sábado, 31 de diciembre de 2016

"Cartas americanas".- Alexander von Humboldt (1769-1859)


Resultado de imagen de Humboldt    
 I.- Humboldt en América (El viaje de Madrid a Burdeos) 1799-1804
 35.- A G. de Humboldt

«Lima, 25 de noviembre de 1802.
 Mi querido hermano, por mis cartas anteriores estarás al tanto de mi llegada a Quito. Llegamos atravesando las naves del Quindío y del Tolima: porque como la Cordillera de los Andes forma tres ramas separadas y en Santa Fe de Bogotá nos encontrábamos sobre la más oriental, nos ha sido preciso pasar la más elevada para acercarnos a las costas del mar del Sud. Sólo los bueyes sirven para llevar el equipaje en este trayecto.
 Los viajeros se hacen llevar generalmente por hombres que se denominan cargueros. Tienen una silla atada a la espalda en la cual se sienta el viajero, hacen tres o cuatro horas de camino por día y no ganan más de 14 piastras en cinco o seis semanas. Nosotros preferimos ir a pie; y, dado que el tiempo fue muy bueno, no pasamos más que 17 días en esas soledades donde no se encuentra ninguna huella de que hayan sido habitadas jamás; se duerme en cabañas formadas con hojas de Heliconia que uno lleva expresamente consigo. En la ladera occidental de los Andes, hay pantanos donde se mete uno hasta la rodilla. El tiempo había cambiado; los últimos días llovió a cántaros, nuestras botas se nos pudrieron en las piernas y llegamos con los pies desnudos y cubiertos de lastimaduras a Cartago, pero enriquecidos con una bella colección de nuevas plantas, de las que he sacado una gran cantidad de dibujos.
  De Cartago fuimos a Popayán por Buga, atravesando el hermoso valle del río Cauca, teniendo siempre a nuestro lado la montaña del Chocó y las minas de platino que ahí se encuentran.
 Permanecimos el mes de noviembre del año 1801 en Popayán y fuimos a visitar las montañas basálticas de Julusuito, las bocas del volcán de Puracé, que desprendían con ruido aterrador vapores de agua hidro-sulfurosa y los granitos porfíricos de Pisché que forman de 5 a 7 columnas esquinadas, parecidas a las que recuerdo haber visto en los Montes Euganeos de Italia, descritas por Strange.
 Nos quedaba por vencer la mayor dificultad: ir de Popayán a Quito. Había que atravesar los páramos de Pasto, en la estación de las lluvias, que ya comenzaban. En los Andes se llama Páramo todo lugar que queda a la altura de 1700 a 2000 toesas, donde termina la vegetación y se siente un frío que cala los huesos. Para evitar los calores del valle de Patía, donde se pescan en una sola noche fiebres que duran tres o cuatro meses y que son conocidas con el nombre de calenturas de Pastía, pasamos la cima de la cordillera por espantosos precipicios de Popayán a Almaguer, y de ahí a Pasto, situada a los pies de un terrible volcán.
 La entrada y la salida de esta pequeña ciudad, donde pasamos la fiesta de Navidad, y donde los habitantes nos recibieron con la más conmovedora hospitalidad, es de lo más espantoso que hay en el mundo. Se trata de espesos bosques situados entre los pantanos; las mulas quedan medio cuerpo enterradas;  y se traviesan gargantas tan profundas y tan estrechas que  se creería estar en las galerías de una mina. Los caminos están también pavimentados de huesos de mulas que han muerto de frío y de fatiga. Toda la provincia de Pasto, comprendidos los alrededores de Guachucal y de Túquerres, es una planicie helada, casi por encima del nivel en el que puede existir la vegetación y rodeada de volcanes y minas de azufre que exhalan continuamente torbellinos de humo. Los desdichados habitantes de estos desiertos no tienen más alimento que las patatas y si les llegan a faltar, como pasó el último año, van a las montañas a comer el tronco de un pequeño árbol llamado achupalla (Fourretia pitcairnia), pero dado que ese mismo árbol es el alimento de los osos de los Andes, frecuentemente éstos les disputan el único alimento que les ofrecen estos elevados parajes. Al norte del volcán de Pasto, he descubierto en el pequeño pueblo indígena de Voidaro, a 1370 toesas sobre el nivel del mar, un pórfido rojo, de base arcillosa incrustado de feldespato vítreo y una cornalina que tiene todas las propiedades de la serpentina del Fichtel-Gerbige. Ese pórfido tiene tres polos muy marcados y no muestra ninguna fuerza de atracción. Después de habernos empapado día y noche durante dos meses  y de estar a punto de ahogarnos cerca de la ciudad de Ibarra, por una repentina creciente acompañada de temblores de tierra, llegamos el 6 de enero de 1802 a Quito, donde el marqués de Selvalegre había tenido la bondad de prepararnos una hermosa casa que, después de tantas fatigas, nos ofrecía todas las comodidades que se pueden desear en París o en Londres.
 La ciudad de Quito es bella, pero el cielo es triste y nublado; las montañas vecinas ofrecen poco verdor y el frío es considerable. El gran temblor de tierra del 4 de febrero de 1797, que estremeció toda la provincia y mató de un solo golpe 35 ó 40.000 habitantes, también ha sido a este respecto funesto para sus moradores. Ha cambiado a tal punto la temperatura ambiente que el termómetro permanece generalmente a 4-10º de Réaumur, y pocas veces sube a 16 ó 17, mientras que Bouguer lo veía constantemente a 15 ó 16º. Después de esa catástrofe hay continuos temblores de tierra; ¡y qué sacudidas! Es probable que toda la parte alta de la provincia no sea más que un solo volcán. Lo que llaman las montañas del Cotopaxi y de Pichincha no son más que pequeñas cimas cuyos cráteres forman diferentes canales que convergen en el mismo hueco. Desgraciadamente el temblor de tierra de 1797 no ha hecho más que ratificar esa hipótesis; porque la tierra se abrió en ese momento por todas partes y vomitó azufre, agua, etc. Pese a los horrores y los peligros con que los ha rodeado la naturaleza, los habitantes de Quito son alegres, vivos y amables. Su ciudad sólo respira voluptuosidad y lujo y en ningún lado como allí reina un gusto más decidido y general de divertirse. Así es como el hombre se acostumbra a dormir apaciblemente al borde de un precipicio.»

viernes, 30 de diciembre de 2016

"El problema de la guerra y las vías de la paz".- Norberto Bobbio (1909-2004)


Resultado de imagen de norberto bobbio  
«Después de estas aclaraciones, que la guerra es un camino bloqueado puede significar dos cosas diversas: a) la guerra es una institución agotada que ya ha cumplido su ciclo y está destinada a desaparecer; b) la guerra es una institución inconveniente o injusta o impía, que debe ser eliminada. En otras palabras, el fin de la guerra se da ya por sentado, pero se trata de saber si este evento es objeto de una predicción o de un proyecto humano. Las dos posiciones han dado origen, como veremos en su momento, a dos corrientes de pacifismo que denominaremos pacifismo pasivo y pacifismo activo. No hay duda de que la amenaza de la guerra termonuclear ha contribuido enormemente a reforzar ambas: ante el problema de la nueva guerra y de sus consecuencias, en efecto, las dos reacciones más frecuentes son las que corresponden justamente a las actitudes del pacifismo pasivo y del pacifismo activo: a) la guerra hoy se ha convertido en algo tan terrible y catastrófico para ambos contendientes que, como medio para resolver las grandes controversias internacionales, no sirve y, por consiguiente, está destinada a desaparecer (dejando de lado por ahora el problema de las guerras con armas tradicionales que, de todos modos, no podría resolver las grandes controversias internacionales); b) la guerra termonuclear, por sus consecuencias terroríficas, por la amenaza que acarrea consigo de la autodestrucción del género humano, y de todas formas, incluso para los más optimistas, de la aniquilación de centenares de millones de víctimas ignorantes e inocentes, es condenable según los valores humanos más comúnmente aceptados, y por lo tanto es preciso hacer todos los esfuerzos para encontrar los remedios adecuados para eliminarla para siempre.
 La primera actitud corresponde a la fe en el llamado equilibrio del terror, por el cual la paz se confiaría no al tradicional e inestable equilibrio de poder sino, por el contrario, a una nueva y más estable forma de equilibrio, el de la impotencia (terror paralizante). Pueden recordarse a este propósito las célebres declaraciones de Churchill al día siguiente del estallido de la primera bomba atómica soviética: "Por un proceso de sublime ironía, el mundo ha alcanzado un estadio en el cual la seguridad será el gallardo vástago del terror y la supervivencia el hermano gemelo de la aniquilación." La segunda actitud es la que da impulso a todos los movimientos que de un modo u otro tienden a la formación de una conciencia atómica. Desde el punto de vista de la primera de las actitudes, el hecho de que la institución de la guerra, después de la aparición del arma total, deba considerarse un camino bloqueado significa que el camino de la guerra, recorrido ininterrumpidamente hasta hoy por la humanidad, se ha hecho imposible; desde el punto de vista de la segunda de las actitudes significa que, aun siendo posible, es injustificable (o ilegítima). [...]
 Muchas veces la historia se nos ha aparecido como el resultado de elecciones inconscientes y casuales. Pero corresponde hoy a la filosofía la doble tarea de adquirir y transmitir la conciencia de esta situación-límite, en que nos coloca esta última encrucijada, y de mostrar por claras señales adónde conducen respectivamente las dos vías de modo que ninguno pueda decir en adelante que no conocía con exactitud lo que le esperaba a la salida, o que lo conocía pero el único modo de salir era una vez más no por medio de un cálculo sino de una apuesta. Hacer adquirir esta conciencia y dar un nombre a las dos vías es lo que se llama hoy promover una conciencia atómica. Además, existe la elección personal de cada uno, con cuya responsabilidad carga cada uno. Pero después del esclarecimiento, ¿cómo es aún posible pensar en una multiplicación de elecciones? ¿Y si la elección es única, por qué razón no se debería hacer una previsión sobre nuestro futuro con algún fundamento de probabilidad? [...]
 No soy optimista, pero no por eso creo que debamos rendirnos. Una cosa es prever, otra hacer la propia elección. Cuando digo que mi elección se dirige a no dejar ningún medio sin probar para llegar a la formación de una conciencia atómica, y que la filosofía que hoy no se compromete en esta dirección es un ocio estéril, no hago ninguna previsión para el futuro. Me limito a dar a entender lo que quisiera con todas mis fuerzas que no sucediese, aun cuando en el fondo de mi conciencia tengo el oscuro presentimiento de que sucederá. Pero la apuesta es demasiado fuerte como para que no debamos tomar posición, cada uno por su parte, por más que las probabilidades de victoria sean pequeñísimas. A veces ha sucedido que un pequeño grano de arena lanzado al aire por el viento ha detenido a una máquina. Aunque existiera un millonésimo de millonésimo de probabilidad de que tal grano, lanzado por el viento, vaya a parar al más delicado de los engranajes para detener su movimiento, la máquina que estamos construyendo es demasiado monstruosa como para que no valga la pena desafiar al destino.»

jueves, 29 de diciembre de 2016

"CeroCeroCero. Cómo la cocaína gobierna el mundo".- Roberto Saviano (1979)


Resultado de imagen de roberto saviano 
 Coca nº. 5
 12.-Los zares a la conquista del mundo

 «La mafia rusa ha surgido gracias a hombres que han sabido explotar con inteligencia y crueldad las nuevas oportunidades, pero también porque tiene a sus espaldas una historia hecha de estructuras y de reglas con las que dominar en el Gran Desorden. En años de navegación por las alcantarillas criminales del mundo he podido constatar que es siempre esto lo que hace crecer a las mafias: el vacío de poder, la debilidad, la podredumbre de un Estado frente a una organización que ofrece y representa orden. Las semejanzas entre las mafias más distantes a menudo resultan asombrosas. Las organizaciones rusas se forjaron en la represión estaliniana, que amontonó en los gulags a miles de delincuentes y disidentes políticos. Fue allí donde nació la sociedad de los vori v zakone, que en pocos años llegaron a gestionar los gulags de toda la Unión Soviética. Un origen que, por lo tanto, no tiene nada en común con las organizaciones italianas, y sin embargo la característica principal que les ha permitido sobrevivir y prosperar es la misma: la regla. Dicha regla tiene numerosas declinaciones y se explicita en rituales y mitologías, se concreta en preceptos que hay que seguir al pie de la letra para ser considerado un digno miembro de la organización y establece cómo entrar a formar parte de ella. Todo está codificado y todo vive dentro de la regla. El honor y la fidelidad aúnan al camorrista y al vor, así como el carácter sagrado de algunos gestos y la administración de la justicia interna. También los rituales se asemejan y poco importa que éstos se produzcan en momentos distintos en las respectivas organizaciones. Lo que fundamenta el ritual, esto es, el paso de un estado a otro, es común, porque también lo es la voluntad de crear una realidad diferente, con códigos distintos pero igualmente coherentes. El camorrista y el vor son bautizados, sufren castigos si fracasan, son premiados si obtienen un resultado. Son vidas paralelas que a menudo se superponen. Parecida es también la evolución de su comportamiento y su apertura a la modernidad. Si antaño un vor era un asceta que rehuía todo goce terrenal y toda imposición, hasta el punto de hacerse tatuar las rodillas para significar que nunca se arrodillaría ante las autoridades, hoy se admiten el lujo y la ostentación. Residir en la Costa Azul ya no es un pecado.
 Los capos rusos van de marca desde los calzoncillos hasta las maletas, gozan de protecciones políticas, controlan nombramientos y contrataciones públicas, celebran macrofiestas increíbles  sin que intervenga la policía... Los grupos están cada vez más organizados: cada clan tiene una obschak, una caja común en la que confluye un determinado porcentaje de los ingresos derivados de los delitos, como extorsiones y atracos, que se utilizará para cubrir los gastos de los vori que acaben en la cárcel o para pagar sobornos a políticos y policías corruptos. A su servicio tienen soldados, ejércitos de abogados e intermediarios extremadamente hábiles.
 En la época comunista los vori trabajaron codo a codo con la élite de la Unión Soviética, ejerciendo su influencia en cada rincón del aparato estatal. Durante la época de Brézhnev explotaron el profundo estancamiento de la economía comunista y crearon un impresionante mercado negro: la Mafiya podía satisfacer todos los deseos de quien podía permitírselos. Los directores de restaurantes y comercios, los gerentes de las empresas estatales, los funcionarios del gobierno y los políticos: todos traficaban. Desde la comida hasta las medicinas, todos los bienes se comercializaban en el mercado negro. Los vori encontraban lo que le estaba prohibido al pueblo en nombre del socialismo y llevaban a las casas de los dirigentes del Partido los bienes del "sucio capitalismo". Así se forjó una alianza entre nomenklatura y delincuencia destinada a tener enormes consecuencias.
 La caída del comunismo dejó un abismo económico, moral y social que la Mafiya se apresuró a llenar. Generaciones de personas sin trabajo, sin dinero, con hambre a menudo en sentido literal: las organizaciones rusas podían reclutar mano de obra a legiones. Policías, militares, veteranos de la guerra afgana, se ofrecieron sin reservas. Antiguos miembros del KGB y funcionarios del gobierno soviético pusieron sus cuentas bancarias y sus contactos al servicio de las actividades del crimen organizado, incluyendo el tráfico de droga y de armas. La transición al capitalismo no se había provisto de las leyes ni las infraestructuras adecuadas. Las hermandades, en cambio, tenían dinero, una agilidad rapaz y capacidad de intimidación: ¿quién podía combatirlas? Los llamados "nuevos rusos", los que con la apertura de los mercados estaban logrando enriquecerse a un ritmo vertiginoso, encontraron conveniente pagar un "impuesto" con el que aseguraban a sus empresas protección frente a otros grupos, además de una posible ayuda para resolver problemas con deudores y competidores. Los peces pequeños no podían más que agachar la cabeza. Entre los extorsionadores había quien se paseaba con un par de tijeras y un dedo cortado: "Si no pagas, también te lo hago a ti." Occidente sólo captaba algunos ecos de violencia desmesurada; por lo demás, se mostraba distraído e iluso. Hasta las donaciones de Estados Unidos y los países europeos para reforzar la sociedad civil postsoviética contribuyeron indirectamente a engordar a la Mafiya. Éstas se destinaban preferentemente a organizaciones no gubernamentales, temiendo que de lo contrario pudieran acabar en los bolsillos de los ex comunistas y dar nuevas fuerzas al viejo régimen y a los viejos burócratas. Pero de ese modo muchas ayudas fueron interceptadas por los grupos criminales y nunca llegaron a su destino.
 Con la entrada en vigor de una nueva ley del sector bancario, brotaron nuevos bancos como setas. Los mafiosos ya no necesitaban corromper a los dirigentes de las viejas entidades. Con el dinero, que no faltaba, y algunos testaferros podían abrir un banco, colocando a amigos y parientes, incluyendo a gente recién salida de la cárcel. Por último vino el gran plan de privatización, que había de dar  a todos los ciudadanos un porcentaje de participación en las empresas soviéticas, desde los colosos energéticos hasta los hoteles de Moscú.»

miércoles, 28 de diciembre de 2016

"La maravillosa historia de Peter Schlemihl".- Adelbert von Chamisso (1781-1838)


Resultado de imagen de adelbert von chamisso  
 I

«Había bajado ya la colina por entre los rosales, escurriéndome felizmente, y me encontraba en una pradera cuando, por miedo a que alguien me viera caminando por la hierba, lancé una escrutadora mirada a mi alrededor. ¡Qué susto me llevé al ver al hombre del abrigo gris detrás de mí y que venía a mi encuentro! Hasta se quitó el sombrero y se inclinó delante de mí tan profundamente como nunca nadie lo había hecho. No había duda: quería hablarme y yo no podía evitarlo sin parecer grosero. Me quité también el sombrero, me incliné y me quedé allí a pleno sol con la cabeza descubierta, como si hubiera echado raíces. Le miré aterrorizado; estaba igual que un pájaro encantado por una serpiente. Él también parecía muy apurado. Levantó la vista, se inclinó varias veces, se acercó un poco y me dijo con una voz insegura, débil, poco menos que en el tono de un mendigo:
 -¿Querrá el señor perdonar mi impertinencia por haberle seguido de una manera tan desacostumbrada? Deseaba pedirle algo. Hágame el favor, se lo ruego...
 -¡Pero, por Dios, señor! -dije yo, lleno de miedo-. ¿Qué puedo hacer yo por un hombre que...?
 Nos quedamos callados los dos y yo creo que nos pusimos colorados.
 Después de un momento de silencio, él volvió a hablar:
 -Durante el corto tiempo que he tenido la suerte de encontrarme a su lado... si me permite decírselo, señor, he podido contemplar con auténtica e indecible admiración la bellísima sombra que da usted en el suelo, esa magnífica sombra que, sin darse cuenta, con un cierto noble descuido... arroja ahí a sus pies. Y, ahora, perdóneme la atrevida pretensión: ¿no podría quizás sentirse inclinado a cedérmela?
 Se calló y a mí me daba vueltas la cabeza como una rueda de molino. ¿Qué pensar de una proposición tan rara? ¡Comprarme la sombra! "Debe de estar loco", pensé. Y, cambiando a un tono más de acuerdo con el suyo, tan humilde, le contesté:
 -¡Pero, cómo! ¿No tiene usted bastante con su sombra, querido amigo? Me parece un negocio muy raro.
 Y él respondió en seguida:
 -Yo tengo aquí en mi bolsillo algunas cosas que posiblemente no le parezcan mal al señor... Para esa inapreciable sombra, cualquier precio, por alto que sea, me parece poco.
 Me corrió un escalofrío ante esa alusión al bolsillo y no supe cómo había podido llamarle antes querido amigo. Empecé a hablar otra vez intentando en lo posible contentarle con la máxima cortesía.
 -Mire, señor, le ruego que perdone a su servidor más rendido, pero, de verdad, no entiendo bien del todo lo que dice. ¿Cómo iba yo a poder vender mi...?
 Él me interrumpió:
 -Yo le suplico solamente que me dé permiso para recoger aquí mismo, en el acto, su sombra del suelo y guardármela. Cómo hacerlo, es asunto mío. A cambio, como prueba de mi reconocimiento al señor, le dejo escoger entre todos estos tesoros que llevo en el bolsillo: la auténtica mandrágora, la hierba de Glauco, los cinco céntimos del judío, la moneda robada, el tapete de Rolando, un genio embotellado... al precio que quiera. Pero ya veo que no le interesa. Mejor el sombrerito de los deseos de Fortunato, nuevo y fuerte, recién restaurado. También una bolsa de la suerte, como la que él tuvo...
 -¡La bolsa de Fortunato! -exclamé interrumpiéndole.
 Había ganado mis cinco sentidos (a pesar del miedo que tenía) con esas palabras. Me dio una especie de mareo y vi brillar delante de mis ojos dobles ducados.
 -El señor puede examinar y poner a prueba esta bolsita cuando lo desee.
 Metió la mano en el bolsillo y sacó una bolsa de tamaño medio, de cordobán fuerte, bien cosida a dos firmes cordones de cuero y me la dio. Metí la mano dentro y saqué diez piezas de oro y luego otras diez, y otras diez, y otras diez. Le tendí rápidamente la mano.
 -¡De acuerdo! Trato hecho. Llévese mi sombra por la bolsa.
 Me estrechó la mano. Inmediatamente se arrodilló delante de mí y le vi cómo despegaba suavemente del suelo mi sombra, de los pies a la cabeza, con una habilidad admirable, cómo la levantó, la enrolló, la dobló y finalmente se la guardó. Se puso de pie, me hizo una vez más una inclinación y se volvió a los rosales. Me dio la impresión de que se iba riendo, bajo, para sí. Pero yo sujeté la bolsa fuertemente por los cordones, a mi alrededor estaba la tierra brillante de sol, y yo seguía sin saber lo que me pasaba.»

martes, 27 de diciembre de 2016

"Homo Faber".- Max Frisch (1911-1991)


Resultado de imagen de max frisch  
 Primera etapa

 «Estaba completamente sereno y cuando Sabeth fue en mi busca, le dije en seguida que se resfriaría, en su ligero vestidito de noche. Quiso saber si estaba triste y por qué no bailaba. Me parecían divertidos, le dije, los bailes de hoy en día, me divertían esas cabriolas existencialistas, donde cada uno baila por sí y se lo pasa en grande por su propia cuenta, meneándose, retorciendo las piernas, estremeciéndose como en un ataque de fiebre; todo algo epiléptico, pero divertido, muy animado, la verdad, pero yo no lo sé hacer.
 ¿Por qué iba a estar triste? Inglaterra no se divisaba aún. Le presté mi chaqueta para que no se resfriara; el viento era tan fuerte que no había manera de que la cola de caballo se le mantuviera detrás. Las chimeneas rojas a la luz de los faros...
 Sabeth encontraba estupendo eso de pasar una noche en cubierta, cuando silban todos los cables y todo se estremece, las velas sobre las lanchas de socorro, el humo que sale de las chimeneas... Apenas se oía la música.
 Hablamos de constelaciones: lo corriente hasta que uno se da cuenta de que todavía entiende menos de astronomía que el otro; lo demás es romanticismo, que yo no puedo soportar. Le enseñé el cometa que se veía aquellos días en el norte. Por un tris no le dije que era mi cumpleaños: hacía ya tres o cuatro días que el cometa se veía, aunque nunca tan bien como en aquella noche; por lo menos desde el 26 de abril. No dije, pues, ni una palabra de mi cumpleaños (29 de abril).
 -Quiero pedirle dos cosas como despedida -le dije-: La primera que no se haga usted azafata...
 -¿Y la segunda?
 -La segunda -dije yo-, que no vaya a Roma en auto-stop. Se lo digo en serio. Preferiría pagarle el tren o el avión...
 Ni por un momento se me ocurrió la idea de que iríamos juntos hasta Roma, Sabeth y yo; no se me había perdido nada en Roma. Ella se me echó a reír en la cara. Me interpretó mal. Después de medianoche hubo una cena fría, como de costumbre. Yo aseguré que tenía hambre y obligué a Sabeth a bajar porque vi que tiritaba a pesar de mi chaqueta. Le tiritaba visiblemente la barbilla sin que pudiera disimularlo. Abajo seguían bailando.
 Su insistencia en suponer que yo estaba triste porque estaba solo me puso de mal humor. Estoy acostumbrado a viajar solo. Vivo, como todo hombre de verdad, entregado a mi trabajo. Al contrario, no deseo otra cosa y me considero feliz de vivir solo, única situación posible para un hombre, a mi entender; me gusta poderme despertar solo, sin tener que decir una palabra. ¿Dónde está la mujer capaz de comprenderlo?
 La mera pregunta de cómo he pasado la noche me pone furioso porque mis pensamientos están proyectados hacia adelante; estoy acostumbrado a mirar hacia el futuro y no hacia el pasado; a hacer planes. Caricias por la noche, bueno; pero caricias por la mañana me parecen insoportables, y más de tres o cuatro días de vivir con una mujer, francamente, creo que son el principio de la hipocresía. Los sentimientos, a primera hora de la mañana, no hay hombre que los resista. Prefiero fregar platos.
 Sabeth se reía.
 Tomar el desayuno con una mujer, bueno, por excepción, en vacaciones; desayunar en una terraza, pero jamás lo he soportado más allá de tres semanas; eso es bueno para las vacaciones cuando uno tampoco sabría qué hacer todo el santo día, pero al cabo de tres semanas (lo más) echo de menos las turbinas; la calma de las mujeres por la mañana, por ejemplo, una mujer que a primera hora, antes de vestirse, es capaz de arreglar unas flores en un jarrón mientras habla del amor y del matrimonio, no hay hombre que la resista, creo yo, a menos que disimule. No pude por menos que pensar en Ivy; Ivy significa hiedra y éste es para mí el nombre apropiado para todas las mujeres. Quiero estar solo. Me basta ver una habitación doble, a menos que sea en un hotel que se podría abandonar pronto, una habitación doble como institución permanente, para pensar en la legión extranjera...
 Sabeth me encontraba cínico. Pero yo decía la pura verdad.
 No seguí hablando, aunque creo que míster Lewin no comprendía una palabra; cubrió su copa con la mano cuando vio que iba a servirle más vino y Sabeth, que me encontraba cínico, fue invitada a bailar... No soy cínico. Soy únicamente algo que las mujeres no aceptan: soy completamente objetivo. No soy un monstruo, como pretende Ivy, y no digo nada contra el matrimonio; en general, han sido las propias mujeres las que han encontrado que no servía para casado. Soy incapaz de sentimentalismo constante. La soltería es la única situación posible para mí porque no estoy dispuesto a hacer desgraciada a una mujer y las mujeres tiene cierta tendencia a ser desgraciadas. Confieso que estar solo no siempre es divertido, que uno no está siempre en forma. Por otra parte, sé por experiencia que cuando uno no está en forma, ellas tampoco lo están; en cuanto se aburren, empiezan los reproches de que uno es egoísta, etc. Entonces, francamente, prefiero aburrirme solo. [...] Uno de los momentos más felices que conozco es el momento en que me marcho de una reunión, me siento en mi coche, cierro la portezuela y abro el contacto, pongo la radio, enciendo un cigarrillo con el encendedor y arranco con el pie en el gas; la gente, incluso los hombres, me impone un esfuerzo. Y por lo que se refiere a mis momentos de romanticismo, no hago caso, como ya he dicho; a veces uno se pone blando, pero luego se recobra. Son manifestaciones de cansancio. Como ocurre con el acero. Los sentimentalismos, lo tengo experimentado, son manifestaciones de cansancio, nada más, por lo menos en mí.»

lunes, 26 de diciembre de 2016

"El derecho a la pereza".- Paul Lafargue (1842-1911)

 
Resultado de imagen de paul lafargue
 Capítulo tres: Lo que sigue al exceso de producción

  «Un poeta griego de la época de Cicerón -Antíparos- cantaba en los siguientes términos la invención del molino de agua (para la molienda de trigo), que iba a emancipar a las mujeres esclavas y a traer la edad de oro:
  "¡Ahorrad el brazo que hace girar la piedra, oh molineras, y dormid tranquilamente! ¡Que en vano os advierta el gallo que es de día! Dánae ha impuesto a las ninfas el trabajo de las esclavas y ahí están brincando alegremente sobre la rueda y ahí está el eje sacudido que con sus rayos hace girar la pesada piedra. Vivamos de la vida de nuestros padres y gocemos ociosos de los dones que la diosa concede."
 Pero, ¡ay!, los ocios que el poeta pagano anunciaba no han llegado todavía.
 La pasión ciega, perversa y homicida del trabajo transforma la máquina liberadora en instrumento de esclavitud de los hombres libres: su productividad los empobrece.
 Una buena obrera no hace con su huso más de cinco mallas por minuto; ciertas máquinas hacen treinta mil en el mismo tiempo. Cada minuto de la máquina equivale, por consiguiente, a cien horas de trabajo de la obrera o lo que es igual: cada minuto de trabajo de la máquina concede a la obrera diez días de reposo.
 Lo que es cierto para la industria de los tejidos lo es, más o menos, para todas las industrias renovadas por la máquina moderna.
 Pero, ¿qué vemos? A medida que la máquina se perfecciona y sustituye con una rapidez y precisión cada vez mayor al trabajo humano, el obrero, en vez de aumentar su reposo  en la misma cantidad, redobla aún más su esfuerzo, como si quisiera rivalizar con la máquina. ¡Oh, competencia absurda y asesina!
 Para dar libre curso a esta competencia entre el hombre y la máquina, los proletarios han abolido las sabias leyes que  limitaban el trabajo de los artesanos de las antiguas corporaciones, y han suprimido los días de fiesta.*
 Pero, ¿acaso se cree que porque los obreros trabajaran entonces cinco días sobre siete, vivían sólo de aire y agua fresca, como cuentan los mentirosos economistas? ¡Venga ya! Ellos tenían ocios para probar los goces de la tierra, para hacer el amor y reírse y banquetear alegremente en honor a la jubilosa diosa Holgazanería.
 La sombría Inglaterra, convertida en la mojigata del protestantismo, se llamaba entonces la "alegre Inglaterra".
 Rabelais, Quevedo, Cervantes, los autores desconocidos de las novelas picarescas, nos hacen la boca agua con las escenas de aquellas monumentales comilonas con que se regalaban en aquella época entre dos batallas y dos devastaciones y en las que no se escatimaba en nada. Jordáens y la escuela flamenca de pintura  nos las han reproducido en sus telas vivaces.
 Sublimes estómagos gargantuescos, ¿qué os ha pasado? Sublimes cerebros que encerraban todo el pensamiento humano, ¿dónde habéis ido a parar? ¡Cuánto hemos degenerado y empequeñecido! La vaca rabiosa, la patata, el vino adulterado y el aguardiente prusiano combinados con los trabajos forzados, han debilitado nuestros cuerpos y encogido nuestras mentes. ¡Y es precisamente entonces cuando el hombre restringe su estómago y la máquina aumenta su productividad, cuando los economistas predican la teoría malthusiana, la religión de la abstinencia y el dogma del trabajo! Tendríamos que arrancarles la lengua y tirársela a los perros.
 Como la clase trabajadora, en su ingenuidad y buena fe, se ha dejado adoctrinar y se ha arrojado ciegamente, con su impetuosidad nativa, al trabajo y a la abstinencia, la clase capitalista se ve condenada a la pereza y al goce forzado, a la improductividad y al sobreconsumo. Pero si el sobretrabajo del proletariado aniquila su carne y atenaza sus nervios, el exceso de consumo no es menos fecundo en sufrimientos para el burgués.»
 
 *En la Edad Media, las leyes de la Iglesia garantizaban a los obreros 90 días de reposo al año -52 domingos y 38 días feriados- en los cuales estaba terminantemente prohibido trabajar. Fue éste el gran crimen del catolicismo, la causa primera de la irreligiosidad de la burguesía industrial y comerciante. Durante la Revolución, apenas asumió el poder, abolió los días de fiesta y reemplazó la semana por la década, a fin de que el pueblo no tuviera más que un día de descanso de cada diez. Libertó a los obreros del yugo de la Iglesia para someterlos mejor al yugo del trabajo. El odio contra los días feriados surge cuando la moderna burguesía industrial y comercial toma cuerpo, es decir, entre los siglos XV y XVI. Enrique IV pidió su reducción al Papa, quien se negó por ser "una herejía en boga tocar los días de fiesta". (Carta del cardenal de Ossat). Pero, en 1666, Péréfixe, arzobispo de París, suprimió 17 en su diócesis. El protestantismo, que era la religión cristiana acomodada a las nuevas necesidades industriales y comerciales de la burguesía, descuidó el reposo popular: destronó los santos del cielo para abolir sus fiestas en la tierra. La reforma religiosa y el librepensamiento filosófico no fueron más que pretextos de los que se valió la burguesía jesuítica y rapaz para escamotear al pueblo los días festivos. (N. del A.)  

domingo, 25 de diciembre de 2016

"Soñé con elefantes".- Ivica Djikic (1977)

 
Resultado de imagen de ivica djikic
   Dvor del Una

  «Magas abrió una carpeta de color azul claro que contenía por lo menos un centenar de folios. Miró por la ventana un momento, como si se resistiera a leer el informe que le habían entregado siguiendo las órdenes de Majstorovic. Fuera continuaba lloviendo y con la lluvia se disiparon los olores de ese desértico verano zagrebiense de 1991.
 
 A la pregunta de si sabía algo sobre la detención de las personas de la región de Zagreb contestó negativamente y declaró que todas las órdenes relacionadas con los registros de las viviendas, requisamiento de armas y detención de las personas de la región de Zagreb partían de Trusic, que dejaba notas con los detalles correspondientes en el despacho del pabellón 22 del recinto ferial de Zagreb, y entonces el primero en llegar al despacho recogía la nota y tenía la obligación de realizar los registros solicitados. Insistió en que nunca había efectuado un registro domiciliario por iniciativa propia, sino que cumplía órdenes de Trusic, Mercep o Mandjeral.
 A los detenidos no los ejecutaban enseguida, sino que los mantenían con vida durante unos días para que limpiaran, lavaran, descargaran municiones, etc.
 A ese hombre asesinado en el campo lo encontraron una mañana unos campesinos de un cercano pueblo croata. Él piensa que debieron informar a alguien y les dijeron que lo escondieran. Está seguro de que lo enterraron, pero no sabe dónde. En general, pocas veces asistía a los interrogatorios. Según afirma, "nos tocaba llevárnoslos y matarlos, nada más". Antes de liquidarlos hablaba con esa gente, les daba de fumar y les concedía sus últimos deseos. Todas las ejecuciones se efectuaban cumpliendo órdenes. No se podía hacer nada sin tener luz verde. Las ejecuciones se realizaban siempre de noche. Por costumbre, los detenidos cavaban las fosas de los que debían ser liquidados en ese momento. Ese trabajo lo llevaban a cabo dos o tres detenidos. De vez en cuando él se pasaba por la cárcel, y en una de esas ocasiones vio allí mucha gente, no sabe cuánta, piensa que se trataba de once personas a las que mataron en un sótano en Bujavica. Por lo general no estaba presente cuando otros ejecutaban, así que no sabe el número de personas que liquidaron otros.
 Se acuerda de que mantenía una buena amistad con Sasa. Sasa incluso le había regalado un jersey de lana y le había dado una escopeta. Un día antes de la ejecución pasearon por la ciudad y se divirtieron. Cree que con la orden de ejecutar a Sasa lo pusieron a prueba para ver cuán obediente y dispuesto estaba a cumplir con las órdenes. Opina que en caso de no haberlo hecho, él habría sido el siguiente.
 Con mis propias manos asesiné a setenta y dos personas, entre ellas nueve mujeres. No hacíamos distinciones, no preguntábamos nada, para nosotros ellos eran chetniks y enemigos. Lo más difícil es incendiar la primera casa y matar a la primera persona. Luego todo lo haces como siguiendo un patrón. Me sé los nombres y apellidos de todos los que maté.
 La orden era "limpieza étnica". Matamos a directores de Correos y de hospitales, dueños de restaurantes y algunos otros serbios. Matábamos de un tiro en la frente, porque no disponíamos de tiempo.
 Encerrábamos a los detenidos en el sótano de la escuela primaria y, cuando no cabían, también en las aulas. Cuando peor lo pasaban era de noche, cuando les dábamos un repaso, lo que quería decir que intentábamos dar con la mejor manera de hacerles cuanto más daño mejor, con el fin de que confesaran todo lo posible. ¿Sabe cuál es la mejor manera? Quemar al detenido con la llama de un soplete y después echarle vinagre encima, sobre todo en los genitales y en los ojos. Luego contábamos con un pequeño inductor, un teléfono de campaña, al que enchufábamos a un serbio. Se trata de corriente continua: no puede matarte, aunque te produce una sensación desagradable. Entonces le preguntas al serbio que está enchufado de dónde es, y él te contesta de Dvor, junto al río Una, y entonces tú marcas en el teléfono de campaña y llamas a la localidad de Dvor del Una. En ocasiones a los detenidos les metíamos por el ano un cable de cinco hilos y se lo dejábamos puesto un par de horas para que no pudieran sentarse. Les abríamos las heridas para echarles por encima sal o vinagre. En general, no permitíamos que dejaran de sangrar.
 También los nuestros, croatas, nos tenían miedo. Durante toda la noche se oían en el pueblo gritos y súplicas; la gente no podía dormir, pero no se atrevía a decirnos nada. Todos sabían que si preguntaban algo, también ellos podían acabar en la cárcel.
 Primero los llevó hasta el hotel Panorama y desde allí hasta la montaña de Sljeme, donde los ejecutó.
 Ella era tan inocente... no sabía ni llorar, sólo le caían las lágrimas. Su asesinato no fue ordenado concretamente por su nombre y apellido, sino que nos ordenaron que limpiáramos la cárcel y eso significaba ejecutar a los detenidos.
 
 ¿Y ahora qué vas a hacer, señor Magas? ¿Quién se tomará a mal que estampes tu firma absolutoria, que absuelvas a nuestros liberadores? Francamente, ¿quién? Quizá en unos treinta o cincuenta años un marginal, en un libro que nadie leerá, mencionará tu nombre, informando en una nota al pie que pusiste en libertad a unos asesinos que habían confesado sus crímenes, pero eso sólo dentro de treinta o cincuenta años; tú estarás más muerto que la cal. Ahora hay que salvar la cabeza, todos lo entenderán, sabrán que debías hacerlo, que no tenías elección en una situación tan delicada. Todos sabrán que en realidad no fue una decisión tuya, no fue decisión de nadie en concreto. Es la voluntad del pueblo y tú, por suerte o por desgracia, estabas aquí para estampar tu firma y seguir, seguir adelante.»

sábado, 24 de diciembre de 2016

"Cuentos de la Taberna del Ciervo Blanco".- Arthur C. Clarke (1917-2008)

Resultado de imagen de arthur c. clarke

  La melodía ideal

  «-No sé por qué a la mayoría de los científicos les interesa la música -prosiguió Harry Purvis-, pero es un hecho innegable. Conozco muchos laboratorios importantes que poseen orquestas sinfónicas de aficionados, algunas incluso muy buenas. Entre los matemáticos se podrían encontrar razones obvias para justificar esta afición: la música, especialmente la música clásica, es, formalmente, casi matemática. Además, se apoya en la teoría: relaciones armónicas, análisis de las ondas, distribución de la frecuencia, y cosas por el estilo. Constituye en sí misma un estudio apasionante que atrae fuertemente a las mentes científicas y que no excluye -aunque muchas personas crean lo contrario- una apreciación puramente estética.
 Pero he de confesar que el interés musical de Gilbert Lister era completamente cerebral. Era, en primer lugar, un fisiólogo, especializado en el estudio del cerebro. Por eso la palabra cerebral debe ser tomada literalmente.
 No distinguía entre una canción vaquera y la Sinfonía Coral. No le interesaban los sonidos por sí mismos sino por los efectos que causaban en el cerebro.
 Entre personas tan cultas como las presentes -dijo Harry, con tal énfasis que sonó como un insulto-, no habrá nadie que ignore el hecho de que gran parte de la actividad cerebral se realiza por medio de electricidad. Constantemente se producen pulsaciones de ritmo regular que pueden detectarse y analizarse con la ayuda de modernos instrumentos. Este era el campo de Gilbert Lister. Adosaba electrodos en el cuero cabelludo de una persona, y un sistema de amplificadores registraba las ondas cerebrales en cinta magnética. Tras examinarlas, podía dar todo tipo de información sobre la persona en cuestión. En última instancia, afirmaba, es posible identificar a cualquiera a partir de un encefalograma -para utilizar el término correcto- con mayor precisión que a través de las huellas dactilares.
 Mediante una intervención quirúrgica, puede cambiarse la piel de una persona, pero si llegáramos a un avance tecnológico tal que pudiera cambiarse el cerebro -bueno, esa persona ya no sería la misma, de modo que no podría acusarse al sistema de haber fallado.
 Mientras estudiaba los ritmos alfa, beta y demás de cerebro, Gilbert empezó a interesarse por la música. estaba seguro de que existía alguna conexión entre los ritmos musicales y los mentales. Se propuso tocar música ante sus pacientes para analizar los efectos producidos en sus frecuencias cerebrales normales. Como era de esperar, los efectos fueron múltiples y los descubrimientos de Gilbert le llevaron a adentrarse en campos más filosóficos.
 Sólo en una ocasión hablé con él extensamente sobre sus teorías. No porque fuera reservado -nunca he conocido a un científico que lo fuera, pensándolo bien-, sino porque no le gustaba discutir sobre su trabajo hasta saber a dónde le iba a llevar. Pero lo que dijo fue suficiente para demostrar que había abierto un campo muy interesante y, en consecuencia, me propuse ayudarle. Mi empresa suministró parte del equipo y yo no me mostré reacio a obtener un pequeño beneficio marginal. Se me ocurrió que si las teorías de Gilbert funcionaban, iba a necesitar un representante en menos que canta un gallo... 
 Porque lo que Gilbert intentaba hacer era encontrar el fundamento científico para llegar a una teoría sobre las canciones de éxito. Por supuesto, no pensaba sobre el asunto en estos términos: él lo consideraba como un simple proyecto de investigación y su única ambición consistía en publicar su trabajo en las Actas de la Asociación de Física. Pero yo reconocí las implicaciones financieras en seguida. Eran asombrosas.
 Gilbert estaba seguro de que una melodía o una canción de moda impresiona la mente porque, de algún modo, se adapta a los ritmos eléctricos fundamentales del cerebro. Utilizaba una analogía para explicarlo: "Es como meter una llave en una cerradura. Las guardas de una tienen  que acoplarse a las de la otra para que funcione."
 Enfocó el problema desde dos ángulos. En primer lugar, recogió cientos de melodías populares y clásicas y analizó su estructura -o, como él decía-, su morfología.
 Un analizador de armonías realizaba esta operación automáticamente, clasificando las frecuencias. Por supuesto, era mucho más complicado, pero estoy seguro de que habréis entendido la idea básica.
 Al mismo tiempo, trataba de ver la adecuación entre las ondas resultantes y las vibraciones eléctricas naturales del cerebro. La teoría de Gilbert consistía -y aquí nos adentramos en aguas filosóficas más profundas- en que todas las melodías existentes son aproximaciones burdas a una melodía ideal. Los músicos de todos los tiempos la han buscado a ciegas, porque ignoraban la relación entre música y mente. Una vez revelada esta relación, sería posible descubrir la Melodía Ideal.
 -¡Eh! -exclamó John Christopher-. Eso es una refundición de la teoría platónica de los Arquetipos. Ya se sabe: todos los objetos del mundo material son burdas copias de la silla o la mesa, o lo que sea, ideales. Así que tu amigo buscaba la melodía ideal. ¿La encontró?
 -Lo sabrás a su debido tiempo -prosiguió Harry sin inmutarse-. Gilbert tardó un año en completar el análisis, y a continuación comenzó con la síntesis. Para entendernos: fabricó una máquina capaz de construir modelos de sonidos, automáticamente, acordes con las leyes que había descubierto. Tenía montones de osciladores y mezcladores; en realidad, lo que hizo fue modificar un órgano electrónico ordinario para esta parte del aparato, controlado por la máquina compositora. De esta forma tan infantil con que los científicos bautizan a sus vástagos, llamó al invento "Ludwig".
 Se entendería mejor el funcionamiento de Ludwig si se le concibe como una especie de kaleidoscopio sonoro, en lugar de visual. Pero el kaleidoscopio obedecía a unas ciertas leyes, y esas leyes -al menos Gilbert así lo creía- estaban basadas en la estructura fundamental de la mente humana. Con los arreglos necesarios, Ludwig llegaría, tarde o temprano, a encontrar la Melodía Ideal a través de todos los modelos musicales posibles.»