viernes, 20 de octubre de 2017

"Comedia sin desenlace".- José Echegaray (1832-1916)


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Escena I
Don Santiago, doña Mercedes y un escribiente.
El escribiente sentado a una mesa a la izquierda del espectador y escribiendo lo que don Santiago dicta. Éste paseándose por la sala y dictando. Doña Mercedes, sentada a la derecha y ocupada en sus labores o leyendo.
«Don Santiago: (Dictando.) Y hágale usted entender a ese señor alcalde... a ese señor alcalde... que no estoy dispuesto a tolerar sus alcaldadas... sus alcaldadas... ¡y que no digo él, mísero alcalde de monterilla… menos que de monterilla, de caperuza... de caperuza…, sino todos los alcaldes de casa y corte que resucitasen para el caso... para el caso... todos juntos no lograrían atropellar a don Santiago Carmona... Carmona, sin recibir un buen zarpazo de don Santiago! Esto del zarpazo, subrayado. Ahora acaba usted la carta con las fórmulas de ordenanza. ¡Vaya con el canalluca! No, pues le siento la mano y le clavo la zarpa.
 Doña Mercedes: Pero ese alcalde fue amigo tuyo.
 Don Santiago: Ya lo creo, como que me ganó unas elecciones que estaban muy reñidas. Por eso precisamente sé cómo las gasta.
 Doña Mercedes: Y las ganaría haciendo esas alcaldadas que ahora te indignan.
 Don Santiago: Es distinto, hija: es distinto. Tú no entiendes de política.
 Doña Mercedes:  Lo que no quieras para ti, no lo quieras para el prójimo.
 Don Santiago: (Riendo.) ¡El prójimo! ¡Tiene gracia! El adversario político, y mucho más el que nos disputa una elección, ni fue, ni es, ni será nunca nuestro prójimo. O si te empeñas en que lo sea, será de esos prójimos a los cuales se les da contra una esquina o contra una urna electoral.
 Doña Mercedes: Yo creo, sin embargo...
 Don Santiago: Mira, Merceditas, tu especialidad no son las elecciones. Déjame acabar mi correspondencia, que es urgente.
 Doña Mercedes: Bueno. (Vuelve a sus labores.)
 Don Santiago: Ahora tiene usted que escribir varias cartas. (Al escribiente.) Le daré á usted la idea y usted las redacta a su gusto. (El escribiente va tomando notas a medida que habla don Santiago.) A don Policarpo: que, aunque ya sabe que estoy en la oposición y que me persiguen como a un perro rabioso, por complacerle hice los imposibles, y que tendrá su sobrina el estanco, y su sobrino la cartería, y su otro sobrino el empleo en consumos; que recomendé con eficacia su pleito; por último, que le mando el reloj de péndola que me pidió, y la caja de puros que me pidió, y la camiseta de lana que me pidió, y que además le mando a todos los diablos... No, esto de los diablos no lo ponga usted, porque esto fue lo único que no me pidió: yo le mando a ellos por cuenta mía.
 Escribiente: Ya comprendo.
 Doña Mercedes: ¡Válgame Dios, que un hombre independiente como tú, sufra esas impertinencias!
 Don Santiago: Es preciso, querida: es preciso. Don Policarpo tiene doscientos votos y mucha influencia. ¡Ah! (Volviéndose al Escribiente.) que le mando los polvos para matar moscas, aunque no en tanta cantidad como él deseaba, porque no los encontré... y porque me quedo con unas cuantas libras para matar moscones en cuanto sea diputado. Esto de los moscones tampoco lo pone usted.
 Escribiente: Claro está.
 Don Santiago: Otra; al tío Porrales: que tengo un gran sentimiento, que se lo anuncio ¡con lágrimas en los ojos!... y subraya usted las lágrimas... y subraye usted también los ojos... que la causa de su chico va muy mal; porque según me escriben de la Audiencia, está probado que Mamerto Porrales fue el primero que pegó con la cachiporra al hijo del Porruno, y que quizá este primer golpe fue el que causó la muerte del difunto: póngalo usted así, porque así lo entenderá mejor: la muerte del difunto. Y que además todos saben ¡la fuerza de brazo que tiene Mamerto! Esto (Dirigiéndose a su mujer.) llenará de orgullo al tío Porrales, y siempre es un lenitivo a su pena. Pero que, de todas maneras, si me saca diputado, como entonces tendré mucha influencia, le sacaré el indulto. Así: saca por saca: diputación e indulto, y si no, se pudre en un presidio el bárbaro del porraleño.
 Doña Mercedes: Pero Santiago, ¡que tú protejas asesinos a cambio de un acta! ¡Santiago!
 Don Santiago: ¡Qué cosas dices! No fue asesinato, fue riña: cada uno riñe con sus armas naturales: nosotros, con la palabra: ellos, con la cachiporra.
 Doña Mercedes: ¿Pero qué necesidad tienes tú de meterte en esas cosas?
 Don Santiago:  Queridita mía, el bien público y el deber político lo exigen. ¡Soldado de la idea, a la batalla voy! Otra: (Al escribiente.) a la viuda de Cascajares: una carta muy fina, y dice usted que no va de mi letra porque... porque... porque tengo reuma en el brazo; pero que la viuda de mi pobre amigo Cascajares, ¡será eternamente mi viuda!
 Doña Mercedes: ¡Hombre! ¡Tu viuda!
 Don Santiago: No: mi viuda, no; ¡mi amiga eterna! ¡mi amiga ineludible! (Al escribiente.) Que cuento con ella en la próxima lucha electoral, y que espero que hará por su buen Santiago lo que hubiera hecho el pobre Cascajares. Siempre que ponga usted Cascajares, ponga usted ¡pobre!.
 Doña Mercedes:  Pues dicen que la viuda del pobre Cascajares se casa.
 Don Santiago:  ¡Diablo! Entonces Cascajares a secas; o no le nombre usted: diga usted “aquél”. Al concluir la carta pone usted como postdata que le mando un juguete para el monísimo de Rufinito.
 Doña Mercedes: La verdad; cuando estuve en el pueblo y vi a Rufinito, no me pareció tan mono como dices.
 Don Santiago: ¡Que no es mono! pues si parece un mico. Feo, estúpido y antipático como el bestia de Cascajares, que en paz descanse. Pero son ciento cincuenta votos. Otra: al señor Cura, que lo felicito cordialmente por su último sermón y que le mando una escopeta de dos tiros. “¡Cosa buena el sermón!” y “cosa buena la escopeta” pero que no se distraiga y dispare desde el púlpito sobre los feligreses creyendo cazar venados, perdices y conejos.
 Doña Mercedes: ¡No digas eso, Santiago!
 Don Santiago: Como lo digo: (A doña Mercedes.) si a él le hacen mucha gracia estas cosas... (Al escribiente.) Y concluya usted la carta diciendo: «¡Santiago, y a ellos!» A todas estas cartas contesta usted en los términos de siempre. (Le da un paquete de cartas.) Variantes de mi circular: el bien público, los intereses del distrito, etc., etc.: además, ya he puesto algunas notas. Las despacha usted y me las trae a firmar. Han de salir hoy mismo.
 Escribiente: Sí señor: con el permiso de ustedes. (Sale por la izquierda, primer término, llevándose cartas y papeles.)
Escena II
Don Santiago y Doña Mercedes
 Doña Mercedes: Válgame Dios, Santiago, que cuantos más años pasan, más se te enardece la fiebre política. Un hombre como tú, independiente, rico, ilustrado, noble, altivo...
 Don Santiago: Se agradece, mi señora doña Mercedes. ¡Al oírte, me siento noble y altivo!
 Doña Mercedes: ¡Y siéndolo, porque lo eres, te rebajas, te humillas hasta convertirte en mísero adulador del tío Porrales y de la viuda de Cascajares!
 Don Santiago: ¡Qué remedio! La adulación, querida Mercedes, es y será eterna. En otros tiempos, un hombre político adulaba a los magnates; hoy, un hombre político escribe cartas cariñosas al tío Porrales y a la viuda del difunto; ¿qué más da? Al fin y al cabo adular al débil es más digno que adular al poderoso: indudablemente es un progreso.
Doña Mercedes: Es que no les adulas en cuanto débiles, sino en cuanto son relativamente poderosos: ¡doscientos votos!... ¡ciento cincuenta votos!... ¡que no tuvieran votos y ya veríamos!
 Don Santiago: ¡Oh, moralista con faldas! ¡Filósofo estoico del género femenino! Escucha: la adulación, que al pronto parece cosa fea, no es más en el fondo que un efecto inevitable de la solidaridad humana: en estas sociedades modernas todos nos necesitamos y todos nos adulamos. (Tomando tono de discurso.) ¡Ah!... ¡sí!... la adulación circula desde las soberbias cúspides a las humildes hondonadas. Adulan emperadores y monarcas a sus pueblos, para que les afiancen con lazos de cariño las coronas. Adula el pretendiente al ministro para que le conceda un destino, y el ministro al diputado para que le apoye en la Cámara, y el diputado en ciernes al tío Porrales para que le dé sus votos. Adula el aristócrata o el potentado al humilde revistero para que escriba con tinta de arrope y miel rosada las maravillas y esplendores de su regio palacio. Adulan todos al periodista, porque la letra de molde es formidable y temerosa, y a su vez adula el periodista al público, porque el público es el que paga. Adula el general al soldado con proclamas más o menos épicas, para que le dé con su sangre la victoria, y adula el amante a la mujer hermosa para que le conceda las regaladas ternuras de su amor. ¡Ah! ¡la adulación universal es el tributo del egoísmo universal al amor universal! ¿Que la adulación es hipocresía? ¿Qué importa! ¡Al fin los moldes comunican sus formas a las esencias, como dijo Santo Tomás!
 Doña Mercedes: ¡Ea! ¡ya te lanzaste! ¡mira que no estás ni en un Congreso ni en un Ateneo!
 Don Santiago: Me acusas: me defiendo. Y todo, ¿por qué? ¡Porque le mando un juguete a Rufinito, una escopeta al señor cura y una camiseta de lana a don Policarpo! ¿Y qué? ¿No es triunfo, no es progreso, no es fruto de paz y de  fraternidad universal, esto de que yo, que aspiro a los más altos poderes de la Nación, tenga que atender y que mimar a los humildes del surco y del terruño? Cuando la noble ambición, cuando el amor a la patria, cuando los nuevos ideales...
 Doña Mercedes: ¡Mira que me voy!...
 Don Santiago:  Cuando...
 Doña Mercedes: Cuando te pones así, te pones irresistible...»
 

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