martes, 31 de octubre de 2017

"El buscador de sueños".- Romano Battaglia (1933-2012)


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Escalaré las altas montañas

«El día de Nochebuena se extendió la noticia de que Marta estaba completamente curada. Los análisis lo demostraban de manera categórica y los médicos se habían quedado estupefactos al comprobar lo que había sucedido en el cuerpo de la muchacha. Su sangre había vuelto a ser absolutamente normal; los signos de la enfermedad habían quedado borrados para siempre. Hacía  algún tiempo que ella lo intuía, pero esperaba la confirmación definitiva.
 Se trataba de un acontecimiento sin precedentes que se convertiría en un raro y misterioso caso de curación de una enfermedad grave.
 Los habitantes de Pieve di Vento fueron a celebrarlo con los padres de la chica y a dar las gracias al párroco por haberles hecho rezar tantas oraciones.
 Marta, radiante de alegría, se dirigió a la montaña. Por fin se lo permitían las fuerzas. Distinguió entre las ramas la casa de Nazareno y apretó el paso para abrazarlo cuanto antes.
 Lo llamó desde lejos y gritó:
 -¡Estoy curada!
 En el valle, el eco repetía: "¡Estoy curada! ¡Estoy curada! ¡Estoy curada!"
 Llegó a la casa y entró. No había nadie.
[...] El buscador de sueños había desaparecido. [...] La chimenea estaba apagada; percibió el perfume acre de las hierbas secas y vio sobre la mesa de la cocina una carta con una hoja amarillenta al lado: era la que había caído sobre sus cabellos una lejana tarde de verano. Leyó la carta.
 "Querida Marta:
 sólo Dios sabe cuánto te he amado y cuánto he deseado que se hiciera realidad el sueño más grande de mi vida: que te curases. El milagro ha ocurrido en Navidad y para ti es una señal evidente del renacimiento.
 Cuando leas esta carta yo ya no estaré porque debo cumplir la promesa que le hice al Gran Espíritu.
 A cambio de tu curación, he tenido que renunciar a mi vida de hombre y convertirme en un árbol. No te lo había dicho porque no quería angustiarte. Estoy seguro de que no habrías estado de acuerdo con mi decisión.  Ha sucedido y nada, ni siquiera tus lágrimas, podrán hacerme volver atrás.
 No podía traicionar el amor y la confianza que siempre he depositado en el pueblo indio de las praderas. No es posible borrar ni un pensamiento, ni una palabra, ni una voz. Hay que ir allí donde nos lleva el viento del norte, que transporta la sabiduría profunda y purificadora del invierno y de los cabellos blancos.
 Te he amado y te amaré siempre; te he regalado mi vida, el único bien que poseía. Estaré siempre en el bosque esperándote y ese hilo blanco que te ha salvado y que me une a ti no se romperá nunca. Adiós, mi único y gran amor."
Marta se volvió llorando [...] Comprendió lo que había sucedido [...] Caminó largo rato preguntando a los árboles [...] Anduvo largo rato con llanto en el corazón hasta que un pájaro le indicó el punto en que debía detenerse.
 Marta esperó. De la rama de una gran haya se desprendió una hoja, que se posó suavemente sobre sus cabellos. Lo mismo había sucedido tiempo atrás y en aquella ocasión Nazareno le había dicho: "Es una señal del destino. La naturaleza siempre acude a nuestro encuentro en los momentos más difíciles de la vida. Ha caído justo sobre tus cabellos. Me la llevaré a casa; me recordará este momento especial, cargado de significado. Un día los propios árboles te explicarán lo que ha sucedido."
 Marta comprendió el mensaje en el que estaba encerrado todo el amor que el buscador de sueños le profesaba. Se acercó a la haya y sintió una intensa emoción. Un estremecimiento recorrió su cuerpo. El árbol la estrechó contra sí, la envolvió con sus ramas, la acarició largamente. "Siempre te he amado -susurró- y siempre te esperaré."
 Debes convertirte en un árbol alto, muy alto. Su cima debe tocar el cielo y sus ramas deben proteger tu casa y todo lo que amas. Esto decían los antiguos indios de América.  
 Pasaron los años y Marta no olvidó jamás a Nazareno. Cuando pensaba en su mundo tan limpio, tan distinto, se preguntaba si aquello no habría sido también un sueño.
 Ha pasado mucho tiempo y la gran haya continúa allí, como testimonio de una verdad que a menudo se nos escapa. Descubrirla significa haber encontrado algo por lo que vivir. El relato de un sueño es ese algo.»
 

lunes, 30 de octubre de 2017

"En la masmédula".- Oliverio Girondo (1891-1967)


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Mi Lumía

«Mi Lu
mi lubidulia
mi golocidalove
mi lu tan luz tan tu que me enlucielabisma
y descentratelura
y venusafrodea
y me nirvana el suyo la crucis los desalmes
con sus melimeleos
sus eropsiquisedas sus decúbitos lianas y dermiferios limbos y
gormullos
mi lu
mi luar
mi mito
demonoave dea rosa
mi pez hada
mi luvisita nimia
mi lubísnea
mi lu más lar
más lampo
mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio
mi lubella lusola
mi total lu plevida
mi toda lu
lumía


[Si quieres escuchar al poeta recitando el poema, clica aquí: Mi Lumía.]

 
Cansancio
 
Y de los replanteos
y recontradicciones
y reconsentimientos sin o con sentimiento cansado
y de los repropósitos
y de los reademanes y rediálogos idénticamente bostezables
y del revés y del derecho
y de las vueltas y revueltas y las marañas y recámaras y
remembranzas y remembranas de pegajosísimos labios
y de lo insípido y lo sípido de lo remucho y lo repoco y lo
remenos
recansado de los recodos y repliegues y recovecos y refrotes
de lo remanoseado y relamido hasta en sus más recónditos
reductos
repletamente cansado de tanto retanteo y remasaje
y treta terca en tetas
y recomienzo erecto
y reconcubitedio
y reconcubicórneo sin remedio
y tara vana en ansia de alta resonancia
y rato apenas nato ya árido tardo graso dromedario
y poro loco
y parco espasmo enano
y monstruo torvo sorbo del malogro y de lo pornodrástico
cansado hasta el estrabismo mismo de los huesos
de tanto error errante
y queja quena
y desatino tísico
y ufano urbano bípedo hidefalo
escombro caminante
por vicio y sino y tipo y líbido y oficio
recansadísimo
de tanta tanta estanca remetáfora de la náusea
y de la revirgísima inocencia
y de los instintitos perversitos
y de las ideítas reputitas
y de las ideonas reputonas
y de los reflujos y resacas de las resecas circunstancias
desde qué mares padres
y lunares mareas de resonancias huecas
y madres playas cálidas de hastío de alas calmas
sempiternísimamente archicansado
en todos los sentidos y contrasentidos de lo instintivo o sensitivo
tibio
remeditativo o remetafísico y reartístico típico
y de los intimísimos remimos y recaricias de la lengua
y de sus regastados páramos vocablos y reconjugaciones y
recópulas
y sus remuertas reglas y necrópolis de reputrefactas palabras
simplemente cansado del cansancio
del harto tenso extenso entrenamiento al engusanamiento
y al silencio.
»

[Si quieres escuchar al poeta recitando el poema, clica aquí: Cansancio.]

domingo, 29 de octubre de 2017

"El Tarot".- Alberto Cousté (1940-2010)


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Segunda parte: interpretación del Tarot.
I.-El oficio de adivino
Un intento de clasificación

«Es Cicerón, en el siglo I a.C., quien realiza el primer intento clasificatorio de las artes mánticas, en De divinatione, un tratado en que las divide fundamentalmente en "naturales" y "artísticas", cayendo entre las primeras todas aquéllas de carácter profético o alucinatorio, y en las segundas las que se valen de un instrumento intermediario entre el adivino y el consultante. Pierre de l'Ancre intentará más tarde una definición muy propia de su época (1622) y de su carácter al afirmar: "La adivinación no es otra cosa que una manifestación artificial de las cosas por venir, ocultas y escondidas a los hombres, producida por un pacto hecho con el demonio." El erudito Georges Contenau (La divination chez les Assyriens et les Babyloniens) consigue un importante avance clasificatorio al incorporar las categorías inductiva y deductiva a los diversos tipos de mancias.
 Pero casi todos los investigadores del tema -de Cicerón a Contenau- están acordes en definitiva en asignar como fin último de la adivinación, el conocimiento de cosas ocultas. Gwen Le Scouézec -a quien sigo en la clasificación que se reproduce más abajo- aporta un fundamental progreso a la teoría del "oficio de adivino", al definir la operación mántica como una hipótesis de trabajo. Desde este punto de vista, la actividad adivinatoria deja de ser un fin en sí misma, pero lejos de empobrecerse se enriquece con una perspectiva insólita: la incorporación de los elementos dispersos de la realidad sensible a un fenómeno localizado (la interpretación del oráculo), a la manera metodológica de lo que los estructuralistas han popularizado como bricolage.
 Más clara y completa que otras que pueden consultarse la clasificación de Le Scouézec abarca el espectro que va de la profecía -en el plano más puro y elemental de lo adivinatorio- hasta la superstición mecanicista, y es aproximadamente la siguiente:
 1º.- El profetismo: adivinación por intuición  pura en estado de vigilia. Es la adivinación más natural, intuitiva e interna. Se la considera generalmente como resultado de la posesión por (o de la inspiración de) un dios, o de Dios en las religiones monoteístas.
 2º.-La videncia alucinatoria: forma de adivinación intuitiva que se produce en un estado especial, alucinatorio o hipnótico que puede ser obtenido de diversas maneras:
            I.-Adivinación en estado de trance: a) por ingestión, inspiración o inyección de un producto alucinógeno (farmacomancia); b) por entrada en estados catalépticos, hipnóticos o agónicos (antropomancia); c) por cataptromancia (adivinación por la mirada) o procedimientos análogos (hidromancia, cristalomancia).
           II.-Adivinación en estado de sueño: oniromancia espontánea.
 3º.-La adivinación matemática: es la que se realiza a partir de abstracciones muy elaboradas, y permite ejercer la intuición mántica en toda libertad: a) astrología y derivados; b) geomancia, y sus numerosas variantes africanas; c) aritmomancia (en su forma más elevada: la Cábala); d) aquileomancia (adivinación por varillas originada en el Che-Pou chino; en su forma más perfeccionada: el I-Ching).
 4º.-La mántica de observación: a) estados, comportamientos o actos instintivos de seres animados, ya sean hombres (paleontomancia), animales (zoomancia) o plantas (botanomancia), b) estados y comportamientos de seres o materias inanimados, comprende la aruspiciencia, la radiestesia, y otras.
 5º.-Los sistemas abacománticos: son todos aquellos que se manejan exclusivamente con tablas u oráculos, producidos por la degeneración de las grandes disciplinas mánticas: las "claves de los sieños", libros de horóscopos, interpretaciones mecánicas de los naipes, etc.; sistemas todos en los que la intuición y lo imaginario no desempeñan ya ningún papel.
 Puede observarse que la cartomancia -y en su versión más especializada, el Tarot- no figura en este cuadro clasificatorio, y la omisión no parece casual. Aunque de una manera general podría incluírsela en el parágrafo tercero, lo cierto es que su complejidad goza de un parentesco con casi todas las principales disciplinas. Probablemente se ha beneficiado de su relativa juventud -si se la compara con la aruspiciencia, la adivinación por los números, o los métodos orientales derivados del Che-Pou- para convertirse en un arte colecticio y sugeridor, que toma tan pronto las especulaciones de la década pitagórica y los sephiroth hebreos (números), el simbolismo de los colores y del cuaternario (series), la iconografía medieval y la paleontomancia (figuras), como esa suma simbólico-mágica de varia lectura que son los Arcanos Mayores. Aún más, puede decirse que el Tarot ofrece, como ninguna otra mancia, la "situación adivinatoria" en su mayor grado de complejidad y madurez, ya que se compone de: a) el adivino en total libertad imaginativa para seleccionar uno entre los múltiples estímulos que le brinda la lectura; b) el consultante, en disponibilidad para orientar sus preguntas según el desarrollo de esta lectura; c) el intermediario (el mazo) con una capacidad de sugerencia prácticamente inagotable; d) la sesión de lectura, singular e irrepetible como una partida de ajedrez, por el tejido espontáneo de las variables anteriores. Finalmente, la falta de un código de referencia estable (tablas astrológicas, versículos, escalas confeccionadas previamente a la lectura), convierte al Tarot en un ejercicio intelectual de primer orden: no sólo porque requiere la mayor concentración del adivino ante la pluralidad de niveles que se ofrecen a la lectura, sino porque obliga a un diálogo inteligente, tenso, sutil, entre adivino y consultante, para cercar sin eufemismos la verdad que duerme en el fondo de las generalidades.»
 

sábado, 28 de octubre de 2017

"Las olas".- Virginia Woolf (1882-1941)


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«Quiero decir con ello que me convertí en cierto tipo de individuo, y que desbrocé mi camino del mismo modo que uno sigue una senda en el campo. Mis botas se desgastaron un poco, en la parte izquierda. Cuando entraba en un lugar, se producían ciertos reajustes. "¡Aquí llega Bernard!" ¡De cuántas distintas maneras dice la gente estas palabras! Hay muchas estancias, muchos Bernards. Está el Bernard encantador, pero débil; el fuerte, pero quisquilloso; el brillante, pero desaprensivo; el buen compañero, pero sin la menor duda insoportable pelmazo; el simpático, pero frío; el de abandonado aspecto, pero -id a la estancia contigua- mundano, dicharachero y demasiado bien vestido. Con respecto a mí mismo, era algo diferente, y nada de lo anteriormente dicho. Soy especialmente propicio a examinarme con la mayor firmeza en estos momentos en que me encuentro ante el panecillo del desayuno, con mi esposa, que, por ser totalmente mi esposa y no la muchacha que lucía, cuando tenía esperanzas de encontrarme, cierta rosa, me da la sensación de existir, en medio de la inconsciencia, tal como debe tenerla la rana que se posa bajo la sombra de la hoja verde adecuada. "Pásame...", digo. Y ella contesta: "La leche..." O: "Vendrá Mary." Palabras sencillas para quienes han heredado el botín de todos los siglos, pero que no lo son cuando se dicen día tras día, en la pleamar del vivir, cuando uno se siente entero, completo, durante el desayuno. Los músculos, los nervios, los intestinos, los vasos sanguíneos, todo lo que constituye los muelles y resortes de nuestro ser, el inconsciente murmullo de la máquina, así como el cosquilleo y movimiento de la lengua, funciona de maravilla. Abrir, cerrar, abrir, cerrar, comer , beber, a veces hablar... Todo el mecanismo parecía dilatarse y contraerse, como la cuerda de un reloj. Tostadas y mantequilla, café y jamón. The Times y las cartas. Y de repente sonó el teléfono exigente. Me levanté despacio y me acerqué al teléfono. Cogí la negra boca. Observé la facilidad con que mi mente se preparaba para recibir el mensaje que quizá fuera (se me ocurren fantasías así) el de asumir el mando del Imperio Británico; observé mi compostura; advertí con qué magnífica vitalidad los átomos de mi atención se dispersaban, se arremolinaban alrededor de la interrupción, asimilaban el mensaje, se adaptaban a un nuevo estado de cosas, y creaban, en el momento en que colgaba el teléfono, un mundo más rico, más fuerte, más complejo, en el que yo tenía que interpretar mi papel, y no albergaba la menor duda de que sabría hacerlo del modo debido. Después de encasquetarme el sombrero, salí a un mundo habitado por un gran número de hombres que también se habían encasquetado el sombrero, y nos rozamos y tropezamos en trenes y metros, intercambiando el conocedor guiño de competidores y camaradas que luchan, con mil artimañas y fintas, para alcanzar un mismo objetivo: ganarnos la vida.  
 La vida es agradable. La vida es buena. El proceso de la vida, en sí mismo, es satisfactorio. Fijémonos en un hombre normal y corriente que goce de buena salud. Le gusta comer y le gusta dormir. Le gusta respirar aire fresco y caminar a buen paso por la calle. O, en el campo, canta el gallo encaramado en una verja; un potro galopa alrededor de un campo. Siempre hay algo que hacer a continuación. El martes sigue al lunes. El miércoles al martes. Y cada día emite las mismas ondas de bienestar, repite la misma curva de ritmos, cubre con un escalofrío la fresca arena, o se va lentamente con cierta pereza. De esta manera, el ser crea aros, la identidad se robustece. Lo que era ardiente y furtivo como un puñado de grano arrojado al aire, y desperdigado aquí y allá por soplos de vida nacidos en todos los puntos de la rosa de los vientos, es ahora metódico y ordenado y arrojado con un propósito. O así parece.
 Señor, ¡qué agradable! ¡Señor, qué bueno! Cuán tolerable es la vida de los tenderos, pensaba, mientras el tren pasaba por los suburbios, y uno veía las luces en las ventanas de los dormitorios... Activos y enérgicos, como una multitud de hormigas, me decía en pie ante el cristal, contemplando a los obreros, con la bolsa en la mano, entrando agrupados en la ciudad. Cuánta dureza, cuánta energía y violencia en los miembros, pensaba al ver a los hombres en blancos calzoncillos corriendo tras la pelota de fútbol, en la nieve, en enero. Ahora, quejoso por un asunto de poca monta -quizá la carne-, parecía un lujo el perturbar con un leve temblor la enorme estabilidad, cuyo estremecimiento, ya que poco faltaba para el nacimiento de nuestro hijo, aumentaba su esplendor, de nuestra vida matrimonial. Refunfuñé, durante la cena, hablé irrazonadamente como si fuera millonario y pudiera arrojar cinco chelines por la ventana; y, como un perfecto grosero, tropecé adrede con una banqueta. Cuando nos disponíamos a acostarnos, hicimos las paces en la escalera, y, en pie ante la ventana, fija la vista en el cielo límpido como el interior de una piedra azul, dije: "Demos gracias por no tener la necesidad de remontar esta prosa en poesía; el lenguaje menudo basta." Y así era por cuanto la amplitud y claridad de lo que veía no presentaba obstáculo alguno sino que permitía a nuestras vidas extenderse más y más, más allá de los erizados tejados y chimeneas, hasta el impecable límite.
 Contra esto se estrelló la muerte de Percival. "¿Cuál es la felicidad?", dije (nuestro hijo había nacido), "¿cuál es el dolor?", refiriéndome a los dos costados de mi cuerpo, mientras bajaba la escalera, en manifestación puramente física. También me fijé en el presente estado de la casa. El viento movía la cortina, la cocinera cantaba, por la puerta entreabierta veía el armario. Dije: "Dale (a mí) otro momento de respiro", mientras bajaba la escalera. "Ahora, en esta sala, sufrirá: no tiene escape." Pero no hay palabras para el dolor. Sólo hay gritos, grietas, blancura que pasa sobre las sábanas, alteraciones del sentido del tiempo y del espacio; la impresión de algo extremadamente fijo en los objetos móviles; y sonidos muy remotos y después muy cercanos; carne desgarrada y sangre que salta, una coyuntura bruscamente retorcida; y bajo todo ello hay algo muy importante, aunque muy remoto, que se debe conservar en la soledad. Y así salí. Vi la primera mañana que él no vería. Los gorriones eran como juguetes colgando de un hilo sostenido por un niño. ¡Qué extraño es ver las cosas sin adherirse a ellas, desde fuera, y darse cuenta de la belleza que tienen en sí mismas!»
 

viernes, 27 de octubre de 2017

"Fábulas".- Esopo (621 a.C. - 564 a.C.)


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Las liebres y los leones

«Las liebres arengaban en la asamblea y argüían que todos deberían ser iguales. Los leones entonces replicaron:
 —Sus palabras, señoras liebres, son buenas, pero carecen de garras y colmillos como los que tenemos nosotros.
 
Acepta que todos tenemos diferentes cualidades para diferentes circunstancias.

El viejo perro cazador

  Un viejo perro cazador, que en sus días de juventud y fortaleza jamás se rindió ante ninguna bestia de la foresta, encontró en sus ancianos días a un jabalí en una cacería. Y lo agarró por la oreja, pero no pudo retenerlo por la debilidad de sus dientes, de modo que el jabalí escapó.
 Su amo, llegando rápidamente, se mostró muy disgustado, y groseramente reprendió al perro.
 El perro lo miró lastimosamente y le dijo:
 —Mi amo, mi espíritu es tan bueno como siempre, pero no puedo sobreponerme a mis flaquezas del cuerpo. Yo prefiero que me alabes por lo que he sido, y no que me maltrates por lo que ahora soy.
 
 Respeta siempre a tus ancianos, que aunque ya no puedan hacer de todo, dieron lo mejor de su vida para tu beneficio.

El lobo y los pastores cenando

 Un lobo que pasaba cerca de un palenque, vio allí a unos pastores que cenaban las carnes de un cordero. Acercándoseles, les dijo:
 —¡Qué escándalo habría si fuera yo quien estuviera haciendo lo que ustedes hacen!
 
Una cosa es lo que el dueño con todo derecho decida sobre su propiedad, y otra lo que haga el ladrón con lo que no le pertenece.
 
Los tres protectores

 Una gran ciudad estaba siendo sitiada, y sus habitantes se reunieron para considerar el mejor medio de protegerse.
 Un ladrillero acaloradamente recomendaba a los ladrillos como la mejor adquisición para la más efectiva resistencia.
 Un carpintero, con igual entusiasmo, proponía la madera como un método preferible para la defensa.
 En eso un curtidor de cueros se levantó y dijo:
 —Compañeros, yo difiero de todos ustedes, y advierto que por nada cambiaré de opinión. Les afirmo que están muy equivocados: para resistir, no existe nada mejor que el cubrirse con pieles y para eso nada tan bueno como los cueros.
 
 Los irresponsables, los ignorantes, y los agitadores, nunca aceptan que otros puedan tener la razón, y defienden siempre intransigentemente sólo su punto de vista, aunque no tengan el menor conocimiento del tema, sin importarles las consecuencias del momento o del futuro.
 

La golondrina, la serpiente y la Corte

 Una golondrina que retornaba de su largo viaje, se encontraba feliz de convivir de nuevo entre los hombres.
 Construyó entonces su nido sobre el alero de una pared de una Corte de Justicia y allí incubó y cuidaba a sus polluelos.
 Pasó un día por ahí una serpiente, y acercándose al nido devoró a los indefensos polluelos. La golondrina al encontrar su nido vacío se lamentó:
 —Desdichada de mí, que en este lugar donde protegen los derechos de los demás, yo soy la única que debo sufrir equivocadamente.
 
 No todo lo que beneficia a otros lo beneficia a uno.


El padre y sus dos hijas

 Un padre tenía dos hijas. Una casó con un hortelano y la otra con un fabricante de ladrillos. Al cabo de un tiempo fue a visitar a la casada con el hortelano, y le preguntó sobre su situación. Ella dijo:
 —Todo está de maravilla conmigo, pero sí tengo un deseo especial: que llueva todos los días con abundancia para que así las plantas tengan siempre suficiente agua.
 Pocos días después visitó a su otra hija, también preguntándole sobre su estado. Y ella le dijo:
 —No tengo quejas, solamente un deseo especial: que los días se mantengan secos, sin lluvia, con sol brillante, para que así los ladrillos sequen y endurezcan muy bien.
 El padre meditó: si una desea lluvia, y la otra tiempo seco, ¿a cuál de las dos le adjunto mis deseos?
 
 No trates nunca de complacer y quedar bien con todo el mundo. Te será imposible.
 

Los hijos desunidos del labrador

 Los hijos de un labrador vivían en discordia y desunión. Sus exhortaciones eran inútiles para hacerles mudar de sentimientos, por lo cual resolvió darles una lección con la experiencia.
 Les llamó y les dijo que le llevaran una gavilla de varas. Cumplida la orden, les dio las varas en haz y les dijo que las rompieran; mas a pesar de todos sus esfuerzos, no lo consiguieron. Entonces deshizo el haz y les dio las varas una a una; los hijos las rompieron fácilmente.
 —¡Ahí tienen! — les dijo el padre—. Si también ustedes, hijos míos, permanecen unidos, serán invencibles ante sus enemigos; pero estando divididos serán vencidos uno a uno con facilidad.
 
 Nunca olvides que en la unión se encuentra la fortaleza.
 

El adivino

 Instalado en la plaza pública, un adivino se entregaba a su oficio. De repente se le acercó una persona anunciándole que las puertas de su casa estaban abiertas y que habían robado todo lo que había en su interior.
 Se levantó de un salto y corrió, desencajado y suspirando, para ver lo que había sucedido. Uno de los que allí se encontraban, viéndole correr, le dijo:
 —Oye, amigo: tú que dices prever lo que ocurrirá a los otros, ¿por qué no has previsto lo que te sucedería a ti?
 
 Siempre hay personas que pretenden dirigir lo que no les corresponde, pero no pueden manejar sus propios asuntos.»
 

jueves, 26 de octubre de 2017

"La vida perra de Juanita Narboni".- Ángel Vázquez Molina (1929-1980)


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 Primera parte

«Mamá, gracias por aquel eucalipto que tú me escondías debajo de la almohada. Todo para que respirara bien. Y la albahaca en la mesilla de noche, para que no me molestaran los mosquitos. ¡Qué pena más grande que nunca haya podido respirar como yo quiero y que haya personas que son peores que los mosquitos! Siempre estuve acobardada y mi mal, como el tuyo, no tiene cura. Viviré siempre acobardada. Pero te lo agradezco todo, porque tú lo haces por mi bien. Y te juro, bendita, que nunca sabré cuál es mi bien. A veces pienso que no soy tan inconsciente como parezco. Lo que me ocurre es que pienso al revés. ¡Cómo me gustaría ser como esa maldita! Y, sin embargo, ella, a la larga, te hará daño. Y yo, por prudencia, y por miedo, nunca te lo haré. Como siempre. No quiero a papá. Me da terror confesarlo, que Dios me perdone. Pero nunca lo quise. Me mira con lástima, que es lo que más me molesta. Me mira como si toda mi vida hubiera de ser terrible, como si de pronto yo me convirtiera en una huérfana de la tormenta. Eso no es, mamá. Tú lo sabes. Alguna salida tendré. Dios aprieta, pero no ahoga. ¿No crees? En cambio, admira a esa perra. Torpe, una torpe, eso es lo que soy. No doy una. Y cuando intento demostrar mi cólera, tanto tú como papá os quedáis como de piedra. Porque, por lo visto, no tengo derecho a demostrar mi cólera, ni siquiera mis sentimientos. Tengo que ser como vosotros queráis que yo sea. Buena, tontona, atolondrada. Que nunca me entere. Y te juro, mamá, que me entero de demasiadas cosas de las que no quisiera enterarme. Corre que te corre, Juanita, no te quedes atrás. Se me tuercen los tacones, mamá. Y lloro y rabio, mamá, pero me aguanto. Porque sé que no puedo decir una palabra. Maldita boca la mía, que todo lo que por ella suelto se tuerce.
 Malentendidos. Mi vida está llena de malentendidos. Un gesto mío nunca expresa lo que quiere decir. Es como si ese gesto no respondiera a mis reflejos. No soy una mujer moderna. No lo seré nunca, porque nunca llegaré a tiempo. ¿Y sabes lo que te digo, mamá? Que yo no puedo correr más. A ella la llevaste al Lycée porque entonces estaba de moda. Yo me quedé en casa. Y lo poco que aprendí, lo aprendí en la escuelita de la señorita de Hortá. Ahora, perdona que te lo diga, pero cuanto más se sabe, menos se ve. Aquella terrible mujer que se lavaba los pies en una palangana descascarillada, con bicarbonato, y nos recomendaba que volviéramos la cara, porque, a lo peor, me imaginaba yo, tendría un principio de elefantiasis. Nos obligaba a echar una perra gorda en lo alto de un armario para acertar la puntería, pues la perra tenía que caer dentro de un bote vacío de leche condensada, y gracias a aquel truco ella se compraba el mejor trozo de mero que salía del mercado. Tuvo un retrato de don Alfonso XIII con una escarapela roja y gualda, y años después, cuando volvimos a verla, porque ya estaba vieja y enferma, nos topamos de pronto con Madame la République con las tetas fuera. El único recuerdo agradable que guardo de todo aquello fue un reparto de premios: me tocó Corazón, de Edmundo d'Amicis, y aquel verano que nos fuimos a Cortes de la Frontera me lo pasé llorando como una mula. Debajo de aquel retrato de Madame la République ponían: Liberté, Egalité, Fraternité. Y estaba envuelta en la bandera francesa. Envuelta era un decir, porque se le marcaba todo, sin contar aquellas dos inmensas tetonas que eran una indecencia. La pobre nos explicó que no había podido encontrar la lámina española, que se habían agotado. Que a ella la obligaban a poner un retrato de aquella pendona. Que, al fin y al cabo, cada uno enseña lo que tiene, que más sufre el que ve que el que enseña, que había tenido que comprarla precipitadamente en la papelería de Monsieur Lebrun -con lo que a ella le dolían los pies aquella tarde-, que se fue arrastrando, porque no se atrevió a mandar a ninguna niña no fuera a traerle un cromo del Sagrado Corazón, y una ensarta de estupideces por el estilo. Pero a mí aquello me marcó. Ahora, cuando me toco las tetitas, me siento como disminuida. Y no soy tortillera, bien lo sabe Dios, que me gustan los hombres. Pero en silencio, con discreción, no como a mi hermana, que es de las que se meten en los portales. Una buscona. Eso es lo que es. Siempre hablando de lo mismo, machacando mi cerebro con sus cochinerías. Bueno, con lo que sea. Superficial. No es una señorita. Está obsesionada con el sexo y la muy estúpida se cree moderna. Moderna y elegante. No sabe valorar. No siente, ni padece, como no sea por lo mismo de siempre. Y yo porque me invita a todas partes, me callo. Y porque no quiero hacerte sufrir. Que si yo te contara... Te morías ahora mismo de vergüenza y de pena. Callar, aguantar, soportar, ése es mi lema. Ana María dice que existen tres clases de noblezas: la de la sangre, la del dinero y la mía. ¡Lástima que Ana María sea una mujer casada y que ya tenga dos niños como dos soles, porque si no sería una amiga maravillosa, y yo no tendría que salir para nada con esa pandilla de pencas, que no sueltan más que disparates por esa boca! Tú sabes muy bien la clase de hombres que me gusta, porque a ti nunca se te escapó nada. Acuérdate de aquella película que fuimos a ver tres veces. Por alguna razón sería. Y tú lo sabes. Ya sabes lo que te digo y de quién te hablo, que nos enloquecía. ¿A que sí, bendita? Que muy bien vi que se te subían los colores a la cara en cuanto él apareció, y nerviosa perdida no hacías más que abrir y cerrar el bolso. Yo creo que, por dentro, pensabas que ojalá papá hubiera sido así. ¡Qué horror! Gracias a Dios no se parece nada, porque si no el incesto hubiera sido espantoso. Esos hombres no existen en la realidad. Para mal o para bien nuestro. Son de celuloide. Esta semana me olvidé de comprar el Cinegrama, número extraordinario, con la cubierta a todo color, y esa asquerosa de Benita se habrá olvidado de apartármelo. Bien que se lo rogué. Benita, mi reina, ponme entre las apartadas. Me miró riéndose, como siempre. Y lo que ha hecho es apartarme, como si yo fuera una leprosa. Porque mañana, cuando vaya a recogerlo, me dirá que lo siente, que se agotaron. Le caiga un mal. Amiga de la perra de mi hermana, para que sea buena. Si hubiera sido a ella, no le haría lo mismo. Son del mismo percal. Mañana, cuando vaya a preguntar, me dirá que no. Siempre con el no por delante. Mañana, sin falta, llamaré a Ana María y juntas iremos a ver al doctor Decrop para concertar una cita. Sin que se entere nadie. Ya verás qué pronto te pones buena, mamá. ¡Qué manera de llover! Con truenos y relámpagos, lo que faltaba. Santa Bárbara bendita... Será por bien. Así se limpiarán las calles.»
 

miércoles, 25 de octubre de 2017

"Joshua y la ciudad".- Joseph F. Girzone (1930-2015)


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«El almuerzo se convirtió en una sesión de trabajo de tres horas de duración. Joshua había trazado un plan muy amplio y detallado para todas las zonas del barrio que rodeaban el parque por el norte y el oeste y llegaban hasta el río.
 -El país necesita un modelo, Daniel, y tú eres el hombre capaz de dárselo -le explicó Joshua-. Las ciudades están demasiado llenas y las pocas industrias que todavía operan en las grandes urbes no tienen capacidad para absorber a tanta gente.
 -¿Qué propones? -preguntó Daniel.
 -Toda la parte del barrio que queda al norte y al oeste del parque es muy vieja y muchos de los edificios están medio en ruinas y se hallan infestados de ratas. En esa zona viven muchísimas personas que no tienen dónde trabajar. ¿Por qué no derribar los edificios y realizar un proyecto del todo nuevo? Podrías construir grupos de casas para una o dos familias y unos cuantos edificios de viviendas esparcidos por la zona con un número limitado de apartamentos en cada uno. En cada sección del barrio habría un parque para los niños, que así no tendrían que jugar en las calles. Me imagino fábricas pequeñas y talleres repartidos por toda la zona, con nuevas actividades impulsadas por las grandes empresas del país para proporcionar trabajo a la gente del barrio. Habría que construir nuevas escuelas, pero debería tratarse de una clase de escuelas distintas, subvencionadas por la industria y administradas por una junta escolar elegida en la zona y formada por representantes de la comunidad empresarial y de los residentes locales. Los alumnos se matricularían en cursos acordes con sus capacidades, muchos de los cuales serían de formación profesional y prepararían a los estudiantes para trabajar en las fábricas de la zona o en laboratorios o despachos. Quienes quisieran ir a la universidad se matricularían en los cursos de orientación necesarios. La industria también proporcionaría a algunos profesores para los cursos de naturaleza más técnica. Un requisito esencial para todos los profesores sería que les gustaran los niños y amaran la enseñanza.
 Daniel lo escuchó con gran atención, intentando asimilar todas sus palabras.
 -¿Te das cuenta de que lo que propones supone un concepto de lo más revolucionario para una ciudad como ésta, Joshua? -preguntó por fin-. No sé si podríamos conseguir la cooperación de todas las personas con las que necesitaríamos contar para un plan de semejante magnitud.
 -Soy consciente de que el proyecto quizá sea distinto, Daniel, pero resultaría muy práctico para una ciudad como ésta y además es la única manera de dar esperanzas a las personas que viven aquí. Si se cometen tantos crímenes en esta ciudad es porque la gente está desesperanzada. Las personas no nacen malas, sino que acaban por desesperarse a causa de las circunstancias. La sociedad les paga para que sigan siendo pobres y perezosas y destruye su iniciativa y su sentido del orgullo. Este plan les ofrecerá la ocasión de desarrollar la dignidad. Podrías crear toda clase de pequeños negocios en la zona y la gente de barrio se convertiría en propietaria de tiendas y comercios y los atendería. Los habitantes de la zona habrían de disponer de fondos que los prepararían para administrar sus propios pequeños negocios. Sé que al principio será difícil porque muy pocas de esas personas tienen experiencia en estos asuntos, pero con paciencia muchos de ellos saldrían adelante. Las personas astutas a menudo fracasan en los negocios, Daniel. Los pobres merecen una oportunidad incluso si algunos de ellos no logran aprovecharla. Los centros comunitarios y recreativos también ayudarían a mantener la moral. Otro factor muy importante es que en cuanto comenzaran las obras, gran parte del trabajo podrían llevarlo quienes ya viven aquí. Estas personas son las que deberían derribar el viejo barrio y reconstruir la comunidad. Esto les infundiría un gran sentido del orgullo personal, porque entonces verían que lo construyen todo con sus propias manos.
 -¡Eres un auténtico soñador, Joshua! -exclamó Daniel mientras se acababa el postre.
 -Pero debes admitir que el plan es tan práctico como realista. Y dará resultado.
 -Sí, ya me lo imagino. Y también veo mil obstáculos para llevarlo a la práctica.
 -Pero, ¿cuándo has permitido que los obstáculos te obliguen a abandonar los grandes proyectos con los que has soñado durante años, Daniel?
 -Tienes razón. Nunca he permitido que los obstáculos se interpusieran en mi camino. Pero no sé qué clase de ingresos generaría este proyecto.
 Pasando por alto esta última observación, Joshua añadió otro detalle a su sueño.
 -¿Y no te imaginas un parque junto al río donde se ofrecerían conciertos, espectáculos de danza y toda clase de programas durante el verano? Con un poco de imaginación las posibilidades son ilimitadas. Daniel, recuerda que cuando muramos Dios no nos preguntará cuánto dinero hemos ganado a lo largo de nuestra vida, sino cuánto dinero hemos repartido entre quienes nos rodeaban y cómo hemos empleado los dones y capacidades que Él nos concedió para ayudar a los demás.
 -Ya lo sé, amigo mío y también sé que podría haber hecho mucho más de lo que hice. Debo reconocer que es posible que este plan se convierta en un logro maravilloso. Tal vez inspire a otros a copiar la idea en otras ciudades de este país. Deja que piense en ello y permíteme hablar con mis asesores, Joshua; la decisión no les corresponderá a ellos pero se les ocurrirán todos los inconvenientes. Si consigo rebatir sus principales objeciones, entonces me parece que seremos capaces de hacer algo. La idea me gusta. Te admiro, Joshua. Para ser un hombre tan sencillo, no cabe duda de que sabes pensar a lo grande... Yo nunca habría concebido un proyecto tan gigantesco.»
 

martes, 24 de octubre de 2017

"Pensamiento y motocicleta. Otra visión de la filosofía".- Craig Bourne ( ¿...?)


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Tercera marcha. A toda velocidad (o conduciendo demasiado rápido sin casco).
Castigo

«Conducir a excesiva velocidad, causar la muerte por una conducción temeraria, no llevar casco, conducir un vehículo en condiciones nefastas, aparcar en zonas prohibidas o no tener seguro son actividades a castigar, pero ¿cuál es la justificación para que quienes violan la ley reciban un castigo? ¿Cómo decidimos lo severo que éste debe ser? Los delitos arriba indicados abarcan desde simples faltas, castigadas con multas y pérdida de puntos del carné de conducir, hasta crímenes, que se castigan con encarcelamiento y la prohibición de conducir más en el futuro. ¿Por qué puede resultar ridículo meter a alguien en la cárcel por aparcar en una zona restringida pero quitarle sólo varios puntos del carné por causar una muerte por conducción temeraria?
 Hay, en general, dos maneras de justificar un castigo. La primera surge de consideraciones consecuencialistas. Quienes las defienden justifican una acción atendiendo a sus consecuencias, por ejemplo, la cantidad de placer que produce y el sufrimiento que reduce. Para un consecuencialista, las ventajas de castigar a alguien deben compensar los costes. Ya que el castigo implica el sufrimiento del castigado, para que la pena sea justificada debe llevar, bien a un aumento general de lo que es bueno, bien a una reducción de lo que es malo. La manera más obvia de que esto ocurra es si el castigo previene al individuo de cometer más crímenes, lo reforma, o si funciona como elemento disuasorio, de modo que el daño del castigo es superado por la consecuencia positiva de la reducción del crimen.
 La otra visión del castigo surge de la idea de retribución. Este concepto no debe confundirse con la venganza, pues el concepto de venganza no conlleva necesariamente la idea de justicia o medidas proporcionadas. Alguien que es humillado con razón ante amigos, familiares y compañeros de trabajo puede vengarse de quien lo humilla arruinando su carrera laboral y llevándolo a una tumba prematura; ambas son medidas que van más allá de la retribución, tanto porque son una reacción ante un acto justificado como porque son desproporcionadas al mal causado. La retribución descansa en la noción de que quienes hacen mal (y sólo los que hacen mal) merecen sufrir. A diferencia de los consecuencialistas, los retribucionistas defienden que el sufrimiento está justificado por el hecho de que la persona lo merece, no por el hecho de que tendrá consecuencias positivas.
 La justificación consecuencialista ha sido puesta a prueba en numerosas ocasiones. Por ejemplo, si lo que importa es disuadir de nuevos crímenes, se debería defender el castigo a una persona (por ejemplo, a alguien conocido a quien la opinión pública culpabiliza) tanto si es culpable como si no. Los que apoyan esta postura pueden responder que eso no estaría permitido porque, si se descubriera que eso ha pasado, acabaría con la confianza del público en el sistema judicial. Pero ésta es una respuesta bastante débil, ya que no llega a lo esencial del asunto. Todo el problema surge de nuestro sentido de que el castigo debe incorporar la noción de merecimiento (la cual es, después de todo, la razón para la que la confianza pública en la ley no se desmorone), por lo que el castigo sería incorrecto en estas circunstancias, incluso si alguien descubriera que gente inocente ha sufrido por el bien de otras.
 Otra manera en que el consecuencialismo puede permitir el castigo de los que no han cometido crimen alguno es castigar a aquéllos que es más posible que lo cometan. [...]
 En ambos casos podemos razonar contra el castigo de los inocentes apelando a los derechos de cada individuo a ser libres a menos que hayan dañado a otros. Esto no necesita ser visto como una restricción añadida a la teoría consecuencialista sino que, como pensó Mill, podemos verlo como si fuera una justificación consecuencialista en sí misma. Esto es, las libertades y otros derechos no deben ser vistos como una especie de "derechos humanos universales" sino que se justifican, si lo están, por los beneficios que causan. Si los consecuencialistas pueden mostrar que los beneficios de tener esos derechos son mayores que los de castigar a los inocentes, entonces castigar a los inocentes no está justificado.
 El consecuencialismo también ha sido atacado por permitir castigos desproporcionados. Castigar duramente delitos menores pero extendidos puede tener efectos beneficiosos. [...]
 Lo último que debemos mencionar acerca de la postura consecuencialista es que no otorga el suficiente respeto a la libre voluntad de los individuos. Al enfatizar las nociones de prevención, disuasión y reforma, los individuos están siendo empujados hacia cierto tipo de comportamiento, en vez de darles libertad para que elijan su curso de acción y sufran las consecuencias que merecen. La disuasión, a diferencia de la retribución, no trata a los individuos como fines, ya que los usa como medios para evitar que otros cometan crímenes (como el ejemplo de los ladrones a los que se les corta la mano).
 La teoría retributiva parece mejor en este sentido, ya que incorpora las nociones de las medidas justas y proporcionadas, pero se vuelve problemática si intenta aclarar para qué sirve el castigo. En un principio, no sirve para reducir el crimen sino que se aplica porque el individuo lo merece. ¿Qué significa esto? 
 ¿Se trata acaso de conseguir un equilibrio? ¿Acaso el criminal de alguna manera ha obtenido alguna ventaja sobre los que obedecen la ley? Quien sigue la ley acepta las cargas de vivir en un Estado seguro, mientras que los criminales sólo aceptan los beneficios: son protegidos por la ley que ellos mismos rompen. La maldad de sus acciones está en tomar una ventaja injusta. Sin embargo, un asesinato se comete contra un individuo y se recibe un castigo por eso, no porque el asesino tenga una ventaja injusta. ¿Qué tipo de beneficios se obtiene por ello? [...]
 ¿Qué principio subyace al castigo por conducir a excesiva velocidad y por no llevar casco? [...] La retribución no puede ser la motivación para el castigo en este caso. ¿Será tal vez la rehabilitación, la reforma o la disuasión? [...]
 Ya que, en general, ni la visión consecuencialista ni la retributiva funcionan por sí solas, quizás necesitemos mezclar lo mejor de cada una de ellas. Hart (1968) sugiere que resolvamos el problema retributivista de especificar el propósito del castigo apelando a la respuesta consecuencialista (reducir el crimen a través de la prevención, la disuasión o la reforma) y que solucionemos el problema consecuencialista de los tratamientos injustos con la respuesta retributivista (es decir, que sólo los culpables deben ser castigados y en proporción a la gravedad de su delito).
 Pero todavía nos queda el problema de especificar qué es lo proporcionado. ¿Ojo por ojo?»