martes, 3 de octubre de 2017

"Aulularia (o La comedia de la olla)".- Plauto (254 a.C. - 184 a.C.)

 
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Escena II
 Euclión y Megadoro
 
«Euclión: Me decía el corazón que me iba de casa en vano cuando salía de ella. Tan a desgana me iba, pues ni ha venido ningún curial ni debió venir ningún magistrado a repartir dinero. Ahora me voy corriendo a casa, pues estoy aquí en cuerpo pero mi alma está en la casa.
 Megadoro: ¡Seas siempre salvo y afortunado, Euclión!
 Euclión: ¡Que los dioses te amen, Megadoro!
 Megadoro: ¿Qué haces? ¿Estás bien de salud, tal como deseas?
 Euclión: (Aparte.) No es sin motivo cuando un rico llama a un pobre con amabilidad. Ya sabe ese hombre que yo tengo el oro y por eso me saluda más afablemente.
 Megadoro: ¿Dices que estás bien?
 Euclión: ¡Pardiez! En cuanto a dinero, no muy bien.
 Megadoro: ¡Pardiez! Si te resignas tienes bastante, porque te das buena vida.
 Euclión: ¡Por Hércules! La vieja delató a éste lo del oro. Es evidente que lo ha descubierto. Le cortaré la lengua y le arrancaré los ojos en casa.
 Megadoro: ¿Qué estás hablando a solas?
 Euclión: Quejándome de mi pobreza. Tengo una hija mayor, desprovista de dote, incolocable, y que no puedo casar con nadie.
 Megadoro: Calle, ten buen ánimo, Euclión. Dime si necesitas algo, manda.
 Euclión: (Aparte.) Cuando está ofreciendo, pide. Abre la boca al oro para devorarlo. Con una mano lleva la piedra y con la otra enseña el pan. No me fío de ningún rico que se muestre afable con un pobre; cuando te estrecha la mano amablemente, descarga sobre ti algún daño. Conozco bien a estos pulpos, que cuando tocan algo ya no lo dejan.
 Megadoro: Préstame atención un momento, Euclión; es cuestión de pocas palabras. Lo que quiero decirte es interés de ambos, tuyo y mío.
 Euclión: ¡Ay, pobre de mí! Ahí dentro han arramblado con todo mi oro. Ahora lo que quiere éste es hacer un trato conmigo. Mas voy a dar un vistazo a la casa.
 Megadoro: ¿Adónde vas?
 Euclión: En seguida vuelvo, pues hay algo que quiero ver en casa.
 Megadoro: (Aparte.) Creo, ¡por Pólux!, que cuando yo le nombre a la hija para que la case conmigo, creerá que me burlo de él. Actualmente no hay nadie que esté más apurado entre los pobres.
 Euclión: (Aparte.) Los dioses me protegen: todo está a salvo. A salvo está lo que no ha perecido. He tenido muchísimo miedo. Antes de entrar me quedé sin aliento. Vuelvo a tu lado, Megadoro, si quieres algo de mí...
 Megadoro: Te lo agradezco. Sobre lo que te pediré, te ruego que no tengas inconveniente en decirme lo que quieras.
 Euclión: Siempre que no me pidas algo que no me guste comentar.
 Megadoro: Dime, ¿en qué concepto tienes a la familia a la que pertenezco?
 Euclión: Buena familia.
 Megadoro: ¿Y en cuanto a confianza?
 Euclión: Bien.
 Megadoro: ¿En cuanto a conducta?
 Euclión: Ni mala ni denigrante.
 Megadoro: ¿Sabes la edad que tengo?
 Euclión: Sé que mucha, como tu riqueza.
 Megadoro: En verdad ¡por Pólux!, siempre he creído que eras un ciudadano sin ninguna mala nota, y sigo creyéndolo.
 Euclión: (Aparte.) Éste está oliendo el oro. Ahora, ¿qué quieres?
 Megadoro: Porque tú me conoces a mí y yo a ti y que la cosa sea para bien mío, tuyo y de tu hija, te pido que me des a tu hija en matrimonio. Promete que lo harás.
 Euclión: Vaya, Megadoro, no es digna de ti tu manera de proceder, ¡burlarte de mí, pobre e inofensivo para contigo y para con los tuyos! Pues ni de palabra ni de obra he merecido de ti que hagas lo que haces.
 Megadoro: ¡Por Pólux! Ni he venido a burlarme ni me burlo de ti. No lo creo digno.
 Euclión: ¿Por qué me pides, pues, para ti, mi hija?
 Megadoro: Para que tú estés mejor gracias a mí y yo lo esté gracias a ti y los tuyos.
 Euclión: Estoy pensando, Megadoro, que tú eres un hombre rico, poderoso, al mismo tiempo que yo soy pobre, paupérrimo. Ahora bien, si casara a mi hija contigo me ocurriría que tú serías el buey y yo el asnillo. Una vez unido a ti, cuando no pudiera soportar la carga como tú, yo, el asno, me revolcaría por el fango y tú, el buey, me mirarías como si nunca hubiera sido tu pariente. No sólo estaría a tu lado en desventaja sino que también mi clase social se burlaría de mí. Ni en un lado ni en otro tendría una vivienda estable, si hubiere alguna divergencia; los asnos me desgarrarían a mordiscos, los bueyes me emprenderían a cornadas. Éste es el gran peligro de pasar de los asnos a los bueyes.
 Megadoro: Cuanto más estrechamente te unas en parentesco con hombres de bien, tanto mejor. Tú acepta mi petición; escúchame y prométemela.
 Euclión: ¡Pero si no tengo ninguna dote que darle!
 Megadoro: No se la des. Con tal de que venga bien educada, está bien de dote.
 Euclión: Lo digo para que no creas que yo he encontrado algún tesoro.
 Megadoro: Ya lo sé. No intentes demostrarlo. Prométela.
 Euclión: Te la prometo. (Aparte.) Pero, ¡por Júpiter!, estoy perdido.
 Megadoro: ¿Qué te pasa?
 Euclión: ¿Qué es lo que ha producido un ruido como de hierro? (Se va a verlo.)
 Megadoro: Mandé cavar el huerto de mi casa. Pero, ¿dónde está este hombre? Se marcha sin decir nada, se disgusta conmigo porque ve que quiero su amistad. Obra de manera muy humana, pues si un rico va a pedir la amistad de un pobre, el pobre teme relacionarse con él por miedo a salir perdiendo; cuando desaparece aquella ocasión, la desea cuando ya es tarde.»
 

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