jueves, 30 de noviembre de 2017

"Esos pequeños equilibrios".- Claudio Jaque (1954)


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Capítulo X

«Suslevski hablaba apasionadamente. Había perdido la frialdad que lo caracterizaba en las emergencias. En su carrera había presentido muchas deserciones, otras las había provocado, pero en el caso de Sholossov se trataba de un hombre de su plena confianza. Él lo había llamado al Departamento de Investigaciones  Especiales y, lo que era más grave, Sholossov era un símbolo. ¿No había sido delegado del Departamento a los dos últimos congresos del Partido? ¿No lo habían nombrado oficial emérito en dos oportunidades? Con su actitud moral, con su discurso iluminado, Sholossov era siempre quien mejor los podía representar. Si el Departamento debía ser una élite, él había sido su mejor bandera hasta entonces. Ahora, esa bandera parecía arriada.
 De pronto, Mandaski pareció despertar.
 -Deme un motivo, general. Uno sólo.
 -Será parte de lo que tenga que resolver. No hay nada aparente, ninguna huella. Espero que usted lo haya conocido lo suficiente como para determinar en qué momento se quebró y empezó a colaborar con el enemigo. Sé que tendrá que abrirse paso con una amistad sobre las espaldas. Es un peso grande, pero confío en usted. Hemos revisado el expediente de Vladimir y sólo dos irregularidades. La primera es que en sus dos viajes anteriores también se atrasó. Entonces no le dimos importancia, ahora debemos suponer que estaba tanteando nuestra velocidad de reacción.
 -Entiendo -dijo Mandaski-. Tratándose de Sholossov, nadie verificó un atraso.
 -Tratándose de usted, coronel, nadie lo habría verificado tampoco -dijo Suslevski, encarando a Mikhail Fedorovitch con su mirada deslavada y ácida-. Deje el papel de censor a la comisión del Comité Central y pierda cuidado que será sobre las negligencias que ellos apuntarán primero. Asumo la responsabilidad. Un departamento de esta naturaleza está basado en la lealtad de sus miembros, no se lo puede dirigir con riendas. Si escarbo en su expediente encontraré más de una falta; sin ir más lejos, no informó de su viaje a Zelentchuk.
 -Le recuerdo, general...
 -No se disculpe -interrumpió Suslevski-. Siempre se tienen buenas razones para no acatar un reglamento. Preocúpese de la investigación, es todo lo que le pido. -Suslevski aguardó a que Mandaski se acomodara en su asiento y prestara atención. Al general parecían no preocuparle esas escaramuzas-. Como le dije -continuó-, hay dos irregularidades: una son los atrasos, la segunda es la inasistencia a los controles médicos durante los últimos dos años.
 -A mí no me parece que sea una señal evidente de que planeara desertar.
 -Son irregularidades -insistió Suslevski-, y, por último, debo ponerlo al tanto de una cuestión más delicada. Vladimir Sholossov participó en una operación especial hace treinta meses aproximadamente. De haber estado entonces relacionado con los americanos, éstos no habrían permitido que se llevara a efecto; sin embargo, fue exitosa. Podemos pensar que el sometimiento de Sholossov a los americanos, son las palabras de su hijo, debe haber sido posterior a esa fecha.
 -¿Una muerte? -murmuró Mandaski.
 Suslevski asintió con la cabeza y agregó:
 -Una mujer.
 Mandaski tuvo un gesto de sorpresa y dijo:
 -Imagino de qué se trata. ¿No puede haberle afectado?
 -¿A usted lo habría afectado? Vladimir es un hombre que hizo la guerra y no era la primera operación de este tipo en la que participaba. No se iba a afectar por algo así -aseguró Suslevski, y por dentro sintió un enorme alivio porque en la pregunta de Mandaski había reconocido al investigador; había logrado que Mikhail Fedorovitch aceptara la posibilidad de la quiebra de Sholossov. Ya tenía a su hombre para investigar. Ahora sólo faltaba despertar al cazador que había en él.
 -Usted conocía a Stanislas -dijo-. ¿Qué tipo de muchacho era?
 -Jamás habría imaginado que pudiera suicidarse.
 -No fue capaz de enfrentar una situación. Nuestro problema es cuál era esa situación.
 -Era un joven enigmático -murmuró Mandaski tomando la carpeta de sobre el escritorio-. Cuando niño, era muy cercano a Vladia, después parecieron más distanciados. En todo caso hablaba poco y Vladia, cuando se refería a él, lo hacía siempre con cariño. -Mandaski recorrió las hojas de la carpeta y comento-: Aquí no hay mucho que digamos.
 -¿Qué esperaba? No es el tipo de persona sobre el cual se recibe información todos los días. Era el hijo de Vladimir. Todo lo que la gente de Interior tenía, está en esa carpeta.
 -No se puede decir que haya sido ejemplar -comentó Mandaski.
 -Tal vez porque sólo están los pecados de juventud. Chocó en el auto de su padre cuando aún no tenía permiso de conducir y le costó quince días de detención.
 -¿Vladia no hizo nada?
 -Nada -sentenció Suslevski-. Habría sido contrario a sus principios. Al menos, a sus principios de entonces. Tampoco lo ayudó cuando el muchacho se presentó para un puesto de mecánico en el Departamento de Mantenimiento del Ministerio. Hablé con el encargado del Departamento y, según él, llamó a Vladia porque Stanislas no había obtenido buenos resultados en la escuela de mecánica y se recomendaba mandarlo al campo por un tiempo. No le extrañará que Vladia haya desaconsejado la contratación. Si en la escuela decían al campo...
 -Al campo con él -imitó Mandaski a Vladimir Sholossov.
 -Así es; aparentemente el mismo Vladia de siempre -continuó Suslevski-. Las malas notas de Stanislas eran en Matemáticas y en Economía Política y, según el encargado de mantenimiento, esas materias no le habrían sido muy necesarias en el puesto que pretendía. Ese Stanislas sólo pensaba en motores y en mujeres. Era un Rasputín moderno. Tomaba lo que viniera.» 

 [El extracto pertenece a la edición de Editorial Bruguera. ISBN: 84-02-10736-2.]
 

miércoles, 29 de noviembre de 2017

"Visiones del futuro".- Abraham Maslow (1908-1970)


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24.-Construir la sociedad a través de los grupos de entrenamiento

«Al abordar todo el tema de canalizar el cambio social y político humanista en el mundo actual, empiezo con los siguientes principios:
 1.-Todos los seres humanos forman parte de una sola especie.
 2.-Cualquier diferencia que se encuentre entre individuos dentro de nuestra especie son menos esenciales y menos importantes que las semejanzas. Este concepto se aplica incluso para categorías aparentemente significativas como hombre-mujer, viejo-joven, inteligente-no inteligente y raza.
 3.-Es biológica y psicológicamente posible para toda nuestra especie estar organizada en una hermandad -una amplia unidad política de especie-.
 4.-La situación práctica hoy día -es decir, la existencia de enormes armas de destrucción que podrían destruir toda nuestra especie o hacerla retroceder terriblemente- hace que sea una situación urgente e imperativa una política amplia de especie. En efecto, todos estamos viviendo en un estado de emergencia que está pidiendo a voces un programa "de choque".
 5.-La política del nivel tres proporciona un marco para moverse deliberada y eficientemente hacia comportamientos políticos y amplios de especie y al mismo tiempo mantener suficiente orden, estabilidad y continuación de los servicios para que pueda evitarse la Tercera Guerra Mundial (yo llamo a esto política homeostática).
 6.-En todos los niveles, la política actual es atomista en vez de holista, como debe llegar a ser. El ejemplo más significativo de atomismo es el de soberanía nacional, que concibo que es la condición principal para la guerra y la garantía cierta de que se producirán guerras en el futuro. La principal tarea de la política humanista es trascender -no abolir- la soberanía nacional a favor de una política amplia de especie y más inclusiva.
 7.-El atomismo, el separatismo y la exclusividad recíproca de la soberanía nacional deben verse como algo sistemático de nuestra civilización en lugar de sintomático. Es decir, la forma atomista y separativa de conocer, valorar, socializar y actuar hoy día está profundamente incrustada en la sangre y los huesos de la mayoría (aunque no de todos) de las personas en todas partes. Esta atomización impregna todos los aspectos de la vida, todas las relaciones interpersonales, las relaciones intrapsíquicas, nuestras relaciones con la naturaleza y el mundo físico, incluso nuestra lógica (aristotélica), nuestra ciencia (analítica) y nuestras ideas básicas sobre el amor, el matrimonio, la amistad y la familia. A menudo vemos inconscientemente esas relaciones como enemigas, de suma cero o antisinérgicas; es decir, uno debe dominar o ser dominado, o bien: "Mi ventaja debe suponer tu desventaja".
 Pero incluso cuando esta exclusividad mutua entre dos personas, o dentro de los miembros de una familia se trasciende de forma que todo se convierte en un Uno holístico, este logro se consigue a costa de hacer de la familia, el club, el clan, la tribu, la clase socioeconómica, la nacionalidad, la religión o el grupo racial una entidad internamente coherente, amistosa, leal, cooperativa que pone en común sus necesidades pero haciéndolos mutuamente exclusivos del resto del mundo. El sociobiólogo Robert Adrey (1966) ha denominado acertadamente a este fenómeno el complejo amistad-enemistad.
 Es decir, la principal técnica que la humanidad ha utilizado hasta ahora para lograr la concordia dentro de un grupo consiste en considerar a los que no son miembros de un grupo -los "ellos"- como más o menos enemigos. Los individuos dentro del grupo se convierten en aliados por compartir un enemigo común, cuando no un enemigo peligroso o que amenaza la vida, al menos un enemigo respecto al que sentirse superior, despectivo, condescendiente o insultante. Para mí, el absurdo definitivo es que creo que este fenómeno parece producirse en la mayoría de las organizaciones pacifistas y antibélicas (a pesar de que existen unas pocas y honorables excepciones).
 Todas las técnicas que polarizan, dividen, excluyen, dominan, hieren, odian, insultan, producen enfado, venganza o desprecio son atomistas en lugar de ser holistas. Por ello, sirven para separar a la humanidad en grupos mutuamente hostiles. Estos métodos van contra el desarrollo personal y hacen menos posible la política amplia de especie, posponiendo por ello el logro de un gobierno y de una ley mundiales. Para decirlo crudamente, estas técnicas son potenciadoras de guerra y posponedoras de la paz.
 8.-Encaminarse hacia una política de especie significa necesariamente que nos hagamos profundamente holistas -cada uno de nosotros- y que hagamos holistas nuestras relaciones interpersonales, las subculturas dentro de las sociedades y de las naciones y nuestras relaciones, no sólo con nuestra propia especie sino también con las demás especies, así como con la naturaleza y el cosmos como totalidad. Este proceso significa encaminarse hacia el holismo en todas las profesiones; por ejemplo, apartarse de la ley, la política y la economía de confrontación. También significa abandonar nuestra forma atomista de intentar separar el conocimiento en jurisdicciones, departamentos, campos o "reinos taifas" que se excluyen mutuamente, como hacen muchos sindicatos o bandas juveniles. Este abandono de reinos taifas también debe producirse en cada una de nuestras instituciones sociales y educativas, religiones, entornos laborales y empresariales, así como en las administraciones de justicia.
 Sobre este telón de fondo supercondensado, cada una de cuyas frases exige ser completada y ampliada, deseo hacer una propuesta específica; concretamente, que los grupos de entrenamiento (grupos de encuentro, entrenamiento de la sensibilidad, etc.) así como diversas técnicas utilizadas en los centros de desarrollo humano  y descritas como "educación tipo Esalen" sean utilizadas en la dirección de hacer holista a nuestra sociedad y, finalmente, al mundo entero. [...]
 Pero, si aceptamos la necesidad de hacer que la humanidad sea holista, esta forma de hacer nuestras vidas más felices y más cómodas puede considerarse como una evasión, un débil intento de huir de la decisión incómoda pero necesaria. La gran pregunta es: si deseamos encaminarnos hacia el universalismo y la identidad como especie, ¿cómo superamos nuestras conductas sociales separativas y encapsuladoras?
 ¿Cómo podemos trascender las diferencias que compartimentalizan actualmente a la humanidad en grupos aislados que se excluyen entre sí y que no tienen nada que ver unos con otros? ¿Cómo podemos establecer el contacto por encima de los muros que dividen las clases sociales, las religiones, las razas, las nacionalidades, las tribus, los grupos profesionales y de diferente coeficiente intelectual?»
 
 [El extracto pertenece a la edición en español de Editorial Kairós, en traducción de Alfonso Colodrón. ISBN: 84-7245-416-9.]
 

martes, 28 de noviembre de 2017

"Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes".- José Francisco de Isla (1703-1781)


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Libro I.
Capítulo VII: Estudia gramática con un dómine que, por lo que toca al entendimiento, no se podía casar sin dispensación con el cojo de Villaornate

«2. Luego, pues, que llegó San Lucas, el mismo Antón llevó a su hijo a presentársele y a recomendársele al dómine. Era éste un hombre alto, derecho, seco, cejijunto y populoso; de ojos hundidos, nariz adunca y prolongada, barba negra, voz sonora, grave, pausada y ponderativa; furioso tabaquista, y perpetuamente aforrado en un tabardo talar de paño pardo, con uno entre becoquín y casquete de cuero rayado, que en su primitiva fundación había sido negro, pero ya era del mismo color que el tabardo. Su conversación era taraceada del latín y romance, citando a cada paso dichos, sentencias, hemistiquios y versos enteros de poetas, oradores, historiadores y gramáticos latinos antiguos y modernos, para apoyar cualquiera friolera. Díjole Antón Zotes que aquel muchacho era hijo suyo, y que, como padre, quería darle la mejor crianza que pudiese.
  —Optime enim vero (1)—le interrumpió luego el dómine—, ésa es la primera obligación de los padres, máxime cuando Dios les ha dado bastantes conveniencias. Díjolo Plutarco: Nil antiquius, nil parentibus sanctiusy quam ut filiorum curam habeant: Us praesertim quos Pluto non omnino insalutatos reliquit (2).
  Añadió Antón Zotes que él había estudiado también su poco de gramática, y quería que su hijo la estudiase.
  —Qualis pater, talis filius —le replicó el preceptor—, aunque mejor lo dijo el otro, hablando de las madres y de las hijas: De meretrice puta, quod sit semper filia puta. Nam sequitur leviter filia matris iter (3). Lo que ya vuestra merced ve cuan fácilmente se puede acomodar a los hijos respecto de los padres; y obiter (4) sepa vuestra merced que a éstos llamamos nosotros versos leoninos; porque así como el león (animal rugibile le define el filósofo), cuando enrosca la cola, viene a caer la extremidad de ella (cauda caudaet, cola de la cola la llamé yo en una dedicatoria a la ciudad de León) sobre la mitad del cuerpo o de la espalda de la rugible fiera; así la cola del verso, que es la última palabra, como que se enrosca y viene a caer sobre la mitad del mismo verso. Nótelo vuestra merced en el hexámetro, puta-puta clavado; después en el pentámetro, iter-leviter de quien iter es eco. Porque, aunque un moderno (quos neotericos dicimus cultissimi latinorum [5]) quiera decir que esto de los ecos es invención pueril, ridícula y de ayer acá, pace tanti viri (6), le diré yo en sus mismas barbas que ya en tiempo de Marcial era muy usado entre los griegos; justa Illud: Nusquam Graecula quod recantat echo (7). Y si fuera menester citar a Aristóteles, a Eurípedes, a Calimaco y aún al mismo Gauradas, que no porque sea un poeta poco conocido deja de tener más de dos mil años de antigüedad, yo le haría ver luce meridiana clarius, si era o no era invención moderna esto de los ecos; y luego le preguntaría si era inverisímil que inventase una cosa pueril y ridícula un hombre que se llamaba Gauradas. O furor! O insania maledicendi!
  3. —Pues, señor —prosiguió Antón Zotes—, este niño muestra mucha viveza, aunque no tiene más que diez años.
  —Aetas humanioribus litteris aptissima —interrumpió el pedante—, como dijo Justo Lipsio, y aun con mayor elegancia en otra parte: decennis Romanae linguae dementis maturatus (8). Porque si bien es verdad que de esa y aun de menor edad se han visto en el mundo algunos niños que ya eran perfectos gramáticos, retóricos y poetas (quos videre sid apud Anium Viterbiensem de Praecocibus mentis partubus [9]) pero ésos se llaman con razón monstruos de la naturaleza: monstrum horrendum ingens. Y Quinto Horacio Flaco (quem Lyricorum Antistitem extitisse, mortalium nemo iverit infitias [10]) no gustaba de esos frutos anticipados, pareciéndole que casi siempre se malograban; y así solemne erat illi dicere: odi puero praecoces fructus (11).
  —Y el cojo de Villaornate, que fue su maestro... —iba a proseguir el buen Antón.
  —Tenga vuestra merced —le cortó el enlatinizado dómine—. Siste gradum, viator (12). ¿El cojo de Villaornate fue maestro de este niño?
  —Sí, señor —respondió el padre.
  —O fortunate note! —exclamó el eruditísimo preceptor— ¡Oh niño mil veces afortunado! Muchos cojos famosos celebró la antigüedad, como lo habrá leído vuestra merced en el curiosísimo tratado De claudis non claudicantibus, de los cojos que no cojearon, tomando el presente por el pretérito, según aquella figura retórica praesens pro praeterito, a quien nosotros llamamos enálage: tratado que compuso un preboste de los mercaderes de León de Francia, llamado monsieur Pericón, porque, sépalo usted de paso, en Francia hasta los pericones son monsieures y pueden ser prebostes Imo potius (13) sin recurrir a tiempos antiguos novissimis hi temporibus (14), en nuestros días hubo en la misma Francia un celebérrimo cojo, llamado Gil Menage, que aunque no fue cojo natura sua, al fin, sea como se fuese, él fue cojo real y verdadero, esto es, cojo realiter, et a parte rei, come se explica con elegancia el filósofo; y no obstante de ser cojo, él era hombre sapientísimo: Sapientissimus claudorum quotquot fuerunt, et erunt (15), que dijo doctamente Plinio el Mozo. Pero, meo videri, en mi pobre juicio todos los cojos antiguos y modernos fueron cojos de teta respecto del cojo de Villaornate; hablo intra suos limites, en su línea de maestro de niños, y por eso dije que este niño había sido mil veces afortunado en tener tal maestro: O fortunate nate!
  4. —No lo es menos —prosiguió Antón Zotes— en que vuestra merced lo sea suyo.
  —Non laudes hominem in vita sua; lauda post mortem —dijo mesurado el dómine—. Son palabras del Espíritu Santo, pero mejor lo dijo el profano: Post fatum laudare decet, dum gloria certa (16).
  —Señor preceptor, ¿mejor que el Espíritu Santo? —le preguntó Antón Zotes.
  —Pues, iqué! ¿Ahora se escandaliza vuestra merced de eso? ¿Cuántas veces lo habrá oído en esos púlpitos a predicadores que se pierden de vista? «Así el Profeta Rey, así Jeremías, así Pablo, pero yo de otra manera.» Eso, ¿qué quiere decir, sino: «pero yo lo diré mejor»? Praeter quam quod (17), yo no digo que el dicho sea mejor, sino que está mejor dicho, porque las palabras de la Sagrada Escritura son poco a propósito para confirmar las reglas de la gramática: Verba Sacrae Scripturae grammaticis exemplis confirmandis parum sunt idónea.
 —Eso ya lo leí yo en no sé qué libro, cuando estudiaba en Villagarcía —replicó el buen Antón—, y cierto que no dejó de escandalizarme.
  —A ése llaman los teólogos —dijo el dómine— scandalum pusillorum, escándalo de los parvulillos; y aunque dicen que no debe despreciarse, y en este particular me parece que llevan razón; pero también dicen ellos otras mil cosas harto despreciables, por más que ellos las digan.
  5. —Yo no me meto en esas honduras —respondió el bonazo de Antón Zotes—, y lo que suplico a vuestra merced es que me cuide de este muchacho, que yo cuidaré de agradecérselo, y que le mire como si fuera padre suyo.
  —Prima magistrorum obligatio —respondió el dómine— quos discipulis parentum loco esse decet, dijo a este intento Salustio. «Es la primera obligación del maestro tratar a los discípulos como hijos, porque ellos están en lugar de padres.» Y dime, hijo —le preguntó al niño Gerundio, mirándole entre recto y cariñoso— ¿has estudiado algunos cánones gramaticales?
  —No, señor —respondió el chico prontamente—, los cañones que yo traigo no son grajales, que son plumas de pato que mi madre se las quitó a un pato grande que tenemos en casa. ¿No es así, padre?
  —Non quaero a te hoc, no te pregunto eso; preguntóte si traes alguna talega.
  —Señor, la talega era cuando andaba en sayas, pero después que me puso calzones, me la quitó señora madre.
  —Non valeo a risu temperare (18) —dijo el dómine.
  Y en medio de su grande seriedad, soltó una carcajada, añadiendo;
  —Ingenium errando probat, aun en los desaciertos muestra su viveza. Hijo, lo que te pregunto es si has estudiado algo del arte.»

[1] Muy bien, pero…
[2] “Nada más antiguo, ni más santo en los padres que el que cuiden bien de sus hijos; especialmente en los que Plutón no olvidó”, es decir, en aquellos que tienen medios económicos.
[3] “Piensa que la hija de la meretriz será siempre puta, pues la hija sigue con facilidad el camino de la madre.”
[4] De pronto.
[5]A los que los más cultos de los latinos llamamos neotéricos.” Llamaban neotéricos a los que seguían las nuevas ideas filosóficas, en contra de las aristotélicas.
[6] Con el permiso de tan alto personaje.
[7]A propósito de lo cual: Nunca resuena [en mis versos] el eco de los griegos”.
[8] “Edad aptísima [para el estudio] de las letras humanas [Humanidades]... Maduro a los diez años, gracias a los conocimientos de la lengua romana.”
[9]Lo que puede ver, si quiere, en Annio de Viterbo, Sobre los precoces frutos de la mente”.
[10] “A quien ninguno negará ser el primero de los líricos.”
[11] “Solía decir: odio en el niño los precoces frutos.”
[12] Párate, caminante.
[13] Más aún.
[14] En estos últimos tiempos.
[15] El más sabio de cuantos cojos ha habido y habrá.
[16]Conviene alabar [al hombre] después de su muerte, cuando la gloria es cierta.”
[17] Fuera del cual.
[18] "No puedo contener la risa".
 
 [El extracto pertenece a la edición de Planeta. ISBN: 84-320-6978-7.]

lunes, 27 de noviembre de 2017

"Epístolas árabes del siglo XI".- Abul Al-Maarri (973-1058) y otros


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Epístola del perdón
Viaje al Infierno: los genios.

«-¿Cuál es tu nombre, anciano? -dijo el jeque.
 -Soy Jayta'ur, uno de la tribu de los Banu Saysaban. No descendemos de Iblis; pertenecemos a los genios que vivieron en la tierra antes de Adán, ¡Dios le bendiga!
 -Infórmame acerca de los versos de los genios, puesto que un hombre llamado al-Marzubani reunió una buena colección -siguió el jeque.
 El anciano se opuso:
 -Ese libro es un puro delirio; no se puede tener confianza en lo que dice. ¿Cómo van a saber los hombres qué es poesía? Pues del mismo modo que los bueyes qué es astronomía o topografía. Los hombres sólo conocen los quince metros de la prosodia. ¡Bien poco es! Nosotros tenemos miles de metros de los que los hombres jamás han oído hablar. Lo que les pasa por la mente les ha sido sugerido por nuestros niñitos desobedientes. Lo que se les ha dado es como un palillo comparado con el bosque del valle de Na'aman. Yo mismo he compuesto uno o dos ciclos de versos, en rachaz y en qasid, antes de que Dios creara a Adán. He oído que vosotros, comunidad de los hombres, tarareáis la casida de Imru-l-Qays que empieza: "¡Deteneos! ¡Lloremos en recuerdo del amigo y de su morada!" que aprenden los muchachos en las escuelas. Si tú quieres, te dictaré mil palabras del mismo pie prosódico que riman en li, otras tantas en lu, en la, en lah, luh, lih. Todas ellas pertenecen a uno de nuestros poetas que murió mientras aún era infiel y ahora se encuentra alimentando el fuego en los pisos del Infierno.
 El jeque -¡Dios bendiga su época con la felicidad!- exclamó:
 -¡Anciano! ¡Conservas toda tu memoria!
 -No somos como vosotros, hijos de Adán, a quienes vence el olvido y la humedad. Vosotros fuisteis creados de arcilla moldeable; nosotros, del fuego llameante.
 La pasión por las letras llevó al jeque a pedir al anciano:
 -¿Por qué no me dictas un fragmento de esos versos?
 -Si quisiera -le replicó-, te dictaría tal cantidad que las monturas no podrían soportar el peso ni habría páginas suficientes en tu mundo para contenerlos.
 El jeque -¡nunca se termina su alta decisión!- pensó poner por escrito algún fragmento, pero enseguida se dijo: "En la vida mundanal me esforcé en reunir textos literarios y sólo obtuve bagatelas. Cuando me aproximaba a los grandes, sólo ordeñaba una camella avara de su leche... no voy a abandonar las delicias del Paraíso y dedicarme a copiar las obras de los genios. Ya sé suficiente literatura y el olvido alcanza a todos los escritores del Paraíso. Ahora soy, de entre éstos, el que más y mejor conserva los textos en la memoria. ¡Dios sea loado!" Volviéndose hacia el anciano, le preguntó:
 -¿Cuál es tu alcurnia para poder honrarte con ella?
 Abu Hadras le contestó:
 -Engendré todos los hijos que Dios quiso y hoy constituyen tribus. Unos se encuentran en el fuego ardiente y otros en estos jardines.
 El jeque insistió:
 -Dime, Abu Hadras, ¿por qué tienes aspecto de viejo mientras que los habitantes del Paraíso parecen jóvenes?
 -Los hombres -explicó- fuisteis honrados con este detalle y nosotros lo fuimos con otro: se nos dio el poder de metamorfosearnos en la vida pasada. Si uno de nosotros quiere transformarse en una serpiente, en un pájaro o en una paloma, puede hacerlo; pero se nos ha prohibido hacerlo en la última morada y se nos ha dejado con nuestra configuración invariable, a diferencia de los descendientes de Adán, a los que se ha embellecido. Así, uno de ellos dijo: "A los hombres se nos dio la astucia y a los genios la metamorfosis". Los hijos de Adán me trataron mal -añadió Abu Hadras- y yo se lo devolví. Una vez entré en una casa deseando hacer mía a una de sus hijas, adoptando la forma de una gran rata. Lanzaron contra mí a los gatos; cuando me rodearon, me transformé en un áspid y me deslicé debajo de unos troncos que allí había; cuando se dieron cuenta, los retiraron. Al temer que me mataran, me transformé en aire ligero y ascendí a los travesaños del techo de la habitación.  Los desmontaron, pero no vieron nada. Empezaron a pensar y dijeron: "Aquí no hay ningún sitio en que pueda ocultarse". Mientras ellos pensaban así, yo me lancé sobre la muchacha de pechos bien formados. En cuanto me vio, tuvo un ataque de epilepsia. Sus familiares se acercaron con hechiceros, trajeron médicos y gastaron mucho en ellos. Los hechiceros nos cesaron de exorcizarme, pero no les respondí. Los médicos le dieron de beber sus drogas, pero me amarré a ella y no cejé. Cuando le alcanzó la muerte, busqué otra que le sustituyera, y así sucesivamente, hasta que Dios permitió que me arrepintiese y ganara su recompensa. Desde entonces no he dejado de alabarle con poemas como:
 
 Alabo a quien ha borrado mis crímenes
 y los ha apartado de mí. Ahora, mis pecados han sido perdonados.
 Amé en las tierras de Córdoba
 a una muchacha. Y en China, a otra, a la hija de yagbur*...
 
-¡Estupendo, Abu Hadras!- exclamó el jeque-. Dominas hasta lo más difícil. ¿Cómo son vuestras lenguas? ¿Hay entre vosotros árabes que no entiendan el griego o griegos que no entiendan el árabe, conforme ocurre entre los hombres?
 -¡Déjate de eso! -contestó el genio-. Han sido ya perdonados por Dios. Nosotros somos listos e inteligentes y, en consecuencia, no nos es necesario conocer todas las lenguas humanas. Tenemos, además, nuestra propia lengua que desconocen los hombres. Yo fui quien predicó a los genios enseñándoles el Libro que descendió del Cielo. Viajaba de noche con unos compañeros desde Jabil hacia el Yemen. Al cruzar por Yatrib, en la época en que maduran los dátiles, oímos "una Predicación maravillosa que conduce a la rectitud. Creemos en ella. No asociamos nada a nuestro Señor". Yo volví junto a los míos y les expliqué lo ocurrido. En tropel se precipitaron a abrazar la fe. Les convenció también el haber sido lapidados con estrellas de fuego cuando se acercaron al Cielo para oír lo que se decía.
 -Abu Hadras -preguntó el jeque-. Infórmame tú que te cuentas entre los bien informados: ¿existían las lluvias de estrellas en la época preislámica? Hay gentes que afirman que éstas empezaron en la época del Islam.»
 
* Título que los árabes daban al emperador de China.

 [El extracto pertenece a la edición en español de Círculo de Lectores, en traducción de Julio Samsó y Leonor Martínez. ISBN: 84-226-7097-6.]

domingo, 26 de noviembre de 2017

"Historias de almanaque".- Bertold Brecht (1898-1956)


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Preguntas de un obrero que lee

«¿Quién construyó Tebas, la de las Siete Puertas?
En los libros figuran sólo nombres de reyes.
¿Acaso arrastraron ellos los bloques de piedra?
Y Babilonia, mil veces destruida,
¿quién la volvió a levantar otras tantas? Quienes edificaron
la dorada Lima, ¿en qué casas vivían?
¿Adónde fueron la noche
en que se terminó la Gran Muralla, sus albañiles?
Llena está de arcos triunfales
Roma la grande. Sus Césares,
¿sobre quiénes triunfaron? Bizancio,
tantas veces cantada, para sus habitantes
¿sólo tenía palacios? Hasta en la legendaria
Atlántida, la noche en que el mar se la tragó, los que se ahogaban
pedían, bramando, ayuda a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César venció a los galos.
¿No llevaba siquiera un cocinero?
Felipe II lloró al saber su flota hundida.
¿No lloró más que él?
Federico de Prusia ganó la guerra de los Treinta Años.
¿Quién la ganó también?
Un triunfo en cada página.
¿Quién preparaba los festines?
Un gran hombre cada diez años.
¿Quién pagaba los gastos?
A tantas historias, tantas preguntas.
 
Historias del señor Keuner

Forma y sustancia
 El señor K. contemplaba un día una pintura que representaba ciertos objetos bastante caprichosamente. -A algunos pintores -dijo- les ocurre lo mismo que a algunos filósofos cuando contemplan el mundo. Tanto se preocupan por la forma que se olvidan de la sustancia. En cierta ocasión, un jardinero con el que trabajaba, me dio una podadera con el encargo de que recortase un arbusto de laurel. El arbusto estaba plantado en un macetón y se empleaba en las fiestas como elemento decorativo. Había que darle forma esférica. Comencé por podar las ramas más largas, mas por mucho que me esforzaba en darle la forma apetecida, no conseguí ni siquiera aproximarme. Una vez me excedía en los cortes por un lado; otra vez, por el lado opuesto. Cuando por fin obtuve una esfera, resultó demasiado pequeña. El jardinero me comentó decepcionado: "Muy bien, la esfera ya la veo, pero ¿dónde está el laurel?"

La sabiduría del sabio reside en su actitud
 Una vez visitó al señor K. un profesor de filosofía, que se pasó todo el tiempo hablando de su propia sapiencia. Después de haberle aguantado un buen rato, el señor K. dijo a su visitante:
 -No estás sentado a gusto, no hablas a gusto ni piensas a gusto.
 El profesor de filosofía se ofendió y dijo:
 -No me interesan los comentarios sobre mi persona, sino sobre el contenido de mi discurso.
 -Tu discurso -replicó el señor K.- carece de contenido. Te veo andar torpemente y, por más que te observo, no te veo llegar a ninguna parte. Te expresas con oscuridad, y por más que hablas, tus palabras no arrojan luz. Cuando veo tu actitud, deja de interesarme tu objetivo.

Originalidad
 -Son hoy incontables -se lamentaba el señor K.- los que se jactan en público de poder escribir sin ayuda de nadie grandes libros, y esto es algo por lo demás generalmente aceptado. El filósofo chino Chuang-Tseu escribió en su madurez un libro de cien mil palabras integrado por citas en sus nueve décimas partes. Hoy ya no es posible escribir libros como ése: falta el espíritu. Por eso se fabrican las ideas en el taller personal y a quien no produce en cantidad suficiente se le tacha de holgazán. Claro que tampoco hay pensamientos que uno pueda hacer suyos, ni fórmulas que uno pueda citar. ¡Qué poco necesitan todos ésos para desarrollar su actividad! ¡Una pluma y unas cuartillas es cuanto pueden mostrar! Y sin ayuda de nadie, con el escaso material que un solo hombre puede llevar en sus brazos, ellos levantan sus chozas. ¡No conocen edificios más grandes que aquellos que es capaz de construir una sola persona!

El elogio
 Al enterarse de que sus antiguos pupilos le elogiaban, comentó el señor K.:
 -Cuando los discípulos ya hace tiempo que olvidaron los errores de su maestro, éste aún los recuerda.

 El esclavo de su fines
 El señor K. formuló en una ocasión las preguntas siguientes:
 -Todas las mañanas mi vecino pone música en un gramófono. ¿Por qué pone música? Dicen que para hacer gimnasia. ¿Por qué hace gimnasia? Porque, según dicen, necesita fortalecer sus músculos. ¿Para qué necesita fortalecer sus músculos? Porque, como él mismo asegura, ha de vencer a los enemigos que tiene en la ciudad. ¿Por qué necesita vencer a sus enemigos? Porque, según he oído decir, no quiere quedarse sin comer.
 Tras enterarse de que su vecino ponía música para hacer gimnasia, hacía gimnasia para fortalecer sus músculos, fortalecía sus músculos para vencer a sus enemigos y vencía a sus enemigos para comer, el señor K. preguntó:
 -¿Y por qué come?»
 
[Los extractos pertenecen a la edición en español de Alianza Editorial, en traducción de Joaquín Rábago. ISBN: 84-206-1560-9.]

sábado, 25 de noviembre de 2017

"Los Eduardianos".- Vita Sackville-West (1892-1962)


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II.- Anquetil

«-Es usted un tipo bien raro -dijo Sebastian.
 -¿Te parezco raro? Te aseguro que igual de raro me pareces tú a mí. Hay varias cosas que quisiera decirte. ¿Hablamos?
 -¿Así? -dijo Sebastian.
 -No, así no -dijo Anquetil, y tiró de él, de modo que quedaron sentados frente a frente-. Pero nos quedaremos aquí, si no te molesta. Al fin y al cabo, date cuenta: el azar de tu nacimiento te ha dado muchísimas ventajas sobre mí, así que es justo que yo aproveche al máximo la única ocasión en que probablemente vamos a estar de igual a igual. Tu seguridad personal queda garantizada, y mi vanidad personal queda satisfecha. No te aburrirás. Te voy a entretener con algunos comentarios sobre tu vida y la mía.
 -Evidentemente, es usted un bromista -dijo Sebastian-, pero me gusta su sentido del humor. Hable todo lo que quiera.
 -Yo soy un hombre del pueblo -dijo Anquetil-. Mi padre tenía un barco de pesca en un pueblecito del Devonshire. Yo quise ser marino, pero en vez de eso me enviaron a la escuela, y tuve la sensatez de no escaparme. Soy, ya ves, eminentemente sensato y práctico. Trabajé mucho; era listo; conseguí una beca; acabé yendo a Oxford. Todo el tiempo seguía pensando en embarcarme, pero fui lo bastante paciente para esperar y lo bastante astuto para no subestimar el valor de la educación. Cuando salí de Oxford conocí a un hombre que preparaba una expedición a Siberia; me pidió que fuese con él. Íbamos a buscar mamuts. Encontramos mamuts fósiles a orillas de ríos helados, y por los restos de comida que todavía tenían entre los dientes pudimos averiguar algunas cosas interesantes sobre su régimen alimenticio. Estuvimos en eso año y medio; y, como nuestras investigaciones tuvieron cierto éxito, desde entonces nunca me ha faltado trabajo. Tú ya sabes bastante acerca de mis diversas empresas, así que no hay necesidad de que ahora te las relate. Únicamente quería subrayar la diferencia que hay entre nuestras vidas.
 -Un momento -dijo Sebastian-. Yo estoy ahora en Oxford. Estoy donde usted estaba hace veintitantos años. ¿Cómo sabe lo que va a ser mi vida cuando termine?
 Anquetil se echó a reír.
 -Hijo mío, tu vida está programada desde el día en que naciste. Fuiste a una escuela preparatoria; fuiste a Eton; ahora estás en Oxford; entrarás en la Guardia Real; tendrás varios amoríos, casi todos con casadas del gran mundo; frecuentarás las casas opulentas de la alta sociedad; participarás en el ceremonial de la corte; vestirás un uniforme blanco y rojo, y estarás muy guapo con él; serás adulado y perseguido por todas las madres de Londres; al cabo, te comprometerás con una señorita conveniente; te casarás con ella en la capilla de aquí, y oficiará el obispo de la diócesis; engendrarás un heredero y varios niños más, dignos de ser retratados por Hoppner; después tomarás la costumbre de ser infiel a tu mujer, y ella a ti; los dos lo sabréis y los dos, por educación y por la fuerza de la civilización, acordaréis tácitamente desconocer vuestras mutuas infidelidades; pronunciarás algún que otro discurso en la Cámara de los Lores; te concederán la Jarretera; enviarás a tus hijos varones a una escuela preparatoria, Eton, Oxford y la Guardia Real; después de cenar hablarás sobre el socialismo y el desarrollo de la democracia; tendrás preocupaciones, pero no aflicciones serias; el doce de agosto te irás al norte a cazar el lagópodo, el uno de octubre cazarás faisanes; saldrás fotografiado en la prensa ilustrada, apoyado en una horquilla, con dos perros y un cargador; celebrarás tus bodas de oro; portarás una espuela o un casco en la siguiente coronación; empezarás a preguntarte si tu hijo (de cincuenta y un años de edad) querrá que te mueras; le darás gusto muriéndote por fin y tu ataúd será llevado al mausoleo de la familia sobre un carretón, acompañado de un cortejo de tus empleados y colonos. Y durante todos esos años, jamás escaparás de Chevron.
 -Es que yo no quiero escapar de Chevron -dijo Sebastian.
 -No -dijo Anquetil, variando un poco de postura-, tú no quieres escapar de Chevron. Crees que le tienes cariño, que le sirves con contento y alegría, pero en realidad eres su víctima. Un lugar como Chevron es, en realidad, un déspota de los más siniestros: de los que ocultan su tiranía tras una  máscara de amor. ¿Te gustaría saber lo que piensa un hombre como yo de un sitio como Chevron? Me fascina, me horroriza y me escandaliza. Recuerda que yo vengo de una casa humilde y desde que tengo uso de razón estoy acostumbrado a ver familias que viven pobremente y hacinadas. Pero no es el contraste lo que me escandaliza. No es el hecho de que tú tengas cincuenta criados a sueldo y puedas elegir tu dormitorio entre trescientas o cuatrocientas habitaciones, cuando en otras partes hay padres e hijos durmiendo juntos en una cama. No. Es el efecto de eso sobre ti. A ti no se te permite ser un agente libre. Tu vida está programada desde el primer día. Te voy a dar el beneficio de la duda. Voy a conceder que probablemente cumplas con tus deberes según tu recto entender, que seas amigo de tus colonos, mandes con justicia sobre tus servidores, presidas asambleas, te ganes el respeto de tus iguales -todo esto una vez que hayas dejado de ser un joven botarate-, pero estarás muerto, serás una imagen disecada.
 -Es usted muy elocuente -dijo Sebastian-, y su sarcasmo me inquieta, pero ¿está en lo cierto? Qué duda cabe de que se podría llevar una vida peor.
 -Además -prosiguió Anquetil, haciendo oídos sordos-, existe otro peligro del que difícilmente vas a poder escapar. El peso del pasado. No sólo estimarás los objetos materiales porque sean viejos -no soy tan superficial que te vaya a reprochar una debilidad tan inofensiva-, sino que, y esto sí que es dañino, venerarás ciertas ideas e instituciones porque llevan mucho tiempo existiendo; tanto como para que te parezcan absolutas e inalterables. Eso es una verdadera atrofia del alma. Heredas tu código ya hecho. Esa figura de cera llamada El Caballero estará continuamente haciéndote visajes. Así, no podrás nunca olvidar las buenas maneras, pero sí destrozar un corazón y creerte más bien importante por eso. No podrás defraudar a los demás, pero te defraudarás a ti mismo y jamás harás pedazos tus convencionalismos. No dirás nunca mentiras (mentiras evitables), pero siempre le tendrás miedo a la verdad. No te preguntarás nunca por qué sigues determinada conducta; la seguirás porque es lo que hay que hacer. Y de todo eso tiene la culpa el pasado: la herencia, la tradición, la educación; tu nodriza, tu padre, tu preceptor, tu colegio, Chevron, tus antepasados, todo. Estás condenado, mi pobre Sebastian; no hay quien te salve. Aunque intentaras desatarte, sería en vano. Tus peores excesos encajarán en algún casillero. La cómoda expresión "locuras de juventud" te cubrirá de los veinte años a los treinta. La cómoda palabra "excéntrico" te cubrirá de los treinta hasta la muerte. "Un noble excéntrico". Eso es lo más a que puedes aspirar. Pero, aunque te bambolees en tu órbita, escapar de ella no podrás nunca.
 -Ni pueden los planetas -dijo Sebastian, alzando la vista a Júpiter.»

[El extracto pertenece a la edición en español de Espasa Calpe. ISBN: 84-239-7194-5.]