domingo, 31 de enero de 2016

"La hierba".- Claude Simon (1913-2015)

 
Resultado de imagen de claude simon 
"Vendieron la casa y los campos. Esos campos de avaras cosechas que había cultivado su padre, los vergeles, el bosquecito, el viñedo de la colina, de los que había sacado bastante sudor convertido en dinero para que él, que no sabía siquiera leer, pudiera hacer no sólo que sus hijos aprendieran a leer sino que ellos mismos, o mejor dicho, ellas mismas -las dos viejas solteronas, Eugénie y Marie-, aprendieran lo suficiente para a su vez poder enseñar a leer a otros niños (y con sus escasos salarios de maestras, cortando leña en el invierno, cosiendo sus vestidos -o mejor dicho, remendándolos, arreglándolos sin cesar, rehaciendo un traje nuevo con dos viejos, cada traje derivado de trajes anteriores, lo que hacía que un vestido presentara [cuellos, puños, cuerpo, cinturón o falda] una ingeniosa combinación de otros cuatro por lo menos, como esos escudos heráldicos cuyo valor se cuenta por el número de cuarteles, o también como los trajes de esos bailarines que recibían hace doscientos o trescientos años el privilegio de presentarse en la catedral de Sevilla durante la Semana Santa, mientras duraran los trajes que les habían otorgado y que, por lo tanto, no cambiaban nunca, transmitiéndose de generación en generación los preciosos harapos, cada vez más remendados, a medida que el tejido estaba más gastado, de modo que acababa por no subsistir del traje original más que esa abigarrada unión de pedazos, cada uno de ellos reemplazado a su vez, ya no vestidos, ya no los espléndidos trajes relucientes, sino la permanencia inmaterial de un minuto a través del tiempo irreversible- y, cuando el padre murió, encontrando tiempo, una vez terminadas las clases, para ir a cavar y limpiar los campos más próximos a la ciudad, resignándose con pena a arrendar los otros), con lo que ganaban, pues, las dos hermanas logrando educar al hermano, no sólo en el vulgar sentido de la palabra educar sino en su plena acepción, elevándolo, alzándolo literalmente de la condición de hijo de un vulgar campesino analfabeto, iletrado, no sólo a la de hombre educado sino a la de maestro (porque en eso se había especializado, y fue eso lo que enseñó más tarde en la Universidad) de esa lengua, de esas palabras que su propio padre nunca consiguió leer y, menos aún, escribir, que apenas podía balbucear y que él no sólo había conquistado, asimilado, sino que, como todos los conquistadores que hacen uso de sus conquistas, había desmembrado, despojado, vaciado de su misterio, ese poder terrorífico que poseen todas las cosas o personas desconocidas, sin antecedentes ni pasado, fruto aparente de una generación espontánea, misteriosa, casi sobrenatural, empeñándose en descubrir, pues, una ascendencia, una genealogía y, por lo tanto, en predecirles, en asignarles una inevitable degeneración, una senilidad, una muerte, como si al hacerlo y por una suerte de piadosa venganza filial, afirmara la invencible preeminencia del viejo analfabeto (de las generaciones de analfabetos con manos callosas, piernas pesadas, hablar lento, con riñones curvados sin reposo desde el comienzo del mundo hacia la tierra nutricia, repitiendo sin cesar los mismos gestos milenarios, taciturnos, secretos) sobre los instrumentos sutiles, pérfidos y efímeros de todo pensamiento, tan sutil, pérfido y efímero como ellos. Y a pesar de esto (a pesar de la insignificancia de sus sueldos de maestras, la insignificancia de lo que rentaban las tierras, la carga de ese hermano que educar, sus cuidados y austeros trajes con una nobleza de cuatro, ocho o dieciséis cuarteles) no satisfechas con conservar la inmensa mansión -ya medio en ruinas cuando la adquirieron- que la familia poseía en la ciudad, la reconstruyeron con una insistencia y paciencia de hormigas, casi enteramente, año tras año, por partes infinitesimales [...]"  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: