viernes, 30 de junio de 2017

"El cementerio marino".- Paul Valéry (1871-1945)


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I
«Ese techo, tranquilo de palomas, / palpita entre los pinos y las tumbas.
El Mediodía justo en él enciende / el mar, el mar, sin cesar empezando...
Recompensa después de un pensamiento: / mirar por fin la calma de los dioses.

II
¡Qué labor de relámpagos consume / tantos diamantes de invisible espuma,
y qué paz, ah, parece concebirse! / Cuando sobre el abismo un sol reposa,
trabajos puros de una eterna causa, / refulge el tiempo y soñar es saber.

III
Tesoro estable y a Minerva templo, / masa de calma y visible reserva,
agua parpadeante, Ojo que guardas / bajo un velo de llama tanto sueño,
¡oh, mi silencio! En el alma edificio, / mas cima de oro con mil tejas, Techo.

IV
¡Techo del Tiempo, que un suspiro cifra! / A esta pureza subo y me acostumbro,
de mi marina mirada ceñido. / Como mi ofrenda suprema a los dioses,
el centelleo tan sereno siembra / en la altitud soberano desdén.

V
Como en fruición la fruta se deshace / y su ausencia en delicia se convierte
mientras muere su forma en una boca, / aspiro aquí mi futura humareda
y el cielo canta al alma consumida / el cambio de la orilla en sus rumores.

VI
Mírame a mí, que cambio, bello cielo. / Después de tanto orgullo y tan extraña
ociosidad, mas llena de potencia, / a este brillante espacio me abandono:
sobre casas de muertos va mi sombra, / que me somete a su blando vaivén.

VII
A teas de solsticio el alma expuesta, / yo te sostengo, admirable justicia
de la luz: luz en armas sin piedad. / A tu lugar, y pura, te devuelvo,
mírate. Pero... Devolver las luces / una adusta mitad supone en sombra.

VIII
Para mí solo, en mí solo, en mí mismo / y junto a un corazón, del verso fuente,
entre el vacío y el suceso puro, / de mi grandeza interna espero el eco:
es la amarga cisterna que en el alma / hace sonar, futuro siempre, un hueco.

IX
¿Sabes, falso cautivo de las frondas, / golfo glotón de flojos enrejados,
sobre mis ojos, fúlgidos secretos / qué cuerpo al fin me arrastra a su pereza,
qué frente aquí le inclina a tierra ósea? / Una centella piensa en mis ausentes.

X
Cerrado, sacro -fuego sin materia- / trozo terrestre a la luz ofrecido,
me place este lugar: ah, bajo antorchas, / oros y piedras, árboles umbríos,
trémulo mármol bajo tantas sombras. / El mar fiel duerme aquí, sobre mis tumbas.

XI
¡Al idólatra aparta, perra espléndida! / Cuando, sonrisa de pastor, yo solo
apaciento, carneros misteriosos, / blanco rebaño de tranquilas tumbas,
aléjame las prudentes palomas, / los sueños vanos, los curiosos ángeles.
 
XII
El porvenir, aquí, sólo es pereza. / Nítido insecto rasca sequedades.
Quemado asciende por los aires todo: / ¿En qué severa esencia recibido?
Ebria de esencia al fin, la vida es vasta, / y la amargura es dulce, y claro el ánimo.» 

jueves, 29 de junio de 2017

"Te trataré como a una reina".- Rosa Montero (1951)


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15

«Cuando Antonio llegó aquella mañana de lunes a la Delegación Nacional de Reconversión de Proyectos se encontró con que el pasillo del tercer piso, aquel que conducía a su despacho, estaba particularmente atiborrado de papelajos y en un estado de desorden poco usual. Tal era el caos que, en ciertos tramos del corredor, el viandante se veía obligado a pasar por encima de pequeñas colinas de informes grapados y carpetas roñosas, que llegaban a cubrir la totalidad del suelo disponible. Antonio vadeó el mar de legajos, asqueado, procurando poner los pies allí donde las huellas de unas suelas de goma le marcaban el camino de sus antecesores en el tránsito, y cuando alcanzó su puerta se sentía medio enfermo. Le solía suceder, con el desorden. Le entraban náuseas y mareos. Era su fobia, lo había leído en un libro de psiquiatría. Hubo una época en la que Antonio leyó muchos libros de psiquiatría. Eso fue hace muchos años, cuando Antonio era muy joven y todavía se asustaba al saberse tan distinto a los demás. Pero después aprendió a no tener miedo y a enorgullecerse de su diferencia.
 Para colmo de males, cuando entró en el despacho encontró a Benigno agitadísimo. Desde luego, era lunes y los lunes parecían afectar al secretario de un modo curiosísimo, le ponían verborreico, exultante y saltarín. Insoportable. En una ocasión Antonio le preguntó el por qué de tanto entusiasmo y el viejo contestó que era la alegría de la vuelta al trabajo.
 -Es que, figúrese usted, don Antonio -le explicaba-. Los fines de semana, en casa, no tengo nada que hacer. No veo a nadie, no hablo con nadie... No es que me queje, válgame Dios, no me puedo quejar, pero... A veces, por la noche, cuando me acuesto, no encuentro nada en qué pensar antes de dormirme. Porque durante el día no ha pasado nada, ¿sabe?, es una cosa así como un vacío... Y en la oficina, en cambio, es otra cosa.
 Pero, aún contando con la habitual algarabía de los lunes, el estado de nervios de Benigno en esta ocasión era excesivo.
 -Buenos días, don Antonio -dijo el anciano brincando solícitamente a su alrededor-. ¿Se encuentra usted bien? ¿Ha tenido un fin de semana satisfactorio? Y su encantadora hermana, ¿se encuentra bien también, como espero y anhelo? Alguna vez, si usted me lo permite, claro está, quisiera ir a visitar a su adorable hermana para presentarle mis respetos. Desde aquel día en que usted tuvo a bien el presentármela cuando nos encontramos casualmente, yo...
 -Dígame, Benigno -cortó Antonio, desabrido y aún mareado-. Dígame, ¿sabe usted por qué está el pasillo así de sucio?
 -Oh, sí, don Antonio. Yo, al llegar, porque ya sabe usted que suelo llegar pronto, a mi edad ya no se duerme bien; bueno, pues al llegar me hice, con perdón, la misma pregunta que usted, y estaba en esas dubitaciones, aquí solo, eran como las nueve menos cuarto, no, miento, las nueve menos veinte, exactamente las nueve menos veinte, porque en ese instante llegó el conserje y me preguntó la hora, al parecer el pobre hombre padece una enfermedad de estómago y ha de tomarse unas píldoras que...
 -Hágame el favor de ir al grano, ¿quiere?
 -Sí, don Antonio. Pues estaba servidor aquí a las nueve menos veinte y el conserje, después de contarme lo de su enfermedad, me dijo: oiga, ¿sabe usted...? Porque el conserje es un hombre muy enterado de todo lo que pasa en la casa, lleva aquí desde...
 -Benigno, por favor, abrevie.
 -Sí, don Antonio, disculpe, ya voy. Pues me dijo: oiga, ¿sabe usted lo del señor Ortiz? Y yo le dije: pues no. Y él me dijo: pues fíjese, que han elevado su negociado a la categoría de departamento y a él le han nombrado director, ahora es el Director del Departamento de Estudios Financieros. Y han trasladado el negociado, es decir, el departamento, al edificio nuevo, y por lo visto le han puesto en un despacho estupendo, con moqueta, aire acondicionado, dos ventanas a la calle, fíjese usted, don Antonio, dos ventanas a la calle, y le han asignado una secretaria además de los tres subordinados que tenía, ocupan tres habitaciones, no le digo más. Y el sábado hicieron la mudanza y dejaron todos los papeles viejos que no necesitaban, usted ya sabe que el señor Ortiz heredó ese negociado del señor Fernández, y el señor Fernández tenía al parecer un desorden tremendo, no es por hablar mal del señor Fernández, que en paz descanse el pobre hombre, pero eso es lo que dicen. De modo que dejaron todos los papeles que no necesitaban y los ordenanzas los han sacado al pasillo porque por lo visto van a meter parte de los archivos centrales en el viejo despacho del señor Ortiz y necesitaban espacio. Fíjese usted, con lo joven que es el señor Ortiz, no lleva ni tres años en la casa...
 Ortiz, un universitario analfabeto, un zafio ejecutivo, un arribista. Antonio se pasó la lengua por los labios: tenía la boca seca y un sabor terroso entre los dientes. Mostrenco Ortiz, pomposo economista. De estos que lo único que saben hacer es colgar el título de la pared. Departamento, ventana, dos moquetas. O al revés. Y a él, mientras tanto, le condenaban al destierro burocrático, el ostracismo de Antonio, Antonio el ostracista. Una marea de papeles y el abismo. Qué despropósito de vida. Esa larga lucha en solitario contra el mundo. Contra la mala suerte y la desgracia. Qué maldición le hizo nacer de un padre manirroto, y heredar las deudas y las ruinas, y verse obligado a depender de este trabajo administrativo que él odiaba, chinche de archivo, chupatintas miserable, en una delegación ministerial tan inútil que hasta su propio nombre era un absurdo, Reconversión de Proyectos, Proyección de Reconversiones, Versión de Reproyectos. Y vegetar aquí, postergado, olvidado, muerto en vida, condenado a un negociado sin despacho que compartía ignominiosamente con Benigno. Los otros, esta nueva leva de ambiciosos, jóvenes agresivos sin sustancia, huían como ratas del viejo caserón, se promocionaban con sucias martingalas y conseguían ser trasladados al edificio nuevo, mármoles y hormigón, fachada en calle principal y maceteros. Y a él le arrinconaban en el viejo edificio, que se hundía pesadamente como un ballenato arponeado y que le arrastraría en su decadencia, estrafalaria y fantasmal. Una marea de papeles y las tinieblas avanzando.»
 

miércoles, 28 de junio de 2017

"Restitución del cristianismo".- Miguel Servet (1509-1553)


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«Dios mismo declara en el capítulo 6, que el espíritu de la divinidad era innato en el hombre incluso antes del pecado de Adán. Nuestra vida se nos otorga y se nos salvaguarda a través de la bendición de su aliento, como Job dice en el cap. 10, 32 y siguientes. Dios introdujo el aliento del espíritu divino en las narices de Adán con un soplo de aire, por eso perdura (Isaías 2 y Salmos 103). Dios mismo nos mantiene el soplo de vida con su espíritu, dando aliento a esos seres que habitan la tierra y espíritu a esos que la pisan, por eso vivimos, nos movemos y existimos en Él (Isaías 42 y Hechos 17). Viento de los cuatro vientos y aliento de los cuatro alientos unidos por Dios que resucitan a los muertos (Ezequiel 37). A partir de un soplo de aire, Dios concede el espíritu divino a hombres en los cuales la vida del aire inspirado ya era innata. De ahí que en hebreo "espíritu" se represente de igual forma que "aliento". A partir del aire, Dios otorga el espíritu divino, introduciendo el aire junto con el espíritu mismo y la llama de la propia divinidad que llena el aire. Como cita Aristóteles en sus libros De anima, la idea de Orfeo de que el espíritu divino es transportado por los vientos y entra con una inspiración plena es cierta. Las enseñanzas de Ezequiel nos dicen que el espíritu divino contiene una especie de sustancia elemental y, como Dios mismo enseña, se trata de algo presente en la sustancia de la sangre. Explicaré este asunto detenidamente para que puedan así comprender que la sustancia del espíritu creado de Cristo está fundamentalmente unida a la propia sustancia del espíritu santo. Me referiré al aire como espíritu porque en lenguaje sagrado no existe un nombre específico para designar al aire. Es más, este hecho indica que el aliento divino está presente en el aire que el espíritu del Señor llena.
  Para que usted, lector, pueda disponer de la doctrina completa del espíritu divino y del espíritu, añadiré aquí la explicación de la filosofía divina que fácilmente comprenderá si tiene conocimientos de anatomía. Se dice que existe en nosotros un triple espíritu formado por tres elementos superiores; el natural, el vital y el animal. Afrodiseo les describe como tres espíritus. Sin embargo, no son tres sino un único espíritu (spiritus). El espíritu vital es el que se comunica a través de la anastomosis desde las arterias hasta las venas, donde pasa a denominarse espíritu natural. Por lo tanto, el primero, el espíritu natural, es el de la sangre, y se encuentra en el hígado y en las venas del cuerpo. El segundo es el espíritu vital, el cual se halla en el corazón y en las arterias del cuerpo. El tercero es el espíritu animal, una especie de rayo de luz, y está en el cerebro y en los nervios del cuerpo. En todos ellos reside la energía de un único espíritu y la luz de Dios. La formación del hombre en la matriz demuestra que el espíritu vital se comunica desde el corazón hasta el hígado. Pues una arteria unida a una vena se comunica a través del ombligo del feto, y de igual manera, poco después, la arteria y la vena se unen para siempre en nosotros. El espíritu divino de Adán fue inspirado de Dios hasta el corazón antes de llegar al hígado, y desde allí ya fue transmitido hasta el hígado. El espíritu divino entró realmente por la boca y la nariz, pero la inspiración se extendió hasta el corazón. El corazón es el principal órgano viviente, la fuente de calor que se halla en medio del cuerpo. Toma del hígado el líquido de la vida, una especie de sustancia, y a cambio le da vida, de forma que el agua líquida proporciona sustancias para elementos superiores y a través de éstos y de la luz, se le vivifica para que, a cambio, pueda coger fuerza. El material del espíritu divino surge de la sangre del hígado a partir de un proceso sorprendente que ahora pasaré a detallar. De ahí que se diga que el espíritu divino está en la sangre y que él mismo es la sangre o el espíritu sanguíneo. No quiero decir que el espíritu divino se encuentre principalmente en las paredes del corazón, del cerebro o del hígado sino que reside en la sangre, como Dios mismo dice en Génesis 9, Levítico 7 y Deuteronomio 12.
  Sobre este tema debe primero entenderse la importante creación del espíritu vital, compuesto de una sangre ligera alimentada por el aire inspirado. El espíritu vital tiene su propio origen en el ventrículo izquierdo del corazón, y los pulmones tienen un papel importante en su desarrollo. Se trata de un espíritu enrarecido, producido por la fuerza del calor, de color amarillo rojizo (flavo) y de potencia igual a la del fuego. De manera que es una especie de vapor de sangre muy pura que contiene en sí mismo las sustancias del agua, aire y fuego. Se genera en los pulmones a partir de una mezcla de aire inspirado con la sangre elaborada y ligera que el ventrículo derecho del corazón comunica con el izquierdo. Sin embargo, esta comunicación no se realiza a través de la pared central del corazón, como comúnmente se cree, sino que, a través de un sistema muy ingenioso, la sangre fluye durante un largo recorrido a través de los pulmones. Elaborada por los pulmones, adquiere el tono amarillo rojizo y se vierte desde la arteria pulmonar hasta la vena pulmonar. Entonces, una vez en la vena pulmonar, se mezcla con aire inspirado y a través de la expiración se libera de sus impurezas. Así, completamente mezclada y preparada correctamente para la producción del espíritu vital, es impulsada desde el ventrículo izquierdo del corazón por medio de la diástole.
  Sabemos que esta comunicación se establece así a través de los pulmones por las distintas combinaciones y la conexión de la arteria pulmonar con la vena pulmonar en la cavidad pulmonar. El tamaño considerable de la arteria pulmonar lo corrobora, pues no sería de ese tamaño ni emitiría tal fuerza de sangre pura desde el corazón hasta los pulmones sólo para proporcionar el alimento de éstos. Tampoco el corazón daría este servicio a los pulmones, pues, como decía Galeno, durante los primeros meses del embarazo, en el embrión, los pulmones reciben el alimento de otra parte ya que esas pequeñas membranas o válvulas del corazón no se abren hasta el momento del parto. Por lo tanto, el hecho de que la sangre mane de forma tan abundante desde el corazón hasta los pulmones en el mismo momento del nacimiento tiene otro propósito. De igual modo, se envía aire mezclado con sangre, no simplemente aire, desde los pulmones hasta el corazón a través de la vena pulmonar, por lo que la mezcla se produce en los pulmones. Esta sangre espirituosa se torna de color amarillo rojizo en los pulmones, no en el corazón.
 No hay suficiente espacio en el ventrículo izquierdo del corazón para tal grande y abundante mezcla ni para que allí se le imprima el color amarillo rojizo. Además, esa pared central no es apta para llevar a cabo este proceso de comunicación y elaboración, pues carece de vasos y otros mecanismos que lo permitan, aunque quizás algo podría traspasarla. Al igual que en el hígado se produce una transfusión de sangre de la vena porta a la vena cava, en el pulmón se realiza una transfusión de sangre del espíritu de la arteria pulmonar a la vena pulmonar. Si alguien compara estos procesos con aquellos que Galeno describió en los libros VI y VII de De usu partium, se dará perfectamente cuenta de una verdad que le era desconocida a Galeno.
  De esta forma, el espíritu vital es inyectado del ventrículo izquierdo del corazón a las arterias de todo el cuerpo y, para estar más enrarecido, busca las regiones más elevadas donde se encuentre más elaborado, especialmente en el plexo retiforme ubicado en la parte inferior de la base del cerebro. Y así, aproximándose a la región del alma racional, el espíritu animal empieza a formarse a partir del espíritu vital. De nuevo por la poderosa fuerza de la mente, se enrarece más, se elabora y se completa en los finos vasos llamados arterias capilares que están situados en los plexos coroideos y que contienen a la propia mente. Estos plexos penetran en todas las partes más recónditas del cerebro, rodeando internamente los ventrículos del cerebro, y estos vasos, envueltos y entrelazados entre sí hasta el principio de los nervios, sirven para introducir en estos últimos la facultad sensitiva y la de movimiento. Esos vasos están entrelazados con gran precisión, y aunque se les llamen arterias, en realidad son los extremos de las arterias que se extienden con la ayuda de las meninges hasta el principio de los nervios. Se trata de un nuevo tipo de vasos. Al igual que en el proceso de la transfusión de sangre de las venas a las arterias, en la transfusión de las arterias a los nervios existe un nuevo tipo de vasos de la membrana arterial en la meninge, ya que son especialmente las meninges las que conservan las membranas de los nervios. La sensibilidad de los nervios no radica en su parte blanda, como ocurre en el cerebro. Todos los nervios terminan en unos filamentos membranosos que poseen una extraordinaria sensibilidad y a los que, por este motivo, siempre llega el espíritu. Y, a modo de fuente, desde esos pequeños vasos de las meninges, o plexos coroideos, el espíritu animal fluye como un rayo a través de los nervios para llegar a los ojos y otros órganos sensoriales. Siguiendo la misma ruta a la inversa, se envían a esa misma fuente, unas imágenes claras de elementos que van produciendo sensaciones, penetrando por el interior a través del medio transparente, es decir, el espíritu.
  A partir de todo esto, queda suficientemente claro que el alma racional no se aloja en esa masa blanda del cerebro, pues ésta es una zona fría y sin sensaciones. Sin embargo, esta zona, que está fría para poder atenuar el calor abrasador que contienen los vasos, actúa como una almohada de los vasos anteriormente mencionados para evitar que se rompan y como un guardián del espíritu animal para que éste no se disperse en el aire cuando se comunique con los nervios. Por lo tanto, también se observa que los nervios conforman la capa de la membrana de la cavidad interna, siendo así unos fieles guardianes del espíritu reteniéndole desde la meninge más blanda así como retienen otro desde la más fibrosa. Esas áreas vacías de los ventrículos del cerebro que desconciertan a filósofos y médicos, no contienen otra cosa que el espíritu. Los ventrículos se crearon en primer lugar como una cloaca que recibe las impurezas provenientes del cerebro para poder analizar los excrementos a partir de los cuales se originan unos deflujos malsanos y para facilitar un camino hacia el paladar y la nariz. Cuando los ventrículos están completamente llenos de la pituita en la que las propias arterias o los plexos coroideos están sumergidos, entonces, inesperadamente se produce una apoplejía. Si un humor muy tóxico obstruye una región, y su vapor infecta el cerebro, se produce la epilepsia. Ocasionará otras enfermedades según la parte del cuerpo en la que se instale una vez haya sido expulsado. Por consiguiente, podemos confirmar que es la mente la que claramente está aquejada de enfermedades. Debido al desmesurado calor de esos vasos o a la inflamación de las meninges, se produce un claro estado de delirio e histeria. A partir de las enfermedades que se producen según su ubicación o sustancia, a causa de la fuerza del calor y de la ingeniosa construcción de los vasos que lo contienen, y a partir de las acciones de la mente presentes en ella, podemos concluir que debemos considerar detenidamente a esos pequeños vasos, pues todo el resto de elementos y los nervios sensitivos están ligados a ellos para que puedan recibir toda su fuerza. Por último, podemos apreciar que el intelecto se ejercita en esa zona cuando, a raíz del pensamiento que en ella se concentra, esas arterias laten hasta las sienes. El que no haya comprobado todo esto, difícilmente lo comprenderá. Los ventrículos se crearon en segundo lugar para que una parte del aire inspirado que penetra a través de los huesos etmoidales hasta los espacios vacíos pueda, atraído por la diástole de los vasos del espíritu, refrescar y ventilar el espíritu animal que contiene dentro y el alma. En estos vasos, la mente, el alma y el ardiente espíritu requieren una ventilación constante, de lo contrario, como si se tratara de un fuego eterno que se hubiera tapado, se produciría la asfixia. Como en el caso de un fuego común, no sólo se requiere ventilación y soplidos constantes para que pueda coger combustible del aire, sino también para que pueda liberar sus vapores impuros en ese aire. Y de este modo, el fuego externo común se une a un grueso cuerpo terrenal debido a una sequedad común y a una forma de luz común, para conseguir el líquido del cuerpo a medida que su alimento es soplado, sustentado y nutrido por el aire. Así, ese espíritu ardiente y nuestra alma están ligados al cuerpo de igual manera, teniendo a la sangre como alimento. Es soplado, sustentado y alimentado por el espíritu aéreo a través de la inspiración y la expiración para que se produzca una doble alimentación, espiritual y corpórea.»
 

martes, 27 de junio de 2017

"Historia secreta".- Procopio de Cesarea (500-565)

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XXVI: Cómo expolió la riqueza de las ciudades y saqueó a los pobres

«Hablaremos ahora de cómo tuvo éxito en destruir la riqueza y todas las cosas que confieren honor y valor en Bizancio y en todas las ciudades. Primero decidió abolir el rango de rétor, porque inmediatamente privó a los rétores de todos sus honorarios con los que antes se habían habituado a disfrutar y enorgullecerse cuando habían abandonado su profesión de abogacía, y les ordenó que litigaran unos con otros directamente bajo juramento; y siendo así desdeñados, los rétores se sumieron en enorme desesperación. Y después que hubo confiscado los bienes de los senadores y de otras gentes prósperas, como ha sido relatado, en Constantinopla y en todo el imperio Romano, quedó poco trabajo para los abogados. Los hombres nada tenían digno de mención para ir a tratar en los tribunales. Así, de todos los famosos abogados, pocos quedaron y se vieron despreciados y reducidos a la penuria, obteniendo de su trabajo nada salvo insultos.
  Además, también hizo que los médicos y maestros de los niños libres padecieran penuria de todo lo necesario para la vida, pues los honorarios que los anteriores emperadores habían decretado que les fueran entregados a cargo del Erario público fueron cancelados por completo. Además, todos los ingresos que los habitantes de todas las ciudades habían estado recaudando localmente para sus propias necesidades cívicas y para sus espectáculos públicos los transfirió y osó mezclarlos con los ingresos públicos. E igualmente los médicos y profesores no gozaron de ninguna estima, ni nadie pudo más cuidar de los edificios públicos, ni las lámparas públicas fueron conservadas en las ciudades para su iluminación, ni hubo consuelo alguno para sus habitantes. Porque los teatros, hipódromos y circos fueron todos clausurados en su mayor parte (lugares en que su esposa había nacido, crecido y educado). Y luego ordenó que aquellos espectáculos fueran cerrados, incluso en Constantinopla, de modo que el Erario no tuvo que pagar las usuales sumas a las numerosas y casi incontables personas que vivían de ello. Y hubo tristeza y dolor privado y público, como si aún otra aflicción del Cielo les hubiera golpeado, y no hubo más alegría en la vida de nadie. Y ningún otro tema de conversación existía ya entre el pueblo, ya estuvieran en casa, en el mercado o en los templos, que los nuevos desastres, calamidades e infortunios que ocurrían en un grado incomparable.
 Tal era la situación en las ciudades. Y aquello que queda por decir es digno de ser contado. Dos cónsules de los Romanos eran elegidos cada año, uno en Roma y el otro en Constantinopla. Y cualquiera que era llamado a este honor estaba seguro de verse obligado a gastar más de veinte centenarios de oro, siendo una pequeña porción de esta cantidad pagada de su bolsillo y la mayor parte por el emperador. Este dinero era distribuido entre aquellos que he mencionado y aquellos que en general carecían de otros medios de subsistencia, y particularmente actores y así permitía dar auxilio constante a todo lo que era para bien de la ciudad. Pero desde el momento que Justiniano llegó al poder, estas distribuciones no fueron hechas según costumbre, pues a veces un cónsul permanecía en el cargo un año tras otro, hasta que finalmente el pueblo perdió la esperanza de ver a otro nuevo, incluso en sus sueños. Como resultado, se produjo una universal pobreza, ya que el emperador no entregó más a sus súbditos lo que habían tenido por costumbre recibir, sino que, al contrario, procuró quitarles de todas las maneras y en todas partes lo poco que aún tenían.
 Cómo este ladrón ha estado tragándose todos los dineros públicos y cómo ha estado privando a los miembros del Senado de sus propiedades, a cada uno individualmente y a todos en conjunto, ha sido, pienso, suficientemente descrito. Y cómo lanzando falsos cargos confiscó las haciendas de todos a quienes reputaba ricos, imagino haberlo ya adecuadamente contado, como en el caso de los soldados, oficiales y guardias de palacio, los agricultores y terratenientes, aquellos cuya profesión es la oratoria, además de tenderos, navieros, marineros, mercaderes, jornaleros y vendedores, así como aquellos que se ganaban la vida con representaciones en el teatro y además todas las demás clases, puedo decir, que fueron alcanzados por el daño que infería este hombre.
 Y procederé ahora a hablar de cómo trató a los mendigos y al pueblo llano y a los pobres y a aquellos afligidos con toda clase de discapacidad física; su trato a los sacerdotes será descrito en mis siguientes libros. Primero de todo, habiendo tomado el control, como ha sido dicho, de todas las tiendas y habiendo establecido los llamados monopolios de los bienes más indispensables, procedió a sacarle a toda la población más del triple de los precios normales. En cuanto a sus otras hazañas, puesto que son simplemente incontables, no intentaré siquiera hacer su catálogo en un libro sin fin. Pero diré que a los compradores de pan robó de la forma más cruel todo el tiempo, hombres que, siendo trabajadores manuales, empobrecidos y afligidos con todo tipo de minusvalías físicas, no podían evitar comprar el pan. De estos exigía tres centenarios al año, con el resultado de que los panaderos alzaban los precios y rellenaban el pan con cáscaras y cenizas, porque el emperador no tenía escrúpulos de obtener beneficios ni siquiera de esta impía adulteración. Aquellos que estaban a cargo de este oficio, aplicando este truco para su lucro particular, con facilidad llegaron a ser muy ricos y redujeron a los pobres a una intolerable miseria en plenos tiempos de abundancia, porque fue completamente prohibido que todo hombre comprara grano en cualquier parte, sino que era obligado que todos compraran y comieran de ese pan.
  Y aunque vieron que el acueducto de la ciudad se había roto y estaba transportando sólo una pequeña parte de agua a la ciudad, no hicieron caso del asunto y no consintieron en gastar ni un sólido en ello, a pesar del hecho de que una gran multitud del pueblo, ardiendo de indignación, estaba siendo reunida en las fuentes y que todos los baños habían sido cerrados. Y sin embargo malgastaba una gran cantidad de dinero sin ningún motivo en edificios sobre el mar y otras edificaciones sin sentido, erigiendo nuevas construcciones en todas partes de los suburbios, como si los palacios en que todos los emperadores anteriores habían estado contentos de vivir a lo largo de sus días no pudieran albergar su hogar. Y esto no se hacía por motivos económicos, sino para lograr la destrucción del género humano, ya que se negaba a reconstruir el acueducto. Porque nadie en toda la historia ha nacido alguna vez en el mundo que estuviera más deseoso que Justiniano de conseguir dinero, para luego empezar nuevamente a malgastarlo de inmediato. De estos dos recursos, esto es, pan y agua, que como único remedio quedaba a los que estaban hundidos en la miseria, ambos fueron usados por este emperador para perjudicarlos, como he escrito, ya que hizo que un recurso, es decir, el agua, fuera imposible de conseguir, y el otro, el pan, fuera muy caro de comprar.
  Y amenazó de esta manera no sólo a la clase humilde de Bizancio, sino también, a los que vivían en otros lugares, como será relatado por mí inmediatamente. En efecto, cuando Teodorico conquistó Italia, dejó donde estaban a los que estaban sirviendo como soldados en el Palacio de Roma, para que al menos un recuerdo de los antiguos tiempos se conservara allí, pagando a cada hombre un pequeño estipendio diario; y estos soldados eran muy numerosos. Porque los Silenciarios, como son llamados, los Domésticos y los Escolares estaban entre ellos, aunque en su caso nada militar quedaba salvo el nombre de ejército, y este sueldo era apenas suficiente para vivir. Y Teodorico ordenó que este pago se transmitiera a su muerte a sus hijos y parientes. Y a los pobres que tenían su asiento junto a la Iglesia del apóstol Pedro, ordenó que el Erario les entregara siempre cada año tres mil medidas de grano. Estas pensiones fueron recibidas por todos los pobres hasta que Alejandro, llamado "Tijeras", llegó a Italia. Pues este hombre decidió inmediatamente, sin vacilación, abolir todos. En sabiendo esto, Justiniano, emperador de los Romanos, aprobó esta decisión y tuvo a Alejandro en aún más alto honor que antes. Durante su viaje allá causó también el siguiente perjuicio a los Griegos. La fortaleza de las Termópilas había sido largo tiempo guardada por los campesinos cercanos, quienes se turnaban en la vigilancia de la muralla cuandoquiera se anunciaba una incursión de bárbaros contra el Peloponeso. Pero cuando Alejandro visitó el lugar durante la travesía a Italia, él, pretendiendo que estaba actuando en interés de los Peloponesios, rechazó confiar la fortaleza a los campesinos. Así, situó tropas allí en número de dos mil y ordenó que su estipendio no fuera pagado por el Erario imperial, sino por los fondos civiles y los dineros reservados a los espectáculos de todas las ciudades de Grecia, so pretexto de que aquellos soldados tenían que ser mantenidos a costa de ese lugar y por ende de toda Grecia. En consecuencia, todos los lugares de Grecia, incluyendo la mismísima Atenas, no pudieron restaurar los edificios públicos ni pudieron pagar ninguna otra cosa útil. Justiniano, empero, sin vacilar, confirmó estas medidas del "Tijeras".
  Así, de la manera descrita, estos asuntos fueron transcurriendo. Pero debemos ahora proceder a tratar el caso de los pobres en Alejandría. Aquí vivía un cierto Hefesto, abogado, que asumió el gobierno de Alejandría y en su condición de tal puso fin a una sedición ciudadana amenazando a los revoltosos, pero redujo a todos los habitantes a la completa miseria. Pues inmediatamente puso todas las mercancías bajo monopolio, prohibiendo a los demás mercaderes vender nada, y él mismo se convirtió en el único traficante y vendedor de todas las mercaderías, fijando los precios según su voluntad merced a su suprema autoridad. Pero la consiguiente carestía de las provisiones necesarias sumió en la mayor de las aflicciones a Alejandría, donde antes incluso los más pobres habían podido vivir adecuadamente. Y el alto precio del pan aplastó a la mayoría, porque compraba todo el trigo de Egipto él mismo, no permitiendo que nadie comprara ni tan siquiera un celemín, y así  controlaba el abastecimiento y el precio del pan a su voluntad. De este modo en poco tiempo ganó una fabulosa fortuna y cumplió el deseo del emperador en este asunto. Y mientras el populacho de Alejandría, por temor a Hefesto, sobrellevaba su angustiosa situación en silencio, el emperador, gracias al dinero que llegaba a su bolsillo constantemente, amaba a este hombre intensamente.
  Y este Hefesto, para poder ganarse más aún la voluntad del emperador, ideó el siguiente plan. Diocleciano, un anterior emperador de los Romanos, había decretado que un gran monto de grano fuera dado por el Erario cada año para cubrir las necesidades de los Alejandrinos. Y el populacho, habiendo distribuido este grano entre ellos mismos en primer lugar, ha transmitido esta costumbre a sus descendientes hasta hoy. Pero Hefesto, desde este tiempo, quitó a los pobres hasta dos millones de medidas anuales de grano y los transportó a los almacenes del Estado, escribiendo al emperador que el pueblo había hasta entonces estado recibiendo el grano por error, y no en beneficio del público interés. Y en consecuencia el emperador confirmó esta decisión y lo tuvo en mayor favor aún. Los Alejandrinos, cuya esperanza de vida radicaba en esta distribución sufrieron muy cruelmente como resultado de esta inhumana acción.» 
 

lunes, 26 de junio de 2017

"Historias del Imperio Romano".- Amiano Marcelino (h. 330-h. 395)

 
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Libro XVIII

  Beneficios de la presencia de Juliano en las Galias. Cuida de que en todas partes se administre bien la justicia. Repara las murallas de los fuertes reconquistados al enemigo en las orillas del Rhin, tala parte del territorio de los alemanes y obliga a cinco reyes suyos a pedir la paz y devolver los prisioneros. Barbación, jefe de la infantería, es decapitado con su esposa por orden de Constancio.

«En cuanto llegó la estación propicia para la campaña, Juliano reunió las tropas y se puso a su frente. Gran deseo tenía, antes de que estuviesen muy empeñadas las hostilidades, de apoderarse y poner en estado de defensa muchas ciudades fuertes cuya destrucción databa de antiguo, y también en reedificar sus almacenes de subsistencias, que habían sido incendiados, y en los que se proponía guardar las ordinarias remesas de granos de la Bretaña. Los almacenes, rápidamente construidos, quedaron en seguida repletos de víveres; ocupó siete ciudades, a saber, el campo de Hércules, Quadriburgium, Tricesimo Novesium, Borma, Autunnacum y Bingio, donde se le reunió oportunamente Florencio, prefecto del pretorio, que le traía refuerzos y víveres para larga campaña.
 Faltaba reedificar las murallas de las siete ciudades, obra esencial y que urgía dejar terminada antes de que pudiesen entorpecerla. En esta ocasión pudo apreciarse el ascendiente que había conquistado el César, por temor, sobre los bárbaros y por amor, sobre los soldados. Los reyes alemanes, fieles al pacto ajustado el año anterior, enviaron en carros parte de los materiales necesarios para las construcciones, y se vio a los soldados auxiliares, tan recalcitrantes para este servicio, prestarse gozosos al deseo del general, hasta el punto de llevar alegremente a hombros vigas de cincuenta y más pies, y ayudar con todas sus fuerzas a los trabajos de la construcción.
  Tocaba a su término la obra, cuando volvió Hariobaudo a dar cuenta de su misión, siendo su llegada la señal de marcha, poniéndose en movimiento todo el ejército hacia Moguntiacum, donde se promovió agrio altercado, sosteniendo Florencio y Lupicino, que había sucedido a Severo, que era necesario lanzar allí un puente para cruzar el río, y negándose Juliano con inquebrantable persistencia, porque si se sentaba el pie en territorio de los reyes con quienes estábamos en paz, las costumbres devastadoras de los soldados acarrearían inevitablemente la ruptura de los tratados.
  Entretanto, aquella parte del pueblo alemán contra la que se dirigía la expedición, viendo acercarse el peligro, intimó con amenazas al rey Suomario, uno de los comprendidos en los tratados anteriores, que nos impidiesen pasar el Rhin; porque en efecto, sus posesiones tocaban a la otra orilla. Declarando éste que con sus fuerzas solas no podría conseguir el objeto, marchó de pronto a aquel punto imponente masa de bárbaros, decidida a emplear todos los esfuerzos para evitar el paso del ejército; comprendiéndose entonces que el César había tenido doblemente razón en su negativa, y que para lanzar el puente era necesario buscar el punto más favorable, allí donde no hubiese exposición de devastar tierras de su amigo, ni sacrificar multitud de vidas en desesperada lucha con aquella multitud.
  Los bárbaros de la otra orilla seguían atentamente todos nuestros movimientos. En cuanto veían desplegar las tiendas, hacían alto y pasaban la noche con las armas en la mano, esperando alarmados alguna tentativa nuestra para pasar el río. Llegando al fin al punto elegido, el ejército descansó después de haberse fortificado. El César llamó a Lupicino a consejo, y dio a los tribunos de su mayor confianza la orden de tener dispuestos trescientos hombres armados a la ligera y provistos de estacas, sin explicar en qué quería emplearlos, ni qué servicio iban a prestar. A media noche hizo montar el destacamento en cuatro barcas, no habiendo podido procurarse más, mandándoles bajar el río con el mayor silencio, sin emplear siquiera los remos, por temor de que su ruido llamase la atención de los bárbaros y emplear todos los esfuerzos posibles para ganar la otra orilla, mientras el enemigo tenía fija la atención en nuestras hogueras.
  Cuando se preparaba esta sorpresa, el rey Hortario que, sin pensar en enemistarse con nosotros conservaba relaciones de buena vecindad con sus compatriotas, había invitado a los reyes alemanes, enemigos nuestros, con sus parientes y vasallos a un festín que, según la costumbre de estos pueblos, se prolongó hasta la tercera vigilia de la noche. La casualidad hizo que, al retirarse, se encontrasen con los nuestros, no siendo muerto ni hecho prisionero ninguno de los convidados, gracias a la velocidad de sus caballos, que lanzaron al azar; pero de los esclavos y criados que les seguían a pie escaparon muy pocos, y estos lo debieron a la obscuridad.
  Habían pasado el río, y lo mismo que las expediciones anteriores, los Romanos consideraban terminados sus trabajos, puesto que habían alcanzado al enemigo; pero la sorpresa aterró a los reyes alemanes y a toda su multitud, cuya única idea consistía en impedir la construcción de un puente.
 Entonces tuvo lugar una dispersión general, y a la indomable furia siguió en cada cual vivo apresuramiento por buscar a lo lejos seguridad para sí propio, para su familia y bienes. Entonces se construyó el puente sin obstáculos, y la población alemana, contra lo que esperaba, vio a nuestras legiones cruzar sin causar daño alguno las posesiones del rey Hortario; pero en cuanto hollaron tierra enemiga, todo lo llevaron a sangre y fuego.
  Después de degollar multitud de habitantes y de incendiar sus débiles moradas, el ejército, que ya no encontraba más que moribundos o gentes que pedían perdón, llegó al fin al punto llamado Capellatium o Palas, donde se encontraban los mojones que señalaban los límites de los territorios alemanes y de los burgondios. Allí acamparon los Romanos para recibir en actitud menos hostil la sumisión de dos hermanos, los reyes Macriano y Hariobaudo, que habían oído venir el huracán y se apresuraban a conjurarlo: ejemplo que siguió inmediatamente el rey Vadomario, cuyas posesiones lindaban con Rauracos, y que hizo valer en favor suyo una carta muy afectuosa de Constancio; por lo que se le recibió con las consideraciones debidas a un príncipe adoptado desde muy antiguo por el Emperador como cliente del pueblo romano. Macriano, lo mismo que su hermano, se veían por primera vez en medio de nuestras águilas y estandartes; y asombrado por el aspecto de nuestros soldados y la brillante variedad de las armas, se apresuró a pedir gracia para los suyos. Vadomario, que era vecino nuestro y desde muy antiguo estaba en relaciones con nosotros, no se cansaba de admirar nuestro aparato militar, pero como quien no lo contemplaba por primera vez. Después de larga deliberación, al fin se acordó conceder la paz a Macriano. En cuanto a Vadomario, como tenía el encargo, además del cuidado de sus propios intereses, de solicitar a nombre de los reyes Urio, Ursicino y Velstrapo, había dificultades para la contestación.   
  Los bárbaros no se ligan por convenio, y un tratado concluido por intermediario no habría tenido fuerza para ellos desde el momento en que no los contuviese la presencia del ejército. Pero en cuanto quemaron sus mieses y sus casas, y mataron o cogieron parte de sus gentes, se apresuraron a negociar por legados directos y suplicaron con el mismo tono que si hubiesen causado los estragos, que habían sufrido: humildad que les valió paz en iguales condiciones que a los otros, imponiéndoles la inmediata entrega de todos los prisioneros que habían hecho en sus excursiones.
  Mientras, con el auxilio divino, se restablecían nuestros negocios en las Galias, en la corte de Constancio iba a surgir otra tempestad política, sirviendo un incidente baladí de preludio a escenas de luto y lágrimas. En la casa de Barbación, general de la infantería, se había presentado un enjambre de abejas. Inquieto por el presagio, consultó con los adivinos, respondiéndole éstos que se encontraba en vísperas de algún acontecimiento grave. Fundábase el pronóstico en la costumbre de espantar las abejas del punto donde han depositado el producto de su trabajo, ya ahumándolas o ya haciendo mucho ruido con címbalos. La esposa de Barbación, llamada Assyria, era tan indiscreta como imprudente, y, encontrándose ausente en una expedición su marido, muy preocupada por el vaticinio, ocurriósele, en su inquietud mujeril, dirigirle una carta lacrimosa en la que le pedía, como próximo sucesor de Constancio (cuya muerte consideraba Assyria muy cercana) que no la pospusiese a la emperatriz Eusebia, a pesar de su extraordinaria belleza. Habíase servido Assyria de una esclava muy hábil en escritura y cifras, recibida con la herencia de Silvano. Remitióse la carta con todo el secreto posible; pero, al regreso de la expedición, la esclava que la había escrito al dictado de su señora, se fugó una noche, recogiéndola apresuradamente Arbeción, a quién entregó una copia. No perdió éste tan preciosa ocasión para desplegar su destreza, y con la copia en la mano se presentó al Emperador. Como de costumbre, se procedió rápidamente. Barbación no pudo negar que había recibido la carta, y como su esposa quedó convicta de haberla escrito, ambos fueron decapitados. Pero no puso fin su muerte a los procedimientos, sino que sufrieron el tormento multitud de desgraciados, inocentes o culpables, encontrándose entre los primeros Valentino, que acababa de pasar de oficial de los protectores a tribuno: so pretexto de complicidad se le sujetó varias veces al tormento, que soportó hasta el fin, sin contestar otra cosa que su completa ignorancia de todo lo que había ocurrido. Más adelante, por vía de indemnización, le otorgaron el título de duque de Iliria.» 
 

domingo, 25 de junio de 2017

"Internet. Una indagación filosófica".- Gordon Graham (1949)

 
  Capítulo 5: Internet como anarquía
 3.-Conocimiento e "información"

 «Hay una evidente ingenuidad  en los entusiastas de Internet, especialmente en los fanáticos de la educación y en otros que saben relativamente poco del asunto. Se debe a su fácil suposición de que en Internet existe un inmenso depósito de información. La suposición se mantiene de manera errónea a causa del uso técnico que se le da al término "información". En la expresión "información digital", la palabra información está utilizada en su sentido más simple y no es más que un conjunto de impulsos electrónicos capaces de producir texto e imágenes en una pantalla. La información en tal sentido carece de implicaciones epistemológicas: no implica que dicha información transmita ningún conocimiento genuino. Esto es lo que la hace engañosa, porque en el discurso normal, la "información" es un término epistemológicamente normativo: tener una nueva información implica que ahora sabemos algo que no sabíamos antes. Pero la "información digital" puede almacenar desinformación en el sentido ordinario, y también verdad, de manera que el texto o la imagen que genera puede llegar a producir creencias erróneas en vez de conocimiento.
 La confusión de la información digital con la información propiamente dicha conduce a otra ingenuidad: que Internet posee una autoridad similar a la de las bibliotecas y lo servicios de información. Éste es un error en el que caen los escolares y los estudiantes cuando se les enseña a considerar Internet como un "recurso" útil para sus estudios. "Encontrar" algo en Internet no es como encontrarlo en la Enciclopedia Británica. ¿Dónde está la diferencia? En que la Enciclopedia Británica fue escrita con un cierto propósito, procede de una fuente identificable y tiene una larga y acreditada historia. Nada de esto es cierto en Internet, que contiene lo que contiene con todos los propósitos y procede de todas las fuentes, identificables y no identificables. Por supuesto, tiene cosas como la Enciclopedia Británica, pero es simplemente ilegítimo inferir que porque algunos sitios tengan autoridad, Internet como un todo tenga autoridad epistemológica. No. Eso es falso.
 Esto muestra que debemos tener cuidado para no confundir el poder de Internet como forma de comunicación con su valor como transportador de información epistemológicamente importante. Ignorar esta distinción equivaldría a menospreciar lo que sabemos de los seres humanos. Todas las innegables ventajas de Internet lo convierten tanto en un poderoso instrumento de mentira y desinformación como de conocimiento y aprendizaje.
 ¿De qué manera asegurar lo segundo mientras se evita lo primero? La respuesta más obvia es que deberíamos tratar Internet de la misma manera que cualquier otro medio. Consideramos algunos periódicos y emisoras como más fiables que otros, las estadísticas de algunos gobiernos valen más que las de otros, los informes de algunas agencias están mejor formulados que los de otras. Casi todos estos juicios se basan en el conocimiento previo y en la reputación adquirida. Si leo en un periódico conocido por su sensacionalismo que "científicos" en Tashkent (por ejemplo) han descubierto el lugar de un aterrizaje de marcianos, consideraré el titular con escepticismo. Si leo en el Washington Post o en el Times de Londres, que los físicos del MIT (Massachusetts Institute of Technology) creen haber dado un paso importante en el proceso de la fusión fría, trataré el informe con respeto, por muy sorprendente que me pueda parecer. La diferencia no se debe, como algunos "postmodernistas" pretenden, a un prejuicio o a la convención que arbitrariamente favorece unas fuentes sobre otras. Aunque yo no puedo ir a Tashkent y comprobar la evidencia, y comprendería poco de los principios científicos en que se basa la afirmación (incluso si me la presentasen de primera mano), el conocimiento previo me dice que algunos periódicos son indiferentes a la exactitud con tal de ofrecer titulares  que atraigan la atención y la reputación me dice que el MIT es un establecimiento científico serio. Todo esto me permite rechazar el informe anterior y prestar credibilidad al segundo.
 Tales consideraciones no resuelven el problema. Podría ser que realmente exista la evidencia de un aterrizaje de marcianos en Tashkent y que los sobrios científicos del MIT se hayan pasado de rosca; la fusión fría ha demostrado ser una perspectiva engañosa en el pasado. Pero en estos ejemplos, como en casi cualquier otro, la única guía que tenemos para una creencia razonable es la probabilidad, la demostración es una mercancía muy rara. La conclusión que quiero recalcar aquí es que tales juicios de probabilidad no pueden obtenerse en los informes periodísticos, sino a la luz de lo ya sabido en un contexto más amplio.
 Lo mismo pasa con Internet. Lo que encontramos en este medio sólo tendrá valor desde el punto de vista del conocimiento y de la información fiable si somos capaces de verificarlo con lo que sabemos de otra parte. Si a través de Internet busco el horario oficial de la SNCF -la compañía francesa de ferrocarriles-, tengo todas las razones del mundo para pensar que los horarios que allí encuentre son fiables. Esto lo sé, no a causa de Internet en sí mismo, sino a causa de mi conocimiento anterior sobre la condición y los propósitos de la SNCF, y esto, lo repito, no significa que no exista posibilidad de que me informen mal, pues los horarios oficiales publicados de buena fe pueden contener errores.
 La perspectiva algo extravagante de Internet como al mismo tiempo almacén de datos y lugar de intercambio de valiosa información al abrigo de gobiernos obsesionados con el secreto y la conservación del monopolio sobre el poder que otorga el conocimiento, es una agradable versión del sueño anarquista. Sin embargo, tiene poco de verdad. Internet es una valiosa fuente de conocimiento e información sólo si somos capaces de someter lo que allí encontramos a las verificaciones normales que solemos aplicar a las demás fuentes, y ni su tamaño, ni la libertad del individuo para acceder a la Red alteran este principio. En suma, el material de Internet es tan digno o indigno de fiar como las fuentes de que procede.
 Por lo tanto, hablando en plata, Internet no es una fuente de información, sino sólo un medio, y vale la pena añadir que la naturaleza del medio puede por sí misma socavar su valor como fuente de información.»
 

sábado, 24 de junio de 2017

"Razón: portería".- Javier Gomá Lanzón (1965)


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5.- Amor, lujo y buena conciencia

«Casarse por dinero es una ordinariez. Pero casarse por amor sincero con alguien que tiene mucho dinero, es toda una fortuna (una palabra que significa tanto buena suerte como vasto patrimonio). Hay un ardid para granjearse esos dos bienes sin renunciar a ninguno, el que usan los padres ambiciosos con retoños casaderos: conseguir que éstos, desde la infancia, se rodeen sólo de personas muy ricas porque al final el tiempo hará su trabajo y el rapaz acabará enamorándose perdidamente de alguien perteneciente a su exclusivo círculo. Y entonces, ¡eureka!, los dos significados de la mencionada palabra venturosamente se alían, la buena suerte del amor y de la prosperidad en un mismo golpe de fortuna. Ya no te casas por dinero sino por sentimiento y además mantienes incólume tu conciencia, que ya se sabe que no tiene precio, aunque sí mucho valor.
 Realmente no hay placer más exquisito que el de una buena conciencia: los hombres virtuosos, los santos de la historia, son sólo un hatajo de sibaritas. Pero, ay, esos gozos morales son difíciles de conseguir. Y ahora quizá esperéis el socorrido sermón sobre el esfuerzo que en esta vida es necesario realizar para elevarse a los bienes más altos o sobre cómo la ausencia de esas cualidades en nuestra extraviada juventud nos aboca a la actual mediocridad ambiente. Nada de eso. En mi opinión, el mayor obstáculo para disfrutar de una buena conciencia se halla en los demás. Los otros son el estorbo.
 Rodearse de personas ricas puede servir para casarte con una de ellas, pero rodearte de personas virtuosas genera gran cantidad de problemas. Por eso resulta más cómodo, más reconfortante y más tranquilizador contemplar en nuestro entorno ejemplos de conducta vulgares. ¿Por qué tienen tanto éxito los realities shows? Porque el espectáculo de esa mediocridad moral, de esas vidas rotas y deformadas, produce sobre nuestro ánimo un efecto sedante. ¡Qué horror, nos decimos mientras apagamos la tele y a continuación nos metemos en la cama, acunados por el sentimiento de nuestra superioridad moral. El escándalo que nos suscitan las noticias sobre la corrupción de los políticos queda parcialmente compensado por cierta sensación de autocomplacencia: son unos golfos, murmuramos con desprecio como quien mira el mundo a sus pies. Un compañero de trabajo negligente; un cuñado machista y desagradable; un vecino polémico o ruidoso; un amigo arruinado por su imprudencia: todo esto constituye un universo gratificante porque rehabilita ante los demás mi desmedrada imagen y en todo caso me dignifica coram populo por cuanto muestra una variedad de comportamientos reprochables que están ahí delante, próximos y posibles, y que yo, honesto sin alharacas, me abstengo de realizar.
 Las perspectivas se presentan mucho más sombrías, como nubes espesas y amenazantes, si, por desgracia, nuestro entorno se compone de dechados de virtud: un colega que destaca en su profesión; un cuñado cariñoso y servicial; un vecino cívico que separa la basura en tres coloridas bolsas; un amigo modélico, ponderado por todos. Este otro universo nos perturba, debilita nuestra posición en el mundo y hace nacer en nuestro interior el gusano de la mala conciencia. En efecto, el buen ejemplo nos interpela y nos obliga a responder de nuestra vida: ¿por qué no practico yo ese ejemplo si está visto que es bueno y además posible, como constata precisamente ese precedente? Si uno como yo es justo, ecuánime, leal, ¿por qué no lo soy yo? Si otro es solidario, humanitario o compasivo, ¿qué me impide serlo a mí también? Si un tercero exhibe bonhomía y urbanidad, ¿dónde queda mi barbarie? Definitivamente, el mal ejemplo nos absuelve mientras que el bueno nos señala con el dedo acusador y nos condena.
 Supongamos el siguiente caso absolutamente hipotético. Vamos a cenar a casa de unos amigos y, en el trayecto, con tacto pero con precisión quirúrgica mi mujer señala a mi atención algunas notorias deficiencias en el cumplimiento estricto de mis responsabilidades familiares: no es que no sepa cocinar, es que no asisto a las reuniones que convoca el colegio de los niños, no me levanto por las noches para dar el biberón al recién nacido, no llevo al otro a su partido de fútbol, soy un pésimo anfitrión, me paso todo el día con gesto ausente leyendo o sentado delante del ordenador (insisto en el carácter hipotético del caso). En el coche esbozo una defensa pero al llegar a casa de nuestros amigos mi mala suerte quiere que el marido, maestro cocinero, nos reciba sonriente enfundado en un delantal y nos informe que se ha divertido mucho esta tarde preparándonos la cena. Mientras devoramos los deliciosos platos, Marta, su mujer -que no ha tenido necesidad de moverse del sofá en toda la noche- nos comenta, orgullosa, la prenda que es Felipe: padre abnegado que se desvive por sus hijos, marido atento y tierno, yerno intachable, etcétera. Lector amigo, ¿cuál crees que será el tema probable de conversación entre mi mujer y yo en el trayecto de vuelta? Acorralado en la discusión subsiguiente, sólo dispongo de tres salidas. La primera, hacer votos de reformar mi anterior vida y emular en adelante el fastidioso modelo encarnado en Felipe. Pero como esto comporta un gran coste personal lo más frecuente es optar por las otras dos. O bien decir: "Felipe puede permitirse actuar así porque está en paro, mientras que a mí se me acumula el trabajo en la oficina", esto es, la regla moral encerrada en su ejemplo no me es aplicable; o, si esto no funciona, apretar el botón nuclear: "Supongo que sabes que Felipe le pone los cuernos a Marta", en otras palabras, intentar el desprestigio del ejemplo positivo para que deje de ser vinculante.»