martes, 6 de febrero de 2018

Diálogo de la dignidad del hombre.- Fernán Pérez de Oliva (1492-1533)

 
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Antonio

«Gran cosa es el hombre y admirable, el qual quiso Dios que con muchas tardanças convaleciesse después de nacido, dándonos a entender la grande obra que en él hazía. Bien vemos que los grandes edificios en unos siglos comienzan y en otros se acaban: pues así Dios da perfición al hombre en tan largos días, aunque en un momento pudiera hazerlo: porque por semejança de las cosas que nuestras manos hacen, conozcamos ésta su obra. La qual para bien ver, tiempo es ya que entremos dentro a mirar el alma, que mora en este templo corporal, la qual como Dios, que aunque en todo el mundo mora escogió la parte del cielo: para manifestar su gloria y la señaló como lugar propio, según que nos mostró en la oración que hazemos al padre, y de allí embía los ángeles y govierna el mundo: así el ánima nuestra, que en todo lo imita, aunque está en todo el cuerpo y todo lo rige y mantiene, en la cabeça tiene su asiento principal, donde haze sus más excelentes obras. Desde allí ve y entiende y allí manda: desde allí embía al cuerpo liquores sutiles que le den sentido y movimiento y allí tienen los nervios su principio, que son como las riendas, con que el alma guía los miembros del cuerpo. Bien conozco que así el celebro como las otras partes, do principalmente el alma está, son corruptibles y reciben ofensas, como tú Aurelio nos mostravas: pero esto no es por mal del alma, antes es por bien suyo, porque con tales causas de corrupción es disoluble destos miembros para bolar al cielo, do es (como ya he dicho) el lugar suyo natural. Por esso hablemos agora del entendimiento, que tú tanto condenas: el qual para mí es cosa admirable, quando considero, que aunque estamos aquí como tú dixiste en la hez del mundo, andamos con él por todas las partes. Rodeamos la tierra, medimos las aguas, subimos al cielo, vemos su grandeza, contamos sus movimientos, y no paramos hasta Dios, el qual no se nos esconde. Ninguna cosa ay tan encubierta, ninguna ay tan apartada, ninguna ay puesta en tantas tinieblas, do no entre la vista del entendimiento humano: para yr a todos los secretos del mundo, hechos tiene sendas conocidas, que son las disciplinas, por do lo pasea todo. No es ygual la pereza del cuerpo a la gran ligereza de nuestro entendimiento, ni es menester andar con los pies, lo que vemos con el alma. Todas las cosas vemos con ella y en todas miramos y no ay cosa más estendida que es el hombre: que aunque parece encogido, su entendimiento lo engrandece. Este es el que lo yguala a las cosas mayores, este es el que rige las manos en sus obras excelentes, este halló la habla, con que se entienden los hombres, este halló el gran milagro de las letras, que nos dan facultad de hablar con los ausentes y de escuchar agora a los sabios antepassados las cosas que dixeron. Las letras nos mantienen la memoria, nos guardan las sciencias y lo que es más admirable, nos estienden la vida a largos siglos, pues por ellas conocemos todos los tiempos pasados, los quales bivir, no es sino sentirnos. Pues ¿qué mal puede aver decidme agora, en la fuente del entendimiento, de donde tales cosas manan? Que si parece turbia (como dixo Aurelio) esto es en las cosas que no son necesarias, en que por ambición se ocupan algunos hombres, que en las cosas que son menester, lumbre tiene natural, con que acertar en ellas, y en las divinas secretas Dios fue su maestro: así que Dios hizo al hombre recto, mas él como dize Salomón, se mezcló en vanas questiones. Para ver las cosas de nuestra vida no nos falta lumbre, y en estas, si queremos, acertamos. Y las mayores tinieblas para el entendimiento son la perversa voluntad: así está escrito, que en el ánima malvada no entrará sabiduría. No es luego falta de entendimiento caer en errores, sino de nuestros vicios que lo ciegan y lo ensuzian: los quales si evitamos y seguimos la virtud, tenemos la vista clara, y nunca erramos: como quien anda por camino manifiesto. Mas si andamos en maldades, ay por ellas tantas sendas y tan escondidas, que ni pueden conocerse, ni era cosa justa, que diesse Dios lumbre, para andar en ellas. Aquí son los desvanecimientos del hombre, aquí los errores, entre los quales yo no cuento las armas como tú, Aurelio, que pues avía de aver malos, buenas fueron, para defendernos dellos. No ay cosa tan buena que el uso no pueda hazerla mala. ¿Qué cosa ay mejor que la salud? pero ésta, como ves, muchas veces es el fundamento de seguir los vicios. Quien de aquesta usa según virtud lo amonesta, buena joya tiene: así pues las armas con mal uso se hacen malas, que ellas en sí buenas son, para defenderse de las bestias impetuosas y los hombres que les parecen. Por lo qual cessen Aurelio tus quexas del entendimiento: no parezcas a Dios desagradecido de tan alto don, y agora escucha la gran excelencia de nuestra voluntad. Ésta es el templo donde a Dios honramos, hecha para cumplir sus mandamientos y merecer su gloria: para ser adornada de virtudes y llena del amor de Dios y del suave deleyte que de allí se sigue: la qual nunca se halla del entendimiento desamparada, como piensas, porque él como buen capitán la dexa bien amonestada de lo que deve hacer, quando della se aparta a proveer las otras cosas de la vida. Y los vicios que la combaten, no son enemigos tan fuertes, que ella no sea más fuerte, si quiere defenderse. Esta guerra en que bive la voluntad, fue dada, para que muestre en ella la ley que tiene con Dios, de la qual guerra no te deves quexar Aurelio: pues a los fuertes es deleyte defenderse de los males. Porque no son tan grandes los trabajos, que son menester para vencer, como la gloria del vencimiento. Quanto más que pues los antiguos Romanos solían pelear en regiones extrañas y pasar gravísimos trabajos por alcançar en Roma un día de triumpho con vanagloria mundana: ¿por qué nosotros no pelearemos de buena gana dentro de nosotros con los vicios, para triumphar en el cielo con gloria perdurable? Principalmente pues tenemos los sanctos ángeles en la pelea por ayudadores nuestros, como San Pablo dize, que son embiados para encaminar a la gloria de los que para ellos fueron escogidos. Y no te espantes Aurelio, si el hombre corrompido de vicios es cosa tan mala como representaste, porque es como la vihuela templada, que haze dulce armonía: y quando se destiempla, offende los oýdos. Si el hombre se tiempla con las leyes de virtud, no ay cosa más amable: mas si se destiempla con los vicios, es aborrecible: y tanto más, quanto las faltas más feas parecen en lo más hermoso. Y esto basta me parece, para que tú Aurelio sientas bien de las dos partes del alma.»
 
 [El extracto pertenece a la edición en español de Editora Nacional. ISBN: 84-276-0562-5.]
 

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