domingo, 18 de febrero de 2018

El pensamiento perdido.- José Bergamín (1895-1983)


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Noche y prodigio de los tiempos

«¿Evoluciona el pensamiento cristiano en el mundo? Más bien revoluciona. ¿Pues se puede hablar exactamente de un pensar cristiano que no sea un sentir y un vivir, una actuación veraz del hombre en el mundo? ¿Una forma o manera de ser, una razón de ser? "La palabra de la cruz es locura", nos dice San Pablo, empezando a pensar el cristianismo. Y esta locura es para el cristiano su razón de transformar o transfigurar su pensamiento en el mundo, de mover el mundo al compás loco, enajenado, de su pensamiento. "Los sentimientos -decía nuestro cristianísimo Unamuno- son pensamientos en conmoción". El pensar cristiano es un sentimiento o pensar conmovido. Conmovido y conmovedor. En el mundo, en la vida. Este sentir cristiano piensa el mundo como apariencia vana. El cosmos pitagórico es maravilla, y como maravilla, flor volandera, pasajera. Como la de la hierba, según el profeta. "La figura de este mundo pasa", nos dice San Pablo. El mundo, con ser maravilloso, y por serlo, es sólo figura pasajera. La revelación de Cristo, según San Juan, su Apocalipsis, coincide con la desaparición total del mundo. "Cristo ha vencido al mundo", nos dice el mismo apóstol. San Juan como San Pablo, al pensar cristianamente el mundo, lo destruyen, lo aniquilan. Mundo, para el pensar cristiano, quiere decir apariencia vana, máscara vacía. ¿Cómo habrá de extrañarnos entonces que todo intento del pensar cristiano en este mundo se nos aparezca siempre enmascarado? La paradójica expresión de la razón de ser misma del cristiano en el mundo ¿no es locura? ¿No habla un lenguaje de locura? "La palabra de la cruz es locura." Y el propio San Pablo, cuando declara ante el mundo su enajenada razón de ser cristiano, oye de Festo esta respuesta: "Estás loco, Pablo; tus muchas letras te han hecho perder el juicio" (Hechos, XXVI-24). Por eso el pensamiento cristiano, por estar en el mundo, siendo en él testimonio de la verdad, y para no mentirla, se enmascara. Se ha señalado, con acierto, esta dramática actitud del pensar cristiano, señalando en sus más insignes pensadores esa máscara de razón, ese lenguaje inapropiado a su pensamiento y aparentemente contradictorio. Así en San Pablo mismo, en San Agustín, en Santo Tomás, cimas o cumbres definidoras de la evolución del lenguaje cristiano del pensamiento en el mundo, en la historia. "Hablar en cristiano", que es, por definición popular, decir la verdad, hablar claramente, es, en definitiva, una manera paradójica de enmascarar el pensamiento desenmascarándolo por un lenguaje transparente; es ponerle como una máscara de cristal a la palabra humana, enajenada o enloquecida por la fe de Cristo, por la palabra de la Cruz, que es locura.
 San Pablo expresa esta agonía palabrera con su dramático pensar que dice esta imposible lucha. San Agustín enmascarándose, para confesarse cristiano y desenmascararse mejor, halla el lenguaje grecolatino del pensar de su tiempo. Entre neoplatónico y paulino. Y también Santo Tomás, en la cúspide piramidal de los siglos medios, construye su máscara transparente, cristalina, como una catedral, con todo el material que le aportaron, mezcla de oro y escoria, los restos mortales de las Cruzadas; acumulando sobre el aristotelismo arábigo y judío todo el peso de una racionalidad que disfraza palabreramente, de este modo, su empeño de dejar de serlo. "¡Tan cerca, ay de mí, y tan lejos vivo de lo racional!", clama exactamente creo que Santa Irene en una comedia teologicotomista de Calderón. 
 El pensamiento de Santo Tomás se nos ofrece de este modo teológico -y por consiguiente, contradictorio-, más que como una fortaleza irracional de lo divino o para lo divino, como una fortaleza racional contra lo divino. Del mismo modo que las construcciones arquitectónicas de los templos góticos se alzan, en cierto modo, más que como templos de Dios, templos muertos, como fortalezas humanas para defendernos de Dios; como reductos casi adánicos y ultraparadisíacos en que el hombre quiere esconderse de Dios, huyendo de la persecución de la voz divina. Que nunca sabemos en el interior de esas maravillosas jaulas de la locura humana, que son las catedrales góticas, en dónde empieza el temor de Dios y en dónde termina el terror pánico.
 De estos tres pensadores del cristianismo, San Pablo, San Agustín, Santo Tomás, pudo decirse con justeza que expresaron su pensamiento en un lenguaje de razón, tan contrario a ella, tan ajeno al de su locura, que la misma máscara o disfraz que por tal lenguaje contradictorio los expresa, los desenmascara, vistiéndolos de trasparencia.
 Y es que el lenguaje del pensar cristiano encuentra siempre su expresión más justa, más viva, cuando se manifiesta enteramente irracionalizado o racionalizado poéticamente. El mundo vacío de este pensamiento se llena de trasmundo cuando lo expresa o transparenta la poesía, la pura palabra creadora. Así la Divina Comedia de Dante nos lo muestra y enseña. Como nuestro teatro español lopistacalderoniano, expresión poética de la misma empresa teológica. Como la cristiana novelería de Cervantes y Dostoievski.
 No hay ni que recordar siquiera, no olvidándolo de puro sabido, el lenguaje poético del analfabetismo místico en Europa entera, antes y después del Renacimiento, como el de toda su poesía y pintura católica correspondiente.
 Este pensamiento conmovido y conmovedor del cristianismo, del sentir y vivir cristiano, culmina su razón de ser enajenado en el dintel racional del Renacimiento, cuando la dualidad dramática que le ha expresado secularmente le rompe y separa de sí mismo en una oposición intelectual de creencias. El racionalismo renacentista oprime con su máscara o antifaz de sombra esta burla y pasión del hombre invisible, camuflado arlequinescamente de escamoteo luminoso que nos ofrecía hasta entonces el sentir y pensar cristiano. La figura maravillosa y pasajera del mundo pitagórico-cristiano, figura musical, trascendida de figuraciones invisibles, se precisa y ordena nuevamente como un mecanismo perfecto; como un aparato de perfecta relojería espiritual musicalizado con resorte automático. Copérnico, Kepler y Galileo son los mágicos inventores de este prodigio cuyo reflejo en la conciencia humana nos señalarán Giordano Bruno, Descartes y Pascal. El pensamiento racionalista puro, al mecanizar el mundo todo, trasmite su mismo movimiento racionalizado al pensar y sentir del hombre, enjaulado en aquella locura racional que le dio el cristianismo, preso en esta nueva figuración de su cárcel de sombra. Se inicia de este modo humano en la evolución del pensamiento lo que me atrevería a llamar peregrinamente la peripecia del autómata. La conciencia de este designio adquiere su expresión dramática más intensa y exacta en los pensamientos de Pascal. Y no fue vana coincidencia histórica el que se produjese en Pascal mismo la oposición, el choque decisivo entre el pensar más genuinamente cristiano y la máscara, disfraz o, más bien, antifaz quimérico del yo que Descartes ponía al pensamiento. Tampoco es coincidencia vana la de la conocida pugna y polémica trascendente de Pascal con los jesuitas. El genio automático de Loyola vendría a convertirse con el tiempo, en la expresión suprema de esa máscara contradictoria: en la más pura, exacta, matemática negación espiritual de Cristo.»
 
 [El extracto pertenece a la edición en español de Diario Público. Depósito legal: B-37398-2010.]
  

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