lunes, 11 de diciembre de 2017

El matrimonio de Maciej Boryna.- Wladislaw Reymont (1867-1925)


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«En casa de Boryna había mucha gente. [...] Todo el mundo hablaba muy alto. Los mozos iban y venían con más coles, o bien fumaban cigarrillos o hablaban con las muchachas. [...] Empezó el canto y hubo tanto entusiasmo que temblaron las vidrieras, azotadas a la vez por la lluvia. Se escuchó un grito penetrante. Se hizo un silencio y el viejo Roch salió corriendo.
 -No es nada, no es nada -dijo Antek-; alguien cerró la puerta y pilló entre las dos hojas la cola de un perro.
 El anciano Roch regresó a su sitio.
 -Un perro -dijo- es también una criatura de Dios. Nuestro Señor tenía un perro y cuidaba de que no se le hiciese daño.
 -¿Jesucristo tenía perros como nosotros? -preguntó Augustynka, escéptica.
 -Sí; tenía uno que se llamaba Burek.
 Después de un minuto de recogimiento, Roch irguió la cabeza encanecida y, recorriendo con los dedos las cuentas de su rosario, empezó a narrar la historia.
 -En aquel tiempo, cuando Jesús reinaba sobre la tierra, sucedió lo que voy a contaros: iba Nuestro Señor a la peregrinación de Mstow. Llegó la noche. Animales fantásticos, hijos del infierno, salían de la oscuridad y amenazaban al Divino Viajero con sus garras y dientes. Pero, ¿cómo iban a hincarse en la Divina Persona? Corrieron al ver la señal de la cruz. De todos ellos sólo quedó un perro salvaje. Los perros no eran entonces amigos de los hombres, y así aquel animal seguía las huellas del Divino Viajero, ladrándole y mordiéndole su vestidura. Jesús, lleno de misericordia, le tiró un trozo de pan. El perro se lo comió y siguió amenazando. "¿No reconoces a tu señor? -preguntó Jesús-. ¿Y por qué atacas a los hombres? Ahora te digo: tú no podrás vivir sin ellos..." Al oír estas palabras, el perro le miró sorprendido y se fue con el rabo entre las piernas. En el camino se encontró con mucha gente. Pero la iglesia estaba sola, mientras la taberna se llenaba de bebedores. Cuando llegó Jesús, el pueblo entero acudió, agitado por el espanto como un trigal por el viento de la tormenta: las mujeres se subieron a los carros y los hombres se armaron con látigos y horquillas. "¡Un perro rabioso!... -decían-. ¡Un perro rabioso!..." El animal, con la lengua fuera, se precipitó contra Jesús. Reconociendo al perro del bosque, Nuestro Señor lo cubrió con su manto y dijo a la multitud: "No lo matéis porque es una criatura de Dios. Es un animal sin dueño, solo y hambriento." Pero ellos no querían escuchar y tan tercos fueron que Jesús se enfureció. "¡Hombres malvados, borrachos, os da miedo un perro y no Dios! Venís todos juntos, malditos, y en lugar de rezar por vuestras almas y por las de las demás, no hacéis sino divertiros y embriagaros. ¡Ladrones! ¡Verdugos!... ¡Nos os salvaréis del castigo divino!" Y tomando el cayado iba a proseguir su camino cuando, reconociéndole de pronto, se arrodillaron, llorando, todos los allí presentes. "Quédate con nosotros, Señor; quédate y seremos fieles a ti como ese perro. Somos pecadores, hombres endurecidos por la maldad pero también, como ese perro, estamos solos y no tenemos dueño. No nos dejes desamparados; no partas..." Y le besaban las manos y los pies. Su divino corazón estaba conmovido. Permaneció con ellos, les predicó su doctrina y les bendijo. Después, al marcharse, dijo: "En lo sucesivo, el perro será vuestro servidor. Guardará vuestras aves y vuestros apriscos. Sed buenos con él y no le hagáis daño."  Pero Burek siguió a Jesús. Caminaban juntos por campos, bosques y ríos. Cuando tenían hambre, el perro cazaba y traía aves. Cuando su Señor dormía el perro vigilaba para protegerlo de los animales feroces y de los hombres malvados. Cuando los fariseos y los malditos judíos crucificaron a Jesús, el perro aulló al pie del madero. Ya se habían ido la Virgen y los Apóstoles y el perro aún seguía allí. Al tercer día, Jesús despertó y miró a su alrededor: sólo el perro aguardaba. En aquella hora suprema el Señor lo miró enternecido y murmuró: "Sígueme." En el instante mismo de entregar su espíritu también el perro falleció para seguir a su amo. Tal fue lo sucedido en aquella época... Amén.
 Las jovencitas se secaban los ojos. Reinó el silencio durante algunos momentos; después se comentó la parábola. Augustynka interrumpió la charla, gritando:
 -Yo sé otra mejor. Esperad. Dios hizo el toro y el toro existe por obra de Dios; el hombre cogió un cuchillo e hizo al buey: el buey existe por obra del hombre.
 Todo el mundo rio a carcajadas:
 -Esta Augustynka lo sabe todo.
 -Claro; después de haber estado casada tres veces... El primer marido le daba lecciones por la mañana con un látigo; el segundo a mediodía, con el cinturón; el tercero, por la noche, con un garrote.
 -Oye tú, lo que tienes que hacer es ser precavida cuando robes el trigo a tu padre para que no te vean... Y deja en paz a una viuda -dijo la Augustynka enérgicamente.
 Todos se quedaron en silencio, porque tenía una lengua terrible. Además, era de mucho vigor; siempre quería tener la última palabra; nunca cedía y sostenía a veces tales despropósitos, que ponían los pelos de punta a quienes los oían. Ni la religión se salvaba de sus ataques. El señor cura la reprendía, pero ella se reía de sus palabras:
 -Para subir al cielo -decía-, no es necesario hacer caso a ningún clérigo...
 Todos se despedían. Antek salió sin que nadie se diera cuenta para vestirse, y siguió a Jagna, que caminaba sola, porque los demás invitados vivían en dirección opuesta, hacia el molino. La llamó a la sombra.
 -Te acompañaré -dijo.
 El viento que soplaba había disimulado las nubes. Antek agarró a Jagna por la cintura, y estrechamente unidos se perdieron en la oscuridad.»
 
 [El extracto pertenece a la edición en español de Ediciones Rueda. ISBN: 84-8447-095-4.]
 

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