las obras modernas la posibilidad de una gnosis iniciática. Es un "nuevo mundo" lo que se está reconstruyendo sobre las ruinas y los enigmas, un mundo casi privado, que se quería para sí y para un puñado de iniciados. Pero el prestigio de la dificultad y de la incomprensibilidad es tal que, muy pronto, el "público" se ve conquistado  a su vez y proclama su adhesión total a los descubrimientos de la élite
 La destrucción de los lenguajes artísticos la llevó a cabo el cubismo, el dadaísmo y el surrealismo, el dodecafonismo y la "música concreta", James Joyce, Beckett y Ionesco. A los epígonos no les queda más que encarnizarse en demoler lo que ya está en ruinas. Como recordamos en un capítulo precedente, los creadores auténticos no aceptan instalarse en los escombros. Todo nos lleva a creer que la reducción de los "universos artísticos" al estado primordial de materia prima no es más que un momento en un proceso más complejo; como en las concepciones cíclicas de las sociedades arcaicas y tradicionales, al "caos", a la regresión de todas las formas a lo indistinto de la materia prima, les sigue una nueva creación equiparable a una cosmogonía.
 La crisis de las artes modernas no interesa más que subsidiariamente a nuestro propósito. Sin embargo, debemos detenernos un instante en la situación y el papel de la literatura, especialmente de la literatura épica, que no carece de relación con la mitología y los comportamientos míticos. Se sabe que el relato épico y la novela, como los demás géneros literarios, prolongan en otro plano y con otros fines la narración mitológica. En ambos casos se trata de contar una historia significativa, de relatar una serie de acontecimientos dramáticos que tuvieron lugar en un pasado más o menos fabuloso. Sería inútil recordar el largo y complejo proceso que transformó la "materia mitológica" en "tema" de narración épica. Lo que hay que subrayar es que la prosa narrativa, la novela especialmente, ha ocupado, en las sociedades modernas, el lugar que tenía la recitación de los mitos y de los cuentos en las sociedades tradicionales y populares. Aún más: es posible desentrañar la estructura "mítica" de ciertas novelas modernas, se puede demostrar la supervivencia literaria de los grandes temas y de los personajes mitológicos. (Esto se verifica, ante todo, para el tema iniciático, el tema de las pruebas del Héroe-Redentor y sus combates contra los monstruos, las mitologías de la Mujer y de la Riqueza.) En esta perspectiva, podría decirse que la pasión moderna por las novelas traiciona el deseo de oír el mayor número posible de "historias mitológicas" desacralizadas o simplemente disfrazadas bajo formas "profanas".
 Otro hecho significativo: la necesidad de leer "historias" y narraciones que podrían llamarse paradigmáticas, puesto que se desarrollan según un modelo tradicional. Cualquiera que sea la gravedad de la crisis actual de la novela, es incuestionable que la necesidad de introducirse en universos "extranjeros" y de seguir las peripecias de una "historia" parece consustancial a la condición humana y, por consiguiente, irreductible. Hay en ella una exigencia difícil de definir, a la vez deseo de comunicarse con los "otros", los "desconocidos", y de compartir sus dramas y sus esperanzas, y deseo de enterarse de lo que ha podido pasar. Difícilmente se puede concebir un ser humano que no sienta la fascinación del "relato", de la narración de acontecimientos significativos, de lo que ha sucedido a los hombres provistos de la "doble realidad" de los personajes literarios (que a la vez reflejan la realidad histórica y psicológica de los miembros de una sociedad moderna y disponen del poder mágico de una creación imaginaria).
 Pero la "salida del Tiempo" operada por la lectura -particularmente la lectura de novelas- es lo que acerca más la función de la literatura a la de las mitologías". 

lunes, 28 de diciembre de 2015

"El filo de la navaja".- W. Somerset Maughan (1874-1965)


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Capítulo IV
6
 "Isabel, algo apaciguada, esperó a que continuara, y conocedor de que las mujeres siempre escuchan con agrado a quien habla del amor, proseguí así:
 -Los moralistas pretenden convencernos de que el instinto sexual no tiene mucho que ver con el amor. Tienden a hablar de tal instinto como si fuera un epifenómeno.
 -¡Válgame Dios! ¿Y qué es eso?
 -Pues verás: hay psicólogos que creen que la conciencia acompaña a las funciones cerebrales y es por ellas determinada, pero que no ejerce influencia alguna sobre ellas. Algo así como lo que ocurre con la imagen de un árbol reflejada por el agua; no podría existir sin el árbol, pero no afecta al árbol ni poco ni mucho. A mí me parece una tontería decir que pueda existir el amor sin pasión; cuando dice la gente que puede perdurar el amor después de muerta la pasión, están pensando en algo distinto del amor: cariño, simpatía, comunidad de gustos e intereses, costumbre... Sobre todo, costumbre. Dos personas pueden continuar teniendo relaciones sexuales por fuerza de la costumbre, exactamente igual que sienten hambre a la hora en que están habituados a comer. Claro es que puede existir el deseo sin amor. Pero el deseo no es igual que la pasión. El deseo es la consecuencia natural del instinto sexual, y no tiene mayor importancia que cualquier otra función del animal humano. Por eso cometen un error las mujeres que se ponen por las nubes si sus maridos se entregan a una aventurilla casual cuando el momento y el lugar les son propicios.
 -¿Y es eso aplicable sólo a los hombres?
 Sonreí.
 -Si me apuras, confesaré que, lógicamente, también debiera poder aplicarse a las mujeres. La única objeción sería que, mientras las emociones del hombre no resultan afectadas por una unión pasajera de esa índole, las de la mujer, sí.
 -Depende de la mujer.
 No iba yo a dejar que me interrumpiera.
 -Si un amor no es pasión, no es amor, sino otra cosa; y la pasión no prospera siendo satisfecha, sino estorbada. ¿Qué supones que quiso dar a entender Keats al decir al amante representado en su urna griega que no sufriese? "Por siempre tú amarás, y eterna es su belleza". Porque jamás podría hacer suya a su amada, y por desalentadamente que la persiguiera, ella escaparía siempre. Porque ambos estaban plasmados en el inmóvil mármol de la que sospecho que era una obra de arte bastante mediocre. Vuestro amor, el tuyo por Larry y el que Larry te profesaba, era tan natural y sencillo como el de Paolo y Francesca, o el de Romeo y Julieta. Te casaste con un hombre rico, y Larry se dedicó a recorrer el mundo para escuchar los cánticos de las sirenas. Pero no hubo pasión alguna entre vosotros.
 -¿Cómo lo sabes?
 -Porque la pasión no piensa las consecuencias. Dice Pascal que el corazón tiene razones que la razón no toma en cuenta. Si quiso decir lo que yo supongo, opinaba que cuando la pasión se apodera del corazón, inventa razones que no solamente parecen plausibles, sino convincentes, para demostrar que vale la pena perder el mundo por salvar un amor. Y nos convence de que vale la pena sacrificar el honor y de que no es precio caro el sentir oprobio y vergüenza. La pasión es destructora. Destrozó a Marco Antonio y Cleopatra, a Tristán e Iseo, a Parnell y a Kitty O'Shea. Y cuando no destroza, muere ella. Y entonces quizá se encuentre uno enfrentado con el desolador descubrimiento de haber malgastado los mejores años de su vida, de que se ha deshonrado uno con su conducta, soportado los terribles dolores de los celos, tragado las más amargas mortificaciones, que ha gastado toda su ternura, y vaciado todo el precioso contenido de la propia alma sobre una pobre ramera, un necio o un fantoche al cual buscamos vestir con nuestros ensueños, y que no valía ni lo que una pastilla de goma de masticar".     

domingo, 27 de diciembre de 2015

"Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos".- Bernard Le Bouvier de Fontenelle (1657-1757)


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Cuarta noche: Peculiaridades de los mundos de Venus, de Mercurio, de Marte, de Júpiter y de Saturno

"-Se está bien seguro -dije a la marquesa- de que Venus gira sobre sí mismo, pero no se sabe exactamente en qué tiempo ni, en consecuencia, cuánto duran sus días. En cuanto a sus años, no son más que de ocho meses, puesto que es el tiempo que tarda en girar alrededor del Sol. Es del tamaño de la Tierra y, en consecuencia, la Tierra desde Venus parece del mismo tamaño que él, nos parece a nosotros.
 -Me alegro -dijo la marquesa-, la Tierra podrá ser para Venus el lucero del alba y madre de los amores, como Venus lo es para nosotros. Estos nombres no pueden ser adecuados más que a un planeta que sea bonito, claro, brillante y que tenga un aire galante.
 -Estoy de acuerdo -respondí-. Pero ¿sabéis qué es lo que hace a Venus tan bonito desde lejos? Que, de cerca, es espantoso. Con el telescopio se ha visto que no es más que una masa de montañas mucho más altas que las nuestras, muy puntiagudas y, al parecer, más áridas. Y esta disposición de la superficie de un  planeta es la más adecuada para que la luz pueda reflejarse con mucho brillo y vivacidad. Nuestra Tierra, cuya superficie es más plana que la de Venus y, en parte, cubierta de mares, podría muy bien no resultar agradable a la vista desde lejos.
 -Tanto peor -dijo la marquesa-, pues seguramente sería para ella una ventaja y un placer presidir los amores de los habitantes de Venus; estas gentes deben entender bien la galantería.
 -¡Oh!, sin duda -repliqué-. El pueblo de Venus no está compuesto más que por Celadones y Silvanos, y sus conversaciones más comunes valen tanto como las más bellas de Clelia. El clima es muy favorable a los amores; Venus está más próximo al Sol que nosotros y recibe una luz más viva y más calor. Está, aproximadamente, a dos tercios de la distancia del Sol a la Tierra.
 -Ahora veo cómo están hechos los habitantes de Venus -dijo la marquesa-. Se parecen a los moros granadinos, un pueblo negro, quemado por el sol, lleno de gracia y fuego, siempre enamorados, haciendo versos, amantes de la música, inventando fiestas, danzas y torneos todos los días.
 -Permitidme deciros, señora -repliqué-, que apenas conocéis a los habitantes de Venus. Nuestros moros granadinos, a su lado, no serían más que lapones o groenlandeses por su frialdad y estupidez. Pero ¿y los habitantes de Mercurio? Están más de dos veces próximos al Sol. Es preciso que estén locos a fuerza de vivacidad. Creo que no tienen memoria, no más que la mayor parte de los negros; que no reflexionan sobre nada, que no actúan más que a la ventura, y por movimientos repentinos y, en fin, que es en Mercurio donde están los manicomios del Universo. Ven el Sol nueve veces más grande que nosotros, y les envía una luz tan fuerte que si estuvieran aquí no tomarían nuestros hermosos días más que por pálidos crepúsculos; y quizá no podrían distinguir los objetos. El calor al que están acostumbrados es tan excesivo, que el que hace aquí, en el corazón de África, los helaría. Probablemente nuestros hierros, plata y oro se fundirían en su mundo, y no se les vería más que en estado líquido, del mismo modo que aquí el agua no se ve usualmente más que como líquido, aunque en ciertas ocasiones sea un cuerpo muy sólido. Las gentes de Mercurio no sospecharían que, lo que allí son líquidos que acaso forman sus ríos, en otro mundo son los cuerpos más duros que se conocen. Su año no tiene más que tres meses. La duración de su día no es conocida, porque Mercurio es tan pequeño y está tan próximo al Sol, entre cuyos rayos está casi siempre perdido, que escapa a toda destreza de los astrónomos, y no se lo ha podido captar lo suficiente para observar el movimiento que debe tener sobre su centro. Pero los habitantes necesitan que complete su giro en poco tiempo. Pues quemados como están por una gran estufa ardiente suspendida sobre sus cabezas, suspiran por la llegada de la noche. Durante ésta, están iluminados por Venus y la Tierra, que les deben parecer bastante grandes. En cuanto a los otros planetas, como que están más allá de la Tierra, hacia el firmamento, los ven más pequeños que nosotros, y de ellos reciben muy poca luz".  
    

sábado, 26 de diciembre de 2015

"Platero y yo".- Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

 
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7.- El loco

 "Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro, debo cobrar un extraño aspecto cabalgando en la blandura gris de Platero.
 Cuando, yendo a las viñas, cruzo las últimas calles blancas de cal con sol, los chiquillos gitanos, aceitosos y peludos, fuera de los harapos verdes, rojos y amarillos, las tensas barrigas tostadas, corren detrás de nosotros chillando largamente:
 -¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!
 ...Delante está el campo, ya verde. Frente al cielo inmenso y puro, de un incendiado añil, mis ojos -¡tan lejos de mis oídos!- se abren noblemente, recibiendo en su calma esa placidez sin nombre, esa serenidad armoniosa y divina que vive en el sinfín del horizonte...
 Y quedan, allá lejos, por las altas eras, unos agudos gritos, velados finamente, entrecortados, jadeantes, aburridos:
 -¡El lo... co! ¡El lo... co!
[...]

17.- El niño tonto

 Siempre que volvíamos por la calle de San José, estaba el niño tonto a la puerta de su casa, sentado en su sillita, mirando el pasar de los otros. Era uno de esos pobres niños a quienes no llega nunca el don de la palabra ni el regalo de la gracia; niño alegre él y triste de ver; todo para su madre, nada para los demás.
 Un día, cuando pasó por la calle blanca aquel mal viento negro, no vi ya al niño en su puerta. Cantaba un pájaro en el solitario umbral, y yo me acordé de Curros, padre más que poeta, que, cuando se quedó sin su niño, le preguntaba por él a la mariposa gallega:
 
 Volvoreta d'aliñas douradas...
 
 Ahora que viene la primavera, pienso en el niño tonto, que desde la calle de San José se fue al cielo. Estará sentado en su sillita, al lado de las rosas únicas, viendo con sus ojos, abiertos otra vez, el dorado pasar de los gloriosos.
[...]

46.-La tísica

 Estaba derecha en una triste silla, blanca la cara y mate, cual un nardo ajado, en medio de la encalada y fría alcoba. Le había mandado el médico salir al campo, a que le diera el sol de aquel mayo helado; pero la pobre no podía.
 -Cuando yego ar puente -me dijo-, ¡ya v'usté, zeñorito, ahí ar lado que ejtá!, m'ahogo...
 La voz pueril, delgada y rota, se le caía, cansada, como se cae, a veces, la brisa en el estío.
 Yo le ofrecí a Platero para que diese un paseíto. Subida en él, ¡qué risa la de su aguda cara de muerta, toda ojos negros y dientes blancos!
 ...Se asomaban las mujeres a las puertas a vernos pasar. Iba Platero despacio, como sabiendo que llevaba encima un frágil lirio de cristal fino. La niña, con su hábito cándido de la Virgen de Montemayor, lazado de grana, transfigurada por la fiebre y la esperanza, parecía un ángel que cruzaba el pueblo, camino del cielo del sur".  

viernes, 25 de diciembre de 2015

"Momo".- Michael Ende (1929-1995)


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11.- Cuando los malos tratan de hacer de lo malo lo mejor...

 "A la luz cenicienta de interminables pasillos, los agentes de la caja de ahorros de tiempo corrían y se susurraban unos a otros, excitados, la última noticia: todos los señores del consejo de administración se habían reunido en una sesión extraordinaria.
 Eso sólo podía significar que se avecinaba un gran peligro, deducían unos. Eso sólo podía querer decir que se habían planteado posibilidades nuevas, desconocidas, de ganar tiempo, concluían otros.
 En la gran sala de sesiones estaban reunidos los señores grises del consejo de administración. Estaban sentados, uno al lado de otro, alrededor de una mesa casi interminable. Cada uno de ellos llevaba, como siempre, su cartera gris plomo y cada uno fumaba su pequeño cigarro gris. Sólo se habían quitado los bombines, por lo que se veía que todos eran totalmente calvos.
 El ambiente, en la medida en que entre esos hombres se pueda hablar de ambiente, era bastante pesado.
 El presidente, en la cabecera de la larga mesa, se levantó. Se acabaron los murmullos y dos filas interminables de caras grises se volvieron hacia él.
 -Señores -comenzó-, la situación es seria. Me veo obligado a ponerlos a todos en conocimiento de los hechos amargos, pero irremediables.  Durante la caza de Momo hemos empleado a casi todos nuestros agentes disponibles. En total, la persecución duró seis horas, trece minutos y ocho segundos. Mientras tanto, todos los agentes participantes tuvieron que abandonar, necesariamente, su razón de ser, es decir, aportar tiempo. A esa pérdida hay que añadir el tiempo consumido por nuestros agentes durante la búsqueda. De esos dos puntos negativos resulta una pérdida de tiempo calculada muy exactamente en tres mil setecientos treinta y ocho millones doscientos cincuenta y nueve mil ciento catorce segundos.  Señores, eso es más que toda una vida humana. Creo que no hace falta que explique lo que ello significa para nosotros.
 Se interrumpió y señaló con gesto majestuoso hacia una gran puerta de acero con numerosos cerrojos y combinaciones en la pared frontal de la sala.
 -Nuestros almacenes de tiempo, señores -dijo, alzando la voz-, no son inagotables. ¡Si la persecución, por lo menos, hubiera sido fructuosa! Pero se trata de tiempo perdido con total inutilidad. La niña Momo se nos ha escapado.  Señores, no puede volver a pasar por segunda vez un asunto de esta índole. Me opondré con todas mis fuerzas a cualquier otra empresa de proporciones tan costosas. Tenemos que ahorrar, señores, no malversar. Por eso les ruego que hagan todos los planes futuros en este sentido. No tengo más que decir. Muchas gracias.
 Se sentó y expelió densas nubes de humo. Recorrieron la sala unos excitados murmullos.
 Al otro extremo de la mesa se levantó un segundo orador, y todas las caras se volvieron a él.
 -Señores -dijo-, a todos nos importa por igual el buen funcionamiento de nuestra caja de ahorros de tiempo. Pero me parece totalmente innecesario que nos intranquilicemos por este asunto o tratemos de convertirlo en una especie de catástrofe. Nada es menos cierto. Todos sabemos que nuestros almacenes de tiempo albergan ya tal cantidad de reservas, que incluso un múltiplo de la pérdida de la que se trata no nos pondría en un peligro serio. ¿Qué es una vida humana? ¡Una pequeñez! No obstante, estoy de acuerdo con nuestro presidente en que no debería repetirse un asunto así. Pero un suceso como el ocurrido con la niña Momo es totalmente irrepetible. Nunca antes ha ocurrido nada parecido y es altamente improbable que vuelva a ocurrir. El señor presidente ha censurado, con razón, que la niña Momo se nos haya escapado. Pero, ¿qué otra cosa queríamos, sino deshacernos de la niña? Y eso lo hemos conseguido. La niña ha desaparecido, ha huido del alcance del tiempo. Nos hemos librado de ella, creo que podemos estar satisfechos con este resultado.
 El orador se sentó, sonriendo con autosuficiencia. Desde algunos lados se oyeron débiles aplausos.
 Entonces se levantó un tercer orador de en medio de la larga mesa.
 -Seré breve -comenzó-. Considero irresponsables las palabras tranquilizadoras que acabamos de oír. Esa niña no es una niña corriente. Todos sabemos que dispone de facultades que pueden llegar a ser muy peligrosas para nosotros. El que el suceso no haya ocurrido antes de ahora no significa que no pueda repetirse. Debemos estar vigilantes. No podemos darnos por satisfechos antes de tener a esa niña realmente en nuestro poder. Sólo así podremos estar seguros de que no nos volverá a dañar. Porque si ha abandonado el alcance del tiempo, puede volver a él en cualquier momento. ¡Y volverá!".  

jueves, 24 de diciembre de 2015

"El águila bicéfala (Textos de amor)".- Antonio Gala (1930)


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Con el otoño a cuestas
Adiós
 "Esta noche también he soñado contigo. Corrías sobre el césped del jardín, vivo y dichoso, abanderando el rabo. Corrías hacia mí, me reclamabas. Tu ladrido pequeño henchía la mañana. He alargado la mano, todavía dormido, buscando por la cama a tientas tu cabeza. Sin encontrarte, Troylo. He encendido la luz. No estabas, Troylo. No volverás a estar... Dicen que no se pierde sino lo que nunca se tuvo. Es mentira. Yo te tuve: te tuve y no te tengo. Al pie del olivo que juntos estrenamos, una calva en el césped indica dónde estás. El césped que plantamos hace nada para que tú corrieras, divertido, sobre él; para que tú, al venir la primavera y su templado soplo, te revolcarás jugando sobre él. Tú no tendrás más primaveras, Troylo. Ahora eres tú quien abona ese césped. En esto acaba todo. ¿Quién puede hacerse cargo de tal contradicción?
 ***  
 ¿Pueden morir del todo alguna vez unos ojos que se han mirado tanto, se han entendido tanto, se han consolado tanto? Quizá tú ahora habitas con quien más has querido. Quizá tú ahora eres -si es que eres- más feliz que conmigo. Quizá tú trotas, moviendo la menuda grupa, por los verdes campos del Edén. Pero durante once años y medio anduviste enredado a mis piernas; arrebujaste tu lealtad a mi vera; me seguiste a dos pasos por este mundo que, sin ti, no es el mismo. Continuarán los pájaros y los amaneceres, la trama del olivo, el aterciopelado césped, el imparable trepar de la yedra y de la madreselva; florecerán, puntuales a su hora, glicinas y mimosas; el chorro de la fuente ascenderá en el aire, como la vida, sólo para caer. Pero no estarás tú, Troylo, compañero irrepetible mío. Nunca más, nunca más. Ya no habrá que sacarte a la calle tres veces cada día, ni tampoco habrá que sacarte las muelas de noviembre, ni acercarás resoplando el hocico a los respiraderos de los coches, ni te asomarás encantado por las ventanillas, ni me recibirás -enloquecido el rabo, ladrando y manoteando- a la puerta de la casa. Ya no habrá que secarte cuando llueva, ni cepillarte por la mañana al salir de la ducha, ni reñirte porque pides comida; ya no sabré qué hacer con el trocito último del filete... Nunca más. Y no me hago a la idea. ¿Qué es lo que has hecho, Troylo? Quiero dormir para soñar contigo, para jugar contigo y regañarte, para no comprobar que te he perdido.
 Con la garganta apretada he mandado hoy retirar tus breves propiedades; tu toalla, tu manta, tu cepillo, tu peine y tus correas: tus propiedades franciscanas, "dulces y alegres cuando Dios quería". Las he mandado retirar, pero no lejos. Porque a lo mejor una mañana te veo regresar, alegre y frágil, cariñoso y sonoro. (Acaso esta pesadilla es una broma tuya, y se abrirá una puerta y tú aparecerás. De mis oídos no se quita el ritmo de tus pasos, ni la impaciencia de tu cascabel.) O a lo mejor soy yo el que se acerca una mañana a ti -quién sabe- y te silbo y te llamo y tú levantas la cabeza con el gesto de siempre. No te preocupes, Troylo: si nada dura -ni el amor-, tampoco la muerte durará. En donde sea, estaremos todos juntos de nuevo, riendo y bromeando. Si no, no habría derecho.
 Mientras entró y salió la gente de mi vida -de nuestra vida-, tú permaneciste a mi lado, imperturbable, fiel, idéntico, amoroso. Juntos pasamos por la compañía y por la soledad. Llegaste, Troylo, a ser yo mismo de otro modo. El infortunio o el gozo, siempre lo compartimos. Quien a mí me dejó, te dejó a ti, y te quería quien a mí me quiso. Me hablaba yo, y era a ti a quien hablaba. La muerte se ha interpuesto en la conversación. Una vez más, la muerte. Ahora sí que envejezco. Ahora sí que estoy solo. Es la primera vez que te has portado de veras mal conmigo. Desde la ventana veo y veré el olivo, y a ti al pie del olivo, Troylo, amiguillo mío, interminablemente bajo el césped. La muerte ha interrumpido nuestras charlas. Descansa en paz, criatura, niño chico. Nadie jamás podrá sustituirte. Hasta luego. Hasta después".