viernes, 31 de marzo de 2017

"A través del desierto y de la selva".- Henryk N. Sienkiewicz (1846-1916)

 
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  Capítulo VII

 «-No deis crédito a sus palabras -respondió Stas-, porque él, además de la piel, tiene oscura la sesera. Para llegar a Khartum, aunque compraras camellos frescos cada tres días y corrieras como hoy, necesitarías un mes. Y quizás tampoco sepáis que en el camino se os cruzaría no el ejército egipcio, sino el inglés...
 Estas palabras causaron cierta impresión y, al darse cuenta, Stas, prosiguió:
 -Antes de que os halléis entre el Nilo y el gran oasis, todos los caminos del desierto estarán vigilados por las patrullas militares. ¡Ja! ¡Las palabras que corren por el hilo de cobre son más veloces que los camellos! ¿Cómo podríais pasar?
 -El desierto es ancho -respondió uno de los beduinos.
 -Pero no podéis alejaros del Nilo.
 -Podemos hasta cruzarlo; y mientras nos buscan en este lado, nosotros estaremos ya en el otro.
 -Las palabras que corren por el hilo de cobre llegarán a todas las ciudades y pueblos a los dos lados del río.
 -Mahdi nos enviará a un ángel, que pondrá los dedos sobre los ojos de los ingleses y de los turcos (egipcios) y nos cubrirá con sus alas.
 -Idrys -dijo Stas-, no me dirijo a Hamis que tiene la cabeza vacía como una calabaza; ni tampoco a Gebhr, que es un chacal despreciable, sino a ti. Ya sé que queréis llevarnos ante Mahdi y entregarnos a Smain. Pero si lo hacéis por dinero, sabed que el padre de la pequeña bint (niña) es mucho más rico que todos los sudaneses juntos.
 -¿Y qué quieres decir con eso? -interrumpió Idrys.
 -¿Qué? Regresad por vuestra propia voluntad; el gran mehendi no os escatimará el dinero y tampoco mi padre.
 -Pero nos entregarán al gobierno, que nos hará colgar.
 -No, Idrys. Os colgarán, sin duda, pero sólo en el caso de que os cojan huyendo. Y eso ocurrirá con toda seguridad. Pero, si vosotros mismos regresáis, entonces no os esperará ningún castigo y además seréis hombres ricos durante toda vuestra vida. Tú sabes que los blancos de Europa cumplen su palabra. Por tanto, yo te doy mi palabra, en nombre de ambos mehendis, de que se hará lo que digo.
  Y, en efecto, Stas estaba seguro de que tanto su padre como el señor Rawlison preferirían cien veces cumplir la promesa dada por él que exponer a los dos, y sobre todo a Nel, a ese terrible viaje y a la aún más terrible vida entre las salvajes y enloquecidas hordas de Mahdi.
 Por eso, con el corazón palpitando, esperaba la respuesta de Idrys, que se quedó en silencio y sólo después de un largo rato dijo:
 -¿Dices que el padre de la pequeña bint (niña) y el tuyo nos darán mucho dinero?
 -Así es.
 -¿Acaso puede todo el dinero del mundo abrirnos las puertas del Paraíso, las puertas que nos abrirá una bendición de Mahdi?
 -¡Bismillah! -exclamaron entonces los dos beduinos, junto con Hamis y Gebhr.
 Stas perdió toda esperanza por el momento, pues sabía que, aunque en el Oriente las gentes son muy avariciosas y corruptibles, sin embargo, cuando un mahometano mira el aspecto de una cosa por el lado de la fe, entonces no existe ya en el mundo tesoro alguno que le pueda atraer.
 E Idrys, animado por la exclamación, siguió hablando; estaba claro que ya no lo hacía para contestar a Stas, sino con el propósito de conseguir mayor respeto y alabanzas de sus compañeros:
 -Nosotros tenemos la suerte de pertenecer a esa tribu que dio al mundo el profeta; pero la "honorable" Fátima y sus hijos son parientes suyos y el gran Mahdi los ama. Cuando os entreguemos a ti y a la pequeña bint (niña), él os cambiará por Fátima y por sus hijos y a nosotros nos dará su bendición. Sabed que hasta el agua con la que él hace sus abluciones todas las mañanas, según las normas del Corán, hace sanar a los enfermos y limpia los pecados; ¡y qué decir en lo que a su bendición se refiere!
 -¡Bismillah! -repitieron los sudaneses y los beduinos.
 Pero Stas, aferrándose a su última tabla de salvación, dijo:
 -Entonces, llevadme a mí y que los beduinos regresen con la pequeña bint (niña). Canjearán por mí a Fátima y a sus hijos.
 -Nos la cambiarán con más certeza por los dos.
 Entonces el muchacho se volvió hacia Hamis:
 -Tu padre responderá de tu conducta.
 -Mi padre está ya en el desierto, camino hacia donde se encuentra el profeta -respondió Hamis.
 -Entonces lo cogerán y lo ahorcarán.
 Aquí Idrys se creyó en la necesidad de dar ánimos a sus compañeros:
 -Aquellos buitres -dijo- que hayan de devorar la carne de nuestros cadáveres quizá no hayan salido aún de su cascarón. Sabemos lo que nos amenaza, pero no somos niños y conocemos el desierto desde siempre. Estos hombres -señaló a los beduinos- han estado varias veces en Berber y conocen caminos por donde pasan únicamente las gacelas. Allí no nos encontrará nadie y nadie nos perseguirá. Es verdad que tenemos que desviarnos a por agua hacia Bahr-el-Jussef y luego al Nilo pero lo haremos de noche. ¿Acaso pensáis que cerca del río no existen amigos ocultos de Mahdi? Y yo te digo que, cuanto más al sur, son más; y que tribus enteras y sus jefes esperan únicamente el momento adecuado para empuñar las espadas en defensa de la verdadera fe. Ellos mismos nos proporcionarán el agua, la comida, los camellos y desviarán la persecución. En verdad sabemos que es largo el camino hacia Mahdi; pero sabemos también que cada día nos acerca más a la piel de cordero, sobre la cual el santo profeta se arrodilla para orar.
 -¡Bismillah! -exclamaron por tercera vez sus compañeros.»

 

jueves, 30 de marzo de 2017

"La estructura de las revoluciones científicas".- Thomas S. Kuhn (1922-1996)


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 XIII: Progreso a través de las revoluciones

 «El progreso científico no es de un tipo diferente al progreso en otros campos; pero la ausencia, durante ciertos períodos, de escuelas competidoras que se cuestionen recíprocamente propósitos y normas, hace que el progreso de una comunidad científica normal, se perciba en mayor facilidad. Esto sin embargo, es sólo parte de la respuesta y de ninguna manera la más importante. Por ejemplo, ya hemos notado que una vez que la aceptación de un paradigma común ha liberado a la comunidad científica de la necesidad de reexaminar constantemente sus primeros principios, los miembros de esa comunidad pueden concentrarse exclusivamente en los más sutiles y esotéricos de los fenómenos que le interesan. Inevitablemente, esto hace aumentar tanto el vigor como la eficiencia con que el grupo, como un todo, resuelve los problemas nuevos que se presentan. Otros aspectos de la vida profesional en las ciencias realzan todavía más esa tan especial eficiencia.
 Algunos de ellos son consecuencias del aislamiento sin paralelo de las comunidades científicas maduras, respecto de las exigencias de los profanos y de la vida cotidiana. Ese aislamiento no ha sido nunca completo, estamos discutiendo ahora cuestiones de grado. Sin embargo, no hay otras comunidades profesionales en las que el trabajo creador individual esté tan exclusivamente dirigido a otros miembros de la profesión y sea evaluado por éstos. El más esotérico de los poetas o el más abstracto de los teólogos se preocupa mucho más que el científico respecto a la aprobación de su trabajo creador por los profanos, aun cuando puede estar todavía menos interesado en la aprobación en general. Esta diferencia resulta importante. Debido a que trabaja sólo para una audiencia de colegas que comparten sus propios valores y sus creencias, el científico puede dar por sentado un conjunto único de normas. No necesita preocuparse de lo que pueda pensar otro grupo o escuela y puede, por consiguiente, resolver un problema y pasar al siguiente con mayor rapidez que la de los que trabajan para un grupo más heterodoxo. Lo que es todavía más importante, el aislamiento de la comunidad científica con respecto a la sociedad, permite que el científico individual concentre su atención en problemas sobre los que tiene buenas razones para creer que es capaz de resolver. A diferencia de los ingenieros y de muchos doctores y la mayor parte de los teólogos, el científico no necesita escoger problemas en razón de que sea urgente resolverlos y sin tomar en consideración los instrumentos disponibles para su resolución. También a ese respecto, el contraste entre los científicos naturalistas y muchos científicos sociales resulta aleccionador. Los últimos tienden a menudo, lo que los primeros casi nunca hacen, a defender su elección de un problema para investigación -p.ej. los efectos de la discriminación racial o las causas del ciclo de negocios-, principalmente en términos de la importancia social de lograr una solución. ¿De qué grupo puede esperarse entonces que resuelva sus problemas a un ritmo más rápido?
 Los efectos del aislamiento respecto de la sociedad mayor se intensifican mucho por otra característica de la comunidad científica profesional, la naturaleza de su iniciación educativa. En la música, en las artes gráficas y en la literatura, el profesional obtiene su instrucción mediante la observación de los trabajos de otros artistas, principalmente artistas anteriores. Los libros de texto, excepto los compendios o los manuales de creaciones originales, sólo tienen un papel secundario. En la historia, la filosofía y las ciencias sociales, los libros de texto tienen una importancia mucho mayor. Pero incluso en esos campos, los cursos elementales de los colegios emplean lecturas paralelas en fuentes originales, algunas de ellas de los "clásicos" del campo, otras de los informes de la investigación contemporánea que los profesionales escriben unos para otros. Como resultado de ello, el estudiante de cualquiera de esas disciplinas está constantemente al tanto de la inmensa variedad de problemas que los miembros de su futuro grupo han tratado de resolver, en el transcurso del tiempo. Algo todavía más importante, es que tiene siempre ante él numerosas soluciones, inconmensurables y en competencia, para los mencionados problemas, soluciones que en última instancia tendrá que evaluar por sí mismo.
 Compárese esta situación con la de las ciencias naturales contemporáneas. En estos campos, el estudiante depende principalmente de los libros de texto hasta que, en su tercero o cuarto año de trabajo como graduado, inicia sus propias investigaciones. Muchos planes de estudio de las ciencias ni siquiera exigen a los graduados que lean obras no escritas especialmente para los estudiantes. Los pocos que asignan lecturas suplementarias en escritos de investigación y monografías, restringen tales asignaciones a los cursos más avanzados y a los materiales que, más o menos, se inician donde quedaron los libros de texto. Hasta las últimas etapas de la instrucción de un científico, los libros de texto substituyen sistemáticamente a la literatura científica creadora que los hace posibles. Teniendo en cuenta la confianza en sus paradigmas, que hace que esa técnica de enseñanza sea posible, pocos científicos desearían cambiarla. Después de todo, ¿por qué debe el estudiante de física leer, por ejemplo, las obras de Newton, Faraday, Einstein o Schrödinger, cuando todo lo que necesita saber sobre esos trabajos se encuentra recapitulado en forma mucho más breve, más precisa y más sistemática en una serie de libros de texto que se encuentran al día?
 Sin desear defender los extremos excesivos a que se ha llevado a veces este tipo de educación, no podemos dejar de notar que, en general, ha sido inmensamente efectivo. Por supuesto, se trata de una educación estrecha y rígida, probablemente más que ninguna otra, exceptuando quizá la teología ortodoxa. Pero para los trabajos de ciencia normal, para la resolución de enigmas dentro de la tradición que definen los libros de texto, el científico se encuentra casi perfectamente preparado. Además, está igualmente bien equipado para otra tarea -la generación de crisis significantes a través de la ciencia normal. Por supuesto, cuando éstas se presentan, el científico no se encontrará tan bien preparado. Aun cuando las crisis prolongadas probablemente se reflejan en prácticas menos rígidas de educación, la preparación científica no está bien diseñada para producir al hombre que pueda con facilidad descubrir un enfoque original. Pero en tanto haya alguien que se presente con un nuevo candidato a paradigma -habitualmente un hombre joven o algún novato en el campo- la pérdida debida a la rigidez corresponderá sólo al individuo.»
 

miércoles, 29 de marzo de 2017

"En la sangre".- Eugenio Cambaceres (1843-1888)


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 XI

 «Consagróse desde entonces al estudio, de lleno, con pasión, y una vida de lucha empezó para Genaro.
 Era un anhelo constante, un afán de saber, de descollar entre los otros estudiantes, distanciado ahora de sus antiguos compañeros de "parranda", cuya sociedad rehuía y a quienes solía encontrar sólo de paso, al cruzar los alrededores del mercado o esperando en los claustros la hora de clase.
 Apenas durante el corto tiempo que las atenciones de su empleo le reclamaban, veíasele ausente de su casa. Volvía después, se retraía, se encerraba entre las cuatro paredes de su cuarto, solo con sus libros.
 Y redoblaban su dedicación y su ahínco a medida que el año transcurría, que se acercaba al plazo fatal de los exámenes, el día terrible de la prueba.
 Levantado de la cama al aclarar en las mañanas crudas de invierno, pero insensible a los rigores del frío y a la falta de descanso, la hora de clase, el momento de salir, llegaba a sorprenderlo sin tiempo muchas veces de tomar el más ligero desayuno, absorto por completo en el trabajo, en ese trabajo maquinal del estudiante rutinario porfiando con el libro, haciendo, con un tesón de buey uncido al yugo, por grabar en su memoria lo que había intentado comprender la víspera, repitiendo en voz alta la lección del día, diez, cien, mil veces, seca la garganta, mareada la cabeza , invadido más y más por un confuso aturdimiento, por una inconsciencia vaga en el ritmo automático de su incesante marcha a lo largo de la pieza.
 Luego, bajo el círculo de la luz de una lámpara de aceite, en la atmósfera encerrada de su cuarto de estudiante, noche a noche, las veladas se sucedían, las veladas sin fin, interminables, prolongadas hasta las horas cercanas de la madrugada, arrebatado, febriciente, en la enorme tensión intelectual a que voluntariamente llegara a someterse, clavados los codos sobre su escritorio -un escritorio de paño verde, enchapado de nogal- oprimida la frente entre las manos, los ojos fijos en algún libro de texto.
 Un paquete de cigarrillos negros y una jarra de café frío no faltaban jamás al alcance de su mano. Y cuando el sueño, ese déspota implacable a pesar de todo lo embargaba, cerraba sus párpados hinchados y ardorosos con la inflexible dureza de una tenaza de hierro, sacudiéndose de pronto en un esfuerzo de todo él, corría a abrir la puerta de la calle, llamaba al sereno de la cuadra, y, después de obtener de éste el favor de que golpeara momentos más tarde a su ventana, sin acertar siquiera a desnudarse, caía, se desplomaba atravesado, como un muerto, sobre el colchón de su cama.
 Pero no eran, sin embargo, ni la labor abrumadora del espíritu ni las fatigas del cuerpo lo que más quebrantaba su organismo.
 Otra especie de sufrimiento, acentuando en él cada vez más sus ingénitas tendencias, sordamente lo minaba: la emulación, la envidia, el despecho de reconocerse inferior a otros.
 Dábase todo entero él al lleno de sus tareas, se mataba, se devanaba los sesos estudiando, pasaba entre sus libros la mitad de su existencia y ¿qué premio, qué recompensa, entretanto, conseguía, qué ganaba, qué valía, él quién era?...
 ¡Apenas un espíritu vulgar, un estudiante ramplón y adocenado, de esos que, bajo la capa artificiosa del estudio, disimulan su indigencia intelectual; plantas que se arrastran por el suelo sin lograr clavar sus raíces, vegetan y se secan sin dar fruto, parásitos de la ciencia, pobres diablos condenados a vivir recorriendo, ellos también, su dolorosa vía crucis en las bancas de derecho o en las salas de hospital, para llegar en suma a merecer que les arrojen de lástima la deprimente limosna de un título usurpado de suficiencia!
 Sí, pensaba, eso era él, lo sentía, lo conocía. Abstraído, reconcentrado en el secreto examen que de sus propias fuerzas intentara, mirábase obligado a confesarse, a pesar suyo, su impotencia, íntimamente y a él solo, allá, en la negra, en la misteriosa mudez de su conciencia, en lo más recóndito de su alma, poseído de un sentimiento de sordo malestar, algo como un bochorno de pobre vergonzante.
 Abría el libro, emprendía el estudio de un punto nuevo; le sucedía leer a veces y releer el mismo párrafo sin atinar a discernir con precisión su contenido. Las palabras, las frases, los períodos se seguían como partes inconexas de un todo heterogéneo, sin mutua correlación, sin vínculos entre sí.
 Era, ya la apariencia de algún error grosero, de una contradicción chocante, que creía ver desprenderse de la página, saltar a primera vista de su lectura y que, en un tímido recelo de sí mismo, aplicaba todo su esfuerzo de atención en comprobar; ya un extraño embotamiento, una torpeza, una singular dificultad de comprensión que, impidiéndole tocar el fondo del asunto, posesionarse de él y dominarlo, arrancaba, con un gesto de rabia y de impaciencia, palabras soeces de sus labios.
 Levantábase entonces ofuscado, caminaba, presa de una agitación, recorría de un extremo a otro su cuarto, volvía, se sentaba, inmovilizaba ensimismado la vista sobre el texto.
 Pero un objeto cualquiera, un detalle luego, una nada, lo distraía: los dibujos del papel en la pared, los colores varios de la alfombra, el humo del cigarrillo, el brillo de un picaporte.
 Y era entretanto el libro como una puerta cerrada tras la cual se ocultara lo impalpable, eso que en vano su mente enardecida perseguía, eso que habría querido poseer, asir, dominar y que se le escapaba, se le iba, rebelde a sus miradas se desvanecía en una ilusión de caprichosas curvas, de eses escurridizas de culebra, eso ignoto, informe, inmaterial, algo como el alma de la tinta y el papel que flotaba y se agitaba, que en la obcecación de su cerebro, rodeado del silencio de la noche, le parecía oír, palpitar, estremecerse en un vaho más allá, apareado al chirrido sordo del aceite consumiéndose en la mecha del quinqué.
 ¡Ah, no ser él como eran otros que conocía!... ¡Llenaban esos la Universidad con sus nombres, no parecía sino que en todos ellos toda una generación se encarnara, que el porvenir de la patria se cifrara sólo en ellos...!
 ¿Qué hacían, sin embargo, qué méritos contraían, qué esfuerzos, qué sacrificios les costaba la reputación, la fama que de clase en clase habían llegado a alcanzar?
 Pasaban su vida de estudiantes entregados al solaz y a los placeres, veíaseles en las fiestas de continuo, iban a bailes, a los Clubs; oíalos él en los corrillos, en los grupos de estudiantes, hablar, conversar, de sus amores, de las mujeres de mundo, de sus queridas del teatro, de sus noches de trueno, de juegos y de orgía...
 Pero era que brillaba en sus frentes la luz de la inteligencia, que podían ellos, que sabían, que comprendían, que el solo privilegio del ingenio bastaba a emanciparlos de toda ímproba labor... mientras él... ¡Oh, él!...»
 

martes, 28 de marzo de 2017

Fabliaux: cuentos franceses medievales.- Rutebeuf (c. 1230 - c.1285)


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   El testamento del asno
 
  «El que quiere vivir con honores y seguir los pasos de los que aspiran a tener fortuna, encuentra numerosas dificultades. Hay muchos chismosos que lo perjudican con su ligereza y también muchos envidiosos. Por amable y noble que sea, si tiene diez personas sentadas  a su mesa, seis serán maldicientes y nueve envidiosas. Cuando los tiene delante, todos lo festejan y aprueban con la cabeza pero, a sus espaldas, hablan de él como si lo apreciaran menos que a un huevo. Si los que comen a su mesa son tan poco de fiar ¿cómo no lo envidiarán los que de él en nada se aprovechan? Parece inevitable, ésa es la verdad.
 Os digo todo esto, a propósito de un prebendado que tenía una buena iglesia. Había dedicado todos sus esfuerzos en lograr enriquecerse, en eso había empleado su saber. Tenía muchos trajes y dinero, y de trigo llenos sus graneros. Sabía vender en el momento oportuno y esperar de Pascua a San Remigio. No había nadie, por amigo que fuese, que lograra sacarle algo si no era a la fuerza.
 Tenía un asno en su casa, como nunca se vio asno alguno, que le sirvió durante veinte años y no sé si alguna vez se vio otro servidor igual. El asno que tanto le ayudó a enriquecerse, murió de vejez. El preste lo tenía en tal estima que no permitió que lo desollaran y lo enterró en el cementerio. Pero dejemos esto.
 El obispo era muy diferente, ni avaro ni codicioso sino cortés y hombre de mundo. Por muy enfermo que estuviera, si veía acercarse a un hombre de pro, no había forma de retenerlo en la cama. Compañía de buenos cristianos era su mejor médico. Siempre estaba su sala llena. Su gente no era mala y todos sus criados se esforzaban en hacer lo que su señor deseaba. Tenía grandes bienes, pero en deudas, porque el que mucho gasta, mucho debe.
 Cierto día en que este noble señor, tan lleno de cualidades, se hallaba rodeado de gran compañía, se habló de esos clérigos ricos y de esos prestes avaros y tacaños que no hacían bondad ni prodigaban honor ni a obispo ni a señor. Se hizo mención de aquel prebendado tan rico y crecido. Contaron su vida como si la leyesen en un libro, atribuyéndole más riquezas de las que pudieran tener tres hombres juntos. Siempre se dice más de lo que hay realmente. -"Además, dijo uno que quería quedar bien, ha hecho algo que podría costarle muy caro si hubiera alguien que lo denunciara y, quien lo hiciera, merecería una recompensa" -"¿Qué ha hecho?", preguntó el noble señor. -"Se ha portado peor que un beduino. A su asno Balduino ha dado sepultura en tierra bendita". -"¡Que su vida se vea maldita!, dijo el obispo. Si eso es cierto, malditos sean él y su riqueza. Gualterio, convócalo a mi presencia: veremos qué alega el preste a la acusación de Roberto y afirmo, así me socorra Dios, que si es verdad, me deberá enmienda". -"Que me cuelguen si no es cierto lo que he contado, tan cierto como que nunca os hizo bondad".
 El preste fue convocado y vino a presentarse. Debe responder ante su obispo de este caso, por el que los prestes pueden ver suspendidas sus prebendas. -"Falso y desleal, enemigo de Dios, ¿dónde habéis puesto a vuestro asno?, dijo el obispo. Habéis cometido una gran ofensa contra la santa Iglesia, nunca oí otra más grande; habéis enterrado vuestro asno en el lugar en el que se entierra a los cristianos. Por Santa María la Egipciaca, si hay gente honrada que pueda probarlo, os haré encerrar en la cárcel. Nunca oí falta semejante". Responde el preste: -"Noble y amable señor, hablar cuesta muy poco. Os pido un día de plazo, es justo que pida consejo para este caso, si os place. No deseo entablar pleito". -"Me parece bien que pidáis consejo, pero no os perdonaré si la cosa es cierta". -"Parece poco probable, señor". El obispo, muy indignado con este asunto, se separó del preste. Éste no desmaya, sabe que tiene una buena amiga: su bolsa que nunca le falla, ni por enmienda ni por falta.
 Durmió y llegó el plazo. Al concluirse, volvió el preste. Traía consigo veinte libras en una bolsa de cuero, bien acuñadas y con su peso. No hay riesgo de que padezca hambre o sed. Cuando el obispo lo ve llegar le pregunta rápidamente: -"Preste, ¿ya habéis pedido consejo? ¿Qué buena razón habéis encontrado?". -"Señor, consejo he tenido, sin lugar a dudas, pero un consejo no conduce a la guerra. No debe extrañaros que por consejo nos debamos conciliar. Quiero confesarme con vos y si mereciera penitencia, de dinero o de persona, no dudéis en imponérmela".
 El obispo se acerca, para que pueda hablarle al oído, y el preste levanta la cabeza. En ese momento no le importa el dinero. Tiene las monedas de plata debajo de la capa, no se atreve a mostrarlas, por la gente. En voz baja cuenta su historia: -"Señor, en pocas palabras, mi asno vivió muchos años y gracias a él gané buenos escudos. Me sirvió con lealtad, sin protestar, durante veinte años. Que Dios no me absuelva si cada año no apartaba veinte céntimos hasta que hubo ahorrado veinte libras. Para verse libre de las penas del infierno os las dejó en su testamento". Respondió el obispo: -"Dios se lo tenga en cuenta y perdone las faltas y pecados que haya cometido".
 Tal como habéis oído, del rico preste obtuvo satisfacción el obispo. Como aquel había obrado mal, le enseñó a obrar bien. Rutebeuf nos dice y enseña que quien acompaña con dinero su quehacer, no debe temer malas consecuencias. El asno se quedó entre cristianos y con esto acaba mi rima, porque pagó bien y puntualmente su testamento.»
 

lunes, 27 de marzo de 2017

"Si Dios no existe...".- Leszek Kolakowski (1927-2009)


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 1.-Dios de los fracasos: Teodicea

 «La forma budista de responder a la pregunta: ¿Cuál es el mal del mundo y de nuestra vida en él? define el mal como un suceso ontológico: se deriva irrevocablemente del hecho mismo de la separación autoimpuesta, individuatio. La distinción entre el mal en el sentido moral y en el sentido físico o se trata como secundaria o pasa totalmente desapercibida, mientras que es fundamental para la percepción cristiana. Uno se siente tentado a decir que en un marco budista coherente, el acto de la creación, al dar origen a más de Uno, equivale a crear el mal. Por el contrario, en  términos cristianos, el acto de la creación es bueno por definición y no origina nada más que bien. El mal es la nada, privatio, carencia de lo que debe ser; lo que es, es bueno en la medida en que es (esse est bonum convertuntur) puesto que esse proviene enteramente de Dios.
  Al carecer de fundamento ontológico, el mal es una cuestión de mala voluntad (y la voluntad puramente humana, es decir, centrada en uno mismo, es rebelde y, por definición, mala). La tradición cristiana ha trazado siempre una distinción entre malum culpae, mal moral, y malum poenae, sufrimiento. Infligir sufrimiento a otros por odio, enojo o motivos egoístas es malo en el sentido moral; sufrir no lo es, naturalmente.
  Puesto que el sufrimiento puede ser consecuencia, obviamente, de causas naturales, en vez de serlo de la mala voluntad de las personas, podría parecer que hay que buscar las causas del mal en otro lugar. Pero no es así. En términos cristianos, el sufrimiento, sea natural o infligido por las personas, proviene, en último término, de la misma fuente: la separación de Dios, pero no una separación ontológica (es decir, entrañada por el acto mismo de la creación) sino moral. La desobediencia deliberada dio origen al mal moral y a la corrupción de la Naturaleza en general y el sufrimiento fue la consecuencia inevitable. Por lo tanto, el sufrimiento infligido por la Naturaleza es, en realidad, malum poenae, un castigo por los pecados de la humanidad. Esta es una concepción bíblica que, particularmente en San Agustín, se ha convertido en parte de la doctrina ortodoxa.
 Tocamos aquí uno de los puntos  más sensibles y más enigmáticos de la doctrina cristiana, uno que ha sido blanco favorito de la burla racionalista: la llamada cuestión de la responsabilidad colectiva, del castigo colectivo, del pecado original y de la redención. Solía atacársele en dos planos, lógico y moral.
 El argumento moral es sencillo: equivale a la observación de sentido común de que contradice nuestros supuestos morales normales el aceptar que Dios castigue a inocentes por el pecado de otros o que inflija terribles tormentos a toda la especie durante milenios a causa del único acto de desobediencia de sus antepasados remotos y además por una desobediencia de poca importancia ("pero, ¡si no hicieron más que robar una manzana!"). Ésta puede ser una crítica pueril de una historia pueril que tiene poca relación con la enseñanza cristiana; merece cierta atención, sin embargo, porque se encuentra con frecuencia en el arsenal de los filósofos racionalistas.
 El argumento lógico señala los vanos esfuerzos de aquéllos que, insatisfechos con una explicación general del sufrimiento como castigo, tratan de encontrar la mano de la justicia divina en cada hecho particular; tratan de descubrir razones específicas para los dolores y desgracias propias y ajenas en las ofensas reconocibles que han cometido y, si se lo proponen en serio, su investigación tiene invariablemente éxito. Y así, su confianza en la sabiduría de Dios siempre está justificada. La pobreza lógica de este tipo de confirmación queda demostrada en la forma popperiana típica. La creencia que la gente imagina confirmada por los hechos de la vida -sería el argumento popperiano- es absolutamente infalsable y por lo tanto inútil como explicación. Dado el sencillo hecho de que muy pocos de nosotros somos santos o absolutamente corruptos, no hay momento de nuestra vida en que no merezcamos, de acuerdo con una justicia perfecta, tanto que se nos castigue como que se nos premie. Los creyentes pueden imaginarse que todo lo que les ocurre, afortunado o no, está relacionado con sus actos virtuosos o pecaminosos y si interpretan de ese modo los acontecimientos, no tienen por qué temer que ningún hecho venga a contradecir su teoría, ya que la teoría es capaz de absorber todos los hechos imaginables y por lo tanto es empíricamente vacía. Y si una explicación en términos de castigo o recompensa directa parece improbable, siempre pueden encontrarse otras intenciones divinas que lleven a los mismos resultados: la mala suerte que no puedo relacionar con ninguno de mis malos actos puede ser interpretada como un aviso o una prueba: ambos medios de intervención divina están ampliamente documentados en el Antiguo Testamento (aunque si soy realmente incapaz de encontrar el origen de mis desventuras en mi pecaminoso pasado, se me puede acusar, naturalmente, de ceguera y de complacencia, puesto que es seguro a priori que soy culpable en todo momento; ¿acaso no es verdad que "non est qui faciat bonum, non est usque ad unum"?). Por otro lado, si me ocurre un suceso inesperadamente feliz, sin que haya contribuido a él, aparentemente, ningún mérito especial por parte mía, esto puede ser que la Providencia me da ánimos o simplemente me sonríe generosamente. No hay circunstancias empíricas imaginables que puedan refutar o perjudicar mi creencia. 
 La crítica lógica es obviamente correcta, pero sólo con la condición de que Dios sea una hipótesis explicativa en el sentido científico y que sus respuestas morales a las acciones humanas sigan una pauta regular que podamos discernir y utilizar para predecir acontecimientos futuros. Tener esa concepción equivale, sencillamente, a afirmar que el mundo, tanto natural como social, se gobierna por leyes morales en lugar (y no además) de por leyes físicas y biológicas, o afirmar que éstas últimas no operan. Sin embargo, ésta no ha sido nunca la doctrina del cristianismo; nunca, puesto que Jesús dijo que Dios hace brillar el sol sobre buenos y malos y envía la lluvia sobre los justos e injustos. La concepción del mundo temporal según la cual los mecanismos de la justicia operan infaliblemente y todas nuestras acciones son inmediatamente recompensadas de acuerdo con las normas morales es tan absurda y tan alejada de la experiencia diaria que la raza humana no hubiera sobrevivido si la hubiese dado crédito seriamente, porque en ese caso, la gente habría ignorado, sencillamente, las leyes naturales. En realidad, las enseñanzas cristianas populares siempre han hecho hincapié en la falta de compensación moral en los asuntos temporales, de acuerdo con la perspectiva del sentido común: el mal es poderoso, la virtud se castiga, y así sucesivamente. En ese sentido, esta doctrina estimuló otra línea de ataque sobre el cristianismo, en términos de su función social: se le ha acusado de que con su promesa de una compensación en el cielo, ha forzado a las personas a la pasividad ante el mal y la injusticia, les ha privado de la voluntad y la capacidad de rebelarse o, sencillamente, de mejorar su suerte. Esta crítica, que han hecho en particular los socialistas, no carece de fundamento en diversos períodos históricos, aunque hoy día ha perdido mucho de su fuerza.»

domingo, 26 de marzo de 2017

"La comunicación no verbal".- Flora Davis (1952)


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 11.-La interpretación de la postura

 «Para la mayoría de nosotros, la postura es un tema poco agradable sobre el que nuestra madre solía regañarnos. Pero para un psicoanalista la postura de un paciente muchas veces constituye una clave de primer orden sobre la naturaleza de sus problemas. Estudios recientes sobre la comunicación humana han examinado la postura en cuanto expresa las actitudes de un hombre y sus sentimientos hacia las personas que lo acompañan.
 La postura es la clave no verbal más fácil de descubrir y observarla puede resultar muy entretenido. Lo primero que debemos buscar es el "eco" de las posturas.
 Albert Scheflen descubrió que, con sorprendente frecuencia, las personas imitan las actitudes corporales de los demás. Dos amigos se sientan exactamente de la misma manera, la pierna derecha cruzada sobre la izquierda, por ejemplo, y las manos entrelazadas detrás de la cabeza; o bien uno de ellos lo hace a la inversa, la pierna izquierda cruzada sobre la derecha, como si fuera una imagen reflejada en un espejo. Scheflen denomina a este fenómeno posturas congruentes. Cree que siempre que dos personas comparten un mismo punto de vista, suelen compartir también una misma postura.
 Cuando se reúnen cuatro o más personas, es corriente descubrir varios grupos de posturas distintos. Rápidamente nos daremos cuenta de que esto no es mera coincidencia. Si una de las personas reacomoda la posición de su cuerpo, los otros miembros del grupo la imitarán hasta que todas las posturas resulten de nuevo congruentes. Si escuchamos la conversación nos daremos cuenta de que los que opinan igual sobre el tema también se sientan de igual modo.
 Los programas de televisión nos dan numerosos ejemplos de posturas combinadas, tanto como cualquier reunión social. Estudiar la postura de las personas durante una discusión -ya sea al natural o por televisión- es sumamente interesante, ya que muchas veces podemos detectar quién  está a favor de quién, antes de que cada uno hable. Cuando una persona está por cambiar de opinión, probablemente emitirá una señal reacomodando la posición de su cuerpo. Sin embargo, cuando discuten dos viejos amigos, pueden mantener posturas congruentes durante todo el tiempo que dura la discusión, como para hacer resaltar el hecho de que su amistad no varía aunque difieran en la opinión. Los amantes, aun en medio de una pelea, algunas veces se asemejan tanto como un par de apoyalibros. La congruencia también puede relacionarse con el estatus. Las personas que tienen más o menos el mismo estatus comparten una postura similar, pero no así el profesor y el alumno, el ejecutivo y la secretaria. Cuando comienza una discusión entre un grupo y su líder, éste puede cruzar las piernas en forma congruente con una parte del grupo, y los brazos de acuerdo con la otra; así rehusará tomar partido por una de ellas.
 Algunos psicoterapeutas son muy conscientes de las implicaciones del eco de la postura. La desaparecida Frieda Fromm-Reichmann asumía a veces la postura de su paciente para tratar de obtener una idea más clara sobre los sentimientos de éste. Otros terapeutas emplean la congruencia de manera distinta. Un investigador que analizaba una película de psicoterapia en busca de la relación existente entre las posturas combinadas y los momentos de acuerdo verbal, descubrió al final que el terapeuta había imitado deliberadamente las posturas de sus pacientes para estimular ese acuerdo.
 De la misma manera que las posturas congruentes expresan acuerdo, las no congruentes pueden utilizarse para establecer distancias psicológicas. Hay una película filmada en un dormitorio femenino de una universidad, que muestra una pareja de jóvenes sentados uno al lado del otro en un sofá. La chica está mirando hacia el muchacho, que está sentado mirando hacia afuera, los brazos y las piernas como formando una barrera entre ambos. Permanece sentado así durante ocho largos minutos y sólo de tanto en tanto gira la cabeza  hacia la chica para hablar con ella. Al término de ese tiempo otra joven entra en la habitación y el muchacho se pone de pie y sale con ella; mediante su postura había establecido que la chica que estaba sentada a su lado no era su pareja.
 Algunas veces, cuando las personas se ven forzadas a sentarse demasiado juntas, inconscientemente despliegan sus brazos y piernas como barreras. Dos hombres sentados muy juntos en un sofá girarán el cuerpo levemente y cruzarán las piernas de adentro hacia afuera, o pondrán una mano o un brazo para protegerse el lado común del rostro. Un hombre y una mujer sentados frente a frente a una distancia muy próxima cruzarán los brazos y tal vez las piernas y se echarán hacia atrás en sus asientos. También se emplea el cuerpo para establecer límites. Cuando varios amigos están de pie o se sientan en fila, los de los extremos extenderán con frecuencia un brazo o una pierna como para excluir a extraños.
 Los cambios de postura son paralelos al lenguaje hablado, de igual manera que los ademanes. Scheflen descubrió que durante una conversación, cuando el individuo ha expresado lo que quería, mueve la cabeza y los ojos cada pocas frases y cuando cambia de punto de vista realiza un giro mayor con todo el cuerpo. Incluso mientras una persona sueña dormida, cambia de posición cada vez que llega a un punto final lógico. Los científicos que estudian el sueño comunican que la gente cambia de postura entre sueños, o entre distintos episodios de un mismo sueño, pero raras veces durante la acción del sueño en sí.
 Scheflen descubrió también que la mayoría de las personas parten de un repertorio de posturas sorprendentemente limitado, y cambian de posición según secuencias predecibles. [...]
 Cada individuo tiene una forma característica de controlar su cuerpo cuando está sentado, de pie o caminando. Es algo tan personal como su firma, y frecuentemente parece ser una clave fidedigna de su carácter. Piénsese en la forma de moverse de John Wayne -derecho, sólido, erguido-, y en la forma en que lo hace otro hombre alto, Elliot Gould: laxo, levemente inclinado hacia adelante. La mayoría de nosotros somos capaces de reconocer a nuestros amigos, aun a gran distancia, por su forma de caminar o tan sólo por la manera de estar de pie.
 La postura de un hombre nos habla de su pasado. La sola posición de sus hombros nos puede dar una indicación de las penurias sufridas, de su furia contenida o de una personalidad tímida. En centros de investigación como el Instituto Esalen se considera que a veces los problemas psicológicos personales llegan a incrustarse en la estructura corporal.»

sábado, 25 de marzo de 2017

"El molinero aullador".- Arto Paasilinna (1942)


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 «Una semana después  de San Juan, a Huttunen lo llamaron de la secretaría del hospital. Dos enfermeros lo acompañaron al despacho del médico.
 El médico había estado hojeando el historial clínico de Huttunen. Manoseaba sus gafas, limpiándolas con la eficacia acostumbrada, y le pidió al paciente que se sentara frente a él. A los enfermeros les dijo:
 -Siéntense ahí, junto a la puerta, por si acaso.
 El médico informó a Huttunen de que había estudiado su historial clínico así como el informe redactado por Ervinen, el médico del servicio municipal.
 -Esto no tiene buen aspecto. Como supuse la última vez que lo vi, usted padece una psicosis de guerra evidentemente grave. Durante la guerra fui médico militar. Estoy muy familiarizado con este tipo de casos.
 Huttunen protestó. Dijo que él no padecía ninguna dolencia y exigía abandonar el hospital inmediatamente. El médico ni siquiera se dignó responder a su paciente y en su lugar se puso a hojear la Revista de Medicina Castrense. Huttunen vio que era un número de 1941. El médico se detuvo en un artículo titulado "Sobre la psicosis y la neurosis de guerra durante y después de la misma".
 -Usted no mire. Esto no es asunto suyo -murmuró el doctor mientras limpiaba sus gafas-. Estos casos han sido investigados científicamente. Aquí se dice que entre 1916 y 1918, una tercera parte del ejército británico que luchaba en las fangosas tierras de Flandes estaba incapacitado para servir en el frente debido a la psicosis y a la neurosis. La particularidad de la psicosis y la neurosis de guerra es que se desarrollan muy fácilmente en los hombres de constitución débil, y una vez que se manifiestan, tienen tendencia a resurgir por las razones más insignificantes. También se afirma que en las quintas de entre 1920 y 1939 del ejército finlandés ha habido entre trece mil y dieciséis mil débiles mentales entre sus soldados, y que lo más probable es que la mayoría de ellos hayan participado en la guerra. -El médico levantó la cabeza y miró fijamente a Huttunen-. En la anterior entrevista admitió que había participado en dos guerras.
 Huttunen asintió, pero dijo no entender cómo demostraba eso que estuviese loco.
 -Allí había más hombres además de mí.
 El médico iba sacando datos del artículo para su paciente. Los enfermeros encendieron un cigarrillo con la intención de matar el tiempo. Huttunen también sintió deseos de fumar, aunque sabía que los enfermos no tenían derecho a echar ni una caladita.
 -En la guerra el débil mental se deja guiar por un instinto primitivo de supervivencia... la abnegación y el espíritu de sacrificio que reinaban entre los soldados de nuestro ejército no le afectan en absoluto y, por el contrario, procura esconderse y evitar así las dificultades y las vivencias más desagradables. El caso de Sven Dufva, el hombre que describe Runeberg en su poema, es sin duda un caso excepcional.
 El médico miraba a Hattunen con repulsión. Después siguió hojeando la revista, comenzó a leer para sí algunos fragmentos que él mismo había subrayado, y continuó en voz alta:
 -La reacción se manifiesta en el débil mental por un estado de confusión, sus características son un comportamiento infantil acompañado de balbuceos y de trastornos de la percepción. En esos casos el débil mental se convierte en un hombre sucio que suele pintar las paredes de su habitación con sus heces, y en algunas ocasiones llega a comérselas, e incluso a hacer cosas peores.
 El médico se dirigió a los enfermeros que charlaban junto a la puerta y les preguntó si el paciente en cuestión había manifestado en algún momento tale síntomas. El mayor de los enfermeros apagó el cigarrillo en el tiesto situado en el alféizar de la ventana, y dijo:
 -Hasta donde yo sé, todavía no ha comido mierda.
 Huttunen hizo constar su más enérgica protesta. Era una insolencia que lo acusasen de tales infamias. Se levantó acalorado de su silla, pero cuando vio que a su espalda se levantaban también los dos enfermeros, tuvo que tragarse su bilis y volver a sentarse. El enfermero más joven dijo, como quien no quiere la cosa:
 -Si empiezas a alborotar por aquí, lo mejor será que te encerremos de nuevo, ¿no es así, doctor?
 El médico asintió y miró con severidad a Huttunen.
 -Procure calmarse. Ya veo que está bastante mal de los nervios.
 Huttunen pensó que de estar en libertad les propinaría una tunda de cuidado a aquellos tres imbéciles. El médico prosiguió con el resumen del artículo, esta vez para sí, en lugar de dirigirse a los enfermeros y al paciente.
 -Las reacciones propias de este tipo de conmociones tienen su origen en fuertes experiencias traumáticas. Después de un bombardeo aéreo, de la explosión de potentes granadas, de quedar sepultado bajo los escombros y de las luchas cuerpo a cuerpo, en las que el esfuerzo físico se suma al peligro de muerte, los síntomas que aparecen suelen ser tanto físicos como psíquicos. Los síntomas físicos son la pérdida de visión y de oído, parálisis psicogénicas y flojedad muscular. Los síntomas psíquicos pueden presentarse como estados de confusión, inhibición y amnesia, y pueden arrastrar al paciente hasta la incoherencia total. [...]
 El médico interrumpió su lectura, examinó cuidadosamente a Huttunen y continuó hablando casi para sí mismo:
 -¿El molino no emite sonidos parecidos al de un bombardero?
 -No llega a hacer tanto ruido -repuso Huttunen bufando de enojo-. En la guerra yo no me quedé ni una sola vez bajo los escombros, doctor, si es eso lo que está queriendo insinuar.
 El médico dijo preconizando:
 -La psicosis provocada por la conmoción se asocia a un daño cerebral causado en la mayoría de os casos por las ondas expansivas, y requiere un tiempo excepcionalmente largo para ser curada, incluso puede que provoque lesiones permanentes. Un hombre que haya experimentado semejantes reacciones, generalmente deja de ser útil para el servicio en el frente o para un puesto de máxima responsabilidad. ¿Acaso el trabajo de molinero no acarrea una gran responsabilidad? Me imagino que habrá que ocuparse simultáneamente del cereal y de mantener en marcha todas las instalaciones.
 Huttunen musitó que el trabajo de molinero no era más exigente que cualquier otro, por regla general.»