viernes, 1 de diciembre de 2017

"La araucana".- Alonso de Ercilla (1533-1594)


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 Canto II

«Iban ya los caciques ocupando / los campos con la gente que marchaba,
y no fue menester general bando / que el deseo de guerra los llamaba
sin promesas ni pagas, deseando / el esperado tiempo, que tardaba,
para el decreto y áspero castigo, / con muerte y destrucción del enemigo.

Tucapel se llamaba aquel primero / que al plazo señalado había venido;
éste fue de cristianos carnicero, / siempre en su enemistad endurecido:
tiene tres mil vasallos el guerrero, / de todos como rey obedecido.
Ongol luego llegó, mozo valiente, / gobierna cuatro mil, lucida gente.

Tomé y Andalicán también vinieron, / que eran del araucano regimiento
y otros muchos caciques acudieron, / que por no ser prolijo no los cuento.
Todos con leda faz se recibieron, / mostrando en verse juntos gran contento.
Después de razonar en su venida / se comenzó la espléndida comida.

El audaz Tucapel claro decía / que el cargo de mandar le pertenece,
pues todo el universo conocía / que si va por valor, que lo merece:
"ninguno se me iguala en valentía; / de mostrarlo estoy presto, si se ofrece
(añade el jactancioso) a quien quisiere, / y aquél que esta razón contradijere..."

Sin dejarle acabar, dijo Elicura: / "a mí es dado el gobierno de esta danza,
y el simple que intentare otra locura / ha de probar el hierro de esta lanza."
Ongolmo, que el primero ser procura, / dice: "yo no he perdido la esperanza
en tanto que este brazo sustentare / y con él la ferrada gobernare."

Cayocópil, furioso y arrogante, / la maza esgrime, haciéndose a lo largo,
diciendo: "yo veré quien es bastante / a dar de lo que ha dicho más descargo:
haceos los pretensores adelante, / veremos de cuál de ellos es el cargo;
que de probar aquí luego me ofrezco / que más que todos juntos lo merezco."

 Purén, que estaba aparte, habiendo oído / la plática enconosa y rumor grande,
diciendo en medio de ellos se ha metido / que nadie en su presencia se desmande;
"y ¿quién a imaginar es atrevido / que donde está Purén más otro mande?"
La grita y el furor se multiplica, / quién esgrime la maza y quién la pica.

Tomé y otros caciques se metieron / en medio de estos bárbaros de presto,
y con dificultad los despartieron, / que no hicieron poco en hacer esto:
de herirse lugar aun no tuvieron, / y en voz airada, ya el temor pospuesto,
Colocolo, el cacique más anciano, / a razonar así tomó la mano:

"¿Qué furor es el vuestro, ¡oh araucanos!, / que a perdición os lleva sin sentillo?
¿Contra vuestras entrañas tenéis manos, / y no contra el tirano en resistillo?
¿Teniendo tan a golpe a los cristianos / volvéis contra vosotros el cuchillo?
Si gana de morir os ha movido, / no sea en tan bajo estado y abatido.

Volved a las armas y ánimo furioso / a los pechos de aquellos que os han puesto
en dura sujeción, con afrentoso / partido, a todo el mundo manifiesto:
lanzad de vos el yugo vergonzoso; / mostrad vuestro valor y fuerza en esto:
no derraméis la sangre del estado / que para redimiros ha quedado.

En la virtud de vuestro brazo espero / que puede en breve tiempo remediarse,
mas ha de haber un capitán primero / que todos por él quieran gobernarse:
éste será quien más un gran madero / sustentare en el hombro sin pararse;
y pues que sois iguales en la suerte / procure cada cual ser el más fuerte."

Podría de algunos ser aquí una cosa / que parece sin término notada,
y es que en una provincia poderosa, / en la milicia tanto ejercitada,
de leyes y ordenanzas abundosa, / no hubiese una cabeza señalada
a quien tocase el mando y regimiento: / sin allegar a tanto rompimiento.

Respondo a esto, que nunca sin caudillo / la tierra estuvo electo del senado;
que, como dije, en Pencos el Ainavillo / fue por nuestra nación desbaratado;
y viniendo de paz, en un castillo / se dice, aunque no es cierto, que un bocado
le dieron de veneno en la comida, / donde acabó su cargo con la vida.

Pues el madero súbito traído, / (no me atrevo a decir lo que pesaba),
era un macizo Líbano fornido, / que con dificultad se rodeaba:
Paicabí le aferró menos sufrido, / y en los valientes hombros le afirmaba
seis horas le sostuvo aquel membrudo, / pero llegar a siete jamás pudo.

Cayocópil al trono aguija presto, / de ser el más valiente confiado,
y encima de los altos hombros puesto, / lo deja a las cinco horas de cansado:
Gualemo lo probó, joven dispuesto; / mas no pasó de allí; y esto acabado,
Ongol el grueso leño tomó luego: / duró seis horas largas en el juego.»


[El extracto pertenece a la edición de Espasa Calpe. ISBN: 84-239-7185-6.]
 

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