domingo, 1 de enero de 2017

"La filosofía explicada a mi hija".- Roger-Pol Droit (1949)

 
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 Capítulo 2: Ser sabio o ser instruido

  «-[...] Separaré toda la historia de la filosofía occidental sólo en dos partes. En la primera había la pretensión de ser sabio. En líneas generales se trata de la Antigüedad. En la segunda se quería abarcar todas las ciencias. Éstos son, siempre en líneas generales, los tiempos modernos.
 -¿Y en qué consiste ser sabio?
 -Lo más sencillo sería decir que el sabio es aquél que ha encontrado las ideas verdaderas capaces de guiar su vida y que ha logrado introducirlas por completo en su existencia.
 Primer punto que se ha de subrayar: la búsqueda de la sabiduría implica una transformación de sí mismo. Éste es un aspecto muy importante para entender a los filósofos de la Antigüedad. Ellos querían cambiarse a sí mismos e idearon sistemas para conseguirlo. Con este fin se preparaban intensamente. Desde esta perspectiva, ser filósofo no es ser profesor, ni dar clases, ni tampoco escribir libros, sino cambiar de vida y adoptar una actitud distinta ante la existencia.
 -¿No escribían libros estos filósofos?
 -No todos. Y los que escribían lo hacían como un medio para comprender mejor cómo avanzar hacia la sabiduría. O como ejercicios de preparación para volverse sabios.
 -Y, ¿por qué querían ser sabios?
 -Sencillamente, para ser felices, y de manera definitiva. El sabio se transforma de tal manera que escapa a la desgracia, a la angustia, a la inquietud, las decepciones, las envidias, los deseos, a los pesares de todo tipo. Siempre está sereno, no se perturba. Incluso es capaz de abandonar la vida de un momento a otro, sin agitarse, como quien se levanta de la mesa...
 -¡Nadie puede ser así!
 -Los filósofos antiguos ya sabían que esto no existe. Decían que ningún ser humano había llegado a ser sabio. Esta figura era un ideal, un horizonte que debía alcanzarse. Tal vez no se consiguiera, pero se podía hacer un esfuerzo para aproximarse a ella. Cabía orientarse en esa dirección.
 -¿De qué manera?
 -Las formas de vivir y, sobre todo, las concepciones eran distintas según las escuelas. Para algunos, el estudio de la vida intelectual, el ejercicio de la comprensión, era lo que permitía el acceso a la felicidad. Platón, por ejemplo, afirmaba que nuestra alma es como una pariente de las ideas verdaderas. La parte intelectual de nuestro espíritu estaría hecha para contemplar la verdad, y ésta sería la suprema felicidad del ser humano, lo mejor en que podría invertir su vida. En Aristóteles, que fue alumno de Platón antes de oponerse a él en varios puntos, encontramos una concepción bastante cercana: el ser humano está hecho para conocer. Desea saber, y el conocimiento es lo que puede procurarle mayor felicidad.
 -¡No muy divertido, como forma de vida!
 -Entiendo que puedas pensarlo... Sin embargo, lo que hay que recordar no son tanto las respuestas de Platón, Aristóteles u otros; lo esencial es la cuestión que todos se plantean, incluso si responden de forma distinta: ¿cómo debe vivir el ser humano para vivir lo mejor posible, para alcanzar lo que es más conforme a su naturaleza, para desarrollar plenamente las capacidades propias de la condición humana?
 Como ves es la misma cuestión que la de la felicidad. En efecto, una vida humana satisfactoria, excelente, capaz de realizar lo que una persona puede hacer mejor, es necesariamente una vida feliz.
 -Y, ¿cuáles son las otras respuestas?
 -El placer, por ejemplo.
 -¡Eso me parece mejor!
 -Sí, por ejemplo, el placer del estudio, de la inteligencia, del descubrimiento, de la comprensión... Los filósofos del placer lo cultivaron. Pero las fuentes principales del placer que nos dan felicidad son el cuerpo, la sexualidad, la comida. Según Epicuro, el hombre puede alcanzar la felicidad si se libera, por medio de la filosofía, de lo que le perturba e inquieta inútilmente. Esta filosofía se presenta como un tratamiento médico, una serie de remedios para cuidar nuestro mal de vivir. En su viaje hacia la sabiduría la mayoría de tradiciones filosóficas de la Antigüedad preconizan una suerte de "fármaco" filosófico.
 En la escuela epicúrea, consiste en un remedio de cuatro componentes. Uno: no temer a los dioses. Dos: no temer la muerte. Tres: regular los deseos, es decir, por ejemplo, no desear nada inútil o inaccesible. Cuatro: soportar el dolor. Si se consigue integrar estos cuatro puntos en la existencia cotidiana, se podrá llevar una vida en paz, dice Epicuro. Una vida sin inquietud ni desdicha, una existencia feliz, a condición, naturalmente, de admitir que lo que nos hace felices son la calma y la tranquilidad...
 -¿Tú no lo crees?
 -En todo caso, existen otras perspectivas. Hay, por ejemplo, filósofos que se oponían al placer sereno y reposado de los epicúreos, unos pensadores que defendían la superioridad del placer "en movimiento".
 -Pero, ¿qué quiere decir esto? ¿El placer del cuerpo?
 -Tenemos dos concepciones del placer que son distintas. Una, en reposo: el placer significa no sentir ningún dolor, ni hambre ni sed, ni sueño ni fatiga; el bienestar sin dolor, la alegría de existir. Otra, en movimiento, de forma activa: el placer es experimentar sensaciones agradables y vivas. Comer, beber, hacer el amor, bailar, dormir...»

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