martes, 31 de mayo de 2016

"La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada ".- Gilles Lipovetsky (1944) y Jean Serroy (¿...?)


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3.-La cultura-mundo como mitos y desafíos
 ¿Hacia un planeta homogeneizado?

 "Tampoco resiste el análisis de los hechos la idea de que el mercado pueda erradicar las diferencias culturales. Las empresas lo comprendieron enseguida y desarrollaron el principio de la "glocalización", que integra las diferencias, los esquemas culturales concretos de las naciones en el cuadro de su estrategia internacional. La empresa global es la que hace suyo el célebre dicho que recomienda "pensar globalmente, actuar localmente", ya que la gestión unificada en el plano estratégico se asocia con los enfoques que amalgaman los contextos y los universos simbólicos particulares. Las empresas multinacionales están obligadas a articular las necesidades universales de la gestión con la atención a los particularismos nacionales. En la época de la globalización, el imperativo de innovación no implica ya la negación de las tradiciones y del pasado, antaño considerados arcaicos: como las identidades culturales propias de cada país son fenómenos vivos, la gestión intercultural se dedica a combinar lo universal y lo particular, lo racional y lo tradicional, la unidad moderna y la diversidad de las costumbres.
 Sin duda, nada ilustra mejor los límites de la cultura-mundo que la importancia de la lengua. Es verdad que se ha formado una especie de idioma "mundial" con la difusión de un inglés diplomático y comercial, de vocabulario y sintaxis limitados, que pertenece más a lo utilitario que a lo cultural. Pero aunque la tendencia es a emplear de manera creciente este comodín útil en todo el mundo, las lenguas propias se afirman y se revitalizan. Así, en Francia, por ejemplo, las lenguas regionales han estado amordazadas, incluso prohibidas durante mucho tiempo; hoy se reconocen oficialmente y algunas se pueden estudiar en el bachillerato. Y por todas partes se denuncia el "franglais" para defender la lengua francesa. Y si hubiera necesidad de poner de relieve esta fuerza de la lengua, menos negada que nunca, bastaría recordar la persistencia de las peleas lingüísticas entre los flamencos y los valones, por ejemplo, o entre los quebequeses y los canadienses anglófonos. De un extremo al otro del planeta se puede saborear la Coca-Cola y ver las mismas películas, pero se quiere hablar en la lengua propia: hay que admitir que, en este sentido, las culturas particulares no han perdido nada de su vitalidad. En realidad, las tendencias universalistas que acompañan a la mundialización alimentan al mismo tiempo la recuperación de los fenómenos particularistas e identitarios. La cultura-mundo, lejos de ser la tumba de la diversidad de las lenguas, es más bien el instrumento de su consolidación como elemento de afirmación identitaria de grupos e individuos deseosos de valorar su diferencia.
 La alimentación es igualmente un dominio que ilustra con fuerza la persistencia de las tradicionales nacionales y locales. En todo el planeta comen hamburguesas, pizzas, kétchup y pescado congelado; hoy se bebe vino en los países nórdicos y cerveza en los del sur. Sin embargo, en China se sigue comiendo comida china, en Francia comida francesa, en Italia comida italiana: las costumbres culinarias (sabores, recetas, horarios) no son idénticas en absoluto, ni siquiera en países geográficamente próximos. Los productos alimentarios que se venden en los departamentos de los supermercados de los diferentes países no son iguales. Incluso los artículos de comida rápida se comercializan, según los países, con variantes adaptadas a los hábitos y gustos locales. Más que una estandarización, vemos un interés creciente por las tradiciones alimentarias locales, las cocinas del país, las recetas "auténticas", y prueba de ello es la multiplicación de las guías y los libros de recetas regionales. Por toda Europa encontramos el "sabor del terruño", el éxito de las tradiciones gastronómicas, consideradas patrimonios nacionales y regionales que hay que valorar.
 La belleza es otro campo que ilustra a la perfección el proceso "glocalizador". Hoy se difunde por todo el planeta el mismo modelo de belleza femenina que promueven la publicidad, la moda, las supermodelos y las marcas de cosméticos".    

lunes, 30 de mayo de 2016

"Dichos de luz y amor".- San Juan de la Cruz (1542-1591)


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"También, ¡oh Dios y deleite mío!, en estos "dichos de luz y amor" de ti se quiso mi alma emplear por amor a ti, por ya que yo, teniendo la lengua de ellos, no tengo la obra y virtud de ellos, que es con lo que, Señor mío, te agradas más que con el lenguaje y sabiduría de ellos, otras personas, provocadas por ellos, por ventura aprovechen en tu servicio y amor, en que yo falto, y tenga mi alma en qué se consolar de que haya sido ocasión que lo que falta en ella halles en otras. Amas tú, Señor, la discreción, amas la luz, amas el amor sobre las demás operaciones del alma. Por eso, "estos dichos" serán de discreción para el caminar, "de luz" para el camino "y de amor" en el caminar. Quédese, pues, lejos la retórica del mundo; quédense las parlerías y elocuencia seca de la humana sabiduría, flaca e ingeniosa, de que nunca tú gustas, y hablemos palabras al corazón bañadas en dulzor y amor, de que tú bien gustas, quitando por ventura delante ofendículos y tropiezos a muchas almas que tropiezan no sabiendo, y no sabiendo va errando, pensando que aciertan en lo que es seguir a tu dulcísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, y hacerse semejantes a él en vida, condiciones y virtudes, y en la forma de la desnudez y pureza de su espíritu. Mas dala tú, Padre de misericordias, porque sin ti no se hará nada, Señor.  [...]
 4.-Más vale estar cargado junto al fuerte que aliviado junto al flaco. Quando estás cargado, estás junto a Dios, que es tu fortaleça, el cual está con los atribulados. Quando estás aliviado, estás junto a ti, que eres tu misma flaqueça; porque la virtud y fuerça del alma en los trabajos de paciencia crece y se confirma. [...]
 6.-El árbol cultivado y guardado con el beneficio de su dueño, da la fruta en el tiempo que dél se espera.  [...]
 12.-Más quiere Dios de ti el menor grado de pureça de conciencia que quantas obras puedes hacer.
 13.-Más quiere Dios de ti el menor grado de obediencia y sujeción que todos esos servicios que le piensas hacer.
 14.-Más estima Dios en ti el inclinarte a la sequedad y al padecer por su amor todas que todas las consolaciones y visiones spirituales y meditaciones que puedas tener.
 15.-Niega tus deseos y hallarás lo que desea tu coraçón. ¿Qué sabes tú si tu apetito es según Dios? [...]
 23.-El que de los apetitos no se deja llevar, volará ligero según el spíritu, como el ave a la que no falta pluma. [...]
 27.-El spíritu bien puro no se mezcla con estrañas advertencias ni humanos respetos, sino sólo en soledad de todas las formas, interiormente con sosiego sabroso se comunica con Dios, porque su conocimiento es en silencio divino.  [...]
 34.-Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por tanto, sólo Dios es digno dél. [...]
 39.-Eso que pretendes y lo que más deseas no lo hallarás por esa vía tuya ni por la alta contemplación, sino en la mucha humildad y rendimiento de coraçón. [...]
 44.-Bienaventurado el que, dejando aparte su gusto y inclinación, mira las cosas en raçón  y justicia para hacerlas.
 45.-El que obra raçón es como el que come substancia y el que se mueve  por el gusto de su voluntad como el que come fruta floxa.
 46.-Tú, Señor, buelves con alegría y amor a levantar al que te ofende y yo no buelvo a levantar y honrar al que me enoja a mí. [...]
 57.-El camino de la vida, de muy poco bullicio y negociación es, y más requiere mortificación de la voluntad que mucho saber. El que tomare de las cosas y gustos lo menos, andará más por él. [...]
 59.-A la tarde te esaminarán en el amor. Aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición. [...]
 61.-No pienses que porque en aquél no reluçen las virtudes que tú piensas, no será precioso delante de Dios por lo que tú no piensas".


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 Si quieres escuchar las poesías de San Juan de la Cruz, clica en este enlace: Poesías.
 Y si quieres escuchar con música y voz de Amancio Prada la obra "Llama de amor viva" clica aquí: Llama de amor viva.

domingo, 29 de mayo de 2016

"Cuentos de la India".- Rudyard Kipling (1865-1936)


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 La legión perdida

 "Los afganos fueron siempre una raza muy callada y preferían, con mucho, cometer una mala acción a soltar prenda respecto a lo que habían hecho.
 Permanecían tranquilos y se comportaban muy bien durante muchos meses y, de pronto, una noche cualquiera, sin decir nada y sin enviar advertencia, atacaban un puesto de policía, rebanaban la cabeza a un par de guardias, se precipitaban sobre una aldea, raptaban tres o cuatro mujeres y se retiraban, bajo el rojizo resplandor de las chozas que ardían, arreando delante de ellos el ganado cabrío y vacuno para llevárselo a sus montes desolados. En esas ocasiones, el gobierno de la India recurría casi a las lágrimas. Empezaba por decir: "Por favor, sed buenos y os perdonaremos". La tribu que había tomado parte en el último desaguisado se llevaba colectivamente el dedo pulgar a la nariz y contestaba con rudeza. Entonces el Gobierno decía: "¿No sería preferible para vosotros que pagaseis una pequeña suma por aquellos pocos cadáveres que  la otra noche dejasteis al retiraros?" Al llegar a este punto la tribu contemporizaba, recurría a la mentira y a las fanfarronadas y algunos de los hombres más jóvenes, simplemente para demostrar su desdén hacia la autoridad, realizaban otra incursión contra otro puesto de policía y disparaban sus armas contra alguno de los fuertes construidos de barro en la frontera; si la suerte los acompañaba, mataban a algún oficial inglés auténtico. Entonces, el gobierno decía: "Tened cuidado, porque si os empañáis en seguir esa línea de conducta, perderéis con ello".
 Si la tribu estaba bien enterada de lo que ocurría en la India, presentaba sus excusas o contestaba con rudeza, según si las noticias que poseía le indicaban que el Gobierno andaba atareado en otros menesteres o se hallaba en condiciones de dedicar toda su atención a las hazañas de la tribu. Había algunas tribus que sabían con exactitud hasta qué número de muertos podían llegar. Pero otras se exaltaban, perdían la cabeza y le decían al Gobierno que viniese a vérselas con ellos. El Gobierno, con dolor y lágrimas, y con un ojo puesto en el contribuyente británico de Inglaterra, que se empeñaba en considerar tales ejercicios militares como atropelladoras guerras de anexión, preparaba una costosa brigadilla de campaña y algunos cañones y despachaba todo hasta los montes para arrojar a la tribu culpable fuera de sus valles, en los que crecía el maíz, y obligarla a refugiarse en la cima de los montes, en donde no encontraban nada que comer. Entonces la tribu reunía todas sus fuerzas y entraba gozosa en campaña porque sabía que sus mujeres serían siempre respetadas, que se cuidaría de sus heridos sin someterlos a mutilaciones y que, en cuanto quedase vacío el talego de maíz que cada hombre llevaba siempre a cuestas, le quedaba el recurso de rendirse y de entrar en tratos con el general inglés, a pesar de que se hubiesen conducido como auténticos enemigos.
 Llegados a un acuerdo, y después de que hubiesen pasado años, muchos años, la tribu pagaría al Gobierno el precio de la sangre, moneda a moneda, y entretendría a los hijos contándoles que habían matado a los soldados de guerrera roja por millares. El único inconveniente de esta clase de guerra excursionista era la debilidad de los hombres de guerreras rojas, que no llegaban jamás a volar solemnemente, a fuerza de pólvora, las torres fortificadas y los refugios de los rebeldes. Las tribus consideraban esta conducta como una ruindad.
 Entre los jefes de las tribus más pequeñas de aquellos clanes poco numerosos, que conocían al penique el gasto que representaba poner en campaña contra ellos a las tropas blancas, contábase un sacerdote -bandido jefe- al que vamos a llamar el Gulla Kutta Mullah. Sentía por los asesinatos de frontera un entusiasmo tal que había llegado a convertirlos en obras de arte casi nobles. Mataba por pura maldad a un mensajero portador de correo, o atacaba con fuego de rifle un fuerte de barro en el momento en que, según él sabía, nuestros hombres necesitaban dormir. En sus épocas de descanso iba de visita a las tribus vecinas, esforzándose por arrastrarlas a cometer actos malvados. Tenía, además, una especie de hotel para los demás fugitivos de la justicia en su propia aldea, situada en un valle llamado Bersund. Todo asesino que se respetase a sí mismo tenía que recalar en Bersund si había actuado por aquella parte de la frontera, porque todos consideraban esa aldea como lugar completamente seguro".

sábado, 28 de mayo de 2016

"Poesía".- Guillermo de Poitiers (1071-1126)


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Haré un verso sobre absolutamente nada

 "I.- Haré un verso sobre absolutamente nada: no será sobre mí ni sobre otra gente, no será de amor ni de juventud, ni de nada más, sino que fue trovado durmiendo sobre un caballo.
 II.- No sé en qué hora nací, no estoy alegre ni triste, no soy arisco ni soy sociable, ni puedo ser de otro modo, porque así fui hechizado de noche sobre una alta montaña.
 III.- No sé cuándo estoy dormido ni cuándo velo, si no me lo dicen; por poco se me quiebra el corazón por un cordial dolor; y ello no me importa una hormiga, por San Marcial.
 IV.- Estoy enfermo y temo morirme; y sólo sé lo que oigo decir. Buscaré médico a mi capricho y no sé de ninguno así; será buen médico si puede curarme, pero no lo será si empeoro.
 V.- Tengo amiga, no sé quién es: pues nunca la vi, a fe mía, ni hizo nada que me pluguiera ni que me pesara, y no me importa. porque nunca hubo normando ni francés dentro de mi casa.
 VI.- Nunca la vi y la amo mucho; nunca tuve de ella favor ni me hizo ofensa; cuando no la veo, me lo tomo en broma: no me importa un gallo. Porque sé de una más gentil y más hermosa y que más vale.
 VII.- No sé si el lugar hacia donde vive está en la montaña o está en el llano; no oso decir lo injusta que es conmigo, antes bien me callo; y pésame mucho que ella se quede aquí, y por esto me voy.
 VIII.- He hecho el verso, no sé sobre quién; y lo enviaré a aquél que, por medio de otro, lo enviará de mi parte hacia Peitieu, para que me envíe la contrallave de su estuche.  

 
Compañeros, haré un verso que será adecuado

 I.- Compañeros, haré un verso que será adecuado: habrá en él más necedad que juicio, y estará mezclado de amor, de alegría y de juventud.
 II.- Y considerad rústico a quien no lo entiende o gustosamente no se lo aprende de memoria. Duro le es separarse del amor a aquél que lo encuentra a su agrado.
 III.-Tengo dos caballos apropiados a mi silla: son buenos, esforzados para las armas y valiosos, pero no puedo tenerlos a ambos porque el uno no tolera al otro.
 IV.- Si consiguiese domarlos a mi gusto, no quisiera emplear en otros mi guarnición, pues iría mejor montado que nadie toda mi vida.
 V.- El uno fue el más corredor de los montaraces, pero desde hace tiempo se ha apoderado de él tan fiera esquivez, y es tan díscolo y tan salvaje, que no se deja almohazar.
 VI.- El otro fue criado allá abajo, cerca de Colofen y, según mi parecer, nunca visteis otro más hermoso. Éste nunca será cambiado ni por oro ni por plata.
 VII.-Porque yo lo entregué a su amo cuando aún era pollino que pacía, pero me reservé para mí suficientes derechos para que, si él lo tenía un año, yo lo tuviese más de ciento.
 VIII.- Caballeros, dadme consejo en mis cuitas, pues nunca estuve tan perplejo en la elección. No sé por cuál decidirme, si por Agnés o por Arsén.
 IX.- Tengo el castillo y el dominio de Gimel, y a causa de Niol me enorgullezco ante todo el mundo, pues ambos me han rendido homenaje y pleitesía con juramento".  

viernes, 27 de mayo de 2016

"La decadencia de Occidente I".- Oswald Spengler (1880-1936)


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 "Pero, volviendo a nuestro tema estricto, intentemos desde este punto de vista determinar morfológicamente la estructura de la época actual, ante todo entre los años 1800 y 2000. Tenemos que fijar el momento de esta época en el conjunto de la cultura occidental; tenemos que definir su sentido como periodo biográfico que debe hallarse necesariamente, bajo una u otra forma, en toda cultura y desentrañar la significación orgánica y simbólica de los complejos morfológicos de carácter político, artístico, espiritual, social, que le son propios.
 Desde luego, resalta la identidad entre este periodo y el helenismo; particularmente la identidad entre el actual momento culminante de este período -señalado por la guerra mundial- y el tránsito de la época helenística a la romana. El romanismo, con su estricto sentido de los hechos, desprovisto de genio, bárbaro, disciplinado, práctico, protestante, prusiano, nos dará siempre la clave -ya que estamos atenidos a las comparaciones- para comprender nuestro propio futuro. ¡Griegos y romanos! Así, efectivamente, diferénciase el sino que ya se ha cumplido para nosotros y el sino que va a cumplirse ahora. En la "Antigüedad" hubiera podido, hubiera debido hallarse ya hace tiempo una evolución enteramente pareja a la de nuestra propia cultura occidental; esta evolución es diferente en los detalles superficiales pero idéntica por el impulso íntimo que conduce el gran organismo a su acabamiento. Habríamos entonces encontrado en la Antigüedad un constante álter ego comparable, rasgo por rasgo, con nuestra propia realidad, desde la guerra de Troya y las Cruzadas, desde Homero y los Nibelungos, pasando por el dórico gótico, el movimiento dionisíaco y el Renacimiento, Policleto y Sebastian Bach, Atenas y París, Aristóteles y Kant, Alejandro y Napoleón, hasta el predominio de la gran ciudad moderna y el imperialismo de ambas culturas.  
 Mas, para esto, era condición previa la justa interpretación de la historia antigua. ¡Y con qué parcialidad, con qué superficialidad, con qué ligereza y estrechez de miras se ha hecho siempre esa interpretación! Porque nos sentíamos demasiado emparentados con los "antiguos" hemos arreglado el problema a nuestra comodidad. La semejanza superficial es el escollo en el que naufraga la ciencia de la Antigüedad cuando cesa de ordenar y determinar sus hallazgos -tarea en la que es maestra- y pasa a interpretar el espíritu que los anima. El eterno prejuicio, que debiéramos al cabo desechar, consiste en creer que la Antigüedad nos es íntimamente próxima porque hemos sido o pretendemos ser sus discípulos y sucesores cuando, en realidad, sólo somos sus adoradores. La labor toda que el siglo XIX ha realizado en la filosofía de la religión, en la historia del arte, en la crítica social, era muy necesaria y ha servido de mucho, no para enseñarnos a comprender los dramas de Esquilo, las teorías de Platón, Apolo o Dioniso, el Estado ateniense, el cesarismo -que estamos muy lejos de comprender-, sino para hacernos sentir, por fin, lo extraño y lejano que nos es todo eso, más extraño quizá que los dioses mejicanos y la arquitectura india.
 Nuestras opiniones sobre la cultura grecorromana han oscilado siempre entre dos extremos y siempre, por supuesto, bajo una perspectiva dominada, cualquiera que fuese el "punto de vista", por el esquema Edad Antigua-Media-Moderna. Los unos, hombres de vida pública, economistas, políticos, juristas, encuentran que la "humanidad actual" se halla en lucido progreso; la valoran altamente y con ella miden todo lo anterior. No hay ningún partido moderno cuyas doctrinas no hayan servido de criterio para "valorar" a Cleón, a Mario, a Temístocles, a Catilina y a los Gracos. Los otros, en cambio, artistas, poetas, filólogos y filósofos no se sienten a gusto en el presente; buscan en el pasado un punto de referencia absoluto, desde el cual condenan el hoy con igual dogmatismo. Aquéllos consideran a los griegos como un "todavía no"; éstos consideran a los modernos como un "ya no"; ambos, empero, están sugestionados por una misma imagen histórica que enlaza las dos edades en una línea recta".

jueves, 26 de mayo de 2016

"La feria".- Rodrigo Rubio (1931-2007)


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Capítulo V

 "-Rezo por él, sí. Rezo más que por mis padres muertos. Rezo muchas veces. Aunque Sergio gruñe, medio enfadado, diciéndome que si es que me he vuelto beata ahora. Le digo que calle, o que rece también, lo poco que sabe. Luego suspiro. Él se ríe. Él no puede creer que sufro, entonces, como otras veces. "Tú, con esas monas que agarras...", me dice. ¡Ah, una ya tiene esa fama! Y... una ya se convirtió en animal, en algo embrutecido, y ya no tiene sentimientos para las gentes. Nadie cree que lloro de veras y que rezo como debe rezarse, porque todos me han visto llorar alguna vez lágrimas que echó fuera el vino y porque todos me han oído palabras que nadie entiende cuando voy sola por la calle. Pero vosotros podéis creerme: me duele el corazón y ahora ya no le digo palabras de rabia a nadie. Ahora, si los chicos me dicen: "¿Le está bueno, Manuela?", no respondo con las barbaridades de otras veces, que solía decirles: "Más bueno les está a vuestras madres y hermanas, pero no el vino..."; ahora les respondo: "Sí, muy bueno." Y si me preguntan: "¿Se emborracha?", les digo: "Sí, gracias a Dios." Y casi me alegro cuando oigo decir: "Manuela bebe, Manuela se emborracha, Manuela apesta a vino", porque pienso que sería mucho peor si dijeran: "Manuela bebía, Manuela se emborrachaba, Manuela apestaba a vino", palabras que, naturalmente, ya no llegarían a mis oídos, sordos entre las tablas del ataúd. ¡Ah, el genio que otras veces llegó a mí...! ¿Por qué le gritaría yo de aquella manera a Josillo, por qué? El Señor debiera castigarme, sí, porque una...
 Y, entonces, hijo, Manuela, esa mujer que sirve de burla a los chicos del pueblo, lloraba, tapándose la cara con las manos. Y se iba así, llorando, con su botella de vino dentro de la cesta, el vino que tal vez se bebiera en dos tragos, para luego, y aunque su marido no la creyera, ponerse a rezar por ti, deseando tu mejoría.
 ¿Por qué fuiste tú por aquella sandía en la que Sergio y Manuela habían escrito sus iniciales y que guardaban como un tesoro, metida dentro de un hoyo y tapada con las hojas de una mata? Bueno, fuiste porque... Estabas con tus amigos, un anochecer del mes de agosto. Vosotros, tus amigos y tú, oíais hablar a los mayores en los corrillos de la plaza. Los mayores hablaban de sus correrías por melonares y viñedos, por las noches. Vosotros quizá quisisteis ser, por una vez, un poco hombres, un poco como ellos, los mozos, aquel anochecer. Y fuisteis al melonar de Sergio, ahí en las eras. Tus amigos, no sé si más pillos o más miedosos, se quedaron en los olivos de Justo el cabrero. Y tú fuiste por el melón. ¿Por qué tú, hijo? Un melón de agua, una sandía, en esa época, apenas sí tiene valor, aquí en el pueblo. Nosotros teníamos el más grande melonar de la comarca, allá en el viñedo recién plantado. A ti, como a ninguno de tus amigos, te hacía falta aquella sandía. ¿Qué robabais? ¿Qué valor tenía el fruto hurtado? Vosotros no lo sabíais. Ni otros mayores quizá tampoco lo hubieran sabido. Era tiempo de ir a los melonares, a los viñedos, a las arboledas, y vosotros fuisteis, como los mayores hacían. Era tiempo de salir por la noche, o simplemente al anochecer, para sentarse en el campo, entre las vides cubiertas de verdes pámpanos, bajo un almendro o una higuera. Yo, en mi juventud, también había salido muchas noches. Sé lo que es eso y no lo critico. Se hace daño en el campo, en este y en aquel melonar, pero nunca se cree que se hizo un gran destrozo. Es hermoso salir en noches así. Mejor que estar en la plaza jugando a tirarse puñados de tierra. Mejor, también, que ir a la esquina de Andrés el ciego, para escuchar tristes y desentonadas melodías que le arranca a su viejo acordeón. Es casi como un rito, entre los jóvenes, salir en noches así. El campo embriaga con su olor a hierba que se seca y a tomateras que alguien -quizás el suave viento- mueve. He salido muchas veces, cuando era mozo, en esas noches de agosto y no critico ahora, repito, a aquéllos que lo hacen. Pero a veces dejan malas huellas, allá por donde pasaron. Y eso, no. Vosotros, tú, hijo, hiciste daño a Sergio y Manuela tomando aquella sandía. ¿Tanto valor tenía? Muy poco. Valor material, poco, porque todo el pueblo estaba lleno de sandías y melones; pero ellos, Sergio y Manuela, tenían aquella sandía muy escondida, la guardaban con mucho cuidado para.. ¿Para qué día grande de una casa triste la guardaban...? Y además (y esto era lo más importante), Manuela y Sergio, los dos viejos, habían escrito, como adolescentes enamorados, las iniciales de sus nombres en la corteza..."      

miércoles, 25 de mayo de 2016

"Temblor de cielo".- Vicente Huidobro (1893-1948)


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"Ante todo hay que saber cuántas veces debemos abandonar nuestra novia y huir de sexo en sexo hasta el fin de la tierra.
 Allí en donde el vacío pasa su arco de violín sobre el horizonte y el hombre se transforma en pájaro y el ángel en piedra preciosa.
 El Padre Eterno está fabricando tinieblas en su laboratorio y trabaja para volver sordos a los ciegos. Tiene un ojo en la mano y no sabe a quién ponérselo. Y en un bocal tiene una oreja en cópula con otro ojo.
 Estamos lejos, en el fin de los fines, en donde un hombre colgado por los pies de una estrella se balancea en el espacio con la cabeza hacia abajo. El viento que dobla los árboles, agita sus cabellos dulcemente.
 Los arroyos voladores se posan en las selvas nuevas donde los pájaros maldicen el amanecer de tanta flor inútil.
 Con cuánta razón ellos insultan las palpitaciones de esas cosas oscuras.
 Si se tratara solamente de degollar al capitán de las flores y hacerle sangrar el corazón del sentimiento superfluo, el corazón lleno de secretos y trozos de universo.
 La boca de un hombre amado sobre un tambor.
 Los senos de la niña inolvidable clavados en el mismo árbol donde los picotean los ruiseñores.
 Y la estatua del héroe en el polo.
 Destruirlo todo, todo, a bala y a cuchillo.
 Los ídolos se baten bajo el agua.
 -Isolda, Isolda, cuántos kilómetros nos separan, cuántos sexos entre tú y yo.
 Tú sabes bien que Dios arranca los ojos a las flores pues su manía es la ceguera.
 Y transforma el espíritu en un paquete de plumas y transforma las novias sentadas sobre rosas en serpientes de pianola, en serpientes hermanas de la flauta, de la misma flauta que se besa en las noches de nieve y que las llama desde lejos.
 Pero tú no sabes por qué razón el mirlo despedaza el árbol entre sus dedos sangrientos.
 Y este es el misterio.
 Cuarenta días y cuarenta noches trepando de rama en rama como en el Diluvio. Cuarenta días y cuarenta noches de misterio entre rocas y picachos.
 Yo podría caerme de destino en destino pero siempre guardaré el recuerdo del cielo.
 ¿Conoces las visiones de la altura? ¿Has visto el corazón de la luz? Yo me convierto a veces en una selva inmensa y recorro los mundos como un ejército.
 Mira la entrada de los ríos.
 El mar puede apenas ser mi teatro en ciertas tardes.
 La calle de los sueños no tiene árboles, ni una mujer crucificada en una flor, ni un barco pasando las páginas del mar.
 La calle de los sueños tiene un ombligo inmenso de donde asoma una botella. Adentro de la botella hay un obispo muerto. El obispo cambia de colores cada vez que se mueve la botella.
 Hay cuatro velas que se encienden y se apagan siguiendo un turno sucesivo. A veces un relámpago nos hace ver en el cielo una mujer despedazada que viene cayendo desde hace ciento cuarenta años.
 El cielo esconde su misterio.
 En todas las escalas se supone un asesino escondido. Los cantores cardíacos mueren sólo de pensar en ello.
 Así las mariposas enfermizas volverán a su estado de gusanos del cual no debían haber salido nunca. El oído recaerá en infancia y se llenará de ecos marinos y de esas algas que flotan en los ojos de ciertos pájaros.
 Solamente Isolda conoce el misterio. Pero ella recorre el arco iris con sus dedos temblorosos en busca de un sonido especial".    

martes, 24 de mayo de 2016

"Cuentos de la Malá Strana".- Jan Neruda (1834-1891)


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La mujer que arruinó al pordiosero

 "Voy a escribir sobre un hecho triste; pero ante mí es como si viera el rostro alegre del señor Vojtisek, ese rostro sano y luminoso, siempre colorado que, en especial los domingos, me hacía pensar en la carne asada bañada con manteca fresca, que me agrada mucho. Sin embargo, los sábados también -el señor Vojtisek se rasuraba sólo los domingos-, cuando la barba blanca le había crecido de nuevo, como nata espesa ornamentando su rostro apetitoso, el señor Vojtisek tenía una apariencia agradable. Su pelo también era atrayente. En verdad no tenía demasiado: le comenzaba a crecer bajo una pelada redondeada y era considerablemente cano, en parte plateado y en parte tendiendo al dorado, pero fino como seda y rodeando la cabeza con delicadeza. El señor Vojtisek siempre tenía el gorro en la mano y se lo ponía solamente si debía pasar por un lugar excesivamente expuesto al sol. En resumidas cuentas, el señor Vojtisek me agradaba mucho; sus ojos celestes brillaban vivamente y su rostro entero era un especie de gran ojo redondo y sincero.
 El señor Vojtisek era pordiosero. No sé a qué se había dedicado antes. Pero por lo que sé de la Malá Strana seguramente era un pordiosero antiguo y, de acuerdo con su aspecto saludable, podría continuar en su oficio por mucho tiempo. Era como un haya. Era fácil calcularle la edad. En una ocasión lo vi caminando a saltitos por la calle de San Juan, calle Ostruha arriba; descubrió al vigilante Simr tomando el sol contra la baranda y se le acercó. El señor Simr era un vigilante gordo, tanto que su levita gris siempre parecía a punto de reventar; desde atrás, su cabeza parecía una pila de salchichas rezumando grasa. Con el perdón de los lectores, el casco rutilante se bamboleaba sobre su gran cabeza cuando se movía; y cuando se echaba tras algún obrero que, desaprensivamente y desafiando las reglamentaciones cruzaba las calles llevando la pipa encendida en la boca, se tenía que sacar el casco y llevarlo en la mano. Los niños nos poníamos a reír y a saltar en un pie, pero cuando nos echaba una mirada simulábamos no habernos dado cuenta de nada. El señor Simr era un alemán de Sluknov; si todavía vive -Dios quiera- apostaría a que aún habla el checo tan mal como entonces. "Han de saber -acostumbraba decir- que lo aprendí en un año".
 Esta vez el señor Vojtisek se puso el gorro azul bajo el brazo y metió la mano en los abismos del bolsillo de su largo sobretodo gris. Saludó al señor Simr, que estaba bostezando lleno de aburrimiento en su puesto, con las palabras "¡Que Dios los ayude!", a las que respondió el señor Simr con un saludo militar. Después extrajo su humilde cajita de madera de boj para el rapé, la abrió tirando la tapa por medio de su presilla de cuero, y se la extendió al señor Simr. Éste tomó una pizca y le dijo:
 -Usted debe ser muy viejo. ¿Cuántos años tiene?
 -¡Bueno! -respondió el pordiosero sonriente-, ya han de hacer unos buenos ochenta años que mi madre me dio a luz para alegrarse el corazón.
 Con seguridad el lector estará admirado de que un pordiosero se animara a conversar con un vigilante tan afablemente, y de que éste no dejara de tratarlo de usted, como sin duda hubiera hecho con algún extraño o con algún subordinado. Y también hay que considerar lo que entonces significaba un vigilante. No era uno de tantos. Sólo había cuatro: los señores Novak, Simr, Kedlicky y Weisse, que se turnaban de día en la vigilancia de nuestra calle. Eran: el minúsculo señor Novak, del pueblo de Slabec -quien tenía inclinación por determinadas tiendas a las que lo conducía su gusto por la capital de slibovice*-; el grueso señor Simr, oriundo de Sluknov; el señor Hedlicky, que venía de Vysehrad -siempre tenía gesto hosco pero era de corazón tierno- y, por último el señor Weisse, nativo de Rozmital -hombre alto, de dientes descomunales y amarillos-. De ellos se sabía de dónde venían, cuántos años de servicio al rey habían cumplido y qué cantidad de hijos tenían. Todos gozaban del afecto de nosotros, los niños "del barrio". Nos conocían a todos y por eso podían informar siempre a las madres de por dónde andaban correteando sus pequeños". 

* Bebida alcohólica.