martes, 28 de febrero de 2017

"Retablo de la pintura moderna".- Ricardo Gutiérrez Abascal -o Juan de la Encina- (1888-1963)


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 Capítulo VIII.- Naturalismo o Realismo

«En nuestro vocabulario son sinónimos ambos términos. El vocablo Realismo, como expresión de un concepto artístico, es relativamente moderno: se puso en circulación a mediados del siglo XIX y vino a sustituir al que se había empleado hasta entonces, o sea, Naturalismo. La escuela literaria de Zola, la llamada naturalista, quiso establecer una cierta distinción en el significado de ambos, pero como esa distinción no es aplicable a la pintura, nosotros como queda dicho, seguiremos considerándolos cual equivalentes, empleando a nuestro buen talento uno u otro.
 Así como los románticos gritaban: "¡Quien nos librara de griegos y romanos!", los realistas del siglo XIX pedían que se les librase de la fantasía y del sentimentalismo románticos... en su buena y en su mala acepción. La regeneración del arte -proclamaba Teófilo Thoré, el mejor crítico, con Baudelaire, de la época- ha de hacerse por medio de la vuelta a la verdad natural. [...]
 ¿Qué sucedió, pues, para que de la región donde alientan los dioses y los héroes se pasara a la de la vida real, cotidiana y vulgar? ¿Cómo las grandezas y fantasías románticas  desembocaron así en el gusto por lo real y verdadero? Cuestión de cansancio y de contraste. El Realismo sucedió al Romanticismo -eso sí, con escándalo-, como éste había sucedido -con escándalo también- al Neoclasicismo. El mundo no para de dar vueltas y las generaciones se suceden, trayendo nuevas visiones del mismo y modos de interpretarlo.
 Aunque nadie ignora lo que se entiende por realismo artístico, de todos modos vamos a exponerlo de una manera esquemática [...] 
 Podemos resumirlos en seis principales:
 1º.- Carencia de toda idea preconcebida de belleza. 2º.- Considérase la realidad, por lo menos, como inspiradora del arte. 3º.- En virtud de ello no se admite otro modelo, o ejemplo de belleza, que el que suministra la realidad que aparece ante los ojos. 4º.- No es misión del artista corregir ni embellecer el natural, sino reproducirlo con su carácter esencial y específico. 5º.- El artista ha de poseer el don de la simpatía en grado altísimo, que es don de amor hacia todo lo creado. Mediante ese amor, el artista realiza instintivamente la belleza -previo al dominio de la técnica- sin que halle previamente ante los ojos del espíritu ningún prototipo, ningún ideal previo, ninguna norma escolástica de belleza. De la contemplación amorosa del objeto surge precisamente su belleza, no de fuera de él mismo. 6º.- Cada ser u objeto tiene su belleza peculiar, propia, que es la que debe desentrañar el artista.
 Haciendo alarde de su sentido realista, Ingres proclamaba que "el arte nunca alcanza mayor grado de perfección que cuando, pareciéndose tanto a la naturaleza, se confunde con ella". Algo equívoca es esta sentencia en boca de Ingres. Pero efectivamente, cuando el arte está dotado de vida profunda, puede confundirse con las obras de la naturaleza, pero... trasladadas a la región de lo espiritual. En resumidas cuentas, el Realismo o Naturalismo se reduce a eso.
 Resumiendo: el Realismo o Naturalismo es un sistema  estético que reduce el arte a la copia de la realidad sensible tal como nuestra propia experiencia nos la da a conocer; acepta sin seleccionar los elementos que la naturaleza le ofrece; copia, sin retocarlo, lo que se ofrece a los ojos, lo que les presenta, si se quiere, el puro azar; suele contentarse con estudios fragmentarios, en lugar de realizar un cuadro completo o compuesto; el artista realista aspira a la impersonalidad, es decir, procura estar fuera de su obra; se prohíbe a sí mismo aquello que lord Bacon llamaba integración, obra del idealismo, o sea, aquel procedimiento que busca la perfección de los objetos, elimina sus tachas y completa y extiende sus excelencias, realizando así la plenitud y belleza del hombre o de cualquier otro objeto o ser; el Realismo procede directamente de la sensación, porque atiende exclusiva o casi exclusivamente a la vertiente material del mundo.
 Se ha reconocido que en el arte realista existen dos grandes divisiones. La una corresponde a lo que se llama realismo ético o didáctico; la otra, representa el realismo puro. En la primera, se reproduce la realidad, pero no por el simple gusto de reproducirla, como mero y exclusivo valor estético, sino con la intención de adoctrinar, corregir, o enseñar al hombre. Se muestran en él sus acciones como en un espejo, pero la intención es ética, es decir, correctiva, represiva. Se muestra la fealdad del hombre y, como en un trasfondo, el ideal a que debiera ajustarse. El realismo puro carece de toda preocupación ética. No le interesa ni enseñar ni reprender; no mira cerca o lejos, tomándolo como norma, el ideal, lo que las cosas debieran ser. Sólo le importa lo que son tal y como son. No persigue otra finalidad que la de imitar, por el placer de hacerlo y por la destreza que revela, la realidad interior y exterior. Es lo opuesto al Idealismo, al Romanticismo y a las formas desarrolladas de la estilización. La tranche de vie, que decía Zola.
 Ahora bien, cualquiera de esas dos grandes zonas del Realismo pretende mantenerse fiel a la verdad de la naturaleza, no alterando en ninguna forma las cualidades o los caracteres naturales de los objetos. Buscan las dos el modo más perfecto de reproducirlas. Obedecen ambas, pues, a la necesidad que tiene el hombre de acercarse por medio de la imagen a la realidad natural de las cosas y a la capacidad de que dispone para poderlas reproducir de ese modo.»

lunes, 27 de febrero de 2017

"Los trabajos y los días".- Hesíodo (h. 700 a.C.)


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«Yo que sé lo que te conviene, gran necio Perses, te lo diré: de la maldad puedes coger fácilmente cuanto quieras; llano es su camino y vive muy cerca. De la virtud, en cambio, el sudor pusieron por delante los dioses inmortales; largo y empinado es el sendero hacia ella y áspero al comienzo; pero cuando se llega a la cima, entonces resulta fácil por duro que sea.
 Es el mejor hombre en todos los sentidos el que por sí mismo se da cuenta [tras meditar, de lo que luego y al final será mejor para él]. A su vez es bueno también aquél que hace caso a quien bien le aconseja; pero el que ni por sí mismo se da cuenta ni oyendo a otro lo graba en su corazón, éste en cambio es un hombre inútil.
 Ahora bien, tú recuerda siempre nuestro encargo y trabaja, Perses, estirpe de dioses, para que te aborrezca el Hambre y te quiera la venerable Deméter de hermosa corona y llene de alimento tu cabaña; pues el hambre siempre acompaña al holgazán. Los dioses y los hombres se indignan contra el que vive sin hacer nada, semejante en carácter a los zánganos sin aguijón, que consumen el esfuerzo de las abejas comiendo sin trabajar. Pero tú preocúpate por disponer las faenas a su tiempo para que se te llenen los graneros con el sazonado sustento.
 Por los trabajos se hacen los hombres ricos en ganado y opulentos; y si trabajas te apreciarán mucho más los Inmortales [y los mortales, pues aborrecen en gran manera a los holgazanes].
 El trabajo no es ninguna deshonra; la inactividad es una deshonra. Si trabajas pronto te tendrá envidia el indolente al hacerte rico. La valía y la estimación van unidas al dinero.
 Para tu suerte, según te fue, es mejor trabajar, si olvidado de haciendas ajenas vuelves al trabajo tu voluble espíritu y te preocupas del sustento según mis recomendaciones.
 Una vergüenza denigrante embarga al necesitado, una vergüenza que hunde completamente a los hombres o les sirve de gran provecho, una vergüenza que va ligada a la miseria igual que la arrogancia al bienestar.
 Las riquezas no deben robarse; las que dan los dioses son mucho mejores pues si alguien con sus propias manos quita a la fuerza una gran fortuna o la roba con su lengua como a menudo sucede -cuando el deseo de lucro hace perder la cabeza a los hombres y la falta de escrúpulos oprime a la honradez-, rápidamente le debilitan los dioses y arruinan la casa de un hombre semejante, de modo que por poco tiempo le dura la dicha.
 Igualmente, el que maltrata a un suplicante o a su huésped, o sube al lecho de su hermano [para unirse ocultamente a su esposa incurriendo en falta], o insensatamente causa daño a los hijos huérfanos de aquél, y el que insulta a su padre anciano, ya en el funesto umbral de la vejez, dirigiéndose a él con duras palabras, sobre éste ciertamente descarga el mismo Zeus su ira y al final, en pago por sus injustas acciones, le impone un duro castigo. Pero tú aparta por completo tu voluble espíritu de estos delitos.
 Con pureza y santidad, en la medida de tus posibilidades, haz sacrificios a los dioses inmortales y quema en su honor espléndidos muslos; otras veces, concíliatelos con libaciones y ofrendas, cuando te vayas a la cama y cuando salga la sagrada luz del día, para que te conserven propicio su corazón y su espíritu y puedas comprar la hacienda de otros, no otro la tuya.
 Al que te brinde su amistad invítale a comer, y al enemigo recházalo. Sobre todo invita al que vive cerca de ti; pues si tienen alguna dificultad en la aldea, los vecinos acuden sin ceñir mientras que los parientes tienen que ceñirse.
 Una plaga es un mal vecino, tanto como uno bueno es una gran bendición. Cuenta con un tesoro quien cuenta con buen vecino. No se te morirá la vaca si no tienes mal vecino. Mide bien al recibir del vecino y devuélvele bien con la misma medida y mejor si puedes, para que si le necesitas, también luego le encuentres seguro.
 No te hagas rico por malos medios; las malas ganancias son como calamidades.
 Aprecia al amigo y acude a quien acuda a ti; da al que te dé y no des al que no te dé. A quien da cualquiera da, y a quien no da nadie da.
 El regalo es bueno, pero la rapiña es mala y dispensadora de muerte; pues el hombre que de buen grado, aunque sea mucho, da, disfruta con su regalo y se alegra en su corazón; pero el que roba a su antojo obedeciendo a su falta de escrúpulos, lo robado, aunque sea poco, le amarga el corazón; pues si añades poco sobre poco y haces esto con frecuencia, lo poco al punto se convertirá en mucho.
 El que añade a lo que tiene evitará la quemazón del hambre; lo que hay dentro de casa no inquieta al hombre; es mejor tener dentro de casa, pues lo de fuera es dañino. Bueno es coger de lo que se tiene y un tormento para el alma necesitar de lo que no se tiene. Te recomiendo que medites estas advertencias.
 Al empezar la jarra y al terminarla, sáciate; a mitad, haz economías; pero es mezquino el ahorro al llegar al fondo.
 El salario convenido con un hombre amigo, sea suficiente; y con un hermano, pon delante entre bromas un testigo. Sabido es que la confianza y la desconfianza pierden a los hombres.
 Que no te haga perder la cabeza una mujer de trasero emperifollado que susurre requiebros mientras busca tu granero. Quien se fía de una mujer, se fía de ladrones.
 Procura tener un solo hijo, para conservar intacto tu patrimonio, pues así la riqueza crecerá dentro de tu casa. Y ¡ojalá que te mueras viejo si dejas otro hijo! Para muchos hijos Zeus podría conceder fácilmente una envidiable fortuna; a más hijos, mayor cuidado y también mayor rendimiento.
 Si en tu corazón el deseo te hace aspirar a la riqueza, actúa así y obra trabajo tras trabajo. [...]
 Esta es la ley de los campos para quienes viven cerca del mar y para quienes, en frondosos valles, lejos del ondulado ponto, habitan ricos lugares. Siembre desnudo, ara desnudo y siega desnudo si quieres atender a su tiempo todas las labores de Deméter, para que cada fruto crezca en su época y nunca luego, necesitado, mendigues en casas ajenas, sin recibir nada.
 Así también ahora a mí viniste y, por supuesto, yo no te daré ni te prestaré más. Trabaja, ¡necio Perses!, en las faenas que para los hombres determinaron los dioses, a fin de que nunca en compañía de tus hijos y tu mujer con el corazón angustiado busques sustento entre los vecinos y éstos no te hagan caso; pues de momento recibirás dos y hasta tres veces; pero si todavía les sigues molestando, no lograrás nada, sino que hablarás mucho en vano e inútil será un campo de palabras. Por el contrario, te recomiendo que pienses en pagar tus deudas y defenderte del hambre.»
 
 

domingo, 26 de febrero de 2017

"La cripta de los templarios".- Manuel Nonídez (1954)

 
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 VI.-La espera
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«-De acuerdo -don Andrés se encontraba incómodo-. ¿Dónde nos quedamos en la explicación?
 Marta recogió el barco de papel y lo dejó en su regazo, a la vista, para recordar que en el momento que se iniciase un nuevo altercado, reanudarían la batalla y repuso:
 -Los primeros templarios habían celebrado un concilio en Europa regresando  después a Jerusalén.
 -Ah, claro, bien... Allí no les faltó trabajo de armas. De hecho, los templarios junto a la Orden de San Juan del Hospital que, con el tiempo, al cuidado y albergue de peregrinos en sus hospitales, había añadido su protección por las armas, conformaban ejércitos de élite tenidos en gran estima por los monarcas y el pueblo llano. Hay que tener en cuenta que las mesnadas cristianas, al margen de las órdenes militares, nunca llegaron a ser más que una fuerza expedicionaria de ocupación, compuesta por una pequeña cantidad de soldados fijos, condenados traídos de occidente que redimían sus penas como cruzados forzosos y mercenarios aborígenes conocidos como turcopliers o turcópolos, que combatían allí donde era mejor la paga.
 -¿No reclutaban soldados en Tierra santa? -se extrañó Kiko.
 -En épocas de crisis era imprescindible, de lo contrario, los pulanos, gentes de origen occidental nacidas en el reino franco de Jerusalén, preferían dedicarse al comercio y al trabajo de sus tierras.
 -Como cualquier hijo de vecino... -apostilló el cura.
 -Bueno... En París quedó Payen de Montdidier ocupado en organizar la infraestructura necesaria que generase el dinero con el que habría de mantenerse la Orden en Oriente. En numerosas ocasiones, los nobles, que consideraban un gran orgullo poder servir en la Orden aunque fuera por un tiempo limitado, rivalizaban entre sí por hacer la donación más espléndida. Idearon, o modificaron para su uso, múltiples sistemas que hacían crecer su economía; el que discutíamos antes, las inhumaciones, sólo fue uno de tantos. Un ejemplo más: el señor de unas tierras se ponía bajo la custodia de la Orden, con ello obtenía protección para sus gentes y su hacienda y beneficios espirituales y fiscales, lo que hoy llamaríamos exención de impuestos... En contrapartida, en la hora de su fallecimiento y tras asignar a la viuda una suma con la que se asegurase su supervivencia y la de sus descendientes, el Temple se hacía cargo de sus posesiones. Los templarios también llegaron a convertirse en los banqueros más fiables de Occidente: un viajero podía depositar una suma de dinero en cualquiera de sus encomiendas desde donde se libraban documentos de pago para hacerlos efectivos en las demás posesiones del Temple que se encontraban en su ruta...
 -Entonces... ¿Más que guerreros, eran comerciantes? -Kiko estaba descubriendo un aspecto de estos caballeros medievales que le gustaba muy poco.
 -La Orden poseía un sello en el que se puede apreciar a dos caballeros montados en el mismo caballo, quizá fuera un recuerdo de su primera época, cuando aún eran los Pobres Caballeros de Cristo pero, posteriormente, cada caballero era equipado con cota de malla larga y corta, espada, maza, hacha y lanza y, en su caso, arco o ballesta, casco con protección nasal, calza y camisa para su ropa interior y sobreveste y manto para la exterior, un escudero armado y varios sirvientes; los pertrechos normales de campaña como cacerolas, frascos o trébedes y tres caballos, dos de ellos ligeros y uno grande y robusto para soportar el peso de la armadura en combate. Cualquier hombre de aquel siglo que poseyese la mitad del equipamiento de un caballero templario era considerado rico... Imagina lo que le costaría a la Orden mantener el gasto de alimentos y pertrechos de todo un ejército de caballeros, sargentos, escuderos, armígeros, mercenarios, maestros de oficio, siervos...
 -Siempre el vil dinero... -interrumpió don Agustín.
 El profesor respiró hondo y prosiguió con resignación:
 -La Orden mantenía permanentemente dos frentes abiertos contra los musulmanes: uno en Tierra Santa y otro en la Península Ibérica; el resto de sus posesiones eran la maquinaria donde se generaba el dinero para mantenerlos...
 -Oh, basta; está usted dando una imagen equivocada de los templarios. De sus palabras se puede deducir que eran meros recaudadores de impuestos con que financiar una guerra santa y ¡nada más alejado de la verdad! Su largueza y justicia hacían de ellos las personas más queridas y respetadas de su tiempo. El caballero, por sí mismo, era pobre. Sólo se le admitía en la Orden si el Capítulo reunido a tal efecto lo consideraba merecedor de tal honor y, aun así, se le advertía y daba la oportunidad de arrepentirse de ello antes de tomar el hábito. Nada le pertenecía, ni siquiera la voluntad. La Orden, bajo su estricta Regla, se ocupaba de todas las necesidades  espirituales y materiales del fraile, pero al fallecer éste, todo retornaba a su seno para ser reutilizado. Cuando el caballero se encontraba fuera del convento, las normas se adecuaban a la vida de campaña, pero en su interior se observaba la austera Regla del Císter. Para dormir no podían despojarse nunca del calzón y llevaban la camisa recogida con un leve cinturón. A las dos de la madrugada en verano y a las cuatro en invierno, sonaba la campana llamando a maitines; tras el canto de estos se rezaba trece padrenuestros por Nuestra Señora y otros trece por el santo del día; después se llegaban hasta las caballerizas para dar de comer a sus caballos y regresaban a la cama, donde, antes de acostarse, rezaban nuevamente. A la llamada de la hora prima, se vestían para oír misa en la capilla y disponerse tras ella a las labores que tenían encomendadas... y así hora tras hora.
 -Pues se les iba el día en rezos... -Manolita acababa de entrar en la sala portando una bandeja-. Desde la ventana he visto a Sebastián cruzando la plaza -comunicó a su hermano al dejar sobre la mesa el servicio de café.» 

sábado, 25 de febrero de 2017

"Sobre las revoluciones de los orbes celestes".- Nicolás Copérnico (1473-1543)


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  Al lector sobre la hipótesis de esta obra

   «Divulgada ya la fama acerca de la novedad de las hipótesis de esta obra, que considera que la tierra se mueve y que el Sol está inmóvil en el centro del universo, no me extraña que algunos eruditos se hayan ofendido vehementemente y consideren que no se deben modificar las disciplinas liberales constituidas correctamente ya hace tiempo. Pero si quieren ponderar la cuestión con exactitud, encontrarán que el autor de esta obra no ha cometido nada por lo que merezca ser reprendido. Pues es propio del astrónomo calcular la historia de los movimientos celestes con una labor diligente y diestra. Y además concebir y configurar las causas de estos movimientos, o sus hipótesis, cuando por medio de ningún proceso racional puede averiguar las verdaderas causas de ellos. Y con tales supuestos pueden calcularse correctamente dichos movimientos a partir de los principios de la geometría, tanto mirando hacia el futuro como hacia el pasado. Ambas cosas ha establecido el autor de modo muy notable. Y no es necesario que estas hipótesis sean verdaderas, ni siquiera que sean verosímiles, sino que basta con que muestren un cálculo coincidente con las observaciones, a no ser que alguien sea tan ignorante de la geometría o de la óptica que tenga por verosímil el epiciclo de Venus, o crea que ésa es la causa por la que precede unas veces al Sol y otras le sigue en cuarenta grados o más. ¿Quién no advierte, supuesto esto, que necesariamente se sigue que el diámetro de la estrella en el perigeo es más de cuatro veces mayor, y su cuerpo más de dieciséis veces mayor  de lo que aparece en el apogeo, a lo que, sin embargo, se opone la experiencia de cualquier época? También en esta disciplina hay cosas no menos absurdas o que en este momento no es necesario examinar. Está suficientemente claro que este arte no conoce completa y absolutamente las causas de los movimientos aparentes desiguales. Y si al suponer algunas, y ciertamente piensa muchísimas, en modo alguno suponga que puede persuadir a alguien [en que son verdad], sino tan sólo establecer correctamente el cálculo. Pero ofreciéndose varias hipótesis sobre uno solo y el mismo movimiento (como la excentricidad y el epiciclo en el caso del movimiento del Sol) el astrónomo tomará aquella mucho más fácil de comprender. Quizás el filósofo busque más la verosimilitud: pero ninguno de los dos comprenderá o transmitirá nada cierto, a no ser que le haya sido revelado por la divinidad. Por lo tanto, permitamos que también estas nuevas hipótesis se den a conocer entre las antiguas, no como más verosímiles, sino porque son al mismo tiempo admirables y fáciles y porque aportan un gran tesoro de sapientísimas observaciones. Y no espere nadie, en lo que respecta a las hipótesis, algo cierto de la astronomía, pues no puede proporcionarlo; para que no salga de esta disciplina más estúpido de lo que entró, si toma como verdad lo imaginado para otro uso. Adiós.
[...]
Al santísimo Señor Pablo III, Pontífice Máximo. Prefacio de Nicolás Copérnico a los libros sobre las revoluciones

 Santísimo Padre, puedo estimar suficientemente lo que sucederá en cuanto algunos adviertan, en estos libros míos, escritos acerca de las revoluciones de las esferas del mundo, que atribuyo al globo de la tierra algunos movimientos, y clamarán para desaprobarme por tal opinión. Pues no me satisfacen hasta tal punto mis opiniones, como para no apreciar lo que otros juzguen de ellas. Y aunque sé que los pensamientos del hombre filósofo están lejos del juicio del vulgo, sobre todo porque su afán es buscar la verdad en todas las cosas, en cuanto esto le ha sido permitido por Dios a la razón humana; sin embargo, considero que debe huirse de las opiniones extrañas que se apartan de lo justo. Y así, al pensar yo conmigo mismo, cuán absurdo estimarían esta cantinela aquellos que, por el juicio de muchos siglos, conocieran la opinión confirmada de que la tierra inmóvil está colocada en medio del cielo como su centro, si yo, por el contrario, asegurara que la tierra se mueve; entonces largo tiempo dudé en mi interior si dar a luz mis comentarios escritos sobre la demostración de ese movimiento o si, por el contrario, sería suficiente seguir el ejemplo de los Pitagóricos y de algunos otros, que no por escrito, sino oralmente, solían transmitir los misterios de su filosofía únicamente a amigos y próximos, como testifica Lysis en su carta a Hiparco. Pero a mí me parece que no hicieron esto, como juzgan algunos, por un cierto recelo a comunicar sus doctrinas, sino para que asuntos tan bellos, investigados con mucho estudio por los grandes hombres, no fueran despreciados por quienes les da pereza el dedicar algún trabajo a las letras, excepto a lo lucrativo, o si, siendo excitados por las exhortaciones y el ejemplo de otros hacia el estudio liberal de la filosofía, por la estupidez de su ingenio se movieran entre los filósofos como los zánganos entre las abejas. Considerando, pues, conmigo mismo estas cosas, el desprecio que debería temer a causa de la novedad y lo absurdo de mi opinión, casi me empujaron a interrumpir la obra ya organizada. Pero los amigos me hicieron cambiar de opinión, a mí que durante tanto tiempo dudaba y me resistía. [...] A lo mismo me impulsaron otros muchos varones eminentes y doctos, exhortándome para que no me negara durante más tiempo, a causa del miedo concebido, a presentar mi obra para la común utilidad de los estudiosos de las matemáticas. Decían que, cuanto más absurda pareciera ahora a muchos esta doctrina mía sobre el movimiento de la tierra, tanta más admiración y favor tendría después de que, por la edición de mis comentarios, vieran levantada la niebla del absurdo por las clarísimas demostraciones. En consecuencia, convencido por aquellas persuasiones y con esta esperanza, permití a mis amigos que hiciesen la edición de la obra que me habían pedido tanto tiempo.»

viernes, 24 de febrero de 2017

"La ardilla".- Anatoli Kim (1939)


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 Primera parte

«Soy huérfano, mi padre murió durante la guerra de Corea, mi madre murió de hambre en el bosque estrechando en su mano un pedazo de papel en el que había escrito el nombre de su marido, oficial del Ejército Popular. Junto a mi madre yacía yo, un niño de tres años, y me recogieron unos campesinos que me entregaron a un establecimiento estatal. Es evidente que mi madre huía de la ofensiva enemiga llevándome en brazos, y que se perdió en la espesura de un bosque, en una de las lejanas provincias norcoreanas. No se sabe cuánto tiempo permaneció mi desgraciada madre en el bosque, pero evidentemente serían varios meses, si tenemos en cuenta que la ofensiva norteamericana fue en el verano de 195... y a ella la encontraron avanzado el otoño. Seguramente, se alimentaba únicamente de hierbas y raíces: incluso se encontró un puñado de hierba aprisionado entre los apretados dientes de la muerta.
 No recuerdo nada de esto ni surge en mi mente el vago perfil de mi madre por más que fuerce la memoria. En cambio, recuerdo con absoluta precisión cómo bajaba por el tronco de un árbol un animal pardo de cola sedosa, cómo recorría una rama extendida sobre mí y se quedaba inmóvil contemplándome atentamente desde arriba. Y en los ojos de la ardilla -pues era indudablemente una ardilla que debido a mi propia pequeñez yo veía enorme- brillaba tal curiosidad, tal benevolencia, alegría y vivacidad que yo me echaba a reír y alargaba la mano hacia ella. Más allá, la memoria se envuelve de nuevo en una bruma que oculta para siempre, a mis ojos, la auténtica historia de mi salvación. Y con todo, me ha quedado para siempre la invariable sensación de que la ardilla pardusca fue de algún modo la principal salvadora de mi vida. Es muy posible que esta seguridad provenga de la instantánea confianza  que apareció en este primer impulso de mi alma infantil, cuando yacía en el suelo junto a mi madre muerta y alargaba la mano hacia un animal cuyos ojos estaban llenos de claridad y alegría. Sea como sea, siempre que intento imaginar a mi desconocida madre veo a una ardilla que corre por un árbol y se apresura a venir a mí para empapar de esperanza y alegría el primer instante de mi existencia.
 Este recuerdo singular se refiere, por decirlo así, a la época mítica en que mi existencia estaba íntegramente en manos de las fuerzas superiores y no dependía ni de la gente ni de mi propia voluntad; a partir de aquí, todo lo que retuvo mi memoria infantil está relacionado con los años pasados en Sajalín, en la casa de mis padres adoptivos. Rusos sencillos, ambos habían trabajado toda la vida de contables y me adoptaron como hicieron otros por aquel entonces, cuando enviaban a la Unión Soviética a los niños coreanos huérfanos de guerra. Crecí en una casita de madera revestida de "abeto" y pintada al óleo, pero debo añadir que el color de la casa cambia en mi memoria varias veces: verde-ensalada muy apetitosa, marrón, severa y seria, o azul como los cielos. Mi infancia fue completamente feliz gracias a los cuidados y a las atenciones de aquellas personas queridas cuyo apellido llevo. Tuvo lugar en el extremo de una calle de un poblado de Sajalín, entre cobertizos donde crecían enormes bardanas, y había negros montones de carbón, imprescindibles junto a cada casa, y bajo el pacífico ladrido de los perros domésticos, que en la época de mi infancia llevaban una cadena fijada con un aro a un tenso alambre, y vivían en perreras.
 Querida mía, era la memorable época del paso de la vida rural a la ciudadana; la urbanización no se impuso súbitamente sino que siguió su correspondiente camino y produjo por razón natural un período de transición: el estadio de la vida en poblados. En un poblado, que a veces podía llamarse oficialmente ciudad, existían encalmadas callejuelas aldeanas y casas de madera que tomaban el agua de su pozo y se calentaban con su horno. La vida humana, al reflejar esta transición, llevaba el sello de anhelos contradictorios; no podía, por ejemplo, renunciar a la esperanza del huerto y del lechón cebado que gruñía en el pequeño cobertizo, pero su felicidad tampoco era imaginable sin envolverse algún día, aunque fuera una sola vez, en el humo y el tufo de la ciudad, sin vagar por el asfalto en el que nada crece.
 Vivo desde hace tiempo en una enorme ciudad, y aunque no acabo de acostumbrarme a vivir sobre el asfalto y el cemento, comprendo que sin estos pétreos y férreos nidos del alma humana no se hubiera producido en nuestro planeta un fenómeno misterioso y muy probablemente único en el Universo. Generadoras de energía en una maravillosa atmósfera, nuestras Ciudades arden y relucen en la noche caldeadas por su ardor interno, y ¿qué mariposa conseguiría no quemarse las alas volando hacia esa atractiva luz?
 Yo, un animalito con cola que corre fortuitamente por las placas de cemento de una de las mayores ciudades del mundo, tuve que experimentar muchas cosas maravillosas, horribles y sorprendentes, y mi testimonio de la vida, expuesto con sencillez, veracidad y detalle, puede ser interesante y aleccionador. De ningún modo guía mi impulso espiritual la mezquina vanidad de comunicar a todo el mundo mis aventuras. No. Pero no puedo callar siempre, con esa sumisión que me es propia, porque hay en la naturaleza un fenómeno inmortal que es la sensación del deber incumplido.
 Os amé en vida, pero nada o casi nada hice por mi amor, y debí hacer lo posible y lo imposible. Y ahora ya no existo: dejé libre el puesto que ocupaba dentro de los límites del aire de la tierra.»

jueves, 23 de febrero de 2017

"La revolución teórica de Marx".- Louis Althusser (1918-1990)

 
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 6.- Sobre la dialéctica materialista (de la desigualdad de los orígenes)

1.-Solución práctica y problema teórico. ¿Por qué la teoría?

«El problema que planteaba mi último trabajo -¿en qué consiste la "inversión" hecha por Marx de la dialéctica hegeliana?, ¿cuál es la diferencia específica que distingue la dialéctica marxista de la dialéctica hegeliana?- es un problema teórico.
 Decir que es un problema teórico implica que su solución teórica debe dar un conocimiento nuevo, ligado orgánicamente a los otros conocimientos de la teoría marxista. Decir que es un problema teórico implica que no se trata de una simple dificultad imaginaria, sino de una dificultad que existe realmente planteada bajo la forma de problema, es decir, bajo una forma sometida a condiciones sine qua non: definición del campo de conocimientos (teóricos) en el cual se plantea (sitúa) el problema; del lugar exacto de su posición; de los conceptos requeridos para plantearlo.
 La posición, el examen y la resolución del problema, es decir, la práctica teórica en la que vamos a comprometernos, son los únicos en poder suministrar la prueba de que estas condiciones son respetadas.
 Ahora bien, en este caso concreto, lo que se trata de enunciar bajo la forma de problema y de solución teórica existe ya en la práctica del marxismo. No solamente la práctica marxista ha encontrado esa "dificultad" y ha comprobado que es real y no imaginaria, sino, más aún, dentro de sus propios límites la ha "liquidado" y vencido. La solución de nuestro problema teórico existe ya, desde hace mucho tiempo, en estado práctico, en la práctica marxista. Plantear y resolver nuestro problema teórico consiste, por lo tanto, finalmente, en enunciar teóricamente la "solución" que existe en estado práctico, aquella que la práctica marxista ha dado a una dificultad real encontrada en su desarrollo, cuya existencia ha señalado y con la cual, según confesión propia, ha arreglado ya sus cuentas. 
 En consecuencia, no se trata sino de acortar una distancia entre la teoría y la práctica. No se trata de ninguna manera, de plantear al marxismo un problema imaginario o subjetivo, de pedirle que "resuelva" los problemas del "hiperempirismo", ni tampoco lo que Marx llama las dificultades que un filósofo experimenta en sus relaciones personales con un concepto. No. El problema planteado existe (ha existido) bajo la forma de una dificultad señalada por la práctica marxista. Su solución existe en la práctica marxista. No se trata sino de enunciarla teóricamente. Este simple enunciado teórico de una solución existente en estado práctico no se produce por sí solo: exige un trabajo teórico real que, no sólo elabora el concepto específico o conocimiento de esa solución práctica, sino que, además, destruye realmente, a través de una crítica radical (llegando hasta su raíz teórica), las confusiones, ilusiones o aproximaciones ideológicas que puedan existir. Este simple "enunciado" teórico implica, por lo tanto, al mismo tiempo, la producción de un conocimiento y la crítica de una ilusión.
 Y si se pregunta: ¿por qué tantos esfuerzos en anunciar una "verdad" conocida desde hace tanto tiempo?, responderemos usando el término en su sentido riguroso: la existencia de esta verdad ha sido señalada, reconocida, desde hace mucho tiempo, pero no ha sido conocida. Ya que el reconocimiento (práctico) de una existencia no puede pasar por su conocimiento (es decir, por su teoría), salvo dentro de los límites de un pensamiento confuso. Y si se pregunta entonces, ¿de qué nos sirve plantear este problema en la teoría, puesto que su solución existe desde hace tiempo en estado práctico? ¿Por qué dar a esta solución práctica un enunciado teórico del cual la práctica ha podido prescindir hasta ahora? y, ¿qué podemos ganar que no poseamos ya en esta investigación especulativa?
 A estas preguntas podemos responder con una frase, aquella de Lenin: "Sin teoría no hay práctica revolucionaria", generalizándola: la teoría es esencial a la práctica, tanto a aquella de la cual es la teoría como a las que pueda ayudar a nacer, o a crecer. Pero la evidencia de esta frase no puede sernos suficiente, necesitamos garantizar su validez, por lo tanto plantearnos la pregunta: ¿qué entender por una teoría, esencial a la práctica? [...]
 Por práctica en general entenderemos todo proceso de transformación de una materia prima dada determinada en un producto determinado, transformación efectuada por un trabajo humano determinado, utilizando medios (de "producción") determinados. En toda práctica así concebida el momento (o el elemento) determinante del proceso no es la materia prima ni el producto, sino la práctica en sentido estricto: el momento mismo del trabajo de transformación, que pone en acción, dentro de una estructura específica, hombres, medios y un método técnico de utilización de los medios. Esta definición general de la práctica encierra en sí la posibilidad de la particularidad: existen prácticas diferentes, realmente distintas aunque pertenecientes orgánicamente a una misma totalidad compleja. La "práctica social", la unidad compleja de las prácticas que existen en una sociedad determinada, contiene en sí un número elevado de prácticas distintas. [...] La práctica social encierra, además de la producción, otros niveles esenciales: la práctica política [...], la práctica ideológica [...] y, por último, la práctica teórica.»

miércoles, 22 de febrero de 2017

"El artista encubierto".- Paul Micou (1959)


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 Capítulo dos
 VI

 «Desnudo y encogido en su postura de El pensador, Oscar disfrutó de un momento sublime de temeridad y arrojo. Se estudió las uñas de los dedos de los pies y sintió la quieta tensión de su público.  Se agachó aún más, cerró los ojos y saltó del acantilado. En el aire, dobló las piernas hacia atrás, en una postura medio arrodillada, y mantuvo la pose aunque se sentía caer hacia delante, cada vez más abajo. Se sintió dar dos vueltas y un giro completo hacia un lado antes de sufrir un impacto explosivo centrado exactamente en sus omóplatos.
 Por la presión de los oídos se dio cuenta de que su zambullida había sido lo bastante limpia como para mandarle al fondo mismo de la cala, aunque era incapaz de distinguir en qué dirección se iba hacia arriba. Se relajó en un torbellino de espuma y esperó con paciencia a que el salado Mediterráneo le sacase a la superficie. Mientras su cuerpo se volvía hacia arriba, tuvo tiempo de darse cuenta de que no estaba herido, ni siquiera aturdido, y que podía emerger del agua a recibir la ovación que sin duda le esperaba. Sacó la cabeza a la luz. Alzó los ojos hacia el acantilado y saludó victorioso, descubriendo que estaba mirando al lado que no era. De detrás de él surgieron exclamaciones de alivio en varios idiomas y en el idioma internacional de la risa.
 Oscar se dio la vuelta, saludando aún, para ver una selección de lo más diversa de posturas en las escaleras; cabezas sujetas con las manos con gestos de dolor solidario; manos sobre bocas asombradas; ceños fruncidos de aquellos que desaprobaban el suicidio en propiedades privadas; bocas abiertas de risa. Al final de la escalera estaba Neville de la Seca-Tos con una toalla alrededor de los hombros, aplaudiendo con las manos alzadas pero sacudiendo la cabeza ante la insensatez del joven dibujante, y sin dejar de mantener una mirada competitiva en los jueces que estaban a bordo del yate de su esposa. Mientras Oscar nadaba lentamente hacia la orilla, vio con asombro cómo los jueces conferenciaban entre sí antes de emitir sus veredictos. Se detuvo junto al casco del yate y les miró para que supieran que se había dado cuenta de lo poco ético de su proceder. Uno por uno levantaron sus tarjetas: ochos y nueves; evidente conspiración para mantener en cabeza a su estrella del salto. Oscar se dirigió al embarcadero convencido de que la corrupción gobernaba al mundo.
 Era importante aparecer despreocupado mientras le ayudaban a salir, desnudo, del agua. Neville le tendió la toalla y le estrechó la mano.
 -Valiente -dijo el inglés-. Su salto ha demostrado mucho valor.
 Valor el tuyo, le hubiera gustado decir a Oscar, por haberme metido en esto. Pero al final el resultado esperado se había conseguido, pues entre los que esperaban a Oscar estaba la nuevamente amistosa Veronique.
 -No hubiese sido tan divertido si te hubieras matado -dijo-. Otras veces hemos tenido heridos, ¿sabes?
 Oscar hizo lo que pudo para no romper a llorar al ver a Veronique de cerca.
 -No lo hubiera hecho si tú no hubieses estado mirando.
 -Chsss, no tan alto. Él está justo detrás de mí.
 -¿Quién? Ah, él -herr Dohrmann estaba en el embarcadero, a unos metros de distancia, charlando con Neville de la Seca-Tos. La cicatriz de su mejilla izquierda viajaba en un crescendo desde el rabillo de su ojo muerto hasta la comisura de la boca. Con su capacidad experta para la observación física, Oscar creyó poder detectar ciertos rasgos de la fisonomía germana que su asombrosa hija había heredado: los ojos verdes, naturalmente, pero también el lado superior curvado, la pequeña barbilla puntiaguda, las orejas minúsculas... todo eso tenían en común.
 -Pareces preocupada -le dijo Oscar a Veronique, intentando tocarle el brazo suavemente pero fallando al retirarse ella con brusquedad.
 -Por supuesto que lo estoy -dijo ella.
 -¿Podemos tener una pequeña charla con él?
 -¿Tú? ¿Estás sugiriendo que quieres tener una pequeña charla con mi...?
 -Espera -dijo Oscar-. Aquí viene.
 Herr Dohrmann era un hombre robusto con un torso de barril y piernas nudosas con varices morenas sobresalientes. Su pierna izquierda parecía ligeramente atrofiada, lo que explicaba su pronunciada cojera. La cabeza leonina era un revoltijo de pelo blanco al viento y pliegues de cuero. La cicatriz se le volvía blanca y angulosa cuando sonreía.
 -Joven -dijo el alemán asiendo una de las pequeñas manos de artista de Oscar entre sus dos garras de espadachín-, estuvo usted magnífico. Tendría que haberse llevado una medalla. Me temo que los jueces no han sabido apreciar lo que ha hecho. Fue una tontería que Neville le animara, pero creo que le ha dado usted una lección, ¿ja